12/6/20

No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma


LA NUEVA NORMALIDAD COMO OPORTUNIDAD
El capitalismo explotador de la juventud

A diario escuchamos a la clase política hablar sobre la nueva normalidad, pero ¿cuál era la realidad de la vida pre COVID-19 que teníamos la juventud? Desempleo, precariedad laboral, exclusión social, competitividad e individualismo, y un planeta en vías de extinción como herencia debido a la contaminación, la sobreexplotación de recursos, la pérdida de biodiversidad, etc. Todo esto, y entre otras causas sociales y consecuencias en las personas y el entorno, provoca malestares psicológicos. Pongamos en el foco la Generación Y o Millenials ya que la juventud vivimos nuestra segunda crisis económica sin haber superado la primera.

Durante años, la juventud en búsqueda de empleo hemos podido encontrar una oferta laboral con requisitos tales como: una carrera universitaria, dos másteres, tres idiomas, cursos de especialización, experiencia laboral, capacidad de adaptación al cambio, flexibilidad horaria, autoorganización (y un huevo de dragón si el sueldo es superior a mil euros). Este podría ser un ejemplo de oferta laboral para los puestos de trabajo a los que aspiran muchas personas jóvenes de nuestra generación, la más preparada de la historia. Se nos prometió que cuanto más nos formáramos mejores condiciones laborales encontraríamos. Sin embargo, va a ser la primera generación en vivir peor que la anterior. 


No solo hemos hecho grandes esfuerzos junto a nuestras familias, sino que también se nos han pedido requisitos casi imposibles para entrar en el mercado laboral. Cuando no lo logramos, nos ofrecen prácticas (la mayoría sin remunerar) para desempeñar las mismas funciones que una persona contratada, o voluntariado, donde una y otra vez se vulnera la ley cubriendo puestos de trabajo con personas voluntarias. En todas estas circunstancias se produce un desajuste entre expectativas y realidad y esto ha provocado en muchas ocasiones sufrimientos tales como estrés, angustia, ansiedad, depresión, incertidumbre o miedo.

Volviendo a la oferta prototipo mencionada anteriormente, las “aptitudes” que se demandan no dejan de ser eufemismos para esconder la peor cara del capitalismo: adaptación al cambio, o dicho de otra forma, te vamos a pedir constantemente que te enfrentes a cambios en el trabajo de los que puede que no tengas ni idea, pero es tu responsabilidad resolverlos y rápido; flexibilidad horaria, es decir, tu vida gira en torno al trabajo, tienes que estar disponible al teléfono 24/7 y predispuesta a una reunión en cualquier momento; y, autoorganización, es decir, apáñate como puedas pero tienes que tener X resultados durante el horario de tu jornada laboral, y si no te da tiempo, haz más horas, porque si no, ya sabes, eres prescindible para la empresa ya que hay centenares de curriculums encima de la mesa esperando a que tú falles. Esta es la realidad y la presión que vive especialmente la juventud en nuestro país (aunque por desgracia también lo sufren personas de otras edades).

El capitalismo no sólo se manifiesta en sus condiciones laborales draconianas, también en nuestra manera de procesar el hecho de que nuestras vidas no se desarrollen como habíamos esperado. De forma sutil, nos hacen creer que si no somos felices es porque no queremos o no nos esforzamos lo suficiente, pues la dictadura del positivismo nos ha hecho mucho daño. En lugar de buscar la raíz de todos los problemas, señalarlos y explorar las alternativas, se ha puesto el foco en la responsabilidad individual. De esta forma, la persona que no consigue encajar en este sistema cruel y despiadado se autopercibe culpable de su propio malestar. 

Socialmente, la felicidad es un indicador de éxito, y las afectaciones psicológicas, sobre todo las relacionadas con el estado de ánimo, lo son del fracaso. El triunfo se consigue viviendo deprisa, corriendo y haciendo malabares con todas las facetas de la vida, celebrándolo en redes sociales. Mientras tanto, los dolores se guardan y se ocultan, como si no existieran.

Durante este periodo del Estado de alarma, esas condiciones de trabajo que nos dejaron los recortes en derechos sociales y laborales durante la gestión de la crisis de 2008 se han acentuado. A pesar del Escudo Social establecido por el Gobierno de coalición en colaboración con las fuerzas aliadas está siendo insuficiente y todo indica que una dura crisis está por llegar.

Pero reflexionemos. Este confinamiento ha puesto de manifiesto que no estar constantemente consumiendo y produciendo no ha supuesto el fin del bienestar de muchas personas, de pronto hemos descubierto (o redescubierto) lo que es estar tranquilamente en casa “sin hacer nada” viviendo y conviviendo con las demás cohabitantes del hogar o con los propios pensamientos en soledad. Con esto no quiero negar otras realidades, también hay quienes han podido pasar por distintos estados de ánimo según el día o la semana, quienes han sufrido la aplicación de un ERTE, quienes han trabajado más explotadas que antes, quienes se hayan sentido angustiadas por las limitaciones del confinamiento y haya percibido su casa como una prisión. 

Quizás esto nos haya permitido sentir mayor empatía hacia las personas privadas de libertad como prisiones, internamientos psiquiátricos, CIES. Por supuesto, no olvidemos que hay quienes no tienen la suerte de encontrar en su hogar un refugio seguro o quien directamente no goza de este derecho básico. Todo esto sin mencionar el miedo al propio virus, la preocupación por personas queridas de riesgo o que han enfermado y el dolor de haber perdido seres queridos.

Desafortunadamente, caemos sin darnos cuenta en la rueda de la productividad incluso en este periodo. A veces, no nos perdonamos no ser productivas y por ello nos ponemos a hacer cursos, asistimos a charlas y nos mantenemos haciendo y haciendo para no parar ni un minuto. “Hago, luego existo”, sin permitirnos simplemente SER, SENTIR(NOS) y EXISTIR. Como dijo recientemente Anna Sopena, coportavoz de la Red Equo Joven, incluso confinadas se nos han robado los ritmos y necesitamos recuperarlos. Como he mencionado antes, no todas las personas han llevado el confinamiento de la misma manera, algunas al poder pasar tiempo con una misma de pronto nos ponemos frente al espejo y nos preguntamos: “¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida y mi tiempo? ¿A dónde voy yo dentro de este sistema que me han impuesto?”

La cuestión es: ¿Queremos recuperar todo lo que teníamos antes, o solo lo bueno? Porque claro que estamos deseando en algún momento poder reencontrarnos con nuestras familias y círculos de amistades “con normalidad”, darnos muestras de afecto, pasear sin restricciones horarias y retomar actividades culturales y de ocio sin fases ni limitaciones. Pero sinceramente, ¿quién echa de menos los atascos, el tráfico, el ruido, los humos y seguir destruyendo el planeta? Quizás solo le pase a alguna política de derechas contenta con la eliminación de Madrid Central, pero las personas en general solo queremos un buen vivir con nuestras necesidades cubiertas. El sistema capitalista nos promete darnos todo lo que queramos a cambio de renunciar a nuestro bienestar y a nuestro tiempo que, por otro lado, es lo más valioso que tenemos.

No, esto no puede sostenerse por más tiempo. Tampoco es posible mantener la lógica del crecimiento y la producción infinita en un planeta de recursos finitos. Y somos personas, tenemos necesidades y emociones, no somos máquinas de producir. Necesitamos avanzar hacia una transición socioecológica justa con una Ley de Cambio Climático más ambiciosa que deje a un lado el trabajo como centro de todo y ponga la vida, el bienestar y los cuidados en el lugar que le corresponde: empleo verde y reparto del trabajo que permita conciliar, transporte público ecológico, servicios públicos, energía y modelos de ciudad sostenible con perspectiva de género. Y una Renta Básica Universal que garantice que todas las personas tienen sus necesidades cubiertas. Más comunidad y menos individualismo equivalen a una mayor calidad de vida. En definitiva, cambiar el sistema porque el que tenemos no sirve.

“No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma”.
Jiddu Krishnamurti, filósofo hindú.

Helena Vidal Brazales. 
Coportavoz de Equo Región de Murcia y activista de la Red Equo Joven. Graduada en Psicología, especializada en Intervención social y Mediación.


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