11/3/15

No se trata de que no compres nada; se trata de que no tengas que comprarlo todo

VIVIR MEJOR CON MENOS

Descubre las ventajas de la nueva economía colaborativa

Una gran mayoría de ciudadanos es cada día más consciente de que el modelo económico actual hace aguas; consecuentemente, buscan y proponen fórmulas alternativas basadas en la economía colaborativa.
Este libro expone por qué consumir más no equivale necesariamente a vivir mejor, y plantea un nuevo modelo en el que el consumo se entiende como un medio para el bienestar, y no como un fin en sí mismo.
Se analizan las ventajas y alternativas de la nueva economía colaborativa en sectores como la movilidad, el turismo y las finanzas, entre otros; y vislumbra los profundos cambios que este nuevo modelo económico puede aportar a nuestra sociedad. 

Hecho posible gracias a LOGO OUISHARE Libro

Descarga el primer capítulo gratis .pdf aquí

VIVIR MEJOR CON MENOS - Albert Cañigueral
Capítulo y medio gratuito de muestra
Más información sobre el libro en http://www.consumocolaborativo.com/libro  

ÍNDICE

1. ¿Cuántas cosas poseemos?
Mi viaje en primera persona
Lo pequeño es hermoso: la economía como si la gente importara
El capitalismo hiperconsumista como fuente de desigualdades
Vivir mejor con menos, ¿de verdad?


2. El nuevo paradigma: el consumo colaborativo
El consumo colaborativo es una realidad
No se trata de que no compres nada se trata de que no tengas que comprarlo todo
Bienvenido a la era de la economía colaborativa
Los 3 motores del cambio
No es una revolución, es un renacimiento en red

3. ¿Cómo formar parte de la economía
Mis primeras experiencias
Los compartidores
La movilidad compartida
El viajero colaborativo
Finanzas participativas
Aplicando los principios colaborativos en otros sectores
Y más y más

4. La sociedad colaborativa

5. Tu turno
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1 - ¿CUÁNTAS COSAS POSEEMOS?

Algún día miraremos atrás al siglo XX y nos preguntaremos por qué poseíamos tantas cosas Bryan Walsh, Time Magazine

Mi viaje en primera persona

No recuerdo muy bien cómo, unos diez años atrás, recibí un correo electrónico que contenía el texto que sigue a continuación:
Un viajero llegó de visita a la casa de un sabio maestro. Al entrar, se dio cuenta de que la morada del anciano consistía de un colchón en el suelo y unos pocos libros. Extrañado, el viajero le preguntó:
—Disculpe, ¿dónde están sus muebles?
El anciano miró con calma al visitante y le respondió con otra pregunta: —¿Y dónde están los suyos?
—Pero si yo solo estoy aquí de paso —replicó el viajero.
El maestro sonrió levemente y continúo:
 —Yo también estoy de paso en esta vida, y mal haría en cargar mi existencia con todos los armarios de mi pasado.

Esta historia tiene muchas interpretaciones posibles, en función de lo que uno entienda por «los armarios de mi pasado». En mi caso, la interpretación fue literal, ya que justo había terminado mi tercera mudanza en Barcelona esa misma semana. En cada mudanza había podido experimentar que, sin querer ni ser consciente de ello, iba acumulando un montón de cosas. El resultado era que mover «los armarios de mi pasado» a un nuevo hogar resultaba cada vez más complicado.

Lo cierto es que no le di mayor importancia a la anécdota y seguí con mi vida, trabajando desde casa para una pequeña multinacional dedicada al sector de la televisión digital. Al cabo de casi cinco años llegó la oportunidad de ser trasladado a la oficina de Taipéi, capital de Taiwán, y tras algunas dudas iniciales decidí, junto con Anna, aceptar la propuesta e irnos para allá.

¡De nuevo otra mudanza! Tuvimos que desmontar los muebles y poner en cajas todas nuestras posesiones. Aquel montón de bultos acabó distribuido en tres casas distintas de varios familiares que amablemente nos cedieron algo de espacio. Si no lo habéis hecho nunca, os garantizo que es una sensación extraña almacenar en un sitio todo aquello que has estado usando casi a diario durante los últimos años, sabiendo que a nadie le va a servir para nada.

Con solo un par de maletas cada uno volamos a Taiwán a finales de 2009, sin ser ni remotamente conscientes de que la experiencia de vivir allí cambiaría nuestra manera de pensar.

Visto ahora, pasados unos años, he descubierto que en tu entorno habitual resulta casi imposible frenar y reflexionar sobre el modo en el que vives. Como si fueras un hámster, vas haciendo, y la inercia del día a día te lleva a permanecer en la rueda autoimpuesta, corriendo siempre dentro de ella, porque es justo lo que la sociedad a la que perteneces espera que hagas. La ruta está trazada y solo hay que seguirla: estudios, trabajo, coche, pareja, casa, niños, etc. Si «lo haces bien», una vida tranquila y feliz está casi garantizada.

En Taipéi, al vivir en una cultura muy diferente, se me presentó la oportunidad de frenar y bajar de la rueda. Pude observar otra sociedad y otra cultura, con calma y desde fuera. Los taiwaneses dedican mucho tiempo y esfuerzo a obtener dinero para comprar y acumular cosas, que realmente no necesitan, en sus diminutas casas. Por el contrario, cada vez dedican menos tiempo y espacio a la familia, a los amigos e incluso a ellos mismos. Los lazos económicos se han separado cada vez más de los lazos sociales, y esto ha generado tensiones evidentes que todo el mundo asume como inevitables. Resulta siempre más fácil criticar a otras culturas que a la propia, pero lo cierto es que los españoles y la gran mayoría de pueblos de todo el mundo hacemos exactamente lo mismo que los taiwaneses.

Especialmente durante la segunda mitad del siglo XX hemos sido sociedades hiperconsumistas, acumuladores sin sentido ni límite. La percepción social del individuo se generaba en base a sus posesiones materiales y a menudo por comparación directa con los vecinos y amigos. A cualquiera que se atreviera a cuestionar estos «principios» básicos se le cataloga, como mínimo, de hippy.

Siguiendo estos «principios» se producen situaciones que solo se pueden calificar de absurdas. Para empezar, muchísima gente paga un alquiler mensual por uno o varios trasteros en sitios remotos, donde almacena las posesiones que ya no le caben en casa. Se empieza alquilando por un mes, pero en realidad es muy probable que esas personas nunca más vayan a usar nada de todo aquello. También entra en la categoría de lo absurdo la gente que pierde la vida por defender sus posesiones o que se suicida por no ser capaz de hacer frente a sus deudas. ¿Qué significa realmente «poseer» algo o estar «en deuda» por un préstamo? ¿Tiene sentido morir por ello?

Volviendo al hilo de la vida en Taiwán, después de casi dos años en la isla, decidimos que era el momento de regresar a Barcelona. Gracias a los ahorros acumulados, obtenidos en gran parte por el hecho de comprar de manera muy selectiva durante este tiempo, nos pudimos permitir el gran lujo de cumplir un sueño: regresamos a casa viajando siete meses por el mundo.

En la mañana del 3 de octubre de 2011 nos convertimos en viajeros, como el de la historia que abre el capítulo, pensando en todo momento en que «solo estoy aquí de paso» . Tener esta idea en la cabeza te hace actuar de manera muy diferente. Preparar la mochila para un viaje de siete meses es otra experiencia muy recomendable. Durante ese tiempo nuestras posesiones se limitaron a la ropa y los objetos que cabían en dos mochilas «grandes», de 12 y 15 kilos, y en dos mochilas pequeñas para el día a día. Esos meses fueron sin duda de los más intensos e interesantes de mi vida. Pude extraer dos conclusiones, muy básicas pero a la vez interesantes:

a. «El acceso a las cosas es mejor que la posesión de las mismas.» Para movernos durante el viaje usamos todo tipo de transporte público y alquilamos motos/coches/furgonetas según los necesitábamos. Para alimentarnos cocinamos usando los utensilios disponibles en la infinidad de casas y hostales por los que pasamos. Cuando la actividad lo requería, alquilamos ropa especial, mientras que las guías de viaje eran regaladas, intercambiadas o compradas de segunda mano, etc. No ser propietarios de aquello que usábamos no supuso ningún problema, sino al contrario, y encontrarse con otros viajeros en la misma situación generaba un sentimiento de camaradería un tanto especial.

b. «Las cosas más importantes de esta vida no son cosas.» Es evidente que no tiene sentido «invertir» dinero en souvenirs si te quedan cinco meses de viaje por delante. Por el contrario «invertir» en las relaciones sociales y las experiencias vitales tenía todo el sentido del mundo. La «inversión» en cultivar estas relaciones sociales nos facilitó ser alojados en casa de amigos (o amigos de amigos, o amigos de gente que conocimos por el camino). Además del ahorro económico que ello supuso, también nos permitió conocer las culturas locales de una manera muy directa. El tiempo que dedicamos a estar y hablar con la gente local y con otros viajeros nos enriqueció de una manera difícilmente explicable en palabras y totalmente imposible de «calcular» en dinero.

¡Ojo! ¡No estoy defendiendo que vivamos durante toda la vida con lo que cabe en una mochila! Hay que entender que el viaje fue una situación extrema, que duró algunos meses y me permitió reflexionar a fondo acerca de la acumulación de bienes y el hiperconsumo que se considera «lo normal».

¿Qué otras maneras de vivir existen en el siglo XXI que me parezcan interesantes? ¿Cómo quiero vivir yo?

Lo pequeño es hermoso: la economía como si la gente importara

Evidentemente yo no he sido ni mucho menos el primero en entrar a reflexionar sobre los peligros y problemas del hiperconsumo. Prueba de ello es que al poco de regresar a Barcelona cayó en mis manos un libro llamado Lo pequeño es hermoso , escrito en 1973. El autor, E. F. Schumacher, ya advertía acerca de los riesgos de una sociedad distorsionada por el culto al crecimiento desmedido y a la acumulación de bienes materiales.

Sus palabras resuenan con una fuerza inusitada al cabo de más cuarenta años:

«El desarrollo de la producción y la adquisición de riqueza personal son los fines supremos del mundo moderno.»
«No hay virtud en maximizar el consumo, necesitamos maximizar la satisfacción.»
«Los economistas ignoran sistemáticamente la dependencia del hombre del mundo natural.» «Cualquier cosa que se descubra que es un impedimento al crecimiento económico es una cosa vergonzosa, y si la gente se aferra a ella se le tilda de saboteadora o estúpida.»

El autor ya apuntaba lo miope que resulta medir el progreso de un país en función de su producto interior bruto (PIB), un indicador que pone todo su foco en calcular el incremento de la producción y la compraventa de bienes y servicios, a la vez que ignora de manera sistemática el bienestar real de los ciudadanos. El gran problema es que luego usamos el PIB para el desarrollo de las leyes y las políticas económicas. Recientemente hay quien incluso ha defendido que la crisis económica en la que estamos inmersos ha sido una «crisis de medida», porque hemos puesto toda nuestra atención en el PIB y nos hemos olvidado de las cosas realmente importantes.

En nuestra sociedad tendemos a evaluar la bondad de casi cualquier actividad humana, únicamente en función de parámetros económicos. Simplificando mucho: si gano dinero, es bueno; si pierdo dinero o si podría ganar dinero y no lo gano, debería replantearme la manera de hacer las cosas. Debido a esta manera de evaluar las actividades tiene todo el sentido económico destrozar la selva amazónica para obtener minerales o practicar agricultura intensiva.

El capitalismo hiperconsumista como fuente de desigualdades

Debido a que argumentos como los que acabo de describir fueron básicamente ignorados, se terminó imponiendo el capitalismo hiperconsumista salvaje que nos ha llevado a un crecimiento suicida y que ha venido provocando crisis tras crisis.

Una de las características más visibles de este capitalismo, en su voracidad de consumo creciente, es que no soporta que un producto sea usado por más de un individuo. Mejor que cada uno tenga el suyo propio. Mejor que esté guardado en un almacén a que otro lo utilice. Pero lo mejor, lo mejor de todo, es que una persona compre un artículo y no lo vuelva a usar jamás. Que lo tire. Que haga crecer las bolas de basura que este planeta no sabe cómo digerir, y que compre uno nuevo.

Siendo justos, debemos reconocer que el capitalismo hiperconsumista fue positivo, al menos, durante un tiempo. En gran medida hay que agradecerle que hoy vivamos en un mundo fundamentalmente abundante y con un alto grado de confort material, especialmente en los llamados países desarrollados. El problema se presenta cuando por el mismo funcionamiento de este capitalismo —es decir, nuestras propias creencias, hábitos y reglas de cómo compartimos esta abundancia—, conseguimos hacer el mundo artificialmente pobre y escaso para gran parte de la población, y absurdamente abundante para una minoría.

Respira profundamente. Ahora imagina: ¿cómo sería el mundo si tuvieras acceso a muchas de las cosas de tu día a día (bienes, servicios, conocimiento) del mismo modo que tienes acceso al aire que respiras? Suena a ciencia ficción, ¿no es cierto? El aire es abundante y gratuito, por lo que no compites por respirar más que el de al lado, ¿no es verdad? ¿Te puedes imaginar un mundo donde todo sea abundante y gratuito? A mí me resulta muy difícil. Tenemos tan integrados los principios capitalistas basados en la escasez (de bienes, servicios y conocimiento), que imaginar una sociedad que funcione bajo otro paradigma económico parece quedar relegado al campo de la ciencia ficción.

Vamos al caso contrario: imagina que el aire para respirar fuera un recurso escaso. ¿Puedes imaginar que solo unos pocos tuvieran y gestionaran la mayor parte del aire para respirar y que el resto de la población tuviera que competir por lo que les queda? Nada más cerca de la realidad si sustituyes «el aire» por «el capital». Los veinte españoles más ricos acumulan una fortuna superior a la que tienen en conjunto el 20 por ciento de las personas más pobres de España. Al amparo de la crisis, España ha sido el país de la OCDE en el que más han aumentado las desigualdades sociales. Por su diseño, el sistema capitalista dispara estas desigualdades económicas en la sociedad, tanto en lo relativo a las desigualdades patrimoniales (propiedad del capital) como en lo referente a las desigualdades de ingresos (principalmente por el trabajo). Ello repercute directamente también en la relación de poderes en la sociedad. Niveles de desigualdad económica similares a los actuales han llevado a más de una civilización al colapso.

Va siendo hora de ir pensando en hacer algo diferente. Yo me niego a aceptar que los paradigmas económicos que generan abundancia para la gran mayoría de los ciudadanos sean ciencia ficción. Tenemos la imperante y urgente necesidad de reorientar la economía para ponerla al servicio y a la escala de las personas. Una sociedad con las personas en el centro.

Vivir mejor con menos, ¿de verdad?

Ya sabemos que consumir más no equivale necesariamente a vivir en mejores condiciones. En este nuevo paradigma el consumo es entendido como un medio para el bienestar humano y no un fin en sí mismo. Cuanto menor sea el esfuerzo en recursos para realizarlo, más beneficioso es para el ser humano, que dispone de más tiempo para realizar otras actividades que le permiten desarrollarse y tener una vida interesante. Hay que enfocarse en un crecimiento «inteligente», que asuma que los recursos son limitados. Hay que construir una economía en la cual las actividades no estén basadas en fabricar y comprar más productos, hay que establecer métricas de uso y eficiencia frente a las métricas de producción y consumo que se usan actualmente.

Lo estás viviendo en tus propias carnes: el modelo económico actual hace aguas por todos lados. Por ello millones de ciudadanos de todo el mundo estamos proponiendo y experimentando multitud de modelos alternativos. Muchos de estos modelos no se rigen exclusivamente por las leyes de mercado que los economistas conocen, lo que dificulta la comprensión y evaluación del fenómeno. Por suerte yo no soy economista, y, en realidad, no es necesario serlo para participar y entender los beneficios de la sociedad colaborativa.

En el siguiente capítulo explico las ideas generales del consumo colaborativo y de la economía colaborativa que recupera los conceptos de compartir, colaborar, reutilizar, reciclar. Algo milenario, nada que no se haya hecho antes, pero que ha tomado una escala, velocidad y eficiencia solo posible gracias a la tecnología moderna y las comunidades que se generan alrededor de intereses y necesidades comunes.

En el tercer capítulo entramos en la parte práctica de cómo «Vivir mejor con menos». Partiendo desde mi propia experiencia como usuario, explico las ventajas de la nueva economía colaborativa en sectores como la movilidad, el turismo y las finanzas, entre otros.

En el cuarto capítulo reflexiono acerca de cómo la economía colaborativa, usuario a usuario y proyecto a proyecto, está labrando cambios profundos en el conjunto de nuestra sociedad. Estos cambios aún resultan muy complejos de entender en su globalidad, pero daré algunas pistas de cómo será la sociedad colaborativa.

Antes de seguir, detente un instante y pregúntate:
• ¿Cuándo fue la última vez que usaste ese taladro que compraste y tienes en casa? ¿Sabes cuánto tiempo lo vas a usar durante toda tu vida?
• ¿Puedes calcular el porcentaje del tiempo que tu coche se pasa estacionado? ¿Y el dinero que eso te cuesta al cabo del año?
• ¿Y ese vestido que solo has usado en una boda? Mejor no empecemos a pensar en la ropa y los juguetes de los niños.

Algunas respuestas las encontrarás en el capítulo siguiente.

2 - EL NUEVO PARADIGMA: EL CONSUMO COLABORATIVO

Nunca cambias las cosas combatiendo la realidad existente. Para cambiar algo construye un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo actual. Richard buckminster Fullersh

El consumo colaborativo es una realidad

En mis conferencias hago las preguntas acerca del taladro y el coche al público para ilustrar el potencial del consumo colaborativo. Las respuestas son impactantes: un taladro es usado unos doce minutos en toda su vida útil, y el coche está estacionado el 95 por ciento del tiempo. Tener aparcado un coche tiene un coste de entre 5.000-7.000 euros al año cuando se incluye la depreciación del vehículo.

Cuando leí por primera vez acerca de estos datos, aún vivía en Taiwán y me interesé por explorar más en profundidad estos conceptos, sobre todo desde el ángulo de la eficiencia económica. Tras leer el libro What’s mine is yours: the rise of collaborative consumption (Lo mío es tuyo: el crecimiento del consumo colaborativo) de Rachel Botsman, y otras lecturas relacionadas, y experimentar casualidades diversas acabé creando el blog http://www.consumocolaborativo.com/  en junio de 2011.

El blog se ha convertido al cabo de tres años en la referencia del tema en lengua castellana, y yo mismo, en un experto, consultor y portavoz del movimiento, lo que me ha llevado a escribir este libro.

En este papel de «portavoz», una de las preguntas más habituales por parte de la prensa a la que debo responder es: ¿cómo se define el consumo colaborativo? No puedo dar una definición muy formal, pero me gusta explicar que «es lo que se ha hecho toda la vida con los familiares y amigos, casos como “vámonos de fin de semana a la montaña en el mismo coche” o “déjame 100 euros que el mes que viene te los devuelvo”, o si tus hermanos o primos tienen hijos, te dan la ropa o la canastilla del bebé. Toda esa colaboración que se da a pequeña escala en círculos de confianza, cuando se le añade internet y las redes sociales, toma una nueva dimensión y una nueva velocidad inimaginable hasta el momento. Es a esto a lo que llamamos consumo colaborativo».

El consumo colaborativo propone compartir los bienes frente a poseerlos, y focalizarse en poner en circulación todo aquello que ya existe. Pasar de entender el consumo como propiedad a entender el consumo como acceso y uso. Es sencillo y complicado a la vez pero, si lo sabemos hacer, será posiblemente revolucionario. Te animo desde ya a participar en algunos de los servicios de consumo colaborativo de los que hablaré. Esta experiencia personal se convierte en la puerta de entrada para comprender de primera mano el nuevo paradigma de la economía colaborativa.

No se trata de que no compres nada; se trata de que no tengas que comprarlo todo

El consumo colaborativo es ya una realidad; los ejemplos son muy variados y se multiplican cada día.

Sin ir más lejos, puedes compartir trayectos en coche (BlaBlaCar, Carpooling, Amovens, etc.), la wifi con los vecinos (es legal, simplemente habla con ellos), la bicicleta con los conciudadanos (Bicing en Barcelona), e incluso la casa con desconocidos a lo largo y ancho del mundo (Airbnb, CouchSurfing, etc.). También puedes participar en el intercambio, la reutilización y la compraventa de objetos de segunda mano (SegundaMano.com o la aplicación Wallapop para móviles), o en la donación entre particulares (de libros, ropa, electrodomésticos, muebles, juguetes... en NoLoTiro.org).

Compra de forma colectiva alimentos sanos, sabrosos, saludables y cercanos, organizados en grupos de consumo (LaColmenaQueDiceSi o YoComproSano). Participa en comunidades y espacios de trabajo compartidos ( coworking ) donde las competencias de las diferentes personas se potencian. Financia proyectos en algunas de las más de cincuenta plataformas de crowdfunding . También puedes compartir tu bien más valioso, el tiempo, y ofrecérselo a otros en bancos de tiempo, o simplemente comparte tus ideas y conocimientos con otros.

La suma de estas iniciativas está cambiando la relación cultural con la posesión de los objetos, y las prácticas de consumo colaborativo se están convirtiendo rápidamente en «normales». El antiguo estigma asociado a las palabras «alquilar» o «compartir» está desapareciendo para pasar a ser sinónimo de un consumo más inteligente, eficiente, humano y divertido.

Los beneficios económicos, sociales y medioambientales de estas prácticas convencen cada día a más y más personas. Espero que al concluir la lectura de este libro tú seas, si no lo eres ya, uno de ellos.

No está claro quiénes fueron los pioneros de este tipo de ideas, pero CouchSurfing (que permite alojarse de manera gratuita en casa de desconocidos) y Zipcar (flota de alquiler de coches por horas) son los ejemplos a los que se hace referencia de manera habitual. El propio eBay es considerado como el abuelo del consumo colaborativo, ya que introdujo los mecanismos de reputación digital que muchas de las otras plataformas han tomado como modelo a seguir.

Finalmente, la empresa que debido a su escala e impacto en todo el mundo es considerada como el buque insignia del movimiento es Airbnb, que permite pagar por alojarse en casa de desconocidos y que ya se codea de tú a tú con las mayores cadenas hoteleras del mundo.

Aunque hace unos años los críticos usaban palabras como «neocomunistas», «hippies digitales» o «moda pasajera», el empuje definitivo al reconocimiento del consumo colaborativo fue su inclusión en la «lista de las diez ideas que cambiarán el mundo», que publica la revista Time .

La lista se confeccionó con aquellas ideas que «pueden hacer frente a nuestros problemas más graves: las guerras, las enfermedades, el desempleo y el déficit». No está mal, ¿verdad?
Como explicaré en el próximo capítulo, varios de estos proyectos han llegado a una escala industrial y han despertado el interés de los sectores afectados, las escuelas de negocio y las administraciones, que se encuentran ante el difícil papel de intentar encajar todas estas nuevas actividades en la realidad existente.

Cuando tengo que explicar esta disrupción a las empresas describo el consumo colaborativo como «el último ejemplo del valor que Internet aporta a los consumidores». Son las mismas prácticas que hemos llevado a cabo en el entorno web durante la última década y que están empezando a saltar al espacio físico. Si la cultura digital ha cambiado para siempre la industria del entretenimiento y los medios de comunicación, lo mismo está empezando a ocurrir con la movilidad, el turismo, las finanzas, etc. Los usuarios nos encontramos mediante las plataformas de consumo colaborativo en Internet (que facilitan el encuentro de oferta/demanda, la escala, los pagos y la generación de confianza) para crear comunidades donde intercambiamos valor fuera del entorno web. La tecnología nos permite obtener aquello que necesitamos los unos de los otros, de manera muy directa y sin necesidad de recurrir a las empresas tradicionales que deben replantearse su función en la sociedad.

Un detalle importante que destacar es que el consumo colaborativo no viene a reemplazar por completo el sistema actual, sino que simplemente lo complementa ofreciendo más opciones y normalizando estas nuevas pautas de consumo. Se abre un abanico de opciones que nos permiten vivir mejor con menos. Antes parecía que la única opción era la compra de cosas nuevas con euros. Ahora resulta completamente normal plantearse si aquella cosa debes comprarla nueva o de segunda mano, si la puedes intercambiar o si la puedes alquilar por unas horas.

Como concluía la revista The Economist en un artículo dedicado a la sharing economy : «it’s time to start caring about sharing»; es decir, es hora de empezar a preocuparse por compartir.


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