DE LA
GLOBALIZACIÓN A LA AUTONOMÍA
Toda decisión económica es también una decisión
política. Siempre tiene una afección para terceros, para la sociedad y para el
medio ambiente, tanto si son decisiones públicas como si son adoptadas
por particulares o instituciones privadas. Y este carácter político
se acentúa en la medida en que las decisiones económicas afectan a un mayor
número de personas. Por tanto sería deseable que esas decisiones fueran
consensuadas por las distintas partes que van a verse afectadas.
Este no es el caso de las decisiones tomadas por las multinacionales, por los fondos de inversión y por los propietarios de grandes patrimonios. Por contra, sólo tienen en cuenta el criterio del máximo beneficio externalizando otros costes que no restan en sus cuentas de resultados. Y si hubo un tiempo en que era posible condicionar políticamente su actividad desde los parlamentos, ahora eluden este inconveniente gracias a la globalización, el agujero negro del planeta.
Este no es el caso de las decisiones tomadas por las multinacionales, por los fondos de inversión y por los propietarios de grandes patrimonios. Por contra, sólo tienen en cuenta el criterio del máximo beneficio externalizando otros costes que no restan en sus cuentas de resultados. Y si hubo un tiempo en que era posible condicionar políticamente su actividad desde los parlamentos, ahora eluden este inconveniente gracias a la globalización, el agujero negro del planeta.
Tampoco es el caso de las instituciones supranacionales alejadas del control político ciudadano como el BCE-euro, el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, la OMC, la OTAN, (ese ejército comercial que allana el terreno de ciertos negocios), a las que habrá que añadir los nuevos tratados comerciales que ni siquiera podrían ser revisados por los ciudadanos de los estados firmantes, ya de por sí escasamente democráticos.