12/8/24

La supervivencia es una tarea difícil y no quieres crear más enemigos de los necesarios

DECIR «POR FAVOR» Y «GRACIAS»

En un fascinante experimento psicológico, se pidió a un grupo de universitarios que acudiera a un laboratorio para participar en una actividad. Al llegar, fueron recibidos por una persona que se presentaba como profesor.

A algunos de estos universitarios se les informó de manera amable que la sala de reuniones había cambiado de lugar y se les dirigió cortésmente a otra habitación. Sin embargo, otros voluntarios recibieron un trato muy diferente. Fueron reprendidos con dureza con frases como: «¿No sabes leer? Hay un cartel en la puerta que indica que el experimento será en otra habitación. Pero ni siquiera te molestaste en mirarlo, ¿verdad? En lugar de eso, preferiste molestarme y pedirme direcciones cuando puedes ver claramente que estoy ocupado».

Aparentemente, esto es un día más en tu vida. En ocasiones, te topas con personas amables y, otras veces, con personas ariscas. Sin embargo, el impacto de la mala educación no es baladí. En el experimento, los voluntarios que fueron tratados con rudeza mostraron un rendimiento notablemente inferior en las tareas posteriores. En particular, resolvieron menos acertijos de anagramas y demostraron menor creatividad a la hora de pensar en diferentes usos para un ladrillo. Además, su comportamiento hacia los demás también se vio afectado.

Mientras que casi tres cuartas partes de los voluntarios que fueron tratados cortésmente ayudaron a otra persona a recoger libros caídos sin que se lo pidieran, menos de una cuarta parte de los voluntarios que recibieron un trato rudo ofreció su ayuda de manera espontánea.

Todo se contagia y moldea la cultura

Este experimento pone de manifiesto cómo el trato que reciben las personas puede influir profundamente en su rendimiento y comportamiento social. Pero el trato cortés no solo mejora la creatividad y la resolución de problemas, sino que también fomenta un comportamiento más cooperativo y dispuesto a ayudar a los demás. Ser educado, pues, genera virtuosos bucles de retroalimentación positiva.

Otros estudios van en la misma línea: después de presenciar una mala educación, aquellos con mayor empatía emocional obtienen peores resultados en las tareas cognitivas. Es decir, que la grosería disminuye el rendimiento y reduce la disposición a ayudar.

Cuando las personas no se sienten respetadas, tienden a cerrarse o a utilizar recursos cognitivos valiosos tratando de entender el entorno. Ya sea porque estén considerando respuestas, tratando de explicar el comportamiento grosero o simplemente rumiando sobre el comportamiento del perpetrador, está claro que estos procesos roban recursos cognitivos de la tarea en cuestión. En suma, la incivilidad drena los recursos emocionales y cognitivos necesarios para el aprendizaje y el rendimiento.

El coste social y mental de la mala educación es difícil de cuantificar por completo. Las personas sufren y toman represalias de muchas maneras: el 94 por ciento de las víctimas de la falta de cortesía se vengan de sus agresores, y el 88 por ciento se venga de su empresa. Los estudios sugieren que incluso, cuando las víctimas o los testigos no exigen represalias, el desempeño se resiente. Las víctimas, los testigos y las organizaciones sufren.

Ya sea porque todo esto se mida mediante tareas cognitivas o creativas, o en términos de ayuda, el desempeño se desploma. Sin embargo, estos efectos se extienden más allá de la víctima. Los testigos se ven afectados de maneras similares. La mala educación incluso parece generar conductas disfuncionales y pensamientos agresivos.

Todos estos hallazgos sugieren que la mala educación puede empañar una cultura. La mala educación afecta a las personas y a la sociedad de múltiples maneras, como un ejército de termitas trabajando silenciosamente en un mueble… hasta que un día se desploma.

Martha Gibson nos ofrece el relato desde el punto de vista geológico: describe cómo un científico podría intentar reconstruir un poco de la historia geológica basándose en el conocimiento de ciertos hechos.

En el ejemplo de Gibson, el geólogo se ocupa de una formación rocosa estratificada que contiene una capa de carbón situada sobre una capa de piedra caliza. La capa de carbón se trata como evidencia de un bosque antiguo, la capa de piedra caliza se trata como evidencia de un mar antiguo, y el hecho de que el estrato de carbón se encuentre por encima del de piedra caliza se trata como evidencia de su orden relativo de aparición. Es decir, como evidencia de que el mar estuvo allí antes que el bosque.

La mala educación también deja huellas similares. Podemos rastrearla a través de los efectos nocivos que origina en las culturas que permiten su infiltración.

El cerebro social

¿Cómo es posible que una simple grosería nos afecte cognitivamente? ¿Por qué un «buenos días» o un «gracias» propicia justo lo contrario? Porque nuestro cerebro es social. Todo lo que hacemos y pensamos pasa a través de los demás y nos es devuelto. Nuestro indicador sociométrico, que viene de serie y empieza a funcionar a los dos años de edad, está continuamente calibrando cómo son los demás y qué esperan de nosotros para encajar en el mundo y saber qué lugar ocupamos en él.

Como explica Shankar Vedantam en su libro Delirios útiles nuestros sistemas cerebrales nos sintonizan profundamente con las sutilezas sociales. Llevarnos bien con los demás es absolutamente vital para nuestra supervivencia:

«Si ignora los sentimientos y el orgullo de otras personas, decir que está diciendo la verdad (o defender la razón) no le ayudará si la marea de la opinión pública se vuelve en su contra. Por eso enseñamos a nuestros hijos a decir por favor y gracias, incluso cuando pueden conseguir lo que quieren sin ser educados».

«Les enseñamos a ser amables y generosos, incluso cuando no les apetece. Les hacemos sonreír cuando vienen invitados, incluso si no los soportan. Entendemos, intuitiva y automáticamente, que cierta cantidad de engaño es un precio necesario a pagar para ingresar al club humano. A su vez, esperamos ese engaño de los demás».

Nuestros cerebros comprenden, a través de reglas transmitidas a lo largo de millones de años, que la supervivencia es una tarea difícil y que no quieres crear más enemigos de los necesarios.

La cortesía en los grupos humanos también se refleja en las reglas de conducta que gobiernan a otras especies. Si alguna vez has visto a millones de estorninos coordinar su comportamiento, cada ave volando punta con punta de ala con la siguiente, con virajes repentinos comunicados sin palabras a toda la bandada, comprenderás lo importante que ha sido la coordinación social a lo largo de nuestra larga historia evolutiva.

Todo es, en parte, teatro. Y eso es bueno. Porque invoca el "finge hasta que lo logres". O, como abundó en ello el célebre economista Frank Knight: «En la medida en que el hombre es sabio o bueno, su carácter se adquiere principalmente haciéndose pasar por mejor de lo que es, hasta que una parte de su simulación se convierte en un hábito».

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