11/10/11

Buscad la verdad y la verdad os hará libres (IV)


LAS LEYES
“Las sociedades secretas y su poder en el siglo XX”

1. La Ley de la Causalidad
Seguramente habéis oído hablar de esa ley contenida en las narraciones espirituales de todas las religiones de la Tierra: la ley de causa y efecto. O conocéis el proverbio que dice "recogemos lo que sembramos". O, los materialistas y los ateos, el de que "quién siembra vientos recoge tempestades". Si sembramos destrucción, recogeremos cólera y odio. Si sembramos trigo, recogeremos trigo al 100% y no cebada. El cuidado y la atención prestada para con la siembra se demuestra en la calidad de la cosecha, sea cual sea la semilla. Volvamos a la parte más importante a mi parecer, de nuestro asunto.

Es de capital importancia saber que el cosmos, así como nuestro inconsciente sano, están absolutamente libres de prejuicios (nada es bueno o malo, positivo o negativo, bello o feo, de valor o sin valor...). Esas designaciones sólo son válidas para nosotros mismos. Lo que es bello o positivo para algunos no lo es obligatoriamente para otros. En nuestra sociedad, muchos piensan, aunque no lo digan, que los agricultores pertenecen a uno de los niveles más bajos de la escala social. ¿Nos hemos detenido a pensar de dónde lograríamos nuestra subsistencia, si en nuestra Tierra existiesen sólo los burócratas y ningún campesino?

El conductor del Ferrari, que mira por encima del hombro a los trabajadores de las fábricas no piensa tampoco que son justamente ellos quiénes fabrican los Ferrari y que gracias a ellos otros los conducen. Y en cuanto al trabajo de limpieza, ¡hay tantas mujeres que no quieren rebajarse a hacer en sus casas ese trabajo desagradable, y descargan todo sobre “la criada”! ¿En qué estado estarían nuestras casas, si nadie asumiese un mínimo de limpieza? ¿Quién puede decir que aquello a lo que alguien se entrega no constituye el disgusto de otro? Una planta puede ser considerada como un medicamento por el homeópata y el herbolario, o una hierba dañina por el jardinero, que trata de arrancarla. Para muchos de nosotros las arañas son “horribles”, las aplastamos. Luego nos quejamos porque las moscas nos molestan... ¡Naturalmente! ya no quedan atrapadas en las telarañas porque las arañas no están allí para tejerlas.

Está claro que la apreciación de bueno o malo, de precioso o sin valor es pues, a bien decir, injustificable. Como mucho es la expresión de nuestra subjetividad. Esto se hace más evidente cuando pensamos en la energía. La energía no tiene cualificación. Depende de nosotros que se vuelva positiva o negativa, es decir, que la utilicemos para fines constructivos o destructivos. Esto significa que logramos lo que anhelamos, lo que es legítimo. La creación nos dio el libre albedrío para que podamos experimentar la vida en toda su plenitud. La vida no nos ordena experimentar solamente lo agradable y bello. Somos absolutamente libres para experimentar lo que deseamos. Queda por probar que continuemos deseando lo que deseamos una vez lo hemos logrado... Por lo menos tenemos libre elección. (Merlin: “Piensa bien en aquello que pides, porque puede serte concedido”.

Un ejemplo: tenéis cierto pensamiento, y cuanto más lo mantenéis en la cabeza, más lo reforzáis. De ello resultará una consecuencia: sea cual sea ese pensamiento, un día se hará realidad en vuestra vida. Me explicaré: sentís miedo de, por ejemplo, ser atacado un día o de que os detenga la policía cuando estéis un poco bebido. O despertáis una mañana pensando en un proyecto y os decís: “¡está claro que esto nunca va a funcionar!” La energía generada por ese pensamiento es una orden tanto para vuestro inconsciente como para el cosmos, y será puesta en ejecución al 100%. Podemos comparar el cosmos con un gran ordenador que funciona según leyes perfectas. Vosotros lo programáis con vuestros pensamientos y él imprimirá lo que está programado. Vuestro inconsciente no sabe lo que es el miedo, no hace diferencia entre positivo o negativo. Le dáis una energía, una orden, y trabajará con aquello. Recibiréis pues aquello que teméis. Vuestro proyecto fracasará. Asimismo, si emitís durante un tiempo y con mucha intensidad un pensamiento de violencia, seréis violentados. Si después de un golpe decís: “¡Vaya, sabía que esto acabaría mal!” tenéis razón. Vosotros lo sabíais, o más exactamente, ¡erais el único en saberlo! Según el dictado: "a cada uno le va según su creencia", vosotros sois los autores de vuestros pensamientos y sentimientos, y sois vosotros quiénes les dais vida. Aquello que pensáis y sentís depende, por tanto, únicamente de vosotros y se manifestará más tarde o temprano en vuestra vida.

2. La Ley de Analogía (Lo que está abajo es igual a lo que está arriba)
Hermes Trismegisto es el nombre griego del Dios egipcio Toth, que redactó los “escritos herméticos” que contienen una doctrina gnóstica del nacimiento del mundo y de la Redención. Durante un tiempo fue considerado como el mayor mago que podía permitir que otros alcanzasen el acceso a los tesoros y a los receptáculos (de dónde proviene la expresión de cerradura hermética). Enseñaba la ley hermética “lo que está abajo es igual a lo que está arriba; y lo que está arriba es como lo que está abajo, para realizar las maravillas de una única cosa”. Algunos conocen la sentencia: “En la tierra como en el Cielo”. Las mismas leyes que rigen el macrocosmo rigen el microcosmo.

Un ejemplo: el elemento más pequeño que conocemos en la materia física es el átomo. El átomo se compone principalmente de protones, neutrones y electrones. Protones y neutrones forman juntos el núcleo del átomo. Es la velocidad increíblemente rápida de los electrones alrededor del núcleo lo que crea la envoltura. El todo es mantenido por una fuerza electromagnética. Lo que diferencia a los átomos entre sí es el número de electrones y de protones. Existen 105 elementos fundamentales y cada de ellos existe sólo porque presenta un número diferente de electrones y de protones.

Tomemos el núcleo de un átomo en una molécula de agua, y ampliémoslo al tamaño de una canica; su único electrón estará entonces a una distancia del núcleo de más o menos 400 M. Esto demuestra que el átomo está constituido casi solamente por el vacío y que la materia en sí es muy poco densa. Todas las proporciones mantenidas, las distancias entre las pequeñas partículas sólidas, corresponden a la distancia que mantienen entre sí los planetas en nuestro sistema solar. Una fotografía del núcleo del átomo (que mide un picometro) corresponde a la fotografía de la tierra tomada a 1 millón de kilómetros y de la Vía Láctea tomada a 10 millones de años luz. El campo magnético humano girando sobre sí mismo tiene exactamente el aspecto de nuestra Galaxia girando sobre sí misma.

Como el lector puede verificar, todo está construido según un esquema perfecto que no tiene por qué ser forzosamente reconocible a primera vista, pero que se vuelve evidente si lo observamos más de cerca. Al igual que el micro y el macrocosmos, la propia vida está sometida a leyes perfectas. Encontramos esas leyes por todas partes: en nuestro sistema solar, en las células de la sangre, en la electricidad y en el magnetismo. Y como la materia es mantenida y determinada por fuerzas electromagnéticas, nosotros, los seres humanos, que también somos materia, estamos sometidos a esas mismas leyes, como por ejemplo, las de atracción y de repulsión.

En Schicksal als Chance (El destino como azar) de Thorwald Dethlefsen, podemos leer: "La ley de la analogía (“lo que está abajo es igual a lo que está arriba”) sólo tiene fundamento si estamos dispuestos a reconocer el Universo como un cosmos. Estas son las leyes que determinan un cosmos, no existe lugar para las casualidades. Las casualidades, como evento impredecible y no conforme a la ley, transformarían todo el cosmos en un caos.

Cuando construimos una computadora, ésta representa en sí un pequeño cosmos. Está construida según leyes, y su funcionamiento depende de la aplicación de esas leyes. Si voluntariamente soldamos en sus conexiones algunos transistores, condensadores o resistencias que no formen parte del esquema de conexión concebido según una ley necesaria, esos elementos representativos de la “casualidad” transformarían todo ese cosmos en un caos, y la computadora no funcionaría como es debido. Lo mismo ocurre con nuestro mundo. Dejaría de existir al primer acontecimiento que surgiese "por casualidad".

Por ejemplo: cuando dejamos caer una piedra desde una cierta altura, nunca cae "por casualidad" hacia abajo, sino siguiendo una ley. Igualmente, si en su caída, choca sobre la cabeza del Sr. X, tampoco es "por casualidad", sino obedeciendo una ley. Nada es debido a la casualidad, ni el hecho de que el Sr. X haya sido golpeado por esa piedra, ni el momento en el que eso aconteció. ¿No os sorprende que una estrella nunca se salga “por casualidad” de su órbita?, ¿que una célula sanguínea no vaya “por casualidad” a contracorriente en la circulación sanguínea? ¿que una flor de verano nunca florezca, "por casualidad", en invierno?. ¿Oísteis hablar de que algún electrón se haya salido "por casualidad" de la órbita que describe alrededor del núcleo del átomo?

Toda la materia está compuesta de 105 elementos fundamentales formados, también ellos, de neutrones, protones y electrones cuyos movimientos son absolutamente perfectos y rítmicos. Así que ¿cómo es que sólo el ser humano está expuesto a las “casualidades”, mientras que toda la vida en nosotros y a nuestro alrededor está sometida a un ritmo regular? ¡Lo casual no existe! Para cada acontecimiento existe una ley. Ciertamente, no siempre reconocemos esa ley a primera vista. Pero eso no nos autoriza a negar su existencia. Las piedras caían mucho antes de que conociéramos la ley de la gravedad. El ser humano es copia fiel del Universo macrocósmico. Por eso, está escrito en el alto del oráculo de Delfos: "Hombre, conócete a ti mismo, ¡entonces conocerás Dios!"

3. La Ley de Resonancia
El ser humano está sometido a la ley de resonancia, así como un diapasón o un radio receptor. Un receptor regulado para captar ondas cortas no puede recibir ondas medias ni largas. Con el ser humano sucede lo mismo. Una persona agresiva o llena de rencor no es receptiva al amor. De todos los aspectos de la realidad, cada uno puede sólo percibir aquéllos con los que está en resonancia: Cada uno ve sólo lo que quiere ver. Un ejemplo: estáis leyendo un libro. Si volvéis a leerlo cinco años después descubriréis en él otras cosas. ¿Por qué? ¡Porque evolucionasteis! Vuestro horizonte, vuestra manera de ver, cambiaron. Ahora tenéis una perspectiva diferente.

Los seres humanos también sienten la aspiración de ser como las personas que les son semejantes. Lo semejante atrae a lo semejante. Y verificáis que si estáis de malhumor o contrariados, vuestro ambiente os servirá de pretexto para enervaros. Tomemos a alguien que constantemente se queja de todo. Siempre encontrará motivo para ser contrariado. Al contrario, la vida une siempre a las personas amables con todos aquellos que viven felices y hallan a las otras personas interesantes y bellas. Un ejemplo: un ser humano que encuentra siempre motivo de exigencia, exclamando: "Aquél de allá es un idiota, éste de aquí es un fracasado" Y se disgusta por todo y lo ve todo negro; lo demuestra con un mirar maligno y una mueca en su boca. Nadie dirá de él que es amable o que tiene corazón. No es agradable estar en su compañía, las personas recién llegadas y sensibles le esquivarán. Por su parte, él encontrará personas que piensan como él, que lo reforzarán en sus convicciones. Lo semejante atrae a lo semejante.

Al contrario, una persona dedicada que sabe ser agradable dondequiera que esté, crea una buena atmósfera allá donde se encuentra. Además sabe sonreír y compartir lo que posee. Tendrá a su alrededor personas alegres, recibirá regalos y frecuentemente será invitada porque sabe dar. Lo semejante atrae a lo semejante. Esa frase no comporta ningún juicio de valor. No es ni bueno ni malo. Tanto el que se
queja como el jovial reciben de vuelta lo que ellos dan. Esto puede conducirlos muy lejos, y cada cual por un camino diferente. La situación del quejoso, preso en un círculo infernal, va a desmejorar. Para el jovial, por el contrario, todo irá mejor, y continuará expandiéndose. La bondad que impregna su ser y que no es fingida, atraerá seres que se asemejan a él, que le prestarán testimonio de esa bondad que sabe
impartir. Y si sucede que un día pierde la sonrisa, sus amigos suavizarán su dolor y le comunicarán un poco de la alegría que siempre recibieron de él.

En cuanto al exigente, su futuro no se presenta con buenos auspicios. Se esfuerza en convertir a su esposa o a su patrón en responsables de la difícil vida que lleva, no ve que la causa de su problema es de él y no de los otros. Nadie le obliga a conservar un mal empleo. Afortunadamente a época de la esclavitud terminó. Nadie le obliga a quedarse con su esposa, a discutir con ella, a vivir un infierno. Entre los seis mil millones de seres humanos sobre nuestra Tierra, existen otras oportunidades, y él podría conquistar una que lo hiciera feliz. Pero si quiere vivir en buen entendimiento con ella, es preciso que comprenda la causa de su problema para que pueda actuar de acuerdo con esa comprensión. Desde el momento en que él cambie interiormente, todo cuanto le rodea se modificará rápidamente: Todo lo que nos rodea nos devuelve nuestro propio reflejo.

Los que se nos acercan nos ofrecen siempre aquello que irradiamos. Si miento, también me mentirán. Si tengo miedo, seré confrontado a mis miedos. Si soy camorrista, constantemente estaré envuelto en peleas. Si soy todo amor, atraeré amor. Si vivo en alegría, encontraré siempre motivo para alegrarme.
Si modifico mi modo de ver, lo que me rodea también regresará a mí, como un reflejo en un espejo. Sed conscientes de que ver diariamente películas de violencia o de horror o las noticias en televisión influye fuertemente sobre nuestra vida. Durante milenios, la violencia de nuestros actos y la fuerza destructora de nuestros pensamientos liberaron enormes energías que continuamos alimentando, y que también son atraídas por las sugerencias negativas que forman parte de nosotros. No son los grandes actos políticos, sino las pequeñas faltas de amor en la vida diaria las que son importantes.

De la calidad de nuestras lecturas, de nuestras palabras, de nuestros actos depende la calidad de nuestra vida, lo que generamos, pues la ley de resonancia funciona de forma incontestable. Es a eso a lo que Umberto Eco hace alusión en el fragmento de su libro que cité en la introducción: "Si creo en Satán, estoy en contacto con esa energía que se vuelve importante para mí y me encontraré reforzado en mi sistema de creencias. Si no doy le importancia, esa energía no ejercerá ninguna acción sobre mí y no podrá influenciarme".

La energía obedece sólo a la ley de resonancia. A cada uno según su fe. Es aquí donde podemos aplicar la antología: Por fuera como por dentro. El cuerpo es el reflejo del alma. Si la desarmonía reina en lo más íntimo de mí, entonces también será visible en mi cuerpo. Si estoy irritado, mi cuerpo se resentirá y me lo mostrará a través de la enfermedad. Si estoy fuera de mi eje, se verá exteriormente, si estoy desanimado,
eso se reconocerá en mi apretón de manos, etc.

Todos los seres humanos tienen la costumbre de culpar al mundo exterior de todo lo que pasa y que no debía acontecer, es decir, de todo lo que no les conviene. Encontramos ahí a toda clase de culpables, desde los miembros de la familia hasta el gobierno, y en las circunstancias actuales, la sociedad, incluso los Illuminati y Satán, a quiénes acusamos de todos los males, pues les responsabilizamos de nuestro destino. Algunos escogen incluso acusar a Dios. Este apartado de culpables deja de ser posible en el momento en que creemos en las leyes cósmicas y espirituales que acabamos de estudiar. Esas leyes prueban que todo lo que existe, y la forma como existe es la manifestación de las causas que el propio ser humano provocó. Poco importa si se dice respecto a un estado exterior o interior, una enfermedad, un accidente o a la situación de nuestra Tierra con sus habitantes. Somos la causa y tenemos que responder por ello.

Muchas personas exclamarán: ¿Pero yo qué tengo que ver con esto? ¡Vivo en este planeta desde hace sólo 30 años! También se pueden hacer otras preguntas: ¿Por qué fui maltratado o violado cuándo era niño? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué? Una parte de la respuesta está contenida en la pregunta. Vosotros lo merecisteis. Fuisteis vosotros quiénes habéis contribuido a lo que llamáis una jugarreta del destino, es decir, quiénes provocasteis un día la causa que ahora no recordáis. Esa causa puede ubicarse en la primera infancia, en la fase prenatal o en una vida anterior. No es porque no las recordéis que no hayáis tenido otras vidas. La tierra era ya redonda mucho antes que pudiéramos demostrarlo. La dificultad reside en el hecho de que la mayor parte de los seres humanos no recuerda sus vidas anteriores, en las cuales realizaron actos cuyos efectos se manifiestan en el presente. La ignorancia no nos coloca al abrigo de las consecuencias de nuestros actos pasados. Ha llegado el momento de que nos demos cuenta de eso.

4. La Ley de la Reencarnación
Los cristianos entre vosotros diréis que la doctrina de la reencarnación no existe en las enseñanzas de la Iglesia. Tienen razón, hoy en día la doctrina de la reencarnación ya no está contenida en la Biblia. ¡Os diré el por qué! En el año de 553 D.C. el emperador romano Justiniano (observad que no fueron las eminencias eclesiásticas) convocó el segundo sínodo de Constantinopla, donde se redactó un editorial que suprimía la doctrina de la reencarnación, a pesar de que Jesús atribuyera a esa doctrina una gran importancia. Como consecuencia de ese decreto desapareció de la Biblia toda mención a una preexistencia, aparte de algunas indicaciones apenas reconocibles. Fue ahí cuando privaron a los primeros cristianos del fundamento más importante de la religión. Como compensación, el clero enseñó la resurrección “de la carne el último día”. ¡Menudo cambio!

Pido a los cristianos fieles a la Biblia que se esfuercen y verifiquen por sí mismos lo que he escrito a propósito del Concilio de Constantinopla. Si profundizáis en ese asunto, y os esforzáis en examinar también el Concilio de Nicea del 375 D.C. la verdad quizá sea dura de oír, pero ahí encontraréis las pruebas de que el Nuevo Testamento fue modificado de forma drástica tanto en su concepción como en relación a la enseñanza original de Jesús.

Consideremos más de cerca el asunto de la reencarnación. Al inicio de este capítulo ya verificamos que vivimos en la materia, la cual, por sí misma, está sometida a la ley de la polaridad, y que el ritmo y la oscilación, que son la base de toda vida, nacen del cambio constante entre los dos polos. Los “Sabios de Kybalion” sabían ya que nada está “en reposo”, que todo está en movimiento, que todo es vibración, lo que la Física moderna confirma. Encontramos este ritmo en todas partes: en el inspirar que precede inevitablemente al expirar, en la vigilia que es seguida por el sueño, en el invierno que es seguido por el
verano, y en el alba que es seguida por la puesta del sol...

En la electricidad y el magnetismo encontramos dos polos, en los humanos, dos energías femenina y masculina. Así también, la muerte se convierte en vida, y la vida, en muerte. Como podéis ver ese ritmo está presente por todas partes en la vida, aunque algunos que confían sólo en la religión y otros que solo creen en la ciencia rechacen el hecho de que esas leyes puedan aplicarse en la vida. ¿Veis en esto la
contradicción? Dethlefsen lo explica así: "Desde siempre se ha denominado a este cambio rítmico del alma a través de la vida y de la muerte, transmigración del alma o reencarnación. Platón y Göethe lo sabían. Digo que ellos lo “sabían”, no que ellos “lo creían”, pues se trata de un conocimiento, no de una creencia.

Se es libre de creer o no creer, pero que se comprenda que la hipótesis “sin” reencarnación roza lo absurdo, pues solamente la doctrina de la reencarnación está en armonía con todas las leyes del Universo. Existen muchas personas que recuerdan sus vidas anteriores, por lo menos, en parte. ¿Sois quizá alguna de esas personas? ¿Os habéis encontrado nunca en un lugar que reconocéis, sin haber estado allí anteriormente? Tal experiencia se relaciona con el “saber”; vosotros lo sabéis y no tenéis, pues, ninguna necesidad de “creer”.
La vida en la materia está sometida a la polaridad. La propia vida ésta dividida en dos mundos, el de este lado y el del más allá. Morimos a este mundo y nacemos en el otro, que también experimentamos como real. Morimos en el más allá para renacer en este mundo. Que aquél que pueda desconectarse de la subjetividad de las apariencias comprenda que nacimiento y muerte, este mundo y el otro, no son más que los dos lados de la misma moneda.

Ocurre lo mismo con el sueño, cuando el cuerpo del alma abandona el cuerpo físico. En aquello que denominamos un sueño, experimentamos una realidad totalmente diferente que también tiene sus dolores, tristezas, miedos, alegrías... Muchos recuerdan con precisión sus sueños, en tanto que otros afirman que nunca sueñan. El recuerdo está ausente, aunque ellos soñaron, cosa que en nuestros días se puede probar técnicamente. Nos alegramos al despertarnos, pero también nos gusta dormir, pues sabemos que después de un buen sueño, estaremos revigorizados y dispuestos. No se puede decir que estar despierto o dormido sea positivo o negativo. No depende de ningún sistema de valores.

Trasladando esto en relación a la muerte, significa que todo miedo de la muerte es superfluo, pues sucede lo mismo que en el sueño. Solamente el lapso de tiempo es más importante para que podamos concebirlo. La muerte es, pues, el punto culminante de la vida, podemos reposar después de la muerte, antes de precipitarnos en otra “aventura de una vida con un cuerpo”. Si no tenéis ningún recuerdo, preguntad a una persona que haya experimentado una  “experiencia de muerte clínica”, y dejad que hable de su forma de considerar la muerte. Verificaréis que más del 90% de las personas tuvieron una experiencia positiva (agradable) que desvaneció todo su miedo, pues esa experiencia personal les dio la posibilidad de saber.

El desarrollo de nuestra alma es un largo proceso de aprendizaje y de realización para el cual serán necesarios muchos, incluso innumerables cuerpos. Nuestro verdadero yo no es el cuerpo físico, es nuestra alma, denominada cuerpo energético o cuerpo de luz, que posee todos los recuerdos y es imperecedero. Este es el cuerpo energético (aura) que el clarividente ve, y de dónde obtiene sus informaciones. Ese proceso de aprendizaje tiene como objetivo que experimentemos la vida en su totalidad; es un camino largo, plagado de errores y rectificaciones. Las encarnaciones son comparables a las clases de una escuela, cada una con sus problemas, sus tests, sus dificultades, sus éxitos.

A la época de estudios le sucede una época de vacaciones, cuando se debe a veces rellenar las lagunas y los conocimientos apenas asimilados, antes de pasar a la clase superior. Lo que aprendemos determinará la clase en la cual nos encontraremos. Si no aprendimos nada, deberemos repetir. Si hemos asimilado las lecciones, pasaremos a la clase superior, donde nos aguardan nuevos retos más difíciles. La vida tiene una paciencia infinita con nosotros ¡contrariamente a la escuela! Las almas tienen siempre sin cesar la posibilidad de aprender lo que aún no saben.

En respuesta a la cuestión mencionada arriba sobre el por qué de lo que nos sucede (¿por qué soy lisiado?, ¿por qué me robaron?), Dethlefsen contesta: "Vivir es aprender, independientemente del hecho de que lo aceptemos o no. La vida, según la ley que conocemos, vigila con absoluta justicia para que cada uno aprenda exactamente lo que está más o menos preparado para aceptar, o aquello a lo que se resiste con fuerza”. "Tendría a veces motivos para dudar sobre el sentido de la vida si no tuviese como base la reencarnación. Es evidente que los seres humanos no participan de las mismas ventajas en la vida. No es culpa de la sociedad. Incluso si lo analizamos desde un punto de vista religioso o ateo, es difícil de explicar a cualquiera, sin hablarle de la reencarnación, por qué precisamente alguien -en el mejor de los mundos- nació sordo, paralítico, deficiente o débil. Decir que “los caminos de Dios son inexpugnables” no ayuda a nadie a encontrarle sentido a la vida. Y el ser humano no puede vivir su vida sin darle sentido, sino será insoportable. "Encontrar un sentido a la vida es una necesidad fundamental. Solamente cuando el ser humano está preparado para aceptar que ésta no es la única vida, y reconocer que es un eslabón de una antigua corriente, es cuando aprende a alcanzar el sentido y la justicia del “destino”. De hecho, el destino de una vida es el resultado del proceso de aprendizaje de todo lo que se experimentó hasta entonces".

5. La Ley de Compensación
Para volver todo esto aún más comprensible, introducimos dos nuevos conceptos: los del karma y del dharma. La ley del karma es la ley de compensación que vela para que el ser humano se enfrente con su problema mientras no lo resuelva. Ahí, cada pensamiento, cada sentimiento o cada acción son inmortales y regresan a nosotros tal cual un boomerang. El karma exige del ser humano que asuma la entera responsabilidad de su destino. Es evidente que en nuestra época la mayoría lo rechaza,. El rechazo de la reencarnación es muy comprensible; los Illuminati, entre otros, instauraron y expandieron con mucha ostentación teorías que parecen perfectas, que se apoyan en la ciencia y en las religiones occidentales pero que privan al ser humano de su propia responsabilidad y culpabilizan a la sociedad, a los agentes patógenos, a la influencia de Satán o a la mal llamada casualidad. En la ley de compensación, se recibe de retorno lo que se generó. Quién utilizó la violencia la recibirá de vuelta, ya sea en la misma vida o en otra siguiente. Un Hitler, un Stalin o un Gengis Khan agotarán su karma como todos y cualquier otro ser
humano de este planeta.

El budismo al contrario, designa el dharma como siendo todas las experiencias constructivas acumuladas en numerosas vidas anteriores que equilibran el karma. El dharma son las facultades, los talentos con que nacemos para asumir en nuestra vida. El dharma es siempre un poco más importante que el karma, para permitirnos que acabemos con nuestras deudas kármicas. Un suicidio es por tanto una huida de la tarea que escogimos realizar antes de reencarnar en esta vida. Encontraremos esa misma tarea en otra vida. Nadie escapa de ese proceso. Cada uno debe asumir las consecuencias de sus actos, ni más, ni menos.

Aquél que ve el aura (el cuerpo luminoso que envuelve el cuerpo físico) puede ver el karma y el dharma. No ve necesariamente el porvenir sino la vivencia actual de la persona, los actos que cometió, y puede predecirle las consecuencias que sufrirá si no modifica nada. El destino es modificable. Absolutamente. La relación entre karma y dharma se modifica si realizamos actos que caminan en sentido constructivo, con más amor. Imaginemos a un ser humano trabajando en un campo de concentración en una vida anterior, donde, por ideología, mató deficientes. Ese acto va a condicionar su karma. Supongamos que esa alma habite un nuevo cuerpo en otro país, en una época diferente. Un día, consulta a un clarividente: éste ve los actos que cometió en su última vida y le predice, pues, un destino pesado, quizá hasta en una silla de ruedas. Es lo que puede acontecer si continua viviendo como antes. Pero he aquí que conscientemente decide pagar lo que él cometió y acepta trabajar en un hogar de deficientes. Esa decisión de pasar su vida haciendo el bien con un amor desinteresado le ayudará a sí mismo y ayudará evidentemente a los deficientes. Su destino será modificado por sus nuevas decisiones.

Según la ley de la reencarnación, renacemos en múltiples cuerpos que son, cada vez, perfectamente adaptados para permitirnos sobrepasar las pruebas específicas que constituyen nuestra misión. Algunas veces encarnamos como negros, otras como judíos, cristianos, satanistas, en familias ricas o pobres, en un cuerpo de mujer, de hombre o de homosexual, a veces incluso como asesinos o como víctimas, etc. a fin de vivir todas las experiencias que la vida ofrece. No tiene sentido juzgar alguien por el color de la piel, por su creencia o su origen pues cada uno de nosotros pasó o pasará, al menos una vez, por todas estas diferentes experiencias.

Por la doctrina de la reencarnación podéis ver que juzgar, odiar a su próximo o provocar guerras es absolutamente fútil. Si fui capataz de esclavos en una vida, un día deberé aceptar tener un papel de esclavo para comprender lo que sentían mis esclavos cuando les azotaba con mi látigo. La ley de la reencarnación es absolutamente equitativa, es el único principio de una lógica y de una justicia perfectas. Un boomerang vuelve con la misma fuerza con la cual fue lanzado. Si me pongo a gritar en un bosque, oiré el eco de mi grito que volverá a mí exactamente con la misma intensidad. Si fui avaricioso, viviendo a costa de los demás y guardando egoístamente lo mío, tendré entonces la experiencia de una vida en la cual me faltará dinero. Si robé a los hombres sus mujeres, sabré más tarde lo que cuesta ser engañado.

Todas las ocasiones nos serán dadas para vivir con la misma intensidad lo que infligimos a los otros.
Por todas partes en la naturaleza encontramos esta ley de compensación: en Física, en Química, a nuestro alrededor, en nuestro cuerpo. Si, por ejemplo, hago que mi cuerpo absorba toxinas (por las drogas, el alcohol o el humo) reaccionará en consecuencia. Y solamente yo soy el responsable de lo que le hice ingerir. Si tuviese como meta llevar una vida constructiva, reconociendo que el amor y la bondad son leyes superiores, tendré mi pago en retorno. Es la razón por la cual se ha dicho que se reconoce al ser humano por sus frutos.

Examinad ahora vuestro propio sistema de creencias. Vuestras creencias, vuestro sentimiento y vuestra realidad ¿reposan sobre una experiencia personal, o sólo reproducís la opinión de los demás o el espíritu de la época? ¿Nunca tuvisteis una experiencia personal decisiva, una visión? ¿Nunca oísteis voces, o soñasteis con algo que iba a aconteceros en el futuro, o con algo que pasó en vuestro pasado? ¿Nunca tuvisteis una experiencia de muerte clínica?, ¿Un viaje astral? ¿Jamás tuvisteis una premonición, vivido una cura espontánea; una comunicación telepática?; ¿Nunca visteis, cuando erais niños, seres elementales? (evidentemente sin el auxilio de drogas o de otros medios) Si decís que sí, entonces tendréis una buena razón para considerar lo que está aconteciendo.

La mayor parte de los seres humanos no tienen ninguna experiencia personal, pero no se preocupan en verificar si aquello en lo que creen es exacto y si es bueno que mantengan sus creencias. La frase “nunca es tarde” se aplica bien a estas personas. Poned a prueba vuestras creencias. ¿Estáis seguros de que os ayudan? Si lográis confirmación de vuestro sistema de creencias, os felicito, porque a partir de este momento poseéis un saber y no una creencia. Si por el contrario chocáis con contradicciones, sabréis más cosas, concretamente aquello que no queréis volver a vivir. Esto os permitirá abriros a nuevas ideas. Poco importa de qué manera procedáis, actuaréis en consecuencia. Lo peor es no hacer nada. Si se ha despertado vuestro interés por vidas anteriores, la bibliografía menciona algunos buenos libros de introducción a ese respecto. Existen diferentes métodos que hacen revivir recuerdos pasados, pero la prudencia es obligatoria. La hipnosis está desaconsejada, es una intrusión forzada en la vida. Es preferible hacer una regresión a una vida anterior estando totalmente consciente. También es necesario tener clara vuestra motivación. ¿Se trata de pura curiosidad? ¿O tenéis una buena razón para investigar vuestro pasado? Es necesario no forzar nada.

Para la mayoría de nosotros, es preferible no conocer nuestro pasado, porque podría crear bloqueos e impedirnos tomar ciertas decisiones. La naturaleza hace bien las cosas, creando precisamente ese “mecanismo de olvido”. Si recordásemos nuestros cientos a veces miles de vidas y sus correspondientes muertes, quizá tendríamos dificultades para vivir conscientemente esta vida y alcanzar en ella todas las oportunidades de evolucionar. Si debido a que padecéis una deficiencia o una enfermedad grave, deseáis conocer el origen de eso (o si tenéis otro motivo que para vosotros es de mucho valor para hacer esa experiencia), tendréis la posibilidad de hacer una regresión, consciente o, lo que es preferible, podéis pedir con mucha fe una respuesta: “pedid y recibiréis”. Si ha de ser bueno para vosotros, tendréis una respuesta. Pedid lo que sea mejor para vosotros y veréis qué pasa. Eso corresponde a lo que los cristianos dicen: “Hágase tu voluntad”.

Ciertamente para muchas personas es preferible que no conozcan el origen de sus males. Podrían perturbarse, lo que volvería su vida aún más difícil, pues no todos los seres humanos son forzosamente capaces de comprender la verdad pura. Pero puede ser que un clarividente se cruce en vuestro camino y os cuente espontánea y naturalmente lo que ve. Ese método se ha probado millones de veces y no
es peligroso. Si algún día debéis recordar alguna de vuestras vidas, como ha sido el caso para mí y para algunas otras personas, alcanzaréis el hilo conductor que os liga, sabréis por qué escogisteis vivir sobre este planeta en este siglo, en esta familia, en esas circunstancias, con ese cuerpo y con tal nombre.

Os decimos pues. ¡No importa conocer vuestras vidas! Vivamos en amor, verdad y justicia cada instante de nuestra vida. Es lo mejor que podemos hacer para compensar el mal que hayamos podido causar. Si una persona ya tiene purgado un gran parte de su karma y vive positivamente, que se concentre para no dejarse llevar en otra dirección. Al utilizar al máximo las virtudes que posee, acelerará el proceso que la liberará de la “rueda del renacimiento”.

Como podéis ver, no siempre es importante conocer el propio pasado. Cualquiera que éste sea, lo que es decisivo es el presente. Lo que hoy en día nos hace evolucionar es la aplicación de esa ley superior bien conocida del amor desinteresado, de vivir en verdad, de ser un ser humano justo, manteniendo un equilibrio entre la razón y la afectividad. Algunos van a sentirse desorientados al preguntarse cómo pueden hacerlo. Un saber ancestral trae una respuesta perfectamente adecuada, la regla de oro: ¡No hagas a los otros lo qué no quieres que te hagan!

¿Deseáis que os mientan, que os roben o que os insulten? ¿No? Entonces no actuéis así con vuestro semejante. ¡Cuántas pequeñas patrañas pronunciamos diariamente! Seamos honestos, ¡reconozcamos la verdad! Dicho de otra forma, si os alegráis cuando os dan un regalo, cuando os vienen a visitar, comenzad por actuar de la misma forma con los demás y veréis que vuestra vida se modificará poco a poco. Si no tenéis valor al principio, visualizaos a vosotros mismos en el camino de realizar esos actos. Muchas cosas se modificarán en vuestra vida. ¡La visualización creativa puede seros de gran auxilio!
Es posible vivir en amor. El amor desinteresado no tiene prejuicios, no está sujeto a una organización, a una Iglesia o a una raza. Está al alcance de todos, y, por encima de todo, es gratuito. Desde luego, al principio no es fácil, soy consciente de eso. Pero la mayoría puede manifestar ese amor desinteresado al menos algunos minutos por día al principio. Sabéis bien que “el aprendiz se vuelve maestro”. No se puede medir el amor con instrumentos. No es demostrable, aunque no es menos real. Sería absurdo afirmar que el amor no existe porque no podemos verificarlo. Aquél que conoce el amor, sabe que existe y no tiene necesidad de verificar. Lo mismo ocurre con la reencarnación. Sería absurdo negarla: cientos de millares de seres humanos en este mundo tuvieron una experiencia cercana a la muerte, recuerdos espontáneos, que para ellos son igualmente pruebas irrefutables. Es muy probable que algún día lleguemos a demostrar científicamente que la reencarnación existe, pero eso no querría decir que no existiera desde el principio.
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