CAN PIELLA: HISTORIA DE UN
PROYECTO COLECTIVO
Nueve años después del desalojo de Can Piella, cinco de las personas que pusieron en marcha el proyecto de autogestión que devolvió a la vida una masía que llevaba más de una década abandonada, serán juzgadas por delitos de resistencia y atentado a la autoridad. Se enfrentan a penas de hasta dos años y nueve meses de cárcel más multas e indemnizaciones que pueden llegar a los 12.500 euros en un juicio que tendrá lugar en los juzgados de Sabadell, el próximo jueves, 5 de mayo.
“Ha valido la pena, lo que hicimos es un referente aunque hayan pasado diez años”, sostiene Bárbara Moret, miembro de la Asociación por la conservación de Can Piella. “No tanto ya por ocupar o no ocupar, sino por lo que se hizo, por lo que generamos allí”, añade. Durante los tres años que duró el proyecto, Can Piella se convirtió en un espacio referente en autogestión y agroecología a pocos kilómetros de Barcelona. Su desalojo apareció por entonces en casi todos los medios, y durante el tiempo que estuvo en funcionamiento, fueron cientos las personas que, de una u otra manera, lo hicieron suyo.
“Éramos un grupito, ni siquiera nos conocíamos todos”,
recuerda Oleguer Llimona, una de las personas que serán juzgadas este jueves,
sobre cómo nació el proyecto de Can Piella. Era 2009 y, por entonces, Oleguer y
varios de los que serían sus compañeros de proyecto de Can Piella estaban
involucrados en el movimiento estudiantil. Tenían veintipocos años, algunos de
ellos no llegaban a los 20, y un día se plantearon que querían poner en
práctica aquello sobre lo que llevaban tiempo debatiendo, llevar a tierra las
prácticas de la autogestión, el cómo salir del sistema, temas que protagonizan
buena parte de los debates que organizaban en sus centros de estudio. Eran
apenas un puñado de personas, la mayoría de Barcelona, pero acordaron que el
lugar tendría que estar fuera del espacio urbano, era necesario salir a una
zona rural, y en Can Piella encontraron el espacio perfecto.
Experimentación agroecológica
La masía de Can Piella, un edificio del siglo XVII, estaba
ubicada en un espacio privilegiado, a tan solo 15 kilómetros de Barcelona, en
el municipio de Montcada i Reixac, entre las poblaciones de Santa Perpétua, La
Llagosta y Ripollet. “Es la zona más cercana a Barcelona en la que hay práctica
rural”, señala Oleguer. Intentaron averiguar y contactar con sus propietarios,
pero explican que el edificio no aparecía en el Registro de la Propiedad. Eso
sí, tras doce años de abandono, el edificio estaba destrozado, “hecho caldo”.
Al llegar a la masía, él y sus compañeros se encontraron un vertedero con
agujeros en el tejado y la sala principal incendiada. Rehabilitarla fue la
primera gran tarea. Las otras dos fueron la recuperación agroecológica de las
tierras y recuperar saberes tradicionales. Para ello también crearon una figura
jurídica, la 'Associació per la Conservació de la Piella’ que llegó a contar
más de 650 socias y socios, y llegando a ser más de 1.700 socios en el 2013.
En poco tiempo, Can Piella se convirtió en un espacio en el
que participaban miles de personas. “Se decidió hacer una intervención y
recuperar el espacio, y también las tierras”, explica Bárbara. Las tierras que
acompañaban la masía estaban por entonces trabajadas por un payés. Hablaron con
él y acordaron destinar parte de estas tierras al cultivo por parte de los
miembros del proyecto. Otra parte de la tierra la dividieron en dos parcelas
para el cultivo de huertos comunitarios. “Hicimos una convocatoria con la gente
del pueblo interesada en las tierras y unas 20 familias se implicaron para
trabajar comunitariamente; venían aquí cada semana”.
“Lo interesante fue que le dábamos mucha importancia a generar otra manera de vivir y relacionarnos”, explica Bárbara. “No estábamos conformes con el modelo de sociedad que había y sigue habiendo, y, desde esa crítica, comenzamos a construir desde cero: había muchos debates sobre conceptos como la libertad, la propiedad, el poder, y a partir de ahí fuimos generando algo que consideramos más justo a nivel social, ecológico, con un planteamiento bastante holístico”.
La masía de Can Piella, hasta entonces prácticamente en abandono, se convirtió en un espacio de trabajo en común, con gente de Barcelona pero también con vecinos de los municipios colindantes. Cada fin de semana, la masía se llenaba de gente que acudía a los encuentros y talleres sobre plantas medicinales o a las jornadas sobre autogestión, con niños y adolescentes de los esplais y caus. Recuperar saberes tradicionales, experimentar e innovar, por ejemplo, con una bicilavadora o estufas-barril con mínimo consumo de leña.
Todo iba dirigido a la autogestión, a conseguir
producir “todo lo que necesitábamos para vivir, no solo en modo autárquico,
sino en conexión con otros sitios, generando una red de proyectos y gente entra
las que suplir nuestras necesidades básicas”, resume Bárbara. “Recuerdo
que a la gente que venía le encantaba venir aquí porque sentían que era un
espacio de libertad; se generó como una burbuja, otro mundo, sin roles de poder
marcados, y la gente que lo experimentaba se enganchaba”, continúa.
Pero Can Piella, a apenas 15 kilómetros de Barcelona, era
también un espacio muy goloso para el mercado inmobiliario. Primero recibieron
la visita de “una gente bastante casposa”, recuerda Oleguer. “Visitaron la
masía pero ignorando a la gente que estábamos allí”, continúa. Eran
representantes del Grupo Alcaraz, un conglomerado de sociedades inmobiliarias
que se había hecho de oro con la burbuja inmobiliaria y que en Montcada, municipio
colindante, ya había hecho inversiones que habían duplicado su valor al poco
tiempo tras recalificaciones de terrenos, según publicaba entonces Diagonal
Periódico.
Habían comprado la masía hacía años con intención de
albergar el fallido Eurovegas y en noviembre de 2010, denunciaron y pidieron el
desalojo de Can Piella. “No nos enteramos hasta octubre de 2012, que el juez
ordenó el desalojo cautelar”, recuerda Oleguer. En un primer momento el juzgado
de Cerdanyola les dio tan solo diez días, pero la respuesta social, sobre todo
por parte de los iaioflautas, que acudieron a los juzgados a hacer una
concentración en protesta por el cierre del espacio, según explica Bárbara,
ralentizó un proceso que finalmente se alargó ocho meses. Hasta las
asociaciones de vecinos de los municipios de Montcada, Santa Perpetua, La
Llagosta y Mollet del Vallès reclamaron al Juzgado de Cerdanyola que paralizara
el desalojo. Incluso los alcaldes expresaron su apoyo al proyecto. Bárbara
explica que también intentaron negociar con los nuevos propietarios, pero les
pidieron un alquiler “elevadísimo para nuestras posibilidades”. “Dijimos
‘podemos pagar hasta aquí’, pero no aceptaron”, señala.
El proceso judicial no paró y ese octubre comenzó una
campaña para defender Can Piella, con manifestaciones, cortes de la autopista
AP-7, con decenas de actos en la masía y con mesas en las que organizar la
estrategia de defensa para cuando llegara la policía. No había fecha para ello
y había que estar preparado.
Como parte de ese plan para defender Can Piella, edificaron
una torre metálica sobre el edificio que alcanzó una altura de 18 metros sobre
el terreno y ocho sobre la casa. “Mucha gente participó en montarla, tenía
unos tensores y levantarla fue una odisea”, explica Bárbara. “Si nos iban a
echar, al menos que se nos viera queríamos ponerlo difícil”.
Cada noche, dos personas dormían en esa torre para hacer
guardia. Lloviera o nevara. Durante cerca de ocho meses. “En esa torre nos pasó
de todo, éramos tres y nos íbamos turnando; la recuerdo como mi habitación,
recuerdo volver de fiesta y subir tranquilamente por las cuerdas para dormir
allí”, relata Oleguer. “Fue desgastante pero la ilusión de tener claro que lo
que estábamos defendiendo era justo y tener tanto apoyo hizo que lo
aguantáramos bien”.
Y llegó la mañana del 15 de mayo de 2013 y, con ella, varias
decenas de furgonas de la BRIMO, de los GEI —cuerpos especiales de los Mossos—
y una grúa con la que bajar a las personas que resistían sobre la torre.
Bárbara apunta que la grúa no estaba homologada: “La grúa que hacía falta para
bajar a la gente de la torre no cabía por el sendero”.
“Al final nos pilló un poco desprevenidos pero la movilización
funcionó”, recuerda, por su parte, Oleguer. “Fue muy temprano, pero vino
bastante gente; hubo errores técnicos por nuestra parte y, además, el
despliegue policial fue de la ostia”, añade.
Ese amplio despliegue policial se las vio para poder llegar
a la masía. Una de las técnicas llevadas a cabo desde Can Piella fue cavar
grandes agujeros por el camino que llevaba a la masía para dificultar el acceso
de los vehículos. Un vídeo
de TV3 muestra a los mossos, cargados de pico y pala, rellenando los
agujeros para que pudieran llegar las furgonas a la masía. En lo alto de la
torre, otras dos personas resistieron durante horas hasta que los agentes las
bajaron con la grúa.
“Prácticamente sin recursos económicos organizamos una
resistencia que puso las cosas muy difíciles a todo el despliegue policial del
sistema”, rememora Oleguer, que calcula en seis horas el tiempo que le llevó a
la policía desalojar el centro social de Can Piella, que resultó con la detención
de cinco de sus militantes.
Este jueves, 5 de mayo, y tras varios aplazamientos, tendrá
lugar el juicio, a pocos días de que se cumpla el noveno aniversario del
desalojo. Para Oleguer y otro de los detenidos el día del desalojo, la Fiscalía
pide una multa de diez meses con cuota diaria de 12 euros: 3.600 euros
cada uno. Para el resto de detenidos, la Fiscalía reclama penas de un año y
seis meses de cárcel —para otros dos— y dos años y tres meses para la quinta
persona detenida. Entre multas e indemnizaciones, a estas penas se suman entre
7.700 y 12.500 euros. Para hacerles frente, el antiguo colectivo ha iniciado
una campaña para conseguir apoyo económico y han resucitado su cuenta en Twitter y han activado un grupo
en Telegram. “Necesitamos apoyo para
afrontar este juicio”, subraya Bárbara.
“Nos ofrecieron conformidad, pero, después de reunirnos
decidimos que no”, explica Oleguer. “Nos dijimos que, ya que quieren juicio,
pues que tengan dos tazas y que sirva para reivindicar lo que fue Can Piella y
demostrar la necesidad de proyectos de este tipo”, afirma. “Casi una década
después, la línea que representaba Can piella se ha reforzado, han salido
nuevos proyectos y es cada vez más evidente que es necesario articular
proyectos como este”, subraya Oleguer.
Can Piella, nueve años después de su desalojo, sigue
albergando proyectos sociales. Ya no es propiedad del Grupo Alcaraz, sino de un
banco, que ha consentido en ceder su uso y, aunque no es ya el mismo proyecto,
ya no está abandonado. Los que pusieron en marcha Can Piella también han
continuado trabajando en proyectos que imaginan otras formas de vivir.
“Can Piella fue una escuela, pero luego hemos seguido”,
afirma Oleguer, que ahora dedica buena parte de su tiempo a Can Tonal de
Vallbona. “Tiene sentido hacer proyectos que sean vivibles, que pongan en
práctica el creer que otro mundo es posible”.
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