4/9/19

No existe mayor clamor popular ahora en España que el derecho a la eutanasia


LOS JÓVENES DE LA EUTANASIA

En una España cada vez más atea no existe mayor clamor popular ahora mismo que el derecho a la eutanasia.

El cosmos es mutación, la vida es adaptación  (Demócrito) 
Noche, marzo de 1998. Los que hoy rondamos los cuarenta éramos entonces adolescentes con edad para votar. Presenciamos el suicidio asistido de Ramón Sampedro dos meses después de su muerte. Supimos que once personas fueron cómplices de la firme voluntad que le llevó años luchando, casi treinta, desde que a los 25 Sampedro se partía el cuerpo en el lugar que le vio armarse como marinero y poeta.

En su nicho del cementerio de la Iglesia de Santa Mariña de Xuño aparece solo la fecha de su muerte (12-1-1998). Ni rastro de la vida, como si vivir hubiera sido un sueño de barcos mercantes y poemas olvidados. Y un epitafio —zombie— que fue también su último aliento televisado: “Una cabeza viva pegada a un cuerpo muerto”. Es en la muerte donde el cuerpo deja de ser la cárcel del alma, diría Platón. No hay posibilidad humana (ética, cultural, política…) de vivir muerto como le tocó vivir a Ramón Sampedro.


La emisión de Antena3 del suicidio asistido de Sampedro la noche del 4 de marzo de 1998 le costó el puesto a José Oneto, director de informativos de la cadena propietaria de Telefónica. Rouco Varela, arzobispo de Madrid, comandó una dura condena contra la difusión del vídeo un año antes de presidir la Conferencia Episcopal Española. Siete años más tarde, Ramona Maneiro admitió que ella fue la última mano que le proporcionó el cianuro a Sampedro y grabó el vídeo. Ni siquiera su muerte fue tranquila.

Lejos estaba el pentobarbital sódico que ingirió María José Carrasco en pleno siglo XXI. El cianuro quema los tejidos orgánicos y la angustia es incesante hasta morir. La televisión emitió veinte segundos de la agonía de Sampedro. Aquellas imágenes de auténtico realismo, que preconizaban la era Youtube, sobresaltaron a toda una generación adolescente aquella noche de marzo. Sampedro había conseguido, de repente, y en un solo instante, que una palabra de etimología griega se colase en nuestro lenguaje en menos tiempo de lo que duraba el BUP.

La eutanasia y el aborto son dos claros ejemplos de cómo la legislación de los estados no acompaña el sentir social de una mayoría que crece de generación en generación. Hoy, el derecho a la eutanasia tiene un amplio consenso ciudadano que se refuerza cada vez más con las nuevas generaciones de votantes y futuros votantes. Para un profesor de secundaria, en un instituto público, es fácil advertir que la eutanasia, y también el aborto, son clásicos temas argumentativos que disfrutan de un consenso mayor que no entiende de ideología política (muy poco formativa en esta edad), sino de imponer o no posiciones morales que obstaculicen la libertad de otros. Los adolescentes, más nietzscheanos que agustinianos, comprenden rápidamente que querer morir con dignidad o querer abortar está por encima de cualquier posición moral o creencia religiosa.

Las encuestas de Metroscopia e IPSOS, realizadas en los últimos dos años en España, demuestran que la regularización de la eutanasia —que no obliga a aceptarla— tiene el aval del casi 88% de la sociedad con derecho a voto. Incluso entre los católicos practicantes se sitúa en un 59%. Diez años antes del suicidio asistido de Ramón Sampedro el apoyo a la muerte digna ya contaba con el 53%.

En un artículo reciente, el filósofo Josep Ramoneda recordaba que el debate de la eutanasia es tabú por el autoritarismo moral que ejerce el catolicismo. Lo llamó sadismo trascendental: “Desde las jerarquías eclesiásticas se apela a la voluntad de Dios para legitimar la prohibición. Quien trata así sus criaturas solo puede ser un Dios cruel. Lo que no nos debe sorprender si Dios todopoderoso es, como nos enseña el libro de Job, símbolo del poder absoluto: arbitrariedad y sadismo”.

España es cada vez más atea o agnóstica que católica practicante, según los  últimos datos del CIS. Pero la jerarquía eclesiástica sigue manteniendo una estructura de poder sólida para presionar al estado en sus decisiones legislativas. No existe mayor clamor popular ahora mismo en España que el derecho a la eutanasia y, sin embargo, las reticencias políticas para su regularización siguen siendo aún un muro tan infranqueable como la voluntad de Dios.

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