SANGRE, SUDOR Y AMOR
Quizá nos hayamos quedado sin dinero, pero también nos hemos quedado sin
corazón.
La reacción frente al desamparo del ser
humano ha de venir de las conciencias de la gente, conciencias impulsadas bien
por las creencias religiosas o por las buenas intenciones agnósticas. En
cualquier caso, este dilema podría articular una gran alianza, un enorme campo
de diálogo entre creyentes y no creyentes preocupados por el futuro de la
humanidad.
Hasta hace poco, pensaba que esta
reacción vendría del campo de la política, que el progreso político, la cultura
formativa del mundo de la acción política resolvería este otros problemas, pero ha abandonado toda
esperanza, como un Dante frente a las puertas del infierno. Solamente desde la
revolución de las conciencias se podrá retornar al ser humano su deteriorada
dignidad.
Y estas reflexiones nos conducen a una
última: la dureza de la política. No es que no haya gestos a favor de la gente
más necesitada, es que ni tan solo hay palabras de consuelo. ¿Dónde está la
compasión de este Gobierno, sus palabras de aliento y sus gestos personales,
individuales y colectivos de ayuda? ¿Por qué se aplauden y se abrazan unos
ministros a otros cuando han votado los recortes más drásticos de la
democracia? ¿De qué ríen? ¿Por qué incluso, sonríen?
El campo de la política se ha
endurecido y acorazado. Los que gobiernan podrían pensar: "Ya que no
podemos hacer nada para evitar la tragedia, estemos al menos al lado de los más
débiles". Pues no. Parece que su consigna es, aprovechando este Pisuerga,
hundamos incluso a los más débiles (desplumémoslos de su dignidad o de su
tarjeta sanitaria, tanto da).
Escándalo. Hemos de recuperar la
vocación profética del escándalo. Escándalo por lo que ocurre en España, pero
también por lo que pasa en otros países. En Europa estamos jugando con fuego.
España, sin compasión. Alemania extremada, donde un médico está obligado a
denunciar el inmigrante irregular (qué poco ha aprendido la canciller Merkel de
su padre, un pastor protestante). Francia dando pie irresponsablemente a la
extrema derecha, para no hablar de una Noruega que da miedo.
Puede ser que no tengamos dinero, pero
es que nos hemos quedado incluso sin corazón.
Parte del artículo publicado en La Vanguardia 26.05.12
Josep Vicent Boira
Universitat de València
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