
Con sus “Presupuestos del Bienestar”, el Ejecutivo de Jacinda Ardern
antepone a cualquier otro objetivo de crecimiento el de aumentar el bienestar
de las personas
Siempre salgo al campo con los bolsillos vacíos:
nada de lo que me ofrece se puede comprar: el canto de los pájaros, el tránsito
de las nubes, la brisa del mar o la sombra de los árboles; el aroma de las
flores o el sonoro silencio de la montaña.
Nada cuesta dinero. El agua fresca de la fuente,
la varilla de hinojo que me llevo a la boca, el madroño, el espárrago, la mora,
el escaramujo, la endrina o el nízcalo que recolecto. El olor a pan de la
tahona al salir del pueblo, el perfume de los establos y el de las chimeneas de
leña al regresar: ¿Cuánto vale esa inmensa sensación de paz y bienestar?
Los baños de bosque en el hayedo, el gran azul
desde lo alto del acantilado, el amanecer infinito en la estepa mientras cantan
las alondras y las totovías. El bullicioso atardecer en la marisma, la noche
tumbado en la hierba mirando las estrellas. La cumbre que aún alcanzo, la
recóndita cala a la que solo se llega a nado. La secreta poza del río o el
gélido ibón del Pirineo: la felicidad en la naturaleza no tiene precio.