16/1/21

La lucha por la justicia con las armas de la no violencia es una aventura apasionante

PAGAMOS MIL AÑOS DE CÁRCEL

Pero conseguimos que nadie quisiera hacer la mili

Hablamos con Pepe Beunza, activista antimilitarista y uno de los impulsores de la campaña de objeción de conciencia al servicio militar obligatorio. Los tres años y dos meses que Pepe Beunza pasó en la cárcel fueron el punto de inicio de una de las campañas de desobediencia civil más exitosas del Estado español: la objeción de conciencia e insumisión al servicio militar obligatorio. Era 1971. Treinta años después, el Gobierno español daba por fin su brazo a torcer eliminando la mili. Hablamos con Pepe Beunza.

¿Cómo empezaste a interesarte por la no violencia y por la objeción de conciencia?

Yo vivía en Valencia y estudiaba ingeniería agrícola. Siempre me había gustado la naturaleza, había sido boy scout y había ido mucho por la montaña. También era una persona inquieta por los problemas sociales. Tenía una formación cristiana, mi familia era católica y había ido a un colegio religioso. Y aunque me habían enseñado cosas que eran muy negativas, había aprendido que la vida, si no te dedicabas un poco a ayudar a los demás, no tenía sentido. A los 18 años estuve de voluntario en una leprosería, también participé en campañas de alfabetización en los suburbios de Valencia.


Tenía una cierta tendencia a preocuparme por los problemas de los demás y al entrar en la universidad en 1965-1966 –cuando empezaba a haber un movimiento fuerte contra el sindicato fascista, contra el franquismo y a favor de la democracia y la libertad– empecé a interesarme por estos temas y a ir a las asambleas. Poco a poco me fui politizando, fui a manifestaciones, la policía me pegó, participé en algunas encerronas y, más o menos, me incorporé a lo que sería la lucha por la democracia. Entonces, un verano un amigo mío me cuenta que había ido a Francia a una comunidad pacifista que se llamaba El Arca que había fundado Lanza del Vasto y me dije que eso también lo tenía que ver yo.

El verano siguiente cogí la mochila y me fui a esta comunidad en autostop, que era como viajábamos porque no teníamos mucho dinero. Lanza del Vasto era un personaje con muchas facetas, muy culto, que había estado en la India y había vivido con Gandhi, quien le había encargado que predicara y difundiera la no violencia en Europa.

Yo llegué a esta comunidad, en la que practicaban la agricultura ecológica –de la que no había oído hablar nunca–, hacían yoga, eran vegetarianos… Eran sesiones que duraban una semana. Dormíamos en un pajar y comíamos comida vegetariana. Eran condiciones muy austeras, pero con un ambiente muy agradable y acogedor. Para mí en aquella época éstas eran unas ideas que me eran totalmente nuevas, aquí nadie sabía lo que eran y para mi fue una revelación. Practicaban la no violencia y hacían objeción de conciencia.

Tenía 19 o 20 años y había vivido con el pensamiento único de la dictadura franquista, con mucha inquietud pero sin la posibilidad de aprender más cosas, y llegar a Francia fue una explosión. Y de todas aquellas ideas, la que más me implicaba era la objeción de conciencia porque, claro, yo tenía que hacer la mili. Me dijeron que fuera a ver a unos objetores que había en los Pirineos franceses. Fui a verles y me encontré con unos jóvenes que, en vez de hacer la mili, se dedican a ayudar a la gente: en las cosechas, a hacer instancias, les acompañaban al médico… Hacían lo que llamaríamos animación rural. A mi me pareció algo fantástico.

Cuando volví a Valencia empecé a explicar estas ideas y un grupo de amigos empezamos a trabajar, pero nos encontramos un ambiente en el que la izquierda era militarista: los del PCE tenían exaltación por el ejército rojo de Moscú, decían que había que ir a la mili para evitar que hubiera un golpe de Estado, las otras izquierdas decían que había que ir a la mili para aprender la lucha armada porque ésta era la solución contra el franquismo, y nosotros estábamos empezando a hablar de la no violencia.

Eran los años 70, y en esa época empezaba a cobrar fuerza la no violencia en otros países. Martin Luther King, la guerra de Vietnam, los hippies, la película Hair… ¿Ayudó este ambiente fuera de las fronteras a potenciar el concepto de la no violencia?

Sí, era la época en la que estaba la lucha de Luther King en Estados Unidos y también la época de la guerra de Vietnam, y todo el movimiento que nació contra ella. Se juntaron una serie de procesos y de situaciones que eran muy ricas. Pero en España esto se vivió mucho menos, porque los grupos politizados no estaban por este tema. Estaban contra la guerra de Vietnam, contra el imperialismo, pero a favor de los ejércitos que se llamaban revolucionarios. Y ésa era la dificultad. Teníamos puntos en común y por eso podíamos trabajar juntos en algunas cosas, pero la mitificación del ejército rojo soviético era absoluta en el Partido Comunista, que era el que predominaba en la lucha antifascista.

Nosotros siempre íbamos con la denuncia de los gastos militares, de los abusos militares y de que había que negarse a hacer la mili. Íbamos contra corriente, pero también presentamos una forma de lucha que abría otro camino. No fue fácil, pero teníamos buena relación. La nuestra fue una lucha muy en solitario. También nos encontrábamos con objetores políticos en Francia que decían “yo en Francia no haré la mili porque éste es un ejército imperialista capitalista, pero en Cuba sí que la haría”, y nosotros teníamos claro que todos los ejércitos son una amenaza para la supervivencia de la humanidad y que ningún ejército defiende la justicia ni la paz.

En aquella época no era fácil explicar todo esto. Era una época muy dogmática, y nosotros intentábamos abrir otro camino. Lo teníamos muy claro. Yo en esa época viajaba mucho al extranjero. Aparte del Arca, fueron los objetores franceses que se habían jugado la vida para no luchar en la guerra de Argelia los que me abrieron más el camino. Ellos se negaron en Francia a ir a esa guerra y denunciaron la tortura. Todos fueron a la cárcel. Fueron gente muy radical y muy valiente, y son los que más me animaron a tomar la decisión.

Y entonces decidiste ser el primer objetor de conciencia por motivos políticos.

Claro. Yo pensé que nuestro fallo era que hasta entonces no habíamos podido defender a ningún objetor no violento porque los únicos que había en España eran los testigos de Jehová. Había 150 testigos de Jehová en la cárcel en esos momentos. Fuimos a hablar con ellos pero nos dijeron que no, que ellos esperaban a que Jehová viniera con el fin del mundo, que llamaban el Armagedón, y que entonces ya conseguirían la libertad. Nos dijimos: “Nosotros lo tenemos mal, pero éstos lo tienen mucho peor”. Teníamos que buscar una estrategia diferente y totalmente separada para que no nos confundieran.

Pensé que el problema es que faltaba un objetor de conciencia que pudiera responder a nuestras ideas de antimilitarismo y, después de pensarlo mucho, decidí hacer objeción de conciencia.

Durante dos años estuve preparando una campaña de apoyo, primero dando a conocer la objeción de conciencia, porque era un tema muy desconocido, y después animando a gente para que, cuando entrara en la cárcel, pudiera hacer difusión y campaña de apoyo para que esto no se quedara en el silencio más absoluto ya que no tiene sentido que te metan en la cárcel y que nadie se entere. Me dediqué a viajar por el extranjero e hice contacto con objetores suizos, franceses y belgas.

En cada país de Europa encontramos un coordinador y organizamos acciones de apoyo. En esa época había mucha sensibilidad contra Franco en Europa porque tenían mala conciencia por tener como vecino a un dictador tanto tiempo. El hecho de que hubiera un objetor de conciencia no violento en España les animaba mucho. Recibí mucha solidaridad y, en cada país europeo, preparamos una campaña de apoyo. Cuando llegó enero del 1971 consideré que ya era el momento y me negué a hacer el servicio militar.

Fuiste al cuartel y te declaraste allí objetor.

Sí, fui al cuartel y dije que no vestiría el uniforme, que era objetor de conciencia. Me preguntaron si era testigo de Jehová y les dije que no, que era católico, pero que hacía objeción de conciencia porque era ‘no violento’, porque decir que era católico era como decir que estabas de acuerdo con los obispos que bendecían los desfiles militares, que permitían que Franco entrara bajo palio en la iglesia…

La iglesia católica oficial de aquella época era una iglesia fascista, con pocas excepciones. Aunque había muchos católicos y curas que estaban en la teología de la liberación, y curas que facilitaban la lucha antifranquista, la estructura oficial era fascista. Por eso dije que era objetor porque soy ‘no violento’. Es curioso, porque cuando entras en la mili te tratan a patadas para que cojas miedo. Primero leían el Código Militar, nos formaban a todos y nos decían: “Por abandono del servicio en época de guerra: pena de muerte. Por insubordinación: pena de muerte”.

La gente se quedaba pensando que si salían de ahí vivos ya podían dar gracias. Esas películas que vemos de cómo forman a los marines americanos… pues no era tan exagerado pero sí parecido. Se trataba de que la gente tuviera mucho miedo y perdiera toda capacidad de reacción y se acostumbrara a obedecer sin pensar. Pero a mí, cuando dije que me negaba a hacer la mili, me dijeron: “Tú ponte aquí, no digas nada y cuando venga el capitán se lo dices, que yo no quiero problemas”.

Mientras, a los demás les llamaba “cabrón” o “hijo puta”. Pensé que esto quería decir que tenía un cierto poder, que era poderoso. Cuando vino el capitán me dijo que me lo pensara bien, que si seguía por ahí iba a terminar en el calabozo, y le respondí que ya lo tenía claro y pensado. Me llevaron al calabozo, me procesaron por desobediencia, porque la objeción de conciencia no existía como delito en esa época, ya que para el ejército era impensable que alguien no quisiera hacer la mili

¿Cómo viviste este proceso?

Primero estuve en el calabozo del cuartel y después me llevaron a la cárcel porque yo era un preso muy incómodo. El cuartel estaba cerca de Valencia, era donde se hacían los tres primeros meses de mili. Yo estaba en el calabozo y los soldados que hacían guardia, que estaban aburridos, venían a verme tocar la flauta y me preguntaban por qué estaba allí. Cuando les contaba que porque no quería hacer la mili me respondían que eso tendrían que hacer todos… El capitán instructor del proceso me acusó de hacer proselitismo en el cuartel. Yo le expliqué que sólo les decía lo que pensaba, y que si yo en un minuto les convencía y ellos en 15 meses no, el problema era de ellos. Total, como era un preso incómodo me llevaron a la Modelo, que era otro mundo.

Y ya, la condena.

Me condenaron a 15 meses por desobediencia en un consejo de guerra. Sabía que al acabar el consejo de guerra me preguntarían si quería decir algo. Yo me había preparado un discurso en el que explicaba todos mis motivos y, cuando empecé a leerlo, me obligaron a callarme. El discurso pudo difundirse porque ya había salido a través de los grupos de campaña. Me llevaron a Jaén, que era una prisión de presos políticos. A nivel personal me trataron muy bien, pero a nivel ideológico yo estaba allí con gente de ETA, del FRAP, del Partido Comunista… y la discusión era continua. Yo ahí aprendí mucho, imagínate las discusiones. Yo les enseñaba a hacer yoga y ellos a mí técnicas de la lucha armada. Para mi, el paso por la cárcel de Jaén fue muy importante porque pude ampliar mucho mis ideas y entender otras posturas, pero cuando salí estaba aún más convencido en la no violencia.

Cumpliste los 15 meses de condena y de nuevo… volver a empezar.

En aquella época existía lo que se llamaba condenas en cadena. Cuando salías de la cárcel te volvían a llevar al cuartel para obligarte de nuevo a hacer la mili, porque la mili no te la perdonaban. Esa segunda vez me fui a un barrio de las afueras de Valencia, Orriols, y allí me puse a trabajar en una escuela nocturna con la asociación de vecinos y la comunidad parroquial. 

Cuando llevaba ya unos días, envié una carta al capitán general diciéndole que yo tenía que hacer un servicio a la patria, pero que mi servicio a la patria estaba en aquel barrio, que cuando quisiera viniera a buscarme. A los quince días me vinieron a buscar y me llevaron al calabozo. Esta vez me condenaron por desertor a un año de cárcel.

Tengo el extraordinario honor de ser desertor porque los desertores son los únicos que no pierden las guerras. No las ganan, porque no las gana nadie, pero al menos son los únicos que no las pierden. Me condenaron a un año de cárcel y a acabar la mili en un batallón de castigo en el Sáhara. Cuando acabé la condena de cárcel, me llevaron para allá, y como no había hecho un solo día de mili, allí estuve quince meses y ya recibí la libertad. En total estuve tres años y dos meses.

Aquí comenzó la siguiente fase de la campaña.

Cuando volví del Sáhara mis amigos me estaban esperando para ver cómo continuábamos la campaña y pensamos que lo que había que hacer era pasar de la objeción individual a la objeción colectiva. Era el año 1974. Empezamos a trabajar en la objeción de conciencia colectiva dando charlas. Buscamos un grupo de gente que quisiera hacer objeción y cuando encontramos a seis o siete personas nos fuimos a Can Serra, en Barcelona, y montamos una objeción de conciencia colectiva.

Cuando el barrio ya nos conocía, sin saber por qué estábamos allí –porque varios compañeros ya eran prófugos–, se hizo pública la campaña de objeción de conciencia. Era ya el año 1975, acababa de morir Franco y había un impulso hacia la libertad mucho más fuerte. La objeción de conciencia se extendió como una mancha de aceite.

A partir de la campaña en Can Serra surgieron servicios civiles en Málaga, en Vic, en Madrid, en Bilbao… y eso fue el origen de todo lo que después fue la insumisión y toda la lucha contra el servicio militar. Ni en los momentos más optimistas podía pensar que en 30 años acabaríamos con el servicio militar con un balance tan positivo: casi un millón de objetores y entre 20.000 y 30.000 insumisos dispuestos a ir a la cárcel.

Pagamos un precio de casi mil años de cárcel, pero conseguimos que casi nadie quisiera hacer la mili y no les quedó más remedio que profesionalizar el servicio militar.

En 1984 aprobaron la Ley de objeción de conciencia, pero no fue suficiente.

Fue un punto de inflexión porque en ese momento se reconoce el reglamento para que los objetores puedan hacer una prestación social sustitutoria, pero hicieron una ley más pensada en los militares que en los objetores, y fue un fracaso. Consideraba la objeción como un castigo, ya que era el doble de tiempo, y en esa época los jóvenes ya habían perdido el miedo a Franco.

Muchos ya no querían hacer el servicio militar y pensaban, con toda la razón, que trabajar gratis para el Estado era como ser esclavo. Se negaron a aceptar esta ley y así fue como surgió la insumisión. Fue un movimiento fantástico que habría que estudiar a fondo porque fue de una gran originalidad y de una gran valentía. La objeción de conciencia era un concepto que venía del inglés y había que explicar que significaba. Pero en el país en el que vivíamos se entendía enseguida lo que era un insumiso. Nadie debería someterse, todos deberíamos ser insumisos.

Al gobierno le pilló un poco por sorpresa. Era el gobierno socialista, que fue con una ceguera mental extraordinaria y se enfrentó al problema con soluciones jurídicas y penales, y, claro, fracasaron totalmente. Metieron la pata hasta el fondo. Llegó el momento en que los jueces vieron que les habían pasado la patata caliente, se les apilaban los procesos y empezaron a absolver a insumisos.

Y los insumisos, que eran gente muy original y muy valiente, a finales de los 90 cambiaron de táctica y comenzaron la insumisión en los cuarteles. Iban al cuartel, estaban allí una semana y después se marchaban. De esta manera lo que hacían era desertar, y esto obligaba al Ejército a hacerles consejos de guerra. De esta manera los jueces civiles no intervenían, sólo los militares, y los insumisos pudieron seguir denunciando el militarismo. Fueron unas campañas fantásticas.

Yo fui en calidad de testigo a algunos consejos de guerra en los que se hicieron autoinculpaciones. Era gente a la que yo había animado a ser insumisa. Al terminar el consejo de guerra, los insumisos echaban unos discursos increíbles que dejaban a los militares acojonados. No estaban acostumbrados a que alguien, y más alguien que estaba dispuesto a ir a la cárcel, les explicara lo que era el militarismo. Ahora, pagaban un precio elevado porque les condenaban a dos años cuatro meses y un día, y cumplían la condena. Fue una campaña muy dura pero muy bonita y que habría que estudiar en las escuelas de transformación social.

Y ya en 2001 se elimina la mili.

Sí, se crea el servicio militar profesional y se acaba este primer proceso, pero nosotros no sólo habíamos luchado por la objeción o porque no hubiera un servicio militar obligatorio, luchábamos por un concepto mucho más amplio que es el de la justicia social y el desarme, porque no puede haber justicia social con una persona que te apunta con un tanque.

Ahora estamos con el tema de la locura que es la acumulación de armas atómicas. Actualmente, cualquier niño que viene al mundo, en vez de recibir amor, vida, cama, salud, cultura, lo que recibe son quince condenas de muerte, que es la cantidad de bombas atómicas que hay y que servirían para destruir la tierra quince veces. Es una cosa de locos.

Yo en las charlas suelo llevar una hoja de Ginkgo, que se considera el árbol de la vida porque es el árbol que nació en Hiroshima después de la bomba atómica, y es que hay árboles que sí sobrevivirán a una catástrofe nuclear, pero las personas no. Para mí es muy importante la figura del coronel Stanislav Petrov porque gracias a él estamos vivos. Era la persona que se encargaba de los controles de misiles americanos en la Unión Soviética, y en septiembre de 1983 recibieron la alarma de que habían lanzado misiles. En vez de seguir las órdenes, Petrov hizo que todo el mundo se esperara y después vieron que era una falsa alarma. Si esta persona no hubiera sido una persona sensata dispuesta a desobedecer, habríamos volado todos.

Los ejércitos, sobre todo el español, ahora se plantean como si lo único que hicieran fueran campañas humanitarias. Hay que desmitificar y denunciar las campañas humanitarias porque son como el servicio postventa del negocio de la venta de armas, no tiene sentido que primero se vendan armas y luego se vaya a poner tiritas. Lo que hay que hacer es luchar por el desarme.

En varias ocasiones has comentado que no te has querido involucrar en ningún partido político, ¿sigues apostando por la desobediencia y la no violencia como arma de transformación social?

Yo creo que la sociedad civil es un arma muy poderosa, no hay tirano que pueda aguantar mucho tiempo sin el apoyo, por acción o por omisión, de la gente. En el momento en el que la gente se da cuenta de que tiene un poder extraordinario y deja de sostener al tirano, el tirano cae. No hemos venido al mundo para obedecer a tiranos, sino a nuestra conciencia.

Creo que la desobediencia civil puede cambiar la sociedad mucho más que la violencia. Hay una mitificación de la violencia, pero si defiendes la justicia de manera violenta pones la fuerza en quien tiene el tanque más grande. Hemos de volver a la idea de defender la justicia con las armas de la justicia. Además, siempre hay una relación entre fines y medios. Cuando hay un conflicto se nos educa que lo importante es ganar y eliminar al adversario.

Pero la violencia es absolutamente ineficaz para resolver los conflictos sociales. Esto lo tendríamos que haber aprendido del siglo XX, porque haces un repaso y te quedas asombrado del despilfarro de heroísmo y solidaridad para que después, cuando llegan al poder, se olviden. El poder es muy peligroso, y en ese sentido me considero anarquista. El poder hay que destruirlo o, como la riqueza, hay que repartirlo, y la no violencia lo que da es la fuerza a la gente, no la concentra en manos de unos pocos, de un partido vanguardista ni una minoría privilegiada. En la revolución rusa o la china hubo gente extraordinaria luchando, y ves ahora a Putin en Rusia y a China y te sientes dolido de cómo nos han engañado.

Actualmente sigues siendo activista, ¿en qué temas estás trabajando?

Estoy en muchos, y uno de los primeros es el de la muerte digna, porque tengo ya unos años y hay que prepararse para morir dignamente. Hemos hecho un tabú de una cosa natural porque la iglesia y el gobierno tienen un miedo terrible a que este tema se desarrolle, porque si controlas tu muerte, controlas tu vida, y si tienes el poder sobre la muerte y sobre la vida, ese poder no se lo das a otros. La iglesia tiene un miedo terrible a perder el poder sobre la muerte de la gente.

Fundamentalmente trabajo también el tema de Catalunya. Si conseguimos que sea un Estado independiente, es muy importante para nosotros que no tenga ejército, porque un Estado del siglo XXI no tiene sentido que tenga ejército ya que no hay amenazas que éste pueda resolver. En el siglo XXI, o conseguimos el desarme o no habrá siglo XXII. En el mundo sobran soldados, sobran ejércitos, sobran armas atómicas y lo que falta es justicia y dignidad. También participo en campañas contra los recortes, hemos ocupado el centro de salud, en colectivos ecologistas… En muchas campañas, hay demasiado trabajo. Yo estoy jubilado y no entiendo cómo hay gente que se jubila y se aburre. Y seguimos defendiendo la no violencia. En Navarra hubo una lucha muy fuerte contra el pantano de Itoiz, una lucha espectacular y heroica que aparentemente fue un fracaso, pero el gobierno tenía previsto hacer cuatro presas más y no se atrevió a hacerlas. Se ganaron las cuatro presas siguientes aunque se perdió la de Itoiz. En ese sentido es muy importante que sepamos cómo funciona la sociedad, lo lento que es cambiar, lo poco preparados que estamos nosotros para dirigir cambios sociales. Hace poco murió  Iñaki García Koch, y quiero rendirle homenaje. Su lucha no fue estéril en absoluto.

Creo que la lucha por la justicia con las armas de la no violencia es la aventura más apasionante en la que se puede implicar alguien. A la gente que se ponga en esta lucha le aseguro emociones, peligros, riesgos y una sensación fantástica de amistad, de solidaridad y de saber que está en un camino para mejorar la humanidad. Sólo se pierden las luchas que no se hacen, en todas las que participas en la no violencia avanzas, aprendes de ti y aprendes de los demás.

https://www.elsaltodiario.com/antimilitarismo/pagamos-mil-anos-de-carcel-pero-conseguimos-que-nadie-quisiera-hacer-la-mili  

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