ROBARNOS EL FUTURO
¿Quién os dio permiso
para robarnos el futuro?
Durante demasiado tiempo hemos vivido bajo una especie de eclipse del ánimo. No ha sido un cataclismo repentino, sino una lenta erosión: día tras día, década tras década, la sospecha de que el futuro es un territorio hostil se ha ido instalando entre nosotros como una niebla que ya nadie se toma la molestia de disipar.
No es que falten razones para el desaliento —las hay, y
no menores—, pero el problema no son los hechos, sino el relato que hacemos de
ellos. Hemos convertido la
desgracia en la medida de lo real, como si lo único auténtico fuese el
desastre.
De ese modo, la política, que nació para ordenar la convivencia y ensanchar los márgenes de la confianza, se ha convertido en lo opuesto: una fábrica de desconfianza. Hoy ya no se compite por ofrecer soluciones, sino por imponer derrotismos. El mérito consiste en anunciar el próximo apocalipsis: climático, tecnológico, económico o moral.









