NO QUEREMOS TANTAS NOVEDADES
Queremos volver a disfrutar de las películas
¿Cuánto hace que no ves una película sin estar mirando el
móvil cada cinco minutos? ¿Y cuánto que no sientes que tú, cinéfilo de siempre,
te estás quedando rezagado porque no has visto la última serie de Netflix la
semana en que salió y te mereces todos los spoilers que te
lleguen? En un mundo de estrenos diarios, consumir con cabeza –y con calma– es
casi revolucionario. Pero también es la forma de frenar y reivindicar una
cultura más pausada y consciente.
El sonido estridente de la alarma lo ocupa todo. Son las siete de la mañana y te precipitas rápidamente de la cama a la ducha, o a la cocina para tomar un buen café cargado. Cada mañana empieza como una carrera infinita hasta llegar al trabajo. Ante la vorágine de la rutina surgen movimientos que reivindican un ritmo de vida con más calma y, especialmente, más consciente. La cultura de lo slow no es nueva –el libro El elogio de la lentitud de Carl Honoré, uno de los máximos exponentes de esta filosofía, fue publicado en 2004–, pero sí es una tendencia que hoy empapa todo, desde la moda a la arquitectura.
Uno de los lugares donde más se puede comprobar su auge es
en YouTube. Muchos jóvenes han dado la espalda al frenesí diario y, no sin
dificultad, tratan de predicar una forma distinta de entender la
cotidianidad: como no es fácil sacar tiempo para uno mismo, aunque pueda
sonar paradójico, hay veces en las que se hace necesario planificar el
descanso. El creador de contenido argentino David Elorza se
esfuerza en su canal de YouTube por mostrar sus hábitos a sus seguidores. Entre
ellos se encuentran levantarse y hacerse un café – sin prisas y con mimo–,
ponerse a leer o ir a pasear. En medio de todo eso, claro, debe haber también
espacio para el trabajo, pero un simple gesto como levantarse media
hora antes para ir a caminar puede marcar la diferencia entre un día
bueno y otro que no lo es tanto.
En Beyond
Words, la valenciana Clara Velasco hace algo parecido. Ella emplea su
tiempo libre en leer sobre crecimiento personal o hacer yoga. Una de las
filosofías de las que habla esta joven veinteañera es el minimalismo.
En el contexto de una cultura de lo rápido, en la que todo se consume a la
velocidad de la luz, el minimalismo intenta dibujar una línea entre lo que
realmente es válido y útil y lo que no lo es, teniendo como estandarte su lema
clásico: menos es más.
Estas máximas que reivindican la calma y la paciencia pueden
aplicarse al trabajo y a todas las áreas de creación pero, ¿también a la cultura? ¿Es posible consumir con calma los productos
de un sector que lanza novedades cada día? ¿En el que el
lanzamiento que se produjo hace una semana ya es agua pasada?
Contra la rueda de la
producción
Las plataformas de streaming, lideradas por
Netflix, han conseguido cambiar el panorama audiovisual. Hay una nueva forma de
consumir y se basa, en muchas ocasiones, en un
atracón de ficción que anestesia el cerebro y lo deja KO. Una temporada de 8 o 10 capítulos puede verse
en un solo día o un fin de semana y así, al terminar tan rápido, el consumidor
demanda más con lo que se activa la voraz cadena de producción. Un
tipo de consumo similar a cuando el cuerpo te pide comida basura: buscas algo
fácil, rápido, simple y sabroso, no nutritivo. Algo que, por supuesto, puede
ser disfrutable e incluso necesario esporádicamente para desenchufar el
cerebro, pero no saludable a largo plazo.
Sale al mercado un bestseller que ocupa todas las
conversaciones un par de días o el último libro de un influencer con
el que sucede lo mismo. Antes de terminar uno, el lector ya está demandado otro
y vuelta a producir sin preguntar para qué, para quién, con qué fin y qué
significado tiene. Así, se promueve que cada semana haya un producto del
momento –y, si no lo ves cuando sale, prepárate para los spoilers o
para quedarte fuera, porque todo el mundo habla de ello– que dos semanas
después nadie recuerda. Dicho de
otra forma, vamos a dos «series del año» por mes.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Netflix atraviesa
por uno de sus peores momentos en los últimos años y en los primeros meses de 2022 ha perdido suscriptores. Los
entendidos señalan dos causas principales: por un lado, han comenzado a subir
los precios de sus planes mensuales y a restringir que se puedan compartir
cuentas entre diferentes usuarios; por otro, la calidad de su contenido nuevo
escasea y solo unas pocas series –The Crown, Dark, American Crime Story,
entre otras– se salvan de la quema para los críticos. ¿El resto? En su mayoría, novedades constantes y
contenido de consumo rápido. A esto hay que sumar la competencia de
otras plataformas como Amazon Prime Video, la renovada HBO Max y, en
España, Filmin.
Esta última apuesta, precisamente, por lo contrario que
Netflix. En lugar de acumular un catálogo de miles y miles de títulos
superventas, sus creadores abogan
por echar el freno, por centrarse más en cine que en series y, además de
tener estrenos premiados, por recopilar filmografías que es raro
encontrar en España como las de Rohmer, Truffaut o Wong Kar-Wai.
En esencia, no
se trata tanto de una batalla por la calidad sino por el modelo de visionado en
sí. De pasar de la serie que no puedes perderte a
la buena película que quieres ver no –o no solo– para
comentarla en redes y sumarte a sus seguidores acérrimos o a sus haters más
incisivos, sino para disfrutarla apagando el móvil y prestándole toda tu
atención.
¿Hay cabida para la
reflexión en las redes sociales?
Es cierto que las redes sociales contribuyen a ese consumo
rápido. Se ve un tuit se lee, se olvida, se pasa al siguiente. Se ve una foto
de Instagram, se le da me gusta, se olvida, se pasa a la siguiente. En ese
agujero negro que traga al consumidor, que le hace perder la noción de sí
mismo, ¿hay espacio para la reflexión?
La respuesta es sí. Un ejemplo: en Instagram existe una
cuenta llamada Filosofía nivel usuario (@filosofianivelusuario),
que lleva desde hace unos años el joven Román Aday. Acompaña fotos,
ilustraciones o dibujos de conocidos o no tan conocidos artistas con reflexiones
acerca de la publicidad, la estética, el sentido de la vida, el arte, la
belleza y, en definitiva, todo lo que sea susceptible de reflexión.
Aunque no es un influencer con millones de seguidores, acumula casi 30.000. Sí,
no es mucho si lo comparas con una estrella de cine o de las redes, pero
teniendo presente lo que Román cuenta, está claro que existe un nicho con
potencial para la reflexión.
Poco a poco, otros perfiles también apuestan por huir
de la prisa y el consumo rápido en la red social que lo abandera. Así
está @literlandweb,
con más de 300.000 seguidores, que divulga frases célebres de la literatura
universal o @differ.tv,
con el doble, que recopila imágenes icónicas del cine y la fotografía y las
recupera para todo el que se las haya perdido.
Quien no haya disfrutado alguna vez de un contenido sin
mucho poso solo para entretenerse, que tire la primera piedra. No es una
cuestión de intelectualitis, sino de propósito: cuando solo
consumimos rápido, dejamos de darle valor al trabajo que tiene crear y sacar
las cosas que nos mueven adelante. Consumir más, acumular likes, verlo
todo. ¿Y si la novedad ahora es disfrutar con calma de una serie porque te
gusta y no porque tienes que hacerlo?
https://igluu.es/no-queremos-tantas-novedades-queremos-volver-a-disfrutar-de-la-peliculas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario