17/5/22

Cuando solo consumimos rápido, dejamos de darle valor al trabajo que tiene crear

 NO QUEREMOS TANTAS NOVEDADES                       

Queremos volver a disfrutar de las películas

¿Cuánto hace que no ves una película sin estar mirando el móvil cada cinco minutos? ¿Y cuánto que no sientes que tú, cinéfilo de siempre, te estás quedando rezagado porque no has visto la última serie de Netflix la semana en que salió y te mereces todos los spoilers que te lleguen? En un mundo de estrenos diarios, consumir con cabeza –y con calma– es casi revolucionario. Pero también es la forma de frenar y reivindicar una cultura más pausada y consciente.

El sonido estridente de la alarma lo ocupa todo. Son las siete de la mañana y te precipitas rápidamente de la cama a la ducha, o a la cocina para tomar un buen café cargado. Cada mañana empieza como una carrera infinita hasta llegar al trabajo. Ante la vorágine de la rutina surgen movimientos que reivindican un ritmo de vida con más calma y, especialmente, más consciente. La cultura de lo slow no es nueva –el libro El elogio de la lentitud de Carl Honoré, uno de los máximos exponentes de esta filosofía, fue publicado en 2004–, pero sí es una tendencia que hoy empapa todo, desde la moda a la arquitectura.

Uno de los lugares donde más se puede comprobar su auge es en YouTube. Muchos jóvenes han dado la espalda al frenesí diario y, no sin dificultad, tratan de predicar una forma distinta de entender la cotidianidad: como no es fácil sacar tiempo para uno mismo, aunque pueda sonar paradójico, hay veces en las que se hace necesario planificar el descanso. El creador de contenido argentino David Elorza se esfuerza en su canal de YouTube por mostrar sus hábitos a sus seguidores. Entre ellos se encuentran levantarse y hacerse un café – sin prisas y con mimo–, ponerse a leer o ir a pasear. En medio de todo eso, claro, debe haber también espacio para el trabajo, pero un simple gesto como levantarse media hora antes para ir a caminar puede marcar la diferencia entre un día bueno y otro que no lo es tanto.

En Beyond Words, la valenciana Clara Velasco hace algo parecido. Ella emplea su tiempo libre en leer sobre crecimiento personal o hacer yoga. Una de las filosofías de las que habla esta joven veinteañera es el minimalismo. En el contexto de una cultura de lo rápido, en la que todo se consume a la velocidad de la luz, el minimalismo intenta dibujar una línea entre lo que realmente es válido y útil y lo que no lo es, teniendo como estandarte su lema clásico: menos es más.

Estas máximas que reivindican la calma y la paciencia pueden aplicarse al trabajo y a todas las áreas de creación pero, ¿también a la cultura? ¿Es posible consumir con calma los productos de un sector que lanza novedades cada día? ¿En el que el lanzamiento que se produjo hace una semana ya es agua pasada?

Contra la rueda de la producción

Las plataformas de streaming, lideradas por Netflix, han conseguido cambiar el panorama audiovisual. Hay una nueva forma de consumir y se basa, en muchas ocasiones, en un atracón de ficción que anestesia el cerebro y lo deja KO. Una temporada de 8 o 10 capítulos puede verse en un solo día o un fin de semana y así, al terminar tan rápido, el consumidor demanda más con lo que se activa la voraz cadena de producción. Un tipo de consumo similar a cuando el cuerpo te pide comida basura: buscas algo fácil, rápido, simple y sabroso, no nutritivo. Algo que, por supuesto, puede ser disfrutable e incluso necesario esporádicamente para desenchufar el cerebro, pero no saludable a largo plazo.

Sale al mercado un bestseller que ocupa todas las conversaciones un par de días o el último libro de un influencer con el que sucede lo mismo. Antes de terminar uno, el lector ya está demandado otro y vuelta a producir sin preguntar para qué, para quién, con qué fin y qué significado tiene. Así, se promueve que cada semana haya un producto del momento –y, si no lo ves cuando sale, prepárate para los spoilers o para quedarte fuera, porque todo el mundo habla de ello– que dos semanas después nadie recuerda. Dicho de otra forma, vamos a dos «series del año» por mes.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Netflix atraviesa por uno de sus peores momentos en los últimos años y en los primeros meses de 2022 ha perdido suscriptores. Los entendidos señalan dos causas principales: por un lado, han comenzado a subir los precios de sus planes mensuales y a restringir que se puedan compartir cuentas entre diferentes usuarios; por otro, la calidad de su contenido nuevo escasea y solo unas pocas series –The Crown, Dark, American Crime Story, entre otras– se salvan de la quema para los críticos. ¿El resto? En su mayoría, novedades constantes y contenido de consumo rápido. A esto hay que sumar la competencia de otras plataformas como Amazon Prime Video, la renovada HBO Max y, en España, Filmin.

Esta última apuesta, precisamente, por lo contrario que Netflix. En lugar de acumular un catálogo de miles y miles de títulos superventas, sus creadores abogan por echar el freno, por centrarse más en cine que en series y, además de tener estrenos premiados,  por recopilar filmografías que es raro encontrar en España como las de Rohmer, Truffaut o Wong Kar-Wai.

En esencia, no se trata tanto de una batalla por la calidad sino por el modelo de visionado en sí. De pasar de la serie que no puedes perderte a la buena película que quieres ver no –o no solo– para comentarla en redes y sumarte a sus seguidores acérrimos o a sus haters más incisivos, sino para disfrutarla apagando el móvil y prestándole toda tu atención.  

¿Hay cabida para la reflexión en las redes sociales?

Es cierto que las redes sociales contribuyen a ese consumo rápido. Se ve un tuit se lee, se olvida, se pasa al siguiente. Se ve una foto de Instagram, se le da me gusta, se olvida, se pasa a la siguiente. En ese agujero negro que traga al consumidor, que le hace perder la noción de sí mismo, ¿hay espacio para la reflexión?

La respuesta es sí. Un ejemplo: en Instagram existe una cuenta llamada Filosofía nivel usuario (@filosofianivelusuario), que lleva desde hace unos años el joven Román Aday. Acompaña fotos, ilustraciones o dibujos de conocidos o no tan conocidos artistas con reflexiones acerca de la publicidad, la estética, el sentido de la vida, el arte, la belleza y, en definitiva, todo lo que sea susceptible de reflexión. Aunque no es un influencer con millones de seguidores, acumula casi 30.000. Sí, no es mucho si lo comparas con una estrella de cine o de las redes, pero teniendo presente lo que Román cuenta, está claro que existe un nicho con potencial para la reflexión.

Poco a poco, otros perfiles también apuestan por huir de la prisa y el consumo rápido en la red social que lo abandera. Así está @literlandweb, con más de 300.000 seguidores, que divulga frases célebres de la literatura universal o @differ.tv, con el doble, que recopila imágenes icónicas del cine y la fotografía y las recupera para todo el que se las haya perdido.

Quien no haya disfrutado alguna vez de un contenido sin mucho poso solo para entretenerse, que tire la primera piedra. No es una cuestión de intelectualitis, sino de propósito: cuando solo consumimos rápido, dejamos de darle valor al trabajo que tiene crear y sacar las cosas que nos mueven adelante. Consumir más, acumular likes, verlo todo. ¿Y si la novedad ahora es disfrutar con calma de una serie porque te gusta y no porque tienes que hacerlo?

https://igluu.es/no-queremos-tantas-novedades-queremos-volver-a-disfrutar-de-la-peliculas/  

No hay comentarios: