LOS BANCOS SON INDISPENSABLES PARA QUE EL
CAPITALISMO FUNCIONE. LOS HAMBRIENTOS, NO
es
que haya tantos que vivan como si fuéramos pocos"
"Si
hay gente que no come lo suficiente
es
porque los que tienen comida no quieren dársela"
¿Se
imagina cómo es una vida hecha de días y días sin saber qué va a comer mañana?
¿Una
vida que consiste sobre todo en esa incertidumbre, en el esfuerzo de imaginar
cómo paliarla,
en no poder pensar en casi nada más porque todo
pensamiento se tiñe de esa falta?
Así comienza El hambre, el nuevo libro del escritor
argentino Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) que llegará a España en febrero.
"El hambre
no es como la muestran en televisión; ese chico con la tripa hinchada y las
piernas delgadas en un lugar desconocido del mundo", explica Caparrós, de
ojos claros como de gato.
La gran mayoría
de los 25.000 que, según el secretario general de la Naciones Unidas, Ban
Ki-moon, mueren al día por causas relacionados con el hambre tienen poco que
ver con las hambrunas que aparecen en los diarios. "No podrían: los
colapsarían. En los diarios sale lo inhabitual, lo extraordinario", dice.
"Los hambrientos son esos olvidados que se acostumbran a comer mal, a
sobrevivir con menos de lo que necesitan: a desarrollar peor su cuerpo, su
cerebro. A vivir vidas mucho peores casi sin saberlo".
Según Caparrós,
"llamamos hambre no solo a la imposibilidad de comer lo necesario, sino
también a la posibilidad de morir por enfermedades que se curan con 20 pesos de
remedios tomados a tiempo". Durante siete años recorrió los diferentes
escenarios de una pandemia que mata más que el ébola, el sida y la malaria
juntos. "El hambre es el problema ajeno por antonomasia".
Con frecuencia
cuando hablamos de los derechos humanos pensamos en la libertad, la justicia y
la paz en el mundo, que no te torturen, no te maten, te permitan expresarte; no
solemos pensar en comida. "El derecho a comer es un derecho humano de
segunda o tercera. Todos los días, cientos de millones de personas no pueden
ejercer su derecho a la alimentación y la indignación suele ser discreta",
relata quien ganó en 2004 el Premio Planeta Latinoamérica. De hecho, España aún
no ha reconocido el derecho a la alimentación en su Constitución.
"En la sociedad del espectáculo, la malnutrición no
tiene cómo ponerse en escena. Los números solo sirven para saber lo que ya
sabemos: para convencernos. Enfriar las realidades y volverlas
abstractas", reflexiona un ya curtido escritor en mil batallas contra el
hambre. 805 millones de personas no comen lo que deben, "uno de cada
nueve”, dice. Cada cinco segundos, un chico de menos de cinco años se muere por
hambre. "Frases que, de tan dichas, nadie escucha. La he leído, la he
escrito, la he oído y dicho no sé cuántas veces: como quien dice llueve,
incluso cuando llueve", reflexiona.
El hambre es
un negocio para muchos
En un mundo en el
que viven 7.000 millones de personas y se producen alimentos para 12.000
millones, el problema es sencillo para Caparrós: "Si hay gente que no come
suficiente es porque los que tienen comida no quieren dársela". Señala que
"solo con el grano que se produce actualmente alcanzaría para que cada
hombre, mujer o niño comiera 3.200 calorías por día", el 50% más de lo que
necesitan. "El problema no es que seamos muchos; es que haya tantos que
viven como si fuéramos pocos", sentencia.
No solo la
concentración de riqueza produce desigualdad, también las inversiones
financieras con alimentos en la bolsa de Chicago. La utilización de los
agrocombustibles como fin distinto al de alimentar o el fenómeno denominado
acaparamiento de tierras son para Caparrós causa del hambre. "El
colonialismo que ahora llamamos apropiación de tierras es la puesta en escena
más grosera de la desigualdad entre países: unos usan las tierras de otros para
producir alimentos que todos necesitan; unos se los llevan, otros se quedan sin
ellos". Un estudio de la National Academic of Sciences estima que las
apropiaciones alcanzan los 100 millones de hectáreas (la suma de Italia, Japón
y Gran Bretaña).
El escritor,
completamente de negro, no deja de tocarse su pintoresco bigote y tras un par
de apuntes sobre la caridad como elemento de chantaje, sentencia: "Cuando
Europa y EEUU entregan limosnas a sus súbditos, esperan que les alcance para
mantenerlos hundidos y dominados: inofensivos, silenciosos. Darle a los pobres
lo mínimo para que sobrevivan y no manchen con su sangre o sus huesos las
pantallas de la televisión".
"Aunque es
curioso -se cuestiona- que los gobiernos gasten fortunas en el rescate de los
bancos y no cantidades más modestas en el rescate de los hambrientos. Los bancos
son indispensables para que el capitalismo funcione; los hambrientos, no.
Llamémoslo desigualdad, capitalismo o la vergüenza".
"Déjelos en
el buzón, señora. Desgraciadamente ya nadie roba libros. Si fueran
bombones…" dice Caparrós después de un inciso para atender una llamada. El
hombre que con 19 años se exilió en Europa parece haber recuperado la
esperanza. Con el reloj casi marcando el final de la entrevista, comienza a
vislumbrar las claves del cambio. Radical. "Cada uno tiene una responsabilidad
individual, que se vuelve colectiva cuando hay muchas personas que llegan a
formas de acción comunes".
No es una
profeta
Martín Caparrós
no cree ser un "profeta". De hecho, desconoce la forma política que
debe tomar el cambio: "Que haya suficiente para todos y para nadie
demasiado". Pero se lanza con una afirmación basada en el individualismo:
"Los grandes momentos de la cultura se producen cuando el egoísmo de miles
consiste en creer que deben hacer algo por los otros, que esa es su forma de
hacer algo por ellos mismos.
El escritor se
vuelve a enfundar en el traje de realidad. "Es posible que no suceda en
los próximos meses o en los próximos años. Mientras tanto, miles, millones
seguirán muriendo de hambre". Y en el segundo piso de una cafetería
alejada de aquellos que sufren el hambre, se sincera: "Lo único que
podemos hacer es decirles lo que pasa. La mayoría de las personas eligen no
mirar y es su decisión. Hacerse los tontos cuando mueren y mueren miles de
personas por causas evitables es una sentencia que están tomando y que
toman cada día".
En su libro, El hambre, el intrépido escritor invita a pensar
al lector con un ataque al inmovilismo: "Es probable que la postura que
cada cual tome no cambie mucho el problema. Pero sí define una cuestión menor:
¿quién soy, quién habré sido? ¿Ése que nació, aprendió, trabajó, se divirtió,
amó, se reprodujo, envejeció y se murió como millones cada día? ¿O habré sido,
además, el que hizo lo poquito que pudo para que el mundo fuera otro?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario