La
fe en el “progreso”
y nuestra confianza en los “líderes”
son las dos falsas esperanzas de la sociedad actual.
Hablando
de indefensión, de la ausencia del sujeto y su revolución, de las
raíces que sostienen nuestro desaliento, deberíamos reconocer, para
cuestionar radicalmente, nuestra tendencia a la confianza en el “gran
hombre” y a la espera de “el salvador”.
Para
nosotros los humanos, es muy difícil “ser”. Las palabras se nos
quedan muy cortas para explicar nuestra vida, y han muerto con Dios
tantas cosas… El “posmodernismo”
es para valientes y puede actuar fácilmente como un veneno.
A
los “hombres superdotados” les está sucediendo algo
verdaderamente preocupante, y es que no parecen conformarse con lo
que vamos descubriendo.
El
relativismo innegable en el que se sitúa la experiencia humana,
tanto puede desesperar como se puede transformar en superficialidad y
autocomplacencia: ¡si nada es “verdad” bien puede ser entre todo
y nada posible!, ¡juguemos! Y ahí tenemos “jugando” a los
genios, como el mismísimo Elon
Musk o
el difunto Stephen Hawking, fluctuando entre la realización de lo
fantástico y el darlo todo por perdido. Un descapotable rumbo a
Marte y las respuestas al origen del universo vs
“nuestro
mundo es una realidad virtual” (Code Conference, 2016) * o “dar
la tierra por perdida y huir a Alpha Centauri” (Cumbre Tencent WE
China, 2017)**.
Para
Elon hay una posibilidad entre billones de que la nuestra sea “la
realidad”, lo más probable es que todo lo que somos y nos rodea
sea una realidad simulada o virtual, un juego o experimento generado
por una civilización más avanzada. Nos dice: “Y en realidad
quiero y espero que esto sea cierto, porque, si no, si la
civilización deja de avanzar —y no somos una “realidad
simulada”, porque no hay una civilización más avanzada que la
nuestra en el universo capaz de hacer esto— entonces estamos
dirigiéndonos a un desastre que acabará con nuestra civilización.
Por lo tanto, tal vez deberíamos tener la esperanza de que esto sea
una simulación porque, de lo contrario, o vamos a crear simulaciones
que son indistinguibles de la realidad o la civilización dejará de
existir, esas son las dos opciones”.
No
tengo palabras para expresar la sorpresa que me causa que sean
noticia las creaciones tecnológicas de Musk y no lo sean sus
creencias más profundas. Una muestra más del desprecio a la
filosofía en nuestra sociedad tecnológica. Qué miedo. Como si la
motivación subyacente a nuestros actos no determinara nuestro
destino. Qué soberbia considerar que algo se explica por sí mismo,
sin ir más allá de su apariencia o funcionalidad. ¿Qué me importa
a mí que los “genios” desarrollen tecnología si han dejado de
creer en tantas cosas? Como mínimo, aseveraciones como estas
deberían generar un “debate planetario”: ¿cómo lo veis,
chicas, nos mudamos de galaxia?, ¿será todo lo que amamos una
ficción creada por una civilización superior a la nuestra?
La
primera y más destructiva confianza es la fe en el “progreso”,
que desatiende lo que K. J. Gergen, en El
yo saturado,
denomina “pregresión”, y es que cada “avance” genera
secuelas que suponen retrocesos. A la vista están las pérdidas:
materiales —derechos sociales y acceso a los recursos—,
psicológicas —calidad de vida— y ecológicas —nuestra
verdadera crisis—.
La
segunda falsa esperanza, muy amiga de la primera, es nuestra
confianza en los “líderes”. En el mejor de los casos hay
personas que acaban ocupando un lugar de poder debido a algún
mérito, pero ¿acaso ese “mérito” les confiere clarividencia y
perpetua eficacia, o más bien resultó efectivo exclusivamente para
alcanzar ese codiciado lugar de mando? Nuestros “superiores”
necesitan ser estrechamente “tutelados”, más aún si tenemos en
cuenta que el poder por sí mismo genera ineludiblemente una
regresión madurativa en cualquier persona que lo ejerza. ¡A las
pruebas me remito!, y cada vez hay más estudios que lo demuestran:
en las “altas instancias” la primera en caer es la empatía y con
ella el sentido de realidad. Se calcula que, en cuatro años de
ejercicio de responsabilidad, se generan deterioros cognitivos
evidentes.
No
nos conviene mucho confiar en “los grandes”, por mucho que nos
sintamos solas. Lars Von Trier nos lo deja muy claro en Melancolía.
El
hombre seguro de sí mismo, y que tanta confianza inspira, es el
primero en desaparecer ante el desastre, ¡y sin previo aviso! Algo
así sentí cuando el bueno de Elon comentó, como si tal cosa, que
más nos valdría ser una “realidad simulada” y Stephen mandó
preparar el equipaje para Alpha Centauri.
Abogo
por no esperar nada de “ellos” y por que “desesperemos”
juntas —y que aquel que se nos una, lo haga como uno más—. Las
mujeres lloramos y, si tenemos suerte, no nos interrumpe ningún
genio. Las mujeres no sabemos y nos sentimos impotentes, las mujeres
pedimos y dependemos, las mujeres nos enfrentamos al caos y la
miseria. Las mujeres movemos el mundo y lo seguiremos haciendo.
Mientras ellos hablan y nos “explican” cómo funcionan “las
cosas”, nosotras les mantenemos vivos. Y lo hacemos entre gratis y
castigadas, porque nadie nos valora y sí en cambio nos critican,
¡que es que nos ponemos muy nerviosas! Sin sufrimiento no hay juego
serio, por eso hay ciertas “esperanzas” que no podemos
permitirnos. Debemos reivindicar nuestra capacidad para sentir miedo
y dolor; al fin y al cabo, no hay mayor honestidad. Hoy por hoy, la
“racional tranquilidad” y la “confianza en uno mismo” no son
sinónimo de fortaleza, sino de inconsciencia o hasta de “mala fe”.
“Esperar”
lleva implícita la creencia de que hay alguien mejor que yo, más
capaz que yo, por eso habitualmente ha sido un asunto tan femenino.
“Esperar” también implica suponer que hay un momento mejor que
ahora. Desesperar es el “no poder” consciente, que, de una forma
trágica —por emotiva—, nos brinda la oportunidad de
reinventarnos y “saltar” allí donde apenas se vislumbra aún
nada.
Desde
aquí quiero reivindicar la capacidad femenina de amar con pasión lo
que a todas luces es “muy poca cosa”. Evidentemente nada,
absolutamente nada de lo que ahora nos importa es eterno, y no me
cabe duda de que eso incluye a nuestro planeta, nuestro sentido de lo
que es real y a la propia especie humana. Hay que ser “muy chulo”
para pretender la eternidad y apostar por una “supervivencia” que
no calcula los costes del “aquí y ahora”. Seamos virtuales o no,
abocados al apocalipsis mañana o pasado mañana, lo que nos ha
distinguido siempre es nuestra capacidad para luchar por lo que nos
es querido, para tirarnos al agua a salvar a desconocidos, para abrir
nuestra casa al extranjero, para convivir con quien no entendemos…,
para dar la vida por los demás. Ser valiente implica no necesitar
nada para darlo todo. Desde luego, es algo en lo que nosotras somos
expertas, porque, con muy poco, lo hacemos casi todo.
SUSANA ESPELETA ORTIZ DE
ZARATE
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*
En junio del 2016, el empresario en tecnología Elon Musk afirmó que
las probabilidades de que estuviéramos viviendo en una realidad
objetiva eran "una entre mil millones", siendo en cambio lo
más probable que nosotros mismos y nuestro mundo seamos una
simulación generada por un superordenador dirigido por una
inteligencia superior. Más “eminencias” de Silicon Valley se han
interesado por la “Hipótesis
de la Simulación”,
y hay incluso algún multimillonario del mundo de la tecnología
conspirando con científicos para procurar la “liberación” de
esta supuesta simulación.
**
Stephen Hawking creía que, si no éramos capaces de vivir en otros
planetas en los próximos 100 años, estábamos abocados a una
extinción inmediata. Consideraba que el planeta más cercano es
Próxima b (a 4,2 años luz), el cual orbita alrededor de la estrella
más próxima a nuestro sol, Alfa Centauri.
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