25/5/23

El horizonte de mejora lo ha perdido la juventud pues el porvenir pinta bastante oscuro

VIVIR PEOR QUE NUESTROS PADRES      

UNA CONVERSACIÓN CON AZAHARA PALOMEQUE

Azahara Palomeque (El Sur,1986), retornada de los Estados Unidos, donde vivió durante casi trece años, poeta, escritora, periodista free-lance, activista y muy agradecida de toda esa gente de la que bebe el pequeño libro Vivir peor que nuestros padres publicado por Anagrama.

Carmen Duce: ¿Qué objetivo te planteabas con el libro? ¿Qué te ha impulsado a escribirlo? ¿A qué necesidad responde?

Azahara Palomeque: Bueno, ya había un debate social y mediático que apuntaba a que los millennials éramos la primera generación en vivir peor que nuestros padres. Es algo que ya se sabía. Pero yo con ese debate tenía ciertos problemas. Porque sí que me identificaba con una parte del discurso: con lo que tiene que ver con la pérdida de poder adquisitivo, la pérdida de derechos, de no poder acceder a la vivienda… Es lo que tiene que ver con lo material. De hecho, es algo que se ha constatado empíricamente: hay estadísticas que así lo demuestran, incluso a nivel internacional.

Por ejemplo, en Estados Unidos los boomers  acumulan un cincuenta y tantos por ciento de la riqueza y los millennials  solo un 4%, y cuando los boomers eran jóvenes, cuando tenían la edad que tienen ahora los millennials, acumulaban un veintitantos por ciento de la riqueza. Pero yo me lo planteaba también en términos ecológicos.

¿Realmente queremos tener el mismo nivel de vida, el mismo gasto, el mismo derroche, o realmente necesitamos otro tipo de sistema, un sistema que nos permita vivir mejor a las generaciones más jóvenes y a las que vengan? Porque ese reclamo era muy material y muy basado en un boom de crecimiento económico que también ha sido muy destructivo en lo medioambiental. Así pues, el objetivo era matizar estos mensajes. 

Y a esto le uno el que creo que ha habido una fractura generacional que complica mucho la comunicación entre los distintos grupos, porque el modelo económico que ha vivido la gente más mayor ahora ya no funciona y ha perdido legitimidad en mucha gente joven y los valores incluso llegan a ser distintos. Entonces también quería que el libro fuera como una especie de puente entre esas generaciones y que de ahí se desatara un diálogo fructífero, no de rencillas ni de rencores.

CD: Y, claro, el libro es como ese puente entre generaciones. Sin embargo, creo que, en cuanto al acceso a determinados bienes materiales o incluso a determinada estabilidad, tiene mucho más que ver la clase social que la edad. Hace 40 años había quien lo tenía todo resuelto y quien no, al igual que ahora, que también hay gente joven que vive en una situación de privilegio y otros no tanto. Y mientras nos seguimos cargando el planeta.

AP: Sí, eso es completamente cierto. Creo que la clase social es un factor a tener en cuenta, pero al mismo tiempo creo que ha habido una serie de circunstancias históricas que hay que considerar también. Lo que hace el análisis generacional es anclarnos a unas coordenadas históricas. Si ha habido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial un consenso, al que luego se sumó España, sobre la creación de un estado del bienestar y ahora el consenso se ha roto y ese estado del bienestar se está desmantelando, eso es una circunstancia histórica que ha ocurrido en un momento concreto y que afecta de manera diferente a las distintas generaciones.

El tema climático es clarísimo ¿no? Incluso el IPCC ponía cómo te va a afectar el cambio climático según cuándo hayas nacido. Eso tiene un impacto generacional fortísimo. Incluso si lo queremos pensar en términos de huella de carbono. Las clases bajas en Estados Unidos, por ejemplo, consumen muchísimo más que las clases bajas de hace un siglo porque ha habido una serie de cambios históricos como la introducción del coche privado, el consumismo, etc., que ha permeado también en quienes no tienen la vida resuelta, y siguen teniendo un alto consumo simplemente porque el mundo se ha vuelto así. Entonces creo que el análisis generacional sirve para iluminar algunos aspectos que un análisis puramente marxista no ilumina. Y aunque no necesariamente son incompatibles, yo creo que hacía falta esa mirada generacional.

Pepe Campana: Has planteado que existe una diferencia entre los modos de vida de la generación boomer y los de los millennials. Veo que dentro de la relación que existe entre ambas generaciones hay un vacío importante, una incomprensión que además creo que se retroalimenta en el tiempo. Hay una frase en tu libro que me llamó mucho la atención. Te planteas el “cómo sanar los vínculos y acuñar otro tipo de comunicación que no conduzca sin remedio a la incomprensión o la desavenencia airada” entre una y otra generación, y me gustaría saber qué nos puedes adelantar sobre esos vínculos.

AP: Sí. Bueno, yo creo que esos vínculos ya se están formando. Al final del libro, hablo de la creación de nuevos lenguajes a partir del activismo y la desobediencia civil. Justo después de enviar el libro a la editorial ocurrió algo muy bonito, precisamente también en Estados Unidos. Los miembros de una organización de activistas ecologistas, cuyo único requisito para entrar es tener más de 65 años, salieron a la calle a romper sus tarjetas de crédito y manifestarse delante de los bancos por la huella ecológica que tienen, y decían: «nosotros tenemos el dinero y el poder para hacer esto. Los jóvenes no pueden hacer esto porque igual ni siquiera tienen tarjeta de crédito, pero nosotros se lo debemos y tenemos ese poder para hacerlo». Esto me resultó muy curioso. Y si el activismo ecologista en las generaciones más jóvenes ha tenido una cara visible, por ejemplo, en Greta Thunberg, a ese activismo también se van sumando, cada vez más, voces mayores. Y así esos vínculos se van sanando poco a poco. Incluso por el propio cariño familiar. En algún momento lo menciono en el libro: es que son nuestros padres; tenemos una relación afectiva con estas personas.

También esperaba que el libro suscitara un cambio discursivo que creo necesario, porque hay mucha rabia intergeneracional acumulada que podemos ver, por ejemplo, en redes sociales, cuando se dice «subimos las pensiones al nivel del IPC, pero los sueldos no». Entonces la culpa parece ser de los mayores cuando en realidad ellos tienen una serie de derechos adquiridos con los que deberíamos estar de acuerdo. El problema es que no se dan esos derechos a otras generaciones, y eso crea mucha rabia y mucha incomprensión. Lo último ha sido lo del cine a dos euros. A mí me ha chocado cómo han saltado muchas personas más jóvenes para decir «van a subvencionar el cine a mi casero». Pues en lugar de eso, la fractura generacional y no “conflicto”, porque si digo “fractura” creo que se puede sanar como se cura si te rompes una pierna— pues esa fractura, ese tipo de odio intergeneracional, creo se puede combatir con un libro como este y creo que poco a poco está sanando a raíz de intentar cambiar los mensajes en los medios y las redes.

CD: Sobre la fractura intergeneracional, yo también creo que en los últimos años está cambiando un poco, pero hasta hace muy poquito quienes estaban en las calles era gente jubilada, gente mayor, quizás porque tienen tiempo para hacerlo. Y en esta rabia, en este tratar de canalizar o de organizar un poco la resistencia, incluso en los sindicatos, en las asociaciones vecinales, en las asociaciones, hay un porcentaje bastante más alto de gente mayor y menos de gente más joven. Y también aquí ha habido un desencuentro, un espacio en el que cabe preguntarse dónde está la gente joven y lo que tienen que decir. ¿Tú ves si ya se están encontrando los caminos que compartir y luchar juntas?

AP: Pues creo que es difícil porque una de las principales diferencias es que la gente más mayor ha tenido una trayectoria que ha podido ser difícil y, de hecho, en muchos casos lo ha sido, pero donde se veía la luz al final del túnel. Era una trayectoria ascendente, una trayectoria donde existía un horizonte de mejora. Se pensaba que las cosas iban a mejorar y, de hecho, mejoraron, si pensamos… por ejemplo, en la infancia de mi madre en pleno franquismo. Ese horizonte de mejora lo ha perdido la juventud porque realmente lo que vemos, lo que se nos viene encima… el porvenir, pues pinta bastante oscuro. Quizá eso ha hecho que mucha más gente joven esté desencantada o incluso que hayan normalizado una circunstancia de crisis, de decir bueno, es que nacimos con la crisis y hayan terminado aceptando esa situación. Y es verdad lo que dices, porque yo también cuando he estado involucrada en distintos debates, cuando he participado en reuniones con asociaciones de vecinos e incluso en manifestaciones, hay un remanente de las luchas de antes que ciertas personas mayores lo llevan ya incorporado de serie porque lo han vivido antes; esa lucha que ya no forma parte de nuestra educación sentimental. Eso sí que poco a poco se ha ido perdiendo y estoy de acuerdo, se debería recuperar.

CD: Quizás tenga que ver también con lo que explicas del duelo y la melancolía.

AP: El primero que teorizó sobre la diferencia entre duelo y melancolía fue Freud, pero luego se ha escrito mucho de esto. Yo lo veo en términos sociales y económicos y climáticos. En el duelo tú sabes dónde está la pérdida, puedes localizarla, como cuando se te muere un familiar. Y al saber localizar la pérdida, la podemos ritualizar, como en un funeral cuando se trata de una persona. Cuando se trata de una circunstancia social también se puede sanar de alguna manera porque le podemos dar nombre. La melancolía, por el contrario, surge cuando sabes que hay una pérdida importante, que te han arrancado algo, pero no sabes el qué, y entonces se produce una búsqueda infructuosa deambulando en torno al objeto perdido que no logramos identificar. Me da la sensación que muchos jóvenes vivimos, que nos afecta, esa melancolía, porque el robo ha sido gigantesco: el robo de un planeta habitable, el robo de unas circunstancias económicas estables, el robo de una serie de promesas que vienen de haber crecido con una educación que era una educación capitalista, meritocrática, de si haces las cosas bien habrá algún tipo de recompensa.

Una recompensa que podría ser económica; en una casa…, y esas promesas pues ¡no es que hayan desaparecido! es que ya no tienen ningún sentido en las circunstancias en las que estamos. Eso también nos distancia de las generaciones anteriores: las reglas que aprendimos de ellos son reglas que ya no aplican. Todo eso junto genera una melancolía que luego retomo para decir tal como dice Judith Butler que quizás de ese dolor podamos sacar algún tipo de energía política, imaginar otro horizonte político que creo que ahora falta: una imaginación política no capitalista pro-bienestar de todos.

PC: Ahondando en ese sentido, una de las cosas que también defiendes es que se ha roto la flecha del tiempo. Creo recordar que mencionas a Richard Sennett en este asunto. Os encontráis así, de repente casi, con los límites planetarios completamente sobrepasados y además con una fuerte precariedad, con falta de ingresos la ruptura de las redes sociales, la dificultad de crear una familia… en fin, no sé. ¿Está todo perdido?

AP: Yo no creo que esté todo perdido. De estarlo, quizás me habría quedado en casa sin hacer nada. No escribiría el libro. No. Yo creo que hay algún impulso que me lleva a escribir y hablar de estos temas, pero también creo que estamos en una circunstancia histórica sin precedentes. La desigualdad está en unos niveles insostenibles que no se han conocido al menos en la historia reciente de la humanidad —según Piketty, por ejemplo—; tenemos un sistema de capitalismo de la vigilancia que tampoco había existido antes, de extracción de datos y manipulación de las personas, convertidas en perfiles o en productos de los que se pueden sacar predicciones; tenemos unas circunstancias climáticas, un nivel de destrucción medioambiental que tampoco hemos conocido antes…

Entonces es muy difícil y por eso yo tampoco rechazo el dolor o esa melancolía. Hay gente que dice «bueno vamos a enfocarnos en la felicidad» ¡Pero, bueno, vamos a ver!, si esto está ahí lo que hay que hacer es enfrentarnos a ese dolor, a esa ecoansiedad y a ese tipo de angustias. De todo esto he conversado recientemente con Jorge Riechmann. Pero perdido, no. Perdido estará cuando estemos muertos todos. Yo creo que hay esperanza. Poco a poco están surgiendo montones de grupos de activistas, de nuevos tipos de organizaciones, de movimientos transnacionales como Extinction Rebellion; los mensajes de los ecologistas están llegando cada vez más a las instituciones —yo misma estuve hace poco en Bruselas, en el Parlamento Europeo, hablando de estas cosas… Así que poco a poco se van cambiando algunos conceptos y algunas prácticas políticas. El problema es que tenemos muy poco tiempo para realmente tener algún tipo de impacto y evitar los peores efectos del cambio climático y para remediar todo el tema económico y sobre todo la desigualdad.

CD: Pensando en la responsabilidad que asumís las personas que publicáis cosas y estas dudas de qué hacer, si contarlo todo sabiendo que algunos quizá lo van a rechazar de plano —animando a que se sigan quemando combustibles fósiles como si no hubiera mañana—, o que otra gente puede plantear alternativas… ¿Cómo lo trabajas para que sabiendo que eso va a quedar escrito, que lo va a leer mucha gente, pueda percibirse como una llamada a la acción, o a la resistencia, o a lo que finalmente pretendes?

AP: Bueno, yo creo que hay que ser honesta con una misma y este ha sido siempre mi enfoque. Como decía: no rechazar el dolor ni la angustia. De esto se ha escrito bastante también, del auge de las psicologías positivas con las que tapar problemas sociales. Hay un libro maravilloso sobre esto que se llama Happycracia. Pero mi aproximación a estos temas es desde esa angustia, desde esa melancolía. Creo que cada uno lo ve de una manera diferente; hay periodistas climáticos, que prefieren pintarlo todo más esperanzador, diciendo que todavía pueden cambiar las cosas, pero, aunque todo puede cambiar, lo cierto es que el margen se va estrechando. También se dice que el miedo te paraliza solo si no sabes hacia dónde correr, pero si sabes hacia dónde correr puede ser incluso un factor que nos da energía para la acción política. Yo, por lo menos, lo veo así. Pero bueno, resumiendo, yo diría que no pienso mucho en mi estrategia, simplemente escribo lo que me va diciendo el corazón; es algo así, aunque suene un poco cursi, pero lo que voy sintiendo creo que le puede llegar a las personas y que es coherente conmigo misma. Es casi como una postura ética más que estratégica.

PC: Dices que no piensas en tu estrategia. Sin embargo, en el libro hablas de forma explícita de la necesidad de abandonar la idea de hacernos fuertes; clamas por la vulnerabilidad como parte de la solución.

AP: Bueno, ese tipo de afirmaciones también obedecen un poco a mi trayectoria: depresiones en los últimos años… y creo que han servido para añadir un punto de humildad a todo lo que hago y a todo lo que digo y para no rechazar esa condición de vivos vulnerables que al final es lo que nos une a todos. Todos somos vulnerables en algún momento, aunque el márquetin de nosotros mismos diga lo contrario muchas veces. Y leer, por ejemplo, a Judith Butler fue crucial en mi vida intelectual. El psicoanálisis también habla de estas cosas. Pero cuando yo me pongo a escribir un artículo no estoy pensando en qué estrategia seguir, sino que voy con lo que me sale en el momento manteniendo una postura honesta; de lo que la gente tiene que saber, aunque a veces mi mensaje no sea súper agradable. Pero precisamente eso puede impulsar después algún tipo de acción.

CD: En la última parte del libro hay algunos atisbos de propuestas y se visibilizan algunas cuestiones más comunitarias. Con todos los ataques que hemos vivido, especialmente la gente más joven, —incluso a los que resultan del pensamiento positivo del tú, tú sola, tú misma, individualismo atroz—, me gustaría que hubiera una segunda parte en la que se destacara más y se visibilizaran más algunas vías que hay comunitarias de apoyo mutuo. Después de todo, ¡por eso estamos vivas! Porque sobrevivimos gracias al apoyo mutuo, y esto es lo que nos puede salvar. No sé cómo lo ves. ¿Hay segunda parte?

AP: Sí que hay segunda parte. La colección en la que se ha publicado el libro que comentamos tiene una limitación en el formato, ya que no permite más de 100 páginas. También tiene mucho que ver con mi personalidad y con mi escritura; recuerdo que la editora me dijo “es sombrío, pero no apocalíptico” y yo creo que un poco soy así en las cosas que escribo. Yo ya estaba escribiendo un ensayo más largo que no tiene límite de páginas, un ensayo al uso de 200, 300 ó 400 páginas ¡o las que salgan! y entonces se me ocurrió la idea para este otro, una especie de cápsula que no cabe en el ensayo grande pero que podría funcionar para esta colección, de modo que se lo propuse a Anagrama, quienes accedieron a publicarlo. Ahora estoy con el ensayo más grande y ahí sí que tengo tiempo para explayarme y para hablar de medidas políticas, de organización colectiva, de redes comunitarias, algo que además necesito. En Estados Unidos viví de una manera muy solitaria y aquí, al volver a España, me he dado cuenta de que esas redes todavía existen y las que no existen se están reconstruyendo poco a poco. Desde luego merece más reflexión, más pensamiento, y en algún momento llegará.

CD: Tómate el tiempo que sea necesario, Azahara, porque estas cosas lo requieren, pero que sea cuanto antes. Que sepas que lo estoy deseandito.

AP: Llegará, llegará. Ya está en camino.

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