23/9/19

Nos animan a huir de la disciplina y a no dejar ni una sola ocasión de placer

CAPITALISMO DE CONTROL Y NUEVOS FASCISMOS
Si la forma de poder predominante en el capitalismo clásico era la disciplina, el capitalismo neoliberal tiende a poner en marcha nuevas formas de explotación social basadas en el control. Estas formas de acumulación a través del control están engendrando últimamente sus propias tendencias fascistas

En buena parte somos responsables de la situación de desorientación en que nos encontramos, por lo poco que cuidamos el pensamiento. Por eso la filosofía tiene una importancia política cada vez más vital hoy en día, simplemente porque nos ayuda a prestar un poco más de atención a los conceptos que usamos. Entre ellos, los conceptos que usan el prefijo “pos” (posmodernidad, posverdad) son los más pobres de todos, pues solo nos dicen que abandonamos algo, pero no nos dicen dónde entramos. Y cuando son comunicados sin cesar lo único que provocan es angustia y deseos de volver a algún viejo orden de cosas, que no es que fuese mejor, pero al menos nos parece más sólido en la distancia.


Qué maravilloso sería, cómo nos gustaría vivir en alguna posmodernidad “líquida” y aburrida... Pero el caso es que no, por desgracia vivimos en plena civilización capitalista moderna y vertiginosa. Solo que el capitalismo está mutando, se está haciendo poco a poco otro cuerpo técnico y social, y las viejas armas para enfrentarlo ya no sirven. Destruye el planeta a un ritmo cada vez más acelerado, trata de colarse hasta en nuestras almas, e incluso últimamente engendra, para sobrevivir, nuevas formas de fascismo.

El filósofo Gilles Deleuze definió las líneas generales de lo que nos está ocurriendo en un texto publicado hace ya casi 30 años, pero que es lo más urgente y actual que se pueda leer. En medio de tanto fast-food intelectual, que engorda pero no sacía el hambre fundamental, cuatro páginas que son purísimo alimento: Post-scriptum sobre las sociedades de control. En ellas podemos ver que lo que hoy en día se suele llamar “neoliberalismo” no es nada vago ni posmoderno, sino que indica algo muy preciso: que estamos pasando de un capitalismo disciplinario a un capitalismo de control.

El viejo capitalismo extraía plusvalor encerrando y disciplinando los cuerpos obreros, poniéndolos al servicio de la industria termodinámica, como en Tiempos modernos de Chaplin. El gran modelo de poder que prevalece en ese tipo de capitalismo es el militar, la disciplina militar. Se nos hace pasar de un “cuartel” a otro, de un medio cerrado y exclusivo a otro (la casa, la escuela, el cuartel, la fábrica, la cárcel, el hospital) en el que se nos somete a la autoridad de algún tipo de figura patriarcal (el padre, el maestro, el general, el jefe, el policía, el médico), que nos moldea en identidades sólidas, normaliza nuestras conductas y fabrica cuerpos dóciles a ese tipo de explotación.

Es un tipo de capitalismo fundamentalmente viril, como los contrapoderes típicos que provocaba (el gran ejército industrial del socialismo). Las explotaciones semi-esclavistas, las guerras coloniales y el imperialismo en el tercer mundo acababan de conformar el paisaje específico de ese mundo del capitalismo disciplinario. Y cuando ese tipo de capitalismo entró en una crisis profunda, engendró sus propias formas de fascismo para sobrevivir. Se trata del fascismo disciplinario y “folclórico” que todos tenemos en la cabeza, cuando la sociedad se vuelve un gran ejército, las ilusiones democráticas y paliativos republicanos se disipan progresivamente, y el fondo necropolítico  (Achille Mbembe) terrible en que se asienta la civilización liberal sale a la superficie.

En ese tipo de fascismo la letra de la ley, como instancia de mediación social, es sustituida por la palabra del Führer que se imprime directamente en el gran cuerpo jerárquico y orgánico de la nación, donde cada uno tiene su identidad y el lugar que ocupa claramente definido, aunque sea en un campo de concentración.

¡Qué bello, ordenado y harmonioso mundo, que hoy en día provoca tanta nostalgia! Y no es que sea un mundo del pasado, pero sí que es cierto que tiende a relegarse a la periferia del sistema-mundo (Wallerstein) capitalista, para, cada vez más, dar lugar a otra cosa en los centros y grandes ciudades. Pues las luchas de clases, especialmente en el siglo XX, fueron tan intensas, y llegaron desde tantos frentes a la vez (desde el socialismo disciplinario hasta la guerrilla anti-imperialista, y las luchas anti-autoritarias y feministas de los años sesenta) que el capitalismo tuvo que cambiar de piel para poder sobrevivir.

El control es el nuevo modo en que el capitalismo está reconstruyendo la sociedad. Ya no se trata de encerrar ni de disciplinar a los cuerpos que se explotan, sino de controlarlos. A diferencia de la disciplina, el control no necesita atentar a la libertad de movimiento de los individuos para extraer plusvalor. Tampoco necesita someterlos a la autoridad de un jefe o un patrón. El venerable ethos militar se desintegra y los viejos valores viriles se derrumban.

En lugar de estar encerrado en una fábrica en tal barrio, ciudad y país, el trabajador precario de nuestros días conduce por las calles del mundo entero para Uber. Uber, AirBnb, Facebook, Amazon, Booking, Glovo y todo ese tipo de nuevas empresas actuales muestran realmente que el proletario no tiene patria, pues trabaja para el mercado mundial. Pero la alienación social detectada por Marx en el capitalismo del siglo XIX se da en una forma nueva en la actualidad.

Por un lado, el conductor de Uber es un audaz empresario (un “emprendedor”, según la neolengua oficial) completamente libre de ir y de venir a donde quiera, perfectamente autónomo y dueño de sus propios medios de producción; es su propio jefe y no tiene Dios, ni patria ni ley. Y al mismo tiempo es el proletario más miserable de todos, que vive al día sin ninguna seguridad social ni perspectiva de futuro, que necesita hacer una cantidad enorme de viajes en su coche para llegar al salario mínimo, y sobrepasar ampliamente la jornada de trabajo máxima legal para conseguir pagar sus deudas.

Ese trabajador-empresario-de-sí no es sometido a ninguna disciplina, e incluso es animado a que trate de realizar todas sus fantasías de dominio, consumo y placer; pero al mismo tiempo es controlado perpetuamente, infinitesimalmente, en sus menores gestos, actitudes y pensamientos. ¿Será que sonríe bastante, que es un buen conversador, que pone una música suficientemente aséptica, que nos da caramelitos?

En lugar de los medios exclusivos de encierro, el espacio social del nuevo capitalismo es continuo. Como dice Deleuze, los diferentes momentos que habitamos en él son como los anillos modulables de una serpiente, que se adaptan a todos nuestros movimientos, y no como los túneles fijos y claramente diferenciados de una topera, a los que teníamos que adaptarnos nosotrxs en la disciplina. El viejo capitalismo se contentaba con disciplinar nuestros cuerpos, pero el control pretende modelar nuestras almas. Y para controlar no hace falta ningún jefe, ya que el dispositivo-aplicativo y el cliente hacen todo el trabajo. Por eso el capitalismo de control es una especie de capitalismo “colaborativo”, al que el consumidor contribuye tanto como el trabajador.

Pero esta nueva forma de poder capitalista no solo extrae valor de nuestras conductas cuando trabajamos y consumimos, sino también cuando nos comunicamos en nuestras relaciones sociales, humanas y amorosas, cada vez más mediadas por dispositivos de control. Las redes sociales son el paradigma de este tipo de dispositivos de valorización capitalista a través del control. En ellas somos un perfil, como ficha policial y curriculum vitae al mismo tiempo, que se nos pide que actualicemos frecuentemente. Y cada vez que actualizamos nuestro perfil nos movemos a un nuevo anillo de la serpiente, fichamos en el capitalismo de control, que nunca tiene informaciones bastante minuciosas sobre nuestros hábitos, movimientos y pensamientos, que es al mismo tiempo Empresa y Estado, fábrica y agencia de policía. Y cuando nos comunicamos con nuestros semejantes, mediante este tipo de dispositivos, nos vendemos y nos controlamos a la vez.

La disciplina, desde un punto de vista biopolítico, se interesa por el simple empuje de la vida en nosotrxs, nos extrae una fuerza de trabajo abstracta, que es la base de la producción igualmente abstracta y conforma el plusvalor capitalista. Con el control el capitalismo ha dado un paso más en la colonización de la vida. Para sus algoritmos no somos trabajadores ni consumidores, tampoco ciudadanxs, sino todo a la vez, y, al mismo tiempo, otra cosa: patterns of life, patrones de vida que traducen nuestras diferentes formas de vivir a esa información con la que trafica el nuevo capitalismo.

Esos mismos patrones de vida se sitúan en el centro de la nueva doctrina de la guerra anti-terrorista, la Teoría del dron analizada por Grégoire Chamayou, de la que depende estrechamente el nuevo capitalismo. Según esa doctrina, el terrorista no se define por ningún acto que haya cometido o pretenda cometer, tampoco por su pertenencia a algún tipo de organización, sino por su patrón de vida. Ser terrorista es un estilo de vida, exactamente como ser youtuber o feminista vegana, votar al PP o llevar al Barça en el corazón: un patrón de vida, un perfil. Y evidentemente, a veces se producen errores, y ocurre que un dron mata a una mujer libia o un niño palestino porque su comportamiento se salía un poco de lo esperable según su perfil.

El control tiene su propia forma refinada de gobernarnos, que no necesita disciplinarnos sino que nos anima a que no dejemos pasar ni una sola oportunidad de goce, mientras transforma paulatinamente nuestra vida en un infierno. El gobierno del control no nos reprime para que siempre hagamos lo mismo y nos quedemos en el mismo lugar, sino que nos estimula a golpe de “notificación” para que nos movamos y actualicemos constantemente, manteniéndonos constantemente sincronizados con la febril competición social. Mientras tanto, consigue mediante su cibernética que nuestros comportamientos sean cada vez más predecibles, que no huyamos de nuestro perfil o identidad estadística, y que solo nos relacionemos con quienes tienen un perfil semejante.

Este tipo de fragmentación social alrededor de patrones de vida no deja de afectar a la política. Eso no se nota apenas en cómo la izquierda está completamente desorientada en este mundo del control, sino en las nuevas tendencias fascistas que ya se están anunciando alrededor de Trump, Bolsonaro o Johnson: toda una nueva estirpe de agentes para el nuevo capitalismo. Son políticos producto de la última crisis de la representación, que se sitúan completamente fuera de las instituciones republicanas, que no debaten y se sustraen al agonismo, que no actúan en la vida pública sino en los espacios ambiguos creados por las nuevas redes de comunicación, de valorización social y de control. Son, además, la primera clase política completamente irresponsable, más influencers que gobernantes, cuyas declaraciones solo buscan la polémica más desmoralizadora y estupidizante que los hará crecer en las redes sociales, gracias a las máquinas algorítmicas de propaganda de las que forman parte, y al cinismo de nuestros perfiles que les sigue el juego.

Esos adolescentes seniles que el nuevo capitalismo tiende a promover a líderes del mundo y patrón de vida ideal son como la cara visible de ese gran derrumbamiento de los valores viriles que mencionábamos antes. Trump y compañía representan a los nuevos managers que nunca tienen que enfrentarse a sus empleados, que se corresponden a su vez al nuevo tipo de militares que pone en juego la guerra de drones. Se trata de soldados que nunca se desplazan al lugar del combate ni arriesgan su vida, sino que “abaten” cómodamente terroristas y otros enemigos del capitalismo mundial desde aburridos suburbios norteamericanos; que tampoco toman ninguna decisión, pues las decisiones se automatizan en base a los patrones informáticos de vida.

Esos nuevos líderes que no tienen la menor experiencia, esclavos de todas las pasiones y absolutamente irresponsables, no son menos peligrosos que los viejos fascistas que se disfrazaban de superhombres: más bien todo lo contrario. El viejo fascismo consistía en poner toda la responsabilidad en manos de uno solo; el nuevo no solo consiste en destruir cualquier tipo de responsabilidad entre los gobernantes, sino también cualquier virtud entre los gobernados. Estos son aislados de cualquier relación humana real por los dispositivos, y luego animados a pasar al acto, cometiendo de vez en cuando masacres que a su vez retroalimentan el control. Los nuevos fascismos son la liberación de la pulsión de muerte propia del capitalismo del control, el otro aspecto de esa técnica amable de gobierno que nos anima a que huyamos de toda disciplina y no dejemos pasar ni una sola ocasión de placer.


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