7/6/23

No hay quien tire de nosotros. En realidad, tiramos nosotros mismos de nuestro cuerpo

EL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN                

El hombre que intentó tirar de su propio cabello para salir de un pantano.

El barón de Münchhausen es un personaje ficticio basado en un noble alemán llamado Karl Friedrich von Münchhausen, conocido por sus relatos inverosímiles sobre sus aventuras y hazañas.

En una de ellas, cuenta que quedó atrapado en un pantano y que no había nadie cerca para ayudarlo. En lugar de rendirse, se agarró de su propio pelo o botas y se extrajo a sí mismo del pantano, desafiando así todas las leyes de la física. Esto es claramente imposible. Sin embargo, de este modo es cómo debemos conceptuar el nacimiento de las ideas, las modas o los deseos.

No hay cuerda: La publicidad no logra hacernos comprar lo que no necesitamos. Tampoco la demanda es moldeada por la oferta como el pedazo de barro fresco lo es por las manos del alfarero.

No hay quien tire de nosotros. En realidad, tiramos nosotros mismos de nuestro cuerpoAl ascender un poco, ese impulso nos permite tirar un poco más. Agentes externos (otras manos, una cuerda o cualquier otra cosa) nos pueden ayudar en nuestro empeño, o quizá frenarlo. Pero poco más.

La creación del deseo ex nihilo desafía nuestra concepción mental de las causas y los efectos porque no entendemos, en realidad, las complejas dinámicas sociales en las que nos hallamos inmersos. Entonces, ¿por qué los procesos de manipulación de masas funcionan en un lugar y no en otro? Porque solo sabemos de las veces que funciona (pocas) y no de las veces que no lo hace (la mayoría).

También se desestiman por completo los mecanismos de selección darwiniana que operan a todos los niveles, incluso a nivel neuroquímico o genético. Al considerar únicamente los éxitos de la oferta, se llega a creer que es la oferta la que crea la demanda, particularmente si cuenta con el respaldo de una campaña publicitaria. Esta interpretación retrospectiva sesgada es una lente que deforma la realidad.

Es cierto que la publicidad estimula nuestra necesidad de diferenciarnos, pero no la genera de la nada. Dicha necesidad está arraigada en nuestra identidad como seres humanos. No se puede afirmar que no existía previamente una demanda porque las posibilidades de consumo no encontraran una forma de manifestarse antes de la aparición de una oferta. Las leyes de la gravedad universal existían antes de que Isaac Newton las formulara.

Un ejemplo sobre esta dinámica fue una hambruna que tuvo lugar en Etiopía a mediados de los años 80 y que desató una considerable preocupación en la sociedad estadounidense. Este fenómeno suele atribuirse al papel de los medios de comunicación, dado que solo después de una notable cobertura periodística, la hambruna se convirtió en una cuestión pública relevante.

Sin embargo, un estudio realizado por Christopher Bosso  propone una lectura diferente. Inicialmente, los medios eran reacios a informar sobre la hambruna, ya que la percibían como un suceso habitual, similar a otras hambrunas africanas. Pero desafiando el consenso mediático, NBC decidió dedicar tres días en octubre de 1984 a cubrir la hambruna.

Esto, a su vez, generó una gran respuesta del público y, en consecuencia, NBC dedicó amplia cobertura a seguir la historia, lo que llevó a sus competidores en televisión y prensa a sumarse a la narrativa, inundando a su audiencia con información que, para sorpresa de los medios, era efectivamente demandada.

Evolución biológica

Visto desde esta perspectiva, esta miopía a la hora de contemplar cómo se contagian de verdad las ideas se asemeja al error de considerar que los procesos de evolución biológica son el resultado de una intención de la naturaleza que supuestamente hace bien las cosasDe estos mimbres nace la pseudociencia del diseño inteligente. También el hecho de que somos incapaces de asimilar la inmensidad de elementos implicados en la evolución, así como los océanos de tiempo en los que interactúan tales elementos.

El pálpito del diseño inteligente (que muchas veces se ejemplifica con un reloj que encontramos en mitad del bosque: ¿no resulta más improbable que exista fruto del azar?) se debe precisamente a que los seres vivos parecen estar muy bien adaptados a su entorno. El problema radica, de nuevo, en que solo asistimos a los éxitos de la naturaleza y no a la multitud de sus fracasos.

Nuestra experiencia directa no abarca la escala de tiempo suficiente para que nos demos cuenta de que el 99,9% de las especies que existieron en algún momento han desaparecido. Solo percibimos la versión final exitosa de la naturaleza y no la acumulación de sus borradores, lo cual nos conduce a pensar que las cosas en el mundo natural están perfectamente dispuestas.

La situación en el mercado de las ideas es diferente porque la oferta no se construye al azar. Se orienta a partir de las anticipaciones que se pueden elaborar sobre la demanda, basándose en las huellas que ha dejado en la historia del mercado. Esto es especialmente cierto en el mercado cognitivo y no implica que no podamos reflexionar sobre su manipulación. Porque la oferta, la censura y otros mecanismos, en efecto, modifican las probabilidades de encontrar ciertas narrativas.

Sin embargo, ninguna de ellas crea ex profeso el deseo de adoptarlas. Ese deseo está simplemente arraigado en nuestro cerebro, al igual que el deseo de diferenciarnos, el anhelo de reproducirnos sexualmente o el hambre de grasas y azúcares.

Bucles y más bucles

El Trilema de Münchhausen es un problema filosófico sobre cómo justificar nuestras creencias. Sugiere que todos los intentos de justificación caen en una de esas tres categorías, todas problemáticas:

  1. Regresión infinita: La justificación requiere otra justificación, y así sucesivamente, infinitamente.
  2. Círculo vicioso: La justificación termina referenciándose a sí misma.
  3. Axioma básico: La justificación se basa en una afirmación que aceptamos como verdadera sin prueba.

Este trilema indica que no existe una justificación absoluta para ninguna creencia.

Bajo este prisma caleidoscópico de bucles de retroalimentación, un hombre se siente universalmente más atraído por unos pechos antes que por un codo porque no escoge hacia qué se quiere sentir atraído. Tampoco ninguna fuerza cultural logrará eliminar esa preferencia por mucho tiempo. La preferencia existe desde siempre y se refuerza, una y otra vez, por el propio mercado de las ideas, por los memes, por el genoma.

De este modo, la anticipación de eventos futuros es incierta, y determinar qué provoca que una opinión se consolide o incluso se viralice se torna un asunto que, a día de hoy, continúa sin esclarecerse. Tomemos como ejemplo a una persona que desafió la moda convencional al usar su gorra de béisbol al revés. Esta acción recibió una respuesta positiva: un número significativo de individuos consideró esta innovación como algo atractivo y decidieron emularla.

Pero ¿esto implica que el pionero de esta moda manipuló a sus seguidores? ¿Se podría sospechar que si la misma persona hubiera decidido usar su gorra con la visera hacia un lado, la reacción de los demás habría sido negativa? La  variable causal relevante parece estar arraigada en la psicología de los observadores, o incluso en sus neuronas o genes, más que en la intención del influencer.

Sin duda, esta es una nueva interpretación de cómo opera el mundo, en la que no predominan tanto los líderes o manipuladores, sino que existen conjuntos indescifrables de memes que interactúan como lo haría un sistema dinámico no lineal (como la meteorología). 

Dicho de otro modo: no hay (casi) nadie al volante.

Visto en: https://www.yorokobu.es/trilema-de-munchhausen/?utm_campaign=twitter

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