13/6/18

Mejorar sin deteriorar, construir sin destruir, respetar sin ofender

AUTOCRÍTICA, SANA Y NECESARIA


Cuando dejo que mi imaginación fluya sin cortapisas ni condicionamientos, consigo que, al menos en mi volátil mente y apenas durante unos preciosos segundos, se dibuje un universo más colorista y diverso, más solidario y humano, más respetuoso y consciente de que lo que creemos inagotable, los recursos que nos nutren y sustentan con vida, pueden no serlo si no los empleamos de un modo más racional, moderado y distributivo inter e intraespecíficamente.

No me malinterpretéis: no digo que para alcanzar tan loable fin haya que renunciar a todos los avances de nuestra especie, Homo sapiens, tan sólo una más de los cientos, miles, millones de ellas que han poblado y pueblan nuestro planeta (y su esfera habitable) y, sin embargo, la que más sustancialmente ha modificado y transformado su entorno para adaptarlo a sus necesidades, sin prestar atención a los eventuales perjuicios que este hecho pudiera acarrear.

Antes bien, sí que afirmo que hemos de realizar un balance y un cuestionamiento crítico de raíz a fin de dilucidar en qué hemos acertado y en qué hemos fallado. Un sano ejercicio de autocrítica (rara vez aceptada en ámbito alguno) y revisión sosegada de la historia para contextualizar el momento atávico en que nos encontramos y obtener una lección de aquellos aciertos y un aprendizaje necesario de los errores, menores o de bulto, en que pudimos incurrir en el pasado.

Hemos avanzado razonablemente en cuestiones éticas y morales, sabemos qué debe consentirse y que no y una acción, comportamiento o conducta inapropiada o a destiempo, recibe la pronta reprobación de las personas en aras de la convivencialidad. La tecnología ha servido, en no pocas ocasiones, para procurarnos una vida más sencilla y para liberarnos de un tiempo precioso para nosotros mismos, con la finalidad de destinarlo al disfrute del ocio. La cultura, en tanto que manifestación visual y plástica de la creación humana, ha producido sus más bellas obras desde las pinturas rupestres que elogiaban las hazañas de la caza, hasta esa exuberante melodía de soul norteño que resuena en los altavoces de ese club que visitas con regularidad.

Y, sin embargo, hemos debido cometer errores garrafales si más de tres cuartas partes de la población mundial están viviendo en una situación de miseria y desamparo, agasajados por el hambre, las guerras y las epidemias, para que apenas una parte del otro cuarto goce de un posicionamiento de privilegio, con todo lujo de gadgets tecnológicos y recursos dispares a nuestro alcance con apenas apretar un botón. Debemos habernos equivocado optando por un tren de vida determinado si el planeta se muestra enfurecido y nos envía signos inequívocos de impaciencia y agotamiento: la virulencia y frecuencia de los fenómenos climáticos recientes dan buena muestra de ello.

Sé que estos posicionamientos me alinean con naturalistas y humanistas, pero no me incomoda en absoluto. Al contrario, considero que debemos reevaluar la relación que nos liga a la naturaleza en clave de modestia y reconciliarnos con sus procesos productivos, con sus ritmos pausados, con sus intercambios reposados y continuos de materia, energía e información, reintegrándonos de nuevo en ella (en la medida de nuestras posibilidades, pasito a pasito) y volviendo a valorarla en su justa medida, como la casa (del término griego oikos) que ha sido y que nos gustaría mantener en buenas condiciones. Como casa nuestra que es, al fin y al cabo, por mucho que pretendamos interponer muros de distanciamiento e incomprensión.

Y, de idéntico modo, debemos abandonar la habitual condescendencia y supremacía con que nos hemos comportado hacia aquellos que, fieles a sus hábitos y costumbres, a su cultura, se han mantenido bien apegados al medio que les proporciona alimento, cobijo y compañía. Desde el occidentalismo al que pertenecemos, jamás se ha realizado un esfuerzo por comprender que no existía una perspectiva única, inequívoca y excluyente de entender la vida. Que ésta adquiere muy diversos significados con sus correspondientes significantes expresivos y culturales.

Debemos, en suma, realizar una lectura consciente, humilde y equitativa de la historia para aprehender (en el sentido de aprender prendiendo un saber útil) más sobre nuestra existencia, sobre nosotros mismos, sobre nuestro comportamiento, sobre las inmensas posibilidades de mejorar sin deteriorar, de construir sin destruir previamente, de respetar sin ofender, de compartir y repartir sin menoscabo de nuestros semejantes y del resto de habitantes de la biosfera.


MuchachitoOrdinario - La alternativa ética del decrecimiento 

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