22/4/14

Hay que volver a acompasar nuestros ritmos con los del planeta.

LA PRÁCTICA DEL DECRECIMIENTO

El decrecimiento, ante todo, es un camino, no una meta. El objetivo no es decrecer continuamente nuestro consumo de energía y materia, sino hacerlo hasta unos ritmos que se acoplen a los ciclos naturales (lleven la velocidad de la naturaleza de gestión de residuos y producción de recursos) y permitan que todas las personas cubramos nuestras necesidades básicas. Por lo tanto, al hablar de cómo llevar a la práctica el decrecimiento, lo tenemos que hacer con la mirada puesta en el objetivo final: la sostenibilidad.

Pero, ¿qué es la sostenibilidad? Ante tanto ejercicio de retórica y tanta confusión reinante con el término, es imprescindible aclarar la propuesta de “definición” de sostenibilidad.

Para la consecución de la sostenibilidad resulta clave entender que el aumento de la calidad de vida no está directamente ligado al continuo incremento del consumo de recursos naturales. Se trata fundamentalmente de conseguir un mayor bienestar con menor degradación ambiental y uso de recursos naturales. O, como dice el lema de Ecologistas en Acción: “menos para vivir mejor”.

Por lo tanto, la sostenibilidad no es sólo una cuestión de “ecoeficiencia”, sino fundamentalmente de “suficiencia”, de cuánto es suficiente, que nos lleve al respeto de los límites ambientales.


La disociación entre el aumento de calidad de vida y degradación ambiental pasa por un cambio radical en los modelos de producción y consumo. Un cambio radical que abandone la premisa de incremento constante de la acumulación individual en la que se basa nuestro sistema económico.

Lo que sí está íntimamente ligado a la calidad de vida es la satisfacción de las necesidades humanas. Manfred Max-Neef (1) afirma que en todas las sociedades y épocas las necesidades humanas son muy parecidas y que pueden agruparse en 9 grupos fundamentales: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, identidad, libertad, ocio, participación y creación. Los satisfactores son las formas de cubrir las necesidades y varían entre las distintas sociedades y épocas. Ante la necesidad de mantener la temperatura corporal, la calefacción es uno de los satisfactores posibles. Una manta y ropa de abrigo serían otro.

De este modo, una línea básica de trabajo en el camino hacia la sostenibilidad parte de preguntarnos ¿cuáles son nuestras necesidades reales, tanto materiales como inmateriales?, ¿necesitamos agua caliente para fregar los platos?, ¿necesitamos cinco pantalones de pana en invierno?, ¿necesitamos un coche? Nuestras necesidades materiales pueden verse satisfechas con mucho menos consumo de recursos. Las inmateriales, simplemente, no se cubren desde lo material. ¿Cuántas horas semanales dedicamos a ver la televisión? ¿y a salir al campo?, ¿y a jugar con nuestros hijos o sobrinos?, ¿y a conocer a nuestros vecinos?

Atendiendo a esto, una sociedad sostenible será aquella que cubra las necesidades (reales, no ficticias) de toda la población presente y futura mediante una relación armónica con el entorno. En este sentido, el concepto de sostenibilidad tiene tres patas. La económica, para satisfacer las necesidades; es la menor de todas. La social, para que esa satisfacción sea universal; controla a la pata económica y la pone a su servicio. Y la ambiental, para que nuestros actos no se realicen a costa de un planeta del que dependemos, y teniendo en cuenta que no somos la única especie que tenemos derecho a vivir en él.

O, dicho de otra forma, el empobrecimiento de las poblaciones y la degradación ambiental son dos caras de una misma insostenibilidad. La sostenibilidad supone una mejora en la calidad de vida de las generaciones actuales y futuras.

Desde esta perspectiva, los problemas ambientales son, en realidad, socioecológicos: la sociedad no conseguirá solucionar grandes cuestiones como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, o la contaminación química limitándose a buscar soluciones que mejoren el entorno, sino que sólo podrá hacerlo a través de políticas que tengan en cuenta a la vez las implicaciones sociales, económicas y ecológicas de nuestros actos.

Biomímesis

A la hora de elegir los satisfactores más adecuados para cubrir las necesidades de manera sostenible, un concepto fundamental es la biomímesis (2) (imitar a la Naturaleza), ya que la Naturaleza ha sabido encontrar, a lo largo de la evolución, las mejores soluciones a las necesidades de los seres vivos y de los ecosistemas.

Pero no sólo eso, sino que también ha sido capaz de evolucionar hacia estadios cada vez más complejos y ricos. Además, la biomímesis implica que el entorno no es parte de la economía, sino al revés: la economía es un subsistema del ambiente.

Partiendo de la propuesta de Jorge Riechmann, la biomímesis supone cerrar los ciclos de materia, consumir en función de los ciclos naturales, minimizar el transporte, obtener la energía del sol, potenciar una alta interconexión biológica y humana, no producir compuestos tóxicos para el entorno (xenobióticos), acoplar nuestra velocidad a la de los sistemas naturales, actuar desde lo colectivo y acogernos al principio de precaución. Unos principios que sustituirían necesariamente al de maximización del beneficio individual imperante.

Cerrar los ciclos de la materia

En la naturaleza la basura no existe, todo es alimento, de manera que los residuos de unos seres son el sustento de otros y los ciclos están cerrados. Los modos de producción humanos, en contraposición a lo anterior, son lineales y, partiendo del petróleo, llegamos a un montón de plásticos tirados en un vertedero. Por lo tanto se hace necesario un encaje armónico de los sistemas humanos en los naturales, cerrando los ciclos mediante el reciclaje.

Esto se traduce en adecuar las sociedades y sus actividades a la capacidad del planeta para asimilar los contaminantes y residuos de forma sostenida en el tiempo, es decir, evitar los tóxicos y materiales que la naturaleza no puede degradar/asimilar y frenar la producción de residuos hasta alcanzar un ritmo menor al ritmo natural de asimilación/degradación.

En ese aspecto, la naturaleza no se preocupa excesivamente por su eficiencia (3): no le importa desperdigar miles de semillas para que nazca un árbol, ni poner cientos de huevos para que sólo sobrevivan unas decenas de peces. Sin embargo, sí tiene mucho cuidado en que toda su producción se integre en ciclos en los que la basura se convierta en comida.

Obviamente reciclaje es la palabra clave de este principio, no sólo del vidrio y demás, sobre todo de la materia orgánica (que es nuestra principal producción de basura y la más valiosa). ¿Por qué no poner un compostero en la cocina? No huele, aunque no te lo creas.

Para bajar esto a lo concreto a nivel industrial estaríamos hablando de pensar la producción en red. La interconexión de distintas fábricas ya se está dando, por ejemplo en Namibia, Tanzania, China o Fiji en algunas fábricas de cervezas el residuo fibroso de la cebada se usa como alimento de setas y champiñones. El desperdicio de la producción de las setas se usa como pienso de alta calidad para el ganado vacuno. Pero es más, el residuo protéico de la cebada se usa para criar lombrices, con las que se alimentan gallinas. Los excrementos de los animales se usan para producir biogás (metano). Finalmente, los lodos de la metanización de los excrementos animales se usan como fermento de plantas en cultivos hidropónicos que incorporan peces también. Todo ello generando cuatro veces más empleo que una fábrica de cervezas aislada, con siete veces más eficiencia y centrando la economía en lo local.

Eliminar la liberación de xenobióticos


Es necesario que los compuestos tóxicos no se viertan al entorno. Para ello, la actuación podría discurrir por una doble vía: la reducción o eliminación de la gran mayoría, y la integración del resto en ciclos cerrados estancos que no se mezclasen con el resto de la naturaleza.

En nuestra vida cotidiana esto implica replantearnos nuestro concepto de limpieza y los materiales que usamos. La limpieza la queremos (además de por razones estéticas) por la búsqueda de higiene y esta tiene mucho más que ver con ecosistemas diversos y equilibrados que con la imposibilidad de eliminar todos los gérmenes. Así la apuesta por limpiadores ecológicos y caseros es básica: agua+alcohol+jabón como limpiador universal, cera de abeja para los suelos de madera, vinagre contra grasa, limón como antioxidante y limpiador, alcohol para desinfectar...

En la actualidad en la UE, de las más de 100.000 sustancias que se comercializan, no llegan a 20 las que tienen un expediente de seguridad completo, es decir, de las que sabemos qué implicaciones tienen en nuestra salud y el entorno. Evitar los contaminantes pasa por consumir productos de origen natural frente a los sintéticos.

Disminuir drásticamente el consumo en los países sobredesarrollados

Este criterio, básico en la propuesta del decrecimiento, está íntimamente relacionado con los conceptos de límite y justicia; con entender que vivimos en un planeta de recursos limitados cuyos márgenes hemos rebasado hace décadas y, por lo tanto, nuestra actividad tiene que acogerse a ese marco. Es decir, debemos autolimitarnos con un modelo de vida más austero. Sólo una disminución drástica del consumo en los países sobredesarrollados permitirá el moderado, pero necesario, aumento en los empobrecidos.

La disminución del consumo también implica obtener en primer lugar las materias primas y la energía del reciclaje de los bienes en desuso y, en segundo término, de fuentes renovables. Es decir: reducir, reutilizar y reciclar por este orden.

Las aplicaciones en la vida cotidiana son múltiples y variables, pero todas pasan por la austeridad. Pero no una austeridad triste, sino una feliz y creativa. Necesitamos menos para vivir mejor. Centrar la producción y el consumo en lo local. Es necesaria una minimización del transporte, puesto que en la naturaleza su mayor parte es vertical (4) (intercambio de materia entre el reino vegetal y la atmósfera y el suelo). El transporte horizontal sólo lo realizan los animales, que suponen muy poca biomasa respecto a los vegetales (el 99% de la biomasa) y que además sólo se desplazan a cortas distancias. El transporte horizontal a largas distancias, como es el caso de las migraciones animales, es una rareza en la naturaleza.

Lo que llamamos contaminación consiste, generalmente, en una enfermedad del transporte de los ecosistemas. En unos casos transportamos minerales desde las entrañas de la tierra, los procesamos, y acabamos dispersando los productos y los residuos por el medio, envenenándolo.

En otros, extraemos productos o sustancias que están dispersas en la naturaleza, las transportamos hasta algún sitio, y provocamos acumulaciones que la naturaleza no puede soportar. Además, invariablemente, para hacer todo eso acumulamos cemento, acero y asfalto en grandes infraestructuras que fraccionan los ecosistemas, tras envenenarlos, y nunca más pueden funcionar del modo en que estaban organizados para hacerlo (5).

El crecimiento también está íntimamente relacionado con el transporte. El proceso de globalización capitalista ha maximizado esta faceta. Por eso hablar de decrecimiento es, en gran parte, hablar de reducción del transporte.

Esta idea supone una tendencia paulatina hacia la autosuficiencia desde lo local. Este principio, minimiza el transporte de recursos y bienes, facilita la gestión del sistema económico, los recursos y los residuos, y favorece las actividades económicas adaptadas a las características del entorno.

Esto significaría un funcionamiento confederal de los distintos territorios con un alto grado de autonomía, pero con una importante interconexión entre ellos. Algo así, siguiendo el símil natural, como distintos ecosistemas interconectados entre sí. La propuesta en movilidad es apostar por caminar e ir en bici y, en su defecto, por el transporte público. Aunque parezca mentira en numerosas ciudades, gracias a la presión popular (y la pésima calidad del aire) se está poniendo coto al coche: reducción de coches por eliminación aparcamientos y fomento transporte público (Múnich, Copenhague), restricción del acceso de coches al centro (Atenas, Roma), prohibición de centros comerciales en las afueras (Noruega, Finlandia), peajes para acceder a las ciudades (Londres, Estocolmo, Ámsterdam), barrios sin coches (Berlín, Friburgo, Edimburgo).

Es necesaria la reconversión de la industria del automóvil en industria del transporte público, de la bicicleta o la recolocación de los trabajadores en un medio rural vivo. Cosas parecidas ya se han llevado a cabo, por ejemplo en Santana Motor.

Los grupos de consumo agroecológico autogestionados son un ejemplo muy exitoso de cómo aplicar este criterio. No sólo permiten la obtención de alimentos de primera calidad a precios de supermercado, sino que suponen la creación de un tejido social donde los valores dominantes son los del apoyo mutuo.

Basar la obtención de energía en el sol

El sistema energético debe estar centrado en el uso de la energía solar en sus distintas manifestaciones (sol, viento, minihidráulica, biomasa...). En general, se trata de obtener la energía de fuentes renovables, es decir, de aquellas que explotemos a un ritmo que permita su regeneración.

El modelo del futuro no deberían ser los grandes parques solares y eólicos controlados por multinacionales (aunque ahora puedan resultar necesarios como elementos de transición en un escenario de cambio climático acuciante). El modelo es la producción descentralizada de energía de manera autogestionada. La construcción bioclimática (que se adapta a las características de entorno y usa energía limpia) no sólo consigue reducir drásticamente el consumo energético y hacerlo 100% renovable, sino que puede incluso generar más energía de la necesaria. Sí, la construcción bioclimática es más cara, pero recupera la inversión con creces. La clave está en buscar medios de financiación colectivos para poder hacer frente a las inversiones, como podría ser COOP-57.

Potenciar una alta diversidad e interconexión biológica y humana


La vida ha evolucionado, desde el principio, hacia grados de mayor diversidad y complejidad, lo que no sólo ha permitido alcanzar mayores niveles de conciencia, sino también adaptarse a los retos y desafíos que se ha venido encontrando. La mayor estrategia para aumentar la seguridad y la supervivencia de la vida ha sido hacerla más diversa, cambiante y moldeable.

Justo lo contrario de aquello para lo que trabaja la Unión Europea, con sus directivas contra la inmigración o la tendencia del mercado a homogeneizar los gustos de la población.

La alta diversidad y la interconexión naturales tienen un correlato en el plano social, que es la vida conjunta de muchas personas diversas y con muchas redes de intercambio y comunicación entre ellas como salvaguarda de la variedad cultural.

Además hay que señalar que la evolución de la vida es hacia la máxima complejidad, no hacia el máximo crecimiento. Los bosques o las personas pasamos una primera etapa de nuestra vida en la que ponemos energía en crecer, pero luego esa energía la desviamos hacia el aumento de la complejidad. Nuestra sociedad está anclada continuamente en esa etapa primitiva de crecimiento de la que es incapaz de salir. ¿Quién propone volver a las cavernas realmente? Desde esa perspectiva también cobra especial importancia el decrecimiento.

Por último, una característica fundamental de la complejidad es que permite que se produzca autoorganización de forma “espontánea”. La diversidad tiene mucho que ver con la agroecología, con el cambio de paradigma en nuestra forma de cultivar la tierra, ya que la agroecología tiene como uno de sus principios básicos potenciar la diversidad. Y, contra lo que la mitología empresarial afirma, la producción agroecológica es capaz de satisfacer las necesidades alimentarias de la humanidad con creces (y con garantía de futuro, cosa que la agroindustrial no es capaz), como lo avalan numerosos estudios. Todo ello es básico para alcanzar una soberanía alimentaria.

Acoplar nuestra “velocidad” a la de los ecosistemas

Muchos de los problemas ambientales que se están produciendo tienen más que ver con la velocidad a la que se están efectuando los cambios que con los cambios en sí mismos. Por ejemplo, a lo largo de la historia de la Tierra se han producido cambios de temperatura más drásticos de los que se pronostican como consecuencia del cambio climático actual; sin embargo, el problema principal es que los cambios se están llevando a cabo a una velocidad que los ecosistemas no pueden soportar sin traumas.

En este sentido, es imprescindible ralentizar nuestra vida, nuestra forma de producir y consumir, de movernos. Hay que volver a acompasar nuestros ritmos con los del planeta. Por ejemplo la dieta que llevamos tiene más que ver con los problemas socioambientales de lo que podríamos pensar: un animal alimentado con cereales comestibles (soja, maíz) es una pérdida 70-95% de energía bioquímica, ya que una vaca come 7 kg por kg producido, por ejemplo. Así que una dieta vegetariana o débilmente carnívora se adapta mucho mejor a la velocidad de producción del entorno. Es decir, la dieta clásica mediterránea en nuestro contexto.

Actuar desde lo colectivo

En la naturaleza, para su evolución, ha sido mucho más importante la cooperación que la competencia, como bien lo ejemplifica la simbiosis básica en el desarrollo de ecosistemas y seres vivos. Esto se transpone en la vida social como una gestión democrática de las comunidades y sociedades, de manera que nos responsabilicemos de nuestros actos a través de la participación social. Y cuando hablamos de democracia nos referimos a una democracia participativa, en la que los valores básicos sean la cooperación, la horizontalidad, la justicia, el geocentrismo (huyendo del antropocentrismo y el androcentrismo) y la libertad.

Esta actuación desde lo colectivo es lo que va a permitir que surjan una serie de “emergencias” desde el sistema complejo que permitan encarar las problemáticas con las que las sociedades humanas nos tenemos que enfrentar (6).

Principio de precaución

El principio de precaución postula que no se deben llevar a cabo acciones de las que no se tienen claras las consecuencias. Es entender que vivimos en un entorno de incertidumbre insalvable. Es entender que el ser humano no es omnipotente ni omnisciente, ni siquiera con la ayuda de la ciencia y la tecnología. Es entender que somos seres limitados, lo que también tiene mucho que ver con el decrecimiento, en este caso del papel casi religioso de la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad.

Desde esta perspectiva no tiene ningún sentido la energía nuclear (¿quién garantizará la seguridad de las centrales? ¿y la estabilidad de los emplazamientos de residuos radiactivos durante miles de años?), los transgénicos (¿quién puede saber que ocurre cuando se liberan al medio?), o el uso masivo de la telefonía móvil (¿sabes cuantos estudios se han realizado sobre su impacto sobre la salud?).

El principio de precaución significa apostar por lo sencillo, como las tecnologías blandas.

Sostenibilidad tras el decrecimiento

De este modo, una sociedad sostenible sería la que:

- Tuviese un carácter altamente autosuficiente en los territorios que la componen: todos los materiales procederían de lugares cercanos (de las huertas dentro de la ciudad, de las granjas en las afueras, del río, de la cantera de la comarca, etc.). El trasiego de materiales sería mínimo.

- Basase la satisfacción de sus necesidades energéticas en el sol: se obtendría energía de paneles solares, molinos eólicos y saltos minihidráulicos fundamentalmente. Y la producción energética estaría descentralizada y controlada por la población. Además, el consumo energético sería reducido.

- Cerrase los ciclos de materia: los excrementos del ganado y el compost irían a las huertas, el agua usada se depuraría y regaría jardines y calles, el ganado pastaría en los prados y los abonaría, los residuos sólidos urbanos se reciclarían, etc.

- Enmarcase la producción de alimentos bajo los parámetros de la agroecología con una producción y consumo locales: para ello habría gran variedad de profesiones, oficios y habilidades en los municipios, de modo que se pudiera encontrar cualquier bien o servicio básico (atención médica, vestido, calzado, arreglo de bicicletas, educación, semillas, libros, carpintería...).

- Planificase su urbanismo de tal manera y tamaño que haría muy práctico el uso de la bicicleta y el transporte público, y la mayoría de los lugares serían accesibles a pie.


- Redujese sus necesidades de movilidad a largas distancias, excepto para coordinarse y enriquecerse con otras comunidades.

- Posibilitase espacios para la vida del resto de los seres, espacios que deberán estar interconectados mediante corredores biológicos.

- Tomase las decisiones mediante democracia participativa, con una redistribución equitativa, justa y solidaria de la riqueza y del poder entre sus habitantes. Es decir, no existirían megaestructuras como la Unión Europea, sino mecanismos de coordinación para articular globalmente las decisiones locales.

Luis González Reyes

(1) Manfred Max-Neef: Desarrollo a escala humana. Icaria Barcelona. 1994.
(2) Jorge Riechmann: Biomímesis. El Ecologista nº36. 2003. Jorge Riechmann: Un mundo vulnerable: ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia. Los Libros de la Catarata. 2000.
(3) Aunque los ecosistemas tienden, conforme evolucionan, a estados de productividad bajos, es decir, pasan de ser muy ineficientes a ser altamente eficientes.
(4) Ramón Margalef: La Biosfera entre la termodinámica y el juego. Omega. 1980.
(5) Ramón Margalef: Planeta azul, planeta verde. Prensa Científica. 1992. Antonio Estevan: La enfermedad del transporte. www.ciudad-derechos. org/espanol/pdf/eed.pdf.
(6) Una de las características de los sistemas complejos es que, ante situaciones de crisis, son capaces de producir una serie de emergencias que permiten salvarlas. Una emergencia en la naturaleza fue, por ejemplo, la aparición de la fotosíntesis.


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