10/11/17

Orientemos nuestros ideales colectivos hacia una nueva utopía de progreso

PSEUDOCIENCIAS Y PSEUDOESCÉPTICOS

¿Por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir política?

Hace unas semanas escribí un artículo en mi blog personal para denunciar lo que da la impresión de ser una auténtica campaña[1] en contra de la homeopatía y las llamadas pseudociencias y se viene desarrollando de un tiempo a esta parte en la prensa española. En él denunciaba que, bajo la idea de defender el pensamiento científico frente a creencias mágicas, se está montando un discurso lleno de prejuicios y actitudes que recuerdan enormemente a una caza de brujas (algo muy poco científico, la verdad). A pesar de que lo publiqué en un blog muy modesto que, hasta entonces, apenas acumulaba unos pocos cientos de visitas, el artículo se volvió viral llegando a tener 30.000 visitas hasta la fecha. El tema, es, desde luego, candente, y la avalancha de comentarios y debates que provocó sacó a relucir muchas cuestiones interesantes que merece la pena tratar.


Pseudociencias
Los artículos que están apareciendo en prensa, formando parte de esta especie de campaña (organizada o espontánea), contra las llamadas pseudociencias suelen tomar como punta de lanza el ataque a la homeopatía pero es habitual que amplíen las críticas a quienes se oponen a los transgénicos, las vacunas o la agricultura química. Frente a ellos se sitúa otra corriente que en los últimos años ha conseguido gran popularidad (siendo J. Pamies su miembro más mediático), que defiende la medicina natural y la curación mediante plantas, mientras critica fuertemente los intereses de las compañías farmacéuticas y agroquímicas[2].


La controversia entre ambas posturas es comprensible y es lógico que surjan debates, porque ni la medicina oficial está libre de la corrupción de las farmacéuticas ni las terapias alternativas están libres de vendedores de milagros. Pero lo que me irrita sobremanera de esta campaña contra las llamadas pseudociencias, es su constante apropiación de lo científico para justificar sus argumentos. Y es que muchos de estos artículos contra las llamadas pseudociencias, a pesar de decirse defensores de la ciencia, utilizan un batiburrillo de argumentos mezclados de forma espantosamente simplista sin el menor atisbo de rigor intelectual.

Así, por ejemplo, se llega a discursos tan maniqueos como este:
Gracias a la ciencia, en los países desarrollados podemos disfrutar de luz, agua corriente, calefacción y aire acondicionado en nuestras casas; …podemos confiar en que, si vacunamos a smartphones para ignorar toda esta información y decidir que se vivía muchísimo mejor en la Edad Media. Sin medicamentos, sin vacunas, sin energías alternativas, sin transgénicos, sin antenas de telefonía y WiFi, sin información contrastada científicamente. Sin progreso.”nuestros hijos, los protegeremos de las enfermedades que en otros momentos de la historia, y en otros lugares del mundo, matan a miles de personas; y podemos usar Internet y nuestros potentes
Todo está muy claro en este discurso: el Progreso y la Ciencia, con mayúsculas, son incuestionables. Toda crítica a la Ciencia y sus gadgets tecnológicos es debida a la ignorancia fanática de los que quieren hacernos volver a la Edad Media. No hace falta distinguir entre vacunas y vacunas (la de la viruela —que tanto bien hizo en su día— de la del virus del papiloma humano —tan poco necesaria y tan cuestionada—). No hace falta escuchar a quienes padecen de Sensibilidad Química Múltiple o están envenenados por el glifosato de la soja transgénica: los transgénicos y la industria química son buenos por definición porque traen ”el Progreso”.

¿Para qué perder el tiempo en el laborioso proceso científico de estudiar cada terapia alternativa por separado para saber cuáles son realmente una estafa y cuáles aportan algo interesante, de analizar estadísticamente las historias clínicas de quienes dicen experimentar mejorías o de leer los estudios científicos que dicen que la homeopatía sí es efectiva (que también los hay)? ¿Para qué vamos a tener el rigor de no sacar conclusiones hasta tener datos suficientes o de hablar en términos de probabilidades de error? No hace falta. Ya se sabe a priori que todo es un engaño, ya se sabe que todos los casos de curación de los que habla la medicina alternativa son debidos al efecto placebo, ya se sabe que criticar las antenas de telefonía, el WiFi y los transgénicos siempre es una postura acientífica basada en la ignorancia, porque si algo no valora las tecnologías de la Ciencia (con mayúsculas, la oficial, la que vende transgénicos, medicamentos y vacunas) es pseudociencia, es superstición.

En realidad, lo que esta especie de campaña está haciendo es apoyarse en el prestigio del método científico para hacer marketing de sus ideas. Su estrategia de marketing es muy similar a la que utilizaban en el cuento de El Rey Desnudo los astutos costureros: crear un prejuicio que haga sentir ridículo a aquellos que defienden algo. Igual que en el cuento, en el que quien no viera la maravillosa tela era un estúpido, se han inventado términos como magufo o el amimefunciona que nos fuerzan a ridiculizar lo que llaman pseudociencias (tengamos o no conocimientos suficientes para hacerlo y aunque nuestros ojos y nuestra experiencia personal nos digan que “el rey va desnudo”). Si no lo hacemos, corremos el peligro de ser tildados de poco científicos, crédulas e ingenuas víctimas de vendedores de milagros (“¿No serás tú una de esas que creen en la homeopatía, verdad?”).

Pseudoescépticos

Este tipo de argumentos no son nuevos, coinciden con los del llamado movimiento escéptico un movimiento especialmente activo en algunos países de América Latina y en el que se encuentran figuras como el periodista mexicano Mauricio-José Schwarz (quien ha acuñado el término de la izquierda feng-shui o izquierda magufa).

El escéptico es un discurso curioso, que se dice defensor de la ciencia pero que, en realidad, no se basa en la duda científica, sino en la fe en la Ciencia. Lo cual es bastante absurdo porque tener fe en la ciencia es muy poco científico. Y es que sus afirmaciones están trufadas de una gran confianza (casi fe) en lo científico y establecen una especie de cruzada contra lo acientífico que emprenden, supuestamente, por el bien de la humanidad a la que tanto mal hacen estas supersticiones. Con ello, están utilizando la ciencia como fuente de ética (todo lo científico es bueno), olvidando que la ciencia es una herramienta para conocer las consecuencias de nuestras acciones, pero no para decidir si éstas son buenas o malas, porque la ciencia no es ética ni es moral ni es una religión. La biotecnología, por ejemplo, puede decirnos que existe un tanto por ciento pequeño de probabilidades de que el maíz transgénico cree resistencias en las larvas de lepidópteros, pero no puede decirnos si ese riesgo es asumible o no, ni tampoco si la prioridad de una sociedad deben ser los beneficios económicos de los agricultores de hoy frente a la estabilidad de los ecosistemas que afectará a la alimentación de mañana.

A mayores, el discurso escéptico no cree ni defiende cualquier ciencia, ya que el actual panorama científico es abrumadoramente extenso y muchas veces contradictorio, y en él no faltan, también, estudios que defienden algunas cosas ellos llaman pseudociencias. La postura escéptica, por ello, se basa en cierto tipo de ciencia, la verdadera ciencia, la oficial, no esa otra que dice “cosas raras” y, según ellos, no es ciencia sino pseudociencia.

Curiosamente, esta ciencia verdadera es siempre la que vende algo: vacunas, medicamentos, semillas transgénicas o agroquímicos; nunca es esa ciencia alternativa o ecologista, que no hace negocio, sino que critica y pone pegas. Los que se dicen escépticos son sólo escépticos con la ciencia alternativa, nunca con la oficial, con lo cual resultan escépticos sólo a medias. Y es que el discurso escéptico, en realidad, es sólo pseudoescéptico y pseudocientífico, ya que no se aplica a sí mismo ni el escepticismo ni el método científico que dice defender.

¿Por qué lo llaman ciencia cuando quieren decir política?

Hay algo que llama poderosamente la atención del discurso pseudoescéptico y es esa mezcla de crítica hacia las medicinas alternativas con el ataque a cuestiones centrales del movimiento ecologista (como la oposición a los transgénicos, la contaminación química, la energía nuclear o el fracking[3]) sazonado todo ello por la ridiculización de una cierta espiritualidad New Age[4].

El hecho de que el budismo y el hinduismo sean especialmente sensibles a la problemática ambiental, hace que muchas de las personas cercanas a ellos utilicen terapias orientales, sean consumidoras de alimentos ecológicos y estén más o menos cerca del ecologismo. Además, nuestra sociedad está cada vez más lejos de los dogmas cristianos y más abierta a otras espiritualidades; esto puede llevar a creer en tonterías y obsesionarse con supersticiones o bien a vivir mejor y ser mejor persona. Pero, en cualquier caso, es una opción respetable amparada por el derecho a la libertad religiosa. Sin embargo, la oposición a los transgénicos, la contaminación química, el glifosato o el fracking no han surgido de estas tendencias espirituales, sino de movimientos ecologistas que basan su crítica en estudios científicos, en una ética laica y en reivindicaciones de justicia social.

La campaña pseudoescéptica quiere hacernos creer que todas las poderosas corrientes políticas de la izquierda ecologista son una moda frívola de clases acomodadas que juegan con espiritualidades New Age y rechazan la tecnología por tener una idea romántica de lo natural[5]. La realidad es muy diferente: detrás de la oposición a los transgénicos, por ejemplo, se encuentra una crítica muy dura a un modelo agrícola que está envenenando y desertificando el planeta, haciendo que los agricultores más pobres sufran una enorme dependencia de los insumos y patentando conocimientos que deberían ser patrimonio de la humanidad. Detrás de la oposición al glifosato y los disruptores endocrinos (y los recelos ante el WiFi, aunque más tímidamente) se encuentra la tradicional crítica del ecologismo a la contaminación ambiental. Y detrás del auge de las medicinas naturales está, probablemente, el hecho de que cada vez más personas están enfermando por causas relacionadas con la contaminación, sin que la medicina oficial, tan enormemente centrada en el medicamento y tan dependiente de la industria farmacéutica, sea capaz de dar respuesta a sus problemas.

¿Por qué este interés de los pseudoescépticos en atacar a la izquierda ecologista? Por una razón muy sencilla: el ecologismo político presenta una crítica muy sólida a la idea del progreso desarrollista, antropocéntrico y expansivo que rige la sociedad actual y el movimiento pseudoescéptico es, básicamente, conservador y neoliberal[6].

El ecologismo político reivindica que es necesario revisar de arriba a abajo el ideal de Progreso que surgió con la Ilustración y la Revolución Industrial pero su crítica no está basada en el romanticismo como nos quieren hacer creer[7]. No es la superstición o la espiritualidad la que hace que el ecologismo critique el rumbo de la actual sociedad tecnológica, sino la abrumadora cantidad de datos y estudios científicos que muestran que este rumbo nos está conduciendo al caos climático, a una crisis ecológica sin precedentes e, incluso, al colapso de esa misma civilización tecnológica que los pseudoescépticos dicen defender.

Después de 200 años, el ideal ilustrado de progreso se encuentra muy anquilosado y no es capaz de dar respuesta a los retos del siglo XXI. Por eso, defenderlo acríticamente y aferrarse al él basándose en sus logros históricos (como hace el discurso pseudoescéptico), es fruto de una ideología conservadora que intenta oponerse a la gestación de una nueva definición de progreso acorde con el siglo actual.

Y no es extraño que haya agresivas resistencias al ecologismo político, porque algunas de sus propuestas, como la agroecología, pueden hacer que el volumen de negocios de ciertas grandes empresas caiga estrepitosamente. La agroecología está demostrando que es un modelo válido para sustituir la actual agricultura química, pero tiene el inconveniente de que no necesita casi nada de lo que la industria química o la ingeniería genética le pueden vender[8]. Si a ello le sumamos el hecho de que recientemente la FAO y las Naciones Unidas han publicado estudios que recomiendan este tipo de técnicas agroecológicas como la mejor forma de luchar contra el hambre y el cambio climático o el que los agricultores están empezando a verlas como una alternativa viable para soportar el aumento del precio de los insumos, no es extraño que se emprendan campañas mediáticas y se utilicen todas las manipulaciones del marketing para desprestigiar estas peligrosas tendencias.

En los años 70 la humanidad empezó a ver en el horizonte los límites del crecimiento y surgieron movimientos sociales que buscaban un futuro más en armonía con la naturaleza. La contrarreforma neoliberal de los 80 frustró esas iniciativas y toda la crítica política quedó reducida a un movimiento “hippie” desprestigiado y desnaturalizado. En estos momentos las viejas cuestiones no resueltas de los años 70 están volviendo a ser actualidad, pero ahora con el cambio climático y los límites del crecimiento, no ya en el horizonte, sino en el umbral de nuestra casa. Esperemos que, en esta ocasión, la contrarreforma neoliberal no consiga desprestigiar el ecologismo político ni dejarlo reducido a una cuestión de folclore espiritual, porque no podemos permitirnos el lujo de perder otros 40 años. Necesitamos, urgentemente, orientar el timón de nuestros ideales colectivos hacia una nueva utopía de progreso que nos permitan enfrentarnos con este siglo marcado por la crisis ecológica.

Notas

[1] En este post se analiza la cantidad de noticias aparecidas en El País que tratan de forma desdeñosa la homeopatía en los últimos meses: https://medicinahumanista.wordpress.com/2017/06/18/este-pais/
[2] Quiero dejar constancia que esta referencia no es una defensa de la postura de Josep Pamies, quien, en mi opinión, no da suficiente información acerca de los efectos secundarios de las plantas medicinales que recomienda y exagera sus virtudes.
[3] En algunos textos se mezclan todas estas cuestiones y otras más creando batiburrillos muy extraños: https://elpais.com/elpais/2016/05/17/buenavida/1463495853_998173.html
[4] Una muestra de mezcla de espiritualidades extrañas con cuestiones centrales del movimiento ecologista: http://www.elmundo.es/sociedad/2017/06/29/59537ba6e2704e352a8b4651.html
[5] Una muestra de esta asociación del movimiento ecológico a un romanticismo se puede encontrar en https://elpais.com/elpais/2016/05/17/buenavida/1463495853_998173.html: “Hay un sector de la izquierda que asume las tesis rousseaunianas del buen salvaje [la naturaleza del hombre es bondadosa, pero en contacto con la sociedad se corrompe], deshumanizado por el progreso científico y tecnológico, y percibe la ciencia como herramienta de dominación y esclavitud a la que se contrapone una vuelta a la pequeña comunidad y al mito de lo ‘natural’, que apuesta por la agroecología frente a la tecnologización agrícola, se opone a la medicina científica a favor de una medicina ‘natural”, y que ha penetrado en la filosofía de la ciencia, la educación y la crianza”.
[6] Este movimiento usa una constante referencia a las tecnologías punteras que le dan un ropaje de modernidad a todo su discurso. Es muy curioso hasta qué punto hemos asociado la tecnología y la sofisticación tecnológica con el progreso y el avance humano y también, hasta cierto punto, con las ideas políticamente menos conservadoras.
[7] Aunque no se base solamente en la ciencia y lo haga criticando el exceso de reduccionismo de la ciencia actual y proponiendo enfoques más sistémicos.
[8] No es extraño que los ataques más violentos contra la izquierda ecologista estén viniendo de personajes como Mulet, cuyo trabajo es la ingeniería genética: http://jmmulet.naukas.com/2014/04/15/agricultura-ecologica-nuevo-reglamento-nueva-aberracion/

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