¿ESTAMOS
VIVIENDO UNA PELIGROSA Y PROGRESIVA ESTUPIDIZACIÓN DE LA CULTURA
HUMANA EN MANOS DE LA TECNOLOGÍA DIGITAL?
La vida
sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás,
pero
ha de ser vivida mirando hacia adelante.
Kierkegaard
Hace
2 años escribí un par de artículos sobre lo que llamé la
“era de la ignorancia”, siguiendo al poeta Charles Simic,
quien en 40 años como profesor universitario notó un
progresivo declive en el conocimiento de literatura e historia con el
que llegaban los alumnos a la universidad. La primera parte trata
sobre la
ilusión que la tecnología nos haría más inteligentes,
la segunda es sobre por
qué los jóvenes son cada vez más ignorantes.
En
esta ocasión quiero recapitular estas ideas y enfatizar que la
ignorancia es una enfermedad que en nuestra época se ha convertido
en una epidemia ayudada por la tecnología digital, que tiene la
característica de ser viral (y virulenta). Un ejemplo que
me parece ilustrativo de lo que en inglés se conoce
como dumbing-down,
como promediar a la baja de la cultura que predomina en la era de la
información y la corrección política -donde todas las opiniones,
se cree, tienen el mismo valor-, es lo que ha ocurrido con el
concepto de los memes. Los memes son un interesante concepto
biológico, desarrollado por Richard Dawkins en su libro El
gen egoísta. Básicamente
son “genes culturales”, o unidades portadoras de cultura
(ideas, símbolos, conductas, etc.), que pueden considerarse
vivientes y se esparcen infectando a sus huéspedes.
A
grandes rasgos, los memes son organismos de una evolución cultural
que se desarrolla en paralelo y se interpenetra con la evolución
biológica. Ahora bien, la mayoría de las personas, cuando piensa en
un meme solamente piensa en los memes de Internet, y particularmente
en un tipo de meme, las recreaciones humorísticas de eventos,
algunas muy ocurrentes -hasta el punto de llegar a ser “lo
mejor de una campaña política”- pero mayormente banales y
limitadas a entretener. Estos memes son
una caricaturización de los memes y,
ya que la cultura es esencialmente memética, la
cultura se vuelve caricatura.
Los
memes abarcan mucho más que esto. Algunos biólogos
materialistas creen que las religiones son memes particularmente
insidiosos; pero, por otro lado, el concepto del meme fue claramente
prefigurado por el concepto de arquetipos de Carl Jung y tiene
su paralelo biológico no-materialista en el concepto de campos
mórficos de Rupert Sheldrake. El caso me parece emblemático por dos
razones. La primera, por cómo un concepto científico e intelectual
se vulgariza y es adoptado por la conciencia popular sin tener
conciencia de su verdadero significado (o de su significado más
amplio, ya que, ciertamente, los memes que se publican en Twitter son
memes). La segunda, como reflejo emblemático de nuestra actividad
memética fundamental, es decir, nuestra actividad cultural esencial
es postear fotos divertidas, chistes, curiosidades y demás memes de
Internet. A esto se reduce la cultura: a entretenimiento. Lo cual es
preocupante, pues lo memético es uno de los ejes principales de
nuestra evolución, la calidad de nuestros memes es la cualidad que
toma nuestra conciencia.
El
término que predomina en nuestra cultura es “viral”,
pues está orientada a la viralidad: el éxito e incluso el
valor de un meme, de un contenido y hasta de una persona se
mide en si logra tener una distribución masiva o no. Esto es
altamente significativo, pues nos habla en términos de una
enfermedad infecciosa. Se trata de una infección cultural en la que
lo que predomina son las opiniones y la falta de pensamiento
crítico-histórico no utilitario, es decir, pensamiento que conversa
con una tradición filosófica y artística y es capaz de
absorber valores espirituales que no están supeditados a la
inmediatez comercial. De la misma manera que la “comida
chatarra” (junk
food)
predomina en buena parte del mundo debido a la expansión de las
grandes trasnacionales, predomina en buena parte del mundo la cultura
chatarra, con sus efectos igualmente nocivos para la psique.
Ya
Aristóteles había identificado que la ignorancia era una
enfermedad. “Porque el que sólo tiene opiniones, si se compara con
el que sabe, está en estado de enfermedad en relación con la
verdad”, dice el filósofo en su Metafísica,
y agrega que aquellas personas que sólo tienen opiniones deberían
dedicarse de lleno al estudio, de la misma manera que el enfermo se
ocupa más de la salud que el hombre sano. El budismo, por su parte,
considera su dharma, la doctrina del Buda, como una
medicina para curar la enfermedad de la existencia cíclica o
samsara -¡la causa de sus innumerables y miserables vueltas no
es más que la ignorancia!-. El Buda es el doctor que da la
receta para curarse, pero el paciente debe aplicarla y tomarse la
medicina por su propia cuenta.
Algunos
seguramente argumentarán que esto suena bien pero es
un discurso sin sustancia, en tanto que es necesario que digamos
cuáles son las cosas verdaderas o qué es la sabiduría, algo
que es relativo y, por lo tanto, hablar de “ignorantes” es sólo
darse un aire de superioridad e, incluso, una forma de control y
manipulación -en una perpetua búsqueda de poder-. Ante lo cual,
diré que más allá del discurso relativista posmoderno existen
verdades científicas y verdades éticas (las cuales nos vienen de la
filosofía y la religión). Todos nadamos, como si fuere, en el
agua de estas verdades, las cuales integramos a nuestras vidas muchas
veces de manera inconsciente.
Por
ejemplo, asumimos que las personas tienen agencia, son individuos que
tienen un valor intrínseco. Esto es algo que nos viene en gran
medida del pensamiento judeocristiano y su noción de que
las personas tienen un alma. Si no pensamos que los otros tienen
conciencia y son seres con libre albedrío se desmoronaría el
sistema jurídico y, en general, la sociedad dejaría de tener
sentido. Aunque la ciencia materialista maneje hipótesis que
mantienen que la conciencia no existe realmente y que los
individuos son “robots programados” (en palabras de Richard
Dawkins), es una verdad moral valorar la vida individual y asumir que
las personas tienen libre albedrío.
Asimismo,
las normas básicas de la convivencia están basadas en la llamada
regla de oro, la cual puede tener ciertas similitudes con la
noción hindú del karma (que es una causalidad que no se limita a lo
meramente material, sino que incluye lo mental y reconoce una
moralidad embebida en el cosmos). El universo está formado por leyes
naturales y leyes morales, y aunque algunas personas han teorizado
que estas leyes se pueden trascender, para hacerlo -si acaso es
posible llegar al estado “más allá del bien y el mal”- deben
ser conocidas cabalmente. Dije antes que todos nadamos en
esa agua, en una especie de sopa cultural, pero los que saben
son los que son capaces de rastrear la fuente: el agua del río es
más pura cerca de la fuente. Y más aún, aquellos que saben vivir
en armonía con las leyes y los ritmos que rigen los procesos de la
vida para, de esta forma, permitir que ésta siga fluyendo limpia y
cristalina y llegue hasta el océano.
Aristóteles
observó que la ignorancia era una enfermedad y el dharma indio,
desde un principio, entendió que la cura al problema de la
existencia -fundamentalmente el sufrimiento- era la sabiduría. El
lema de la bandera de la India aún refleja esta
noción: Satyameva
jayat (“Sólo
la verdad triunfa”), lo cual es parte de un verso de
las Upanishad que
sugiere que no sólo triunfa sino que alcanza la liberación de todo
sufrimiento. Lo mismo dice un conocido verso del Evangelio de
Juan. El problema es que se suele caer en la literalidad, la
cual es la marca del fundamentalismo.
Sólo
mi Dios libera. Y
el nuevo fundamentalismo: Sólo
lo que podemos ver y medir es real, lo demás (todo lo subjetivo) es
una ilusión.
Decir
que la verdad no es literal no significa que la verdad sea
meramente relativa. Significa que no puede reducirse a una
definición única y que la sabiduría tiene que ver con la capacidad
de percibir la unidad en la diferencia, los puntos de conexión,
las analogías que nos permiten compartir sentimientos. Esto fue
entendido por los autores de los himnos del Rig
Veda,
quienes fueron conscientes de que el Uno tiene muchos nombres, todos
son aspectos de una misma esencia y sin embargo,
ninguno alcanza a comunicarla y a conocerla nominalmente. Es decir,
la verdad ética-religiosa no puede ser dicha, pero sí
experimentada. Lo cual es algo que nosotros experimentamos en la vida
cotidiana: una persona no es buena o ama a otra persona porque dice
que es buena o que ama, es buena y ama cuando actúa y experimenta un
cierto estado de conciencia. Como notó Raimon Pannikar, la filosofía
tiene dos aspectos: es el amor a la sabiduría pero también, la
sabiduría del amor. Logos y Eros, Prajna y Upaya unidos en un
matrimonio sagrado.
¿Cómo,
entonces, liberarse de lo que Aristóteles llama meras “opiniones”,
la marca de la ignorancia? Platón, el maestro de Aristóteles,
distingue opinión (doxa)
de conocimiento (episteme).
Opiniones son lo que tienen los sofistas, aquellos que sólo
aparentan saber. En nuestra época es muy fácil ser un sofista, pues
existe fácil acceso a todo tipo de información,
especialmente superficial o predigerida. En un artículo reciente, el
estadista Henry
Kissinger notó,
con gran lucidez pese a sus 94 años de edad (o más bien, quizás
debido a ellos), que en nuestra época regida por
la tecnología digital y su religión -el dataísmo- “la
verdad se vuelve relativa. La información amenaza con anegar la
sabiduría”.
Lo
que diferencia a quien está informado de quien sabe realmente es que
el que sabe entiende, no depende de los datos. Es decir, ha sido
capaz de hacer suyos los pensamientos que ha escuchado o leído.
Los ha transformado en experiencia. El conocimiento se hace, así,
una fuerza vital. Tanto Platón como Aristóteles admiten que el
conocimiento se puede alcanzar a través del cultivo de lo que
hoy llamamos la razón, como también por medio de la intuición. No
obstante, estas funciones cognitivas no se desarrollan mágicamente;
son el resultado del estudio de la ciencia y la filosofía y
-particularmente en el caso de la intuición, la noesis platónica- de
una vida contemplativa. Es decir, de una vida que no se dedica
vulgarmente al entretenimiento sino a la interrogación de la
realidad, la indagación de los principios y la observación de
la propia conciencia o alma.
En otras palabras, para ir más allá de
la opinión es necesario conversar con y hacerse adepto de una
tradición de conocimiento; por regresar al principio de este
artículo, de empaparse de buenos memes -memes que han probado
su aptitud desde los albores de la historia-, de
contagiarse de las grandes mentes de la humanidad, de honrar la
tradición. Con lo cual no hay riesgo verdadero -siempre y cuando uno
entienda y no sólo repita lo que dicen- de volverse un
fanático o perder la propia autenticidad: como mencionamos, la
sabiduría tiende naturalmente a la libertad, y no a la utilidad.
El
conocimiento no es un fenómeno moderno constreñido a la ciencia. Es
una tradición viva y el sabio será siempre quien comprende la
tradición y la actualiza en sí mismo, de esta manera haciendo que
evolucione y brindándole el necesario vigor para adaptarse al
cambio sin perder su esencia. Esta es una “era de la ignorancia”,
creo, sobre todo porque no valora y no es consciente de su tradición.
Asumimos que lo mejor es lo último y que todo lo viejo es
primitivo y ha sido superado por la ciencia y la tecnología moderna.
Esto, en realidad, no es un pensamiento científico; es
cientificismo.
En
un comentario a McLuhan, el escritor William Irwin Thompson escribió:
Lo
que McLuhan reconoció, pero no afirmó explícitamente, es que
nuestros nuevos medios electrónicos altamente avanzados, al ser
usados por individuos mortales evolutivamente poco avanzados, nos
llevarían a la aniquilación cultural. Estos nuevos medios que
operan a la velocidad de la luz requieren una nueva conciencia
espiritual de la luz. Son tan fantásticamente eficientes que no
pueden funcionar para el bien si nosotros no somos buenos; solamente
pueden ser usados sin riesgo si decimos la verdad y vivimos en la
verdad.
(Coming
Into Being: Artifacts and Texts in the Evolution of Consciousness)
Esa nueva
conciencia espiritual de la luz sólo puede
encontrarse en la vieja tradición espiritual de la luz. Ese hábito
de decir la verdad y habitar en lo verdadero sólo puede sostenerse
sirviéndose de la estructura del pensamiento religioso y filosófico
de Occidente y Oriente. Aunque un estudio
muestra que los fundamentalistas religiosos consumen más fake
news,
paradójicamente, la religiosidad -es decir, el sentido de conexión
con algo sagrado- es el antídoto de las fake
news (de
la misma manera que un sentido de lo sagrado es la mejor solución al
problema ecológico).
No
se trata de regresar al pasado o de retomar las viejas religiones,
sino de continuar su evolución y actualizarlas, de
reimaginarlas -la ciencia, en realidad, es consecuencia y
resultado de la tradición filosófica griega y de las religiones
abrahámicas, y no su antítesis-. A fin de cuentas el
transhumanismo, la ideología dominante entre las élites
tecnócratas actualmente, es solamente una versión de las ideas
religiosas de deificación (theosis),
inmortalidad y dicha eterna. Sin embargo, creo que es una forma
pobre de concebir estas ideas, pues transfiere su fe del ser humano
-y su semejanza con la divinidad- hacia la máquina. Deifica la
materia, pero olvida la posible divinidad trascendente de
la propia conciencia humana, la cual, a diferencia de la
inmortalidad tecnológica, tiene como base y garante un principio
moral.
Twitter
del autor: @alepholo
Fuente:
https://pijamasurf.com
Visto
en:
https://www.elperromorao.com/2018/05/la-enfermedad-de-la-ignorancia-la-epidemia-de-nuestros-dias/
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