YA ESTÁN AQUÍ
LAS CIUDADES DE
QUINCE MINUTOS Y LAS “SMART CITIES”
La pendiente resbaladiza nos lleva hacia un control total. Un parlamentario europeo decía en 2022 que estábamos siendo sometidos a un proceso de “chinización”, aserto que nos pareció muy acertado; y no por estar invadidos de bazares chinos, sino por la paranoia comunista del país amarillo, de controlar a los ciudadanos en todos los ámbitos de la vida.
Es de sobra sabido que, en estos regímenes totalitarios y que tanto seducen a progres y wokistas, que viene a ser lo mismo, la ciudadanía vive para obedecer y acatar las múltiples normativas para cumplir con el perfil de buen ciudadano. Esto queda registrado en un carné obligatorio, donde figuran los gustos y aficiones particulares, pero también cada movimiento que el usuario hace con su dinero. ¡Comprar un perfume u opinar contra el sistema de gobierno puede restar puntos!
Pero esto no llegará aquí, pensarán algunos. Sentimos
decirles que, más pronto que tarde, estos paquetes de normas liberticidas que
nadie quiere y nadie ha pedido ni votado, las impondrán ante nuestra pasividad.
Sí, pasividad de la mayoría, y truhanería de una minoría de gente corriente que
se está beneficiando económica y socialmente por ser cómplices de los malvados
que rediseñan un planeta verde, frondoso, abundante y bello, con demasiada vida
para los intereses globalistas tendentes a lo estéril, a lo artificial, a lo
inerte, a lo feo. Son los nuevos conquistadores del mundo, pero sin barcos ni
banderas, sin héroes ni buenas intenciones, sino en clave perversa, al servicio
de la destrucción. Lo más abyecto de todo esto es que el ser humano es la
guinda de su plan maquiavélico.
Cuando hace tiempo alertábamos sobre las nuevas iniciativas de control de la
ciudadanía, léase las “ciudades de 15 minutos” y las “smart cities”, en las que
cada movimiento sería controlado al segundo por la inteligencia artificial,
muchos creían que eran exageraciones; igual que otros objetivos de los que
venimos advirtiendo desde hace tiempo. Hablé de ello por última vez hace un
año, a propósito de la riada de Valencia, catástrofe provocada bajo el disfraz
de la gota fría; atentado terrorista con demasiados cómplices y culpables
ocultos bajo cúpulas poderosas al servicio del inframundo. Publicamos por
aquellos días el artículo ¿Para qué
arrasaron Valencia? ¿La destruyeron para reconstruirla a su medida? Algunas
claves sobre la catástrofe y sus puntos de unión.
Establecía en el redactado la diferencia entre ciudades de quince minutos y
“smart cities”. Las primeras son espacios que disponen de todos los servicios,
a los que se puede acceder en quince minutos caminando o en bicicleta. Eso sí,
con cámaras instaladas en cada ángulo como sistema de control. Hasta aquí
podríamos admitirlo sin demasiada oposición. Pero la “letra pequeña”, siempre
en segundo plano, deja ver un plan nada inocente: se trata de estabular a los
ciudadanos por barrios, a lo cual apoya la reciente ley de movilidad
sostenible; es decir, una especie de murallas medievales en forma de pivotes y
otras barreras, incluso electrónicas, que se activan dependiendo de la
necesidad de acceder al recinto.
Estamos hablando de control del rebaño. Esta normativa, bien
vendida, como está siendo, de facto, es considerada por los ciudadanos ingenuos
como una medida protectora del Estado, muy en la línea de la falacia del cambio
climático, uno de los grandes engaños de nuestro tiempo. Nada más lejos de la
verdad. El Estado casi siempre se protege a sí mismo.
Las “smart cities” son harina de otro costal; mucho más totalitarias, pobladas
por ciudadanos controlados las veinticuatro horas del día, a través de la
inteligencia artificial, en las que ni siquiera tendrán que tomarse el trabajo
de pensar. La IA pensará y tomará decisiones por ellos.
Suelo decir a menudo que nada me haría más feliz que no tener razón, que he ido
demasiado allá en mis conclusiones, y que no existe base para sustentarlas.
Ojalá esto fuese solo un mal sueño, pero el avance del plan totalitario
demuestra lo contrario y ya empiezan a aparecer titulares, como el
siguiente:
“Si alguien quiere entrar en un barrio que no es el suyo tiene que llamar a
la policía local y darle sus datos, nombre, matrícula de su coche, motivo por
el que quiere entrar, y a dónde va. La policía local de Cornellá decide si el
motivo es suficiente para dejarle entrar; si decide que no, no pasa”.
Son palabras de Brigitte Burchartz, presidente de la asociación Units per la Veritat, dedicada a la
defensa de los derechos humanos. No propone un levantamiento como en Oxford en
2023, en el que los ciudadanos boicotearon las medidas de acotar la ciudad,
pero anuncia que denunciarán al Ayuntamiento de Cornellá del Llobregat, una
población de 91.000 habitantes, por instaurar la ciudad de quince minutos y por
el impuesto del CO2. Se lamenta de la “insólita” actuación de la policía local
durante los fines de semana. Esto ya lo demostraron durante el confinamiento,
declarado ilegal por los tribunales, pero de obligado cumplimiento durante la
pandemia de diseño a la que fuimos sometidos.
Apunta la presidente de Units per la
Veritat que Cataluña es la región más avanzada en la implementación de los
objetivos de la Agenda 2030, y de ir más allá de las recomendaciones de la
Unión Europea, que aconseja bajar las emisiones, pero no abusar de la
población.
Estas ocurrencias no llegaron de la noche a la mañana, sino que forman parte de
las medidas de las Naciones Unidas desde hace años, primero a través de los
Objetivos del milenio, de los Objetivos 2015 después, y más tarde las Agendas
2030 y 2050. La idea de los confinamientos por sectores se la debemos al
colombiano urbanista Carlos Moreno. Está claro que no es amante de la libertad
y la libre movilidad, aparte de ser otro defensor de la tiranía verde. Como
tampoco lo es el periodista especializado en transportes, Carlton Reid, que
quiere ver a la gente tranquilita en su rincón, aludiendo que antes las
ciudades eran peatonales. ¡Pues menudo razonamiento! Y mucho antes, no había
ciudades, sino tribus al aire libre.
Pero a este movimiento totalitario, surgido de ONU-Hábitat, la Red climática de
ciudades globales C40, el Foro Económico Mundial y la Federación de gobiernos
locales unidos, lejos de alimentar nuestras fantasías, como apuntan estos
conquistadores 2.0, nos pone en la pista de las intenciones de sus planes
siniestros: estabulación como a los animales de granja.
Pero, como apuntamos en el artículo que acabamos de citar, las “smart cities”
son mucho más nefastas aún. Y en este plan diabólico están presentes las smart
cities; de ahí la necesidad de destrozar nuestros campos y montes para
aerogeneradores y explanadas de placas solares donde antes crecían al sol
olivos y melones. De ahí toda la propaganda energética embustera sobre las
llamadas energías renovables, porque estos centros de datos operados por IA
necesitan cantidades ingentes de energía.
Sin embargo, también estos planes están siendo bien vendidos y puestos en
marcha. Sin ir más lejos, el pasado 7 de noviembre, tuvo lugar la jornada “Foro
Smart Cities: Ciudades que habitan el futuro”, que abordó cómo la innovación,
la tecnología y la colaboración público-privada están transformando nuestras
localidades. ¡Otra vez Valencia realizando este tipo de eventos transformadores
de ciudades!
La sospecha esbozada en aquellos días fatídicos, mientras los
destrozos continúan y las ayudas no llegan, lejos de languidecer, crece con
fuerza. Durante el evento se realizó la entrega de las Guías Smart Cities, del
proyecto Inncities CV. Se puso como ejemplo de éxito la localidad de Santa
Pola, donde están experimentando el proyecto.
Al final, y antes del cóctel y la foto de familia, se
entregó la guía de la lista de lugares como Alcoi, Busot, Daya Vieja, Finestrat,
Matet, Ondara, Vistabella del Maestrat, Xilxes y el citado Santa Pola, en los
que se está implementando este sistema, del que ni sus creadores conocen
consecuencias y límites. Eso sí, el tufo de los pelotazos y de nuevos ricos sin
escrúpulos huele que apesta; como todo lo relacionado con el clima y otros
asuntos falsos y fraudulentos; como todo aquello que solo interesa a los
jugadores del Monopoly, pero no a los ciudadanos.
Vuelvo a decir que espero no tener razón y que esto sea solo
una fabulación, una mera fantasía.

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