9/5/12

Un descenso ordenado requeriría convicción democrática, cohesión social y solidaridad internacional

DECRECIMIENTO: El cambio social más allá de los límites

La percepción de que los límites del planeta ya han sido sobrepasados, de que se ha entrado ya en la fase transitoria de translimitación, se está convirtiendo en un motivo central de la literatura que considera posible un colapso de la civilización industrial en un futuro próximo y revisa bajo esa perspectiva la suerte que corrieron diversas sociedades en el pasado (Diamond, 2005).

En su forma más general, la discusión versa sobre las formas, el alcance y las consecuencias de una cuesta abajo de la civilización industrial. De un colapso. Y el primer paso es el significado de este concepto. Pues, a fin de cuentas, colapso no significa necesariamente la caída catastrófica a una desorganización caótica de la sociedad, sino el tránsito a una condición humana de menor complejidad:

Una sociedad compleja que ha colapsado es súbitamente más pequeña, más simple, menos estratificada y con menos diferencias sociales. La especialización disminuye y hay en ella menos control centralizado. El flujo de información se reduce, la gente comercia e interactúa menos, y en general hay una menor coordinación entre individuos y grupos. La actividad económica decae proporcionalmente a todo lo anterior... (Tainter, 1995: 193).

Revisemos los rasgos del proceso: reducción de la escala, menos desigualdad, pequeñez, relocalización... Desde un determinado punto de vista, esta descripción del colapso no es muy diferente del viejo programa ecologista: reducir, frenar, democratizar, descentralizar (Roszak, 1993: 312).
¿Acaso significaba algo muy distinto la insistencia en que lo pequeño es hermoso? (Schumacher, 1973). Bajo esta perspectiva, el colapso puede ser tanto un resultado como un objetivo. Un objetivo al que en los últimos años se ha hecho habitual referirse con otras palabras, con palabras como sustentabilidad o antiglobalización...

Y, entonces, la cuestión relevante no es tanto el resultado mismo como los costes de llegar a él. Dicho de otra manera: si por colapso se entiende –siguiendo la sugerencia de Tainter– una transición relativamente rápida a un nivel de complejidad inferior, entonces tanto la sociedad “a escala humana” como la desorganización caótica serían salidas alternativas –ambas teóricamente posibles– de una situación de translimitación.

Una faceta importante de la discusión tiene que ver con las condiciones sociales y culturales que podrían hacer que la transición a una escala inferior ecológicamente viable resultase benigna, ordenada y pacífica. Los análisis sobre conflictos sociales en torno a recursos naturales escasos no invitan a mantener demasiadas esperanzas en ese sentido. Aunque, claro está, nadie puede saberlo, parece que un descenso relativamente ordenado requeriría dosis de capacidad anticipatoria, convicción democrática, cohesión social y solidaridad internacional muy superiores a las que hoy parecen disponibles. No es sorprendente, pues, que el debate sobre el alcance y los eventuales efectos sociales de la “cuesta abajo” sea intenso y a menudo agrio. Hasta el momento, es también en su mayor parte subterráneo. Sus herramientas son más los grupos de discusión en la red que los grandes medios de comunicación.

Asimismo, pequeños centros de investigación y –en ocasiones– el despacho de individuos aislados, son sus ámbitos más frecuentemente que las grandes instituciones académicas. En ese debate hay algunos núcleos donde se concentran fricciones significativas, potenciales líneas divisorias. La más importante separa a quienes asocian el decrecimiento a un colapsolínea divisoria. La fracción “pesimista” invoca el determinismo (energético o biológico; o bien ambos) para anunciar que el inevitable colapso comportará no menos inevitablemente la descomposición de la vida civilizada. Los “optimistas”, en cambio, ven el presente como una bifurcación, una encrucijada cuyos caminos alternativos serán trazados por acciones humanas colectivas e intencionales; es decir, como una situación en la que todavía es posible elegir.

Extraído del artículo ‘Los límites desbordados. Sustentabilidad y decrecimiento’ de Ernest García

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