EL CAMBIO EN EL CONSUMO Y LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA
Ruben
Suriñach (Vic, 1984) es economista de formación, poeta por afición,
consultor en economías transformadoras y dinamizador de la Xarxa
d'Economia Solidària (XES).
Su cambio de estilo de vida hacia el
consumo consciente empezó en la adolescencia, motivado por las ganas
de cambiar el sistema. Sus padres también tuvieron algo que
ver: “Mis padres me educaron para tener una visión crítica sobre
la realidad. Un ejemplo muy claro fue mi madre durante mi
adolescencia. Cuando yo caía en la tentación de consumir sin
reflexionar, me reprochaba que iba de alternativo pero que estaba
alimentando a los ‘capirrongos’, que es como denominaba a las
élites”.
Decidió estudiar Economía en la
Universidad de Girona para entender cómo funcionaba el sistema desde
dentro para cambiarlo. “Lo que se enseñaba allí poco tenía que
ver con cambiar el mundo, pero me sirvió para entender cómo
funcionan los mecanismos del capitalismo.”
La carrera de economía fue una
travesía en el desierto. Era una universidad muy pequeña y una
facultad muy nueva en una ciudad rica como Girona. Había pocas
rendijas para impulsar cambios. Pero pudo hacer las prácticas de la
carrera en el Centro de Investigación e Información en Consumo
(CRIC), entidad editora de la revista Opcions. Allí encontró la
manera de comunicar e investigar alternativas en la economía que se
enseñaba en la facultad.
Se quedó a trabajar en el CRIC y
complementaba su sueldo llevando la gestión económica de Recursos
de Animación Intercultural (RAI). Allí conoció a Laia Gómez
Franco y el activismo de barrio. Además, se vinculó al ecologismo
social y a la agroecología a través de campañas contra la minería
en América Latina y participando en la Entesa pel Decreixement en el
Infoespai del barrio de Gràcia.
Así empezó a entrar en el mundo de
la Economía Social y Solidaria (ESS), en las luchas de barrio y a
relacionar el activismo con el trabajo. El estilo de vida que siempre
había deseado empezaba a perfilarse.
MM: ¿Hasta qué punto
existe espacio para una economía colaborativa centrada en las
personas?
RS:
La economía colaborativa surgió muy relacionada con el consumo
colaborativo. Hacia 2010 se vinculaba al uso de las nuevas
tecnologías para utilizar bienes y recursos que estaban
infrautilizados. Se le daba valor al intercambio, el alquiler de
recursos para el uso, compartir coche, alquilar herramientas para
utilizar en casa, etc.
MM: ¿De dónde salen
estas primeras referencias?
RS:
Algunas surgen a raíz del libro de Rachel Botsman What’s
Mine Is Yours. The Rise of Collaborative Consumption,
donde empieza definiendo estas prácticas; entonces, en este barullo
de iniciativas, se empiezan a desarrollar dos tipos de economías
colaborativas. Una más vinculada a las empresas emergentes
tecnológicas, modelo “Silicon Valley”, de emprendedores
individuales con una idea brillante que venden a los bussines angels
que, a su vez, hacen rondas de financiación muy grandes y generan
unos crecimientos del valor de la firma exponencial que funcionan
como burbujas especulativas.
MM: ¿Serían como
burbujas especulativas dentro de la burbuja tecnológica?
RS:
Sí. Y además no tienen en cuenta quién es propietario de la
plataforma, ni si hay relaciones laborales encubiertas con la gente
que la utiliza: start-ups tecnológicas donde lo importante son las
dinámicas que generan los usuarios.
MM: ¿Y la otra
vertiente sería la de la economía social y solidaria y el procomún?
RS:
Exacto. Desde el mundo de la economía basada en los comunes se dice
que, más allá del uso de las tecnologías, hace falta que nos
cuestionemos en qué marco se dan estas relaciones. Aquí es cuando
se empieza a hablar de cooperativismo de platafoma.
MM: Pongamos ejemplos.
¿Qué hay detrás de un Uber o un Airbnb? ¿Y de un Goteo o un Som
Movilitat?
RS:
Las dos primeras son empresas privadas que tienen sus accionistas y
que quieren crecer y generar rendimientos. Por mucho que digan que
son colaborativas, representan el capitalismo en red. En cambio,
Goteo o Som Movilitat son entidades sin ánimo de lucro. También
ofrecen servicios a través de plataformas tecnológicas, pero su
corazón y su funcionamiento son democráticos y se preocupan por el
impacto social de su actividad. Son plataformas de economía
colaborativa procomún, que son las realmente transformadoras.
MM: En el libro
Economías
transformadoras de Barcelona
defines tres retos de crecimiento de la economía social.
RS:
Vivimos en una amalgama de iniciativas transformadoras que se
tendrían que ver como parte de un ecosistema. Ese sería el primer
reto. Algunas están más vinculadas a la ESS y su espacio de
representación y articulación es la XES, mi principal espacio de
trabajo y militancia de los últimos años. Otras están más
vinculadas al procomún y a los commons
digitales y participan en la XES de
forma más tangencial. La economía social más convencional tiende a
identificarse con la Federación de Cooperativas de Trabajo y la Mesa
de Entidades del Sector Social de Cataluña. Todo ello es como un
mosaico de diferentes movimientos de economía alternativa. Todas
estas iniciativas tendrían que verse como parte de un ecosistema.
MM: ¿No se ven
ahora como movimientos en red?
RS:
Más bien se ven como redes o plataformas que tienen que aglutinar a
otras redes y plataformas. Creo que hay que romper con la idea que
“mi movimiento es el paraguas de otros movimientos”. Es decir, ni
los comunies
ni la ESS ni el decrecimiento lo agrupan todo. Mi conclusión es que
hay varios movimientos con una génesis propia, unos espacios de
representación, unas ventajas posicionales para hacer cambios de
escala y revulsivos. Pero es necesario que nos reconozcamos y que
seamos suficientemente humildes para aceptar las ventajas
posicionales de cada uno y poner nuestros esfuerzos cuando conviene
en un movimiento que quizás no sea el nuestro principal. En
definitiva, que actuemos como ecosistema y como sociedad en red por
la transformación. Concepto que en el libro he definido como tener
“consciencia de red”.
MM: Este sería el
primer reto, entonces, el reconocimiento entre movimientos y trabajar
en red para aprovechar el potencial de cada uno. ¿Y el segundo?
RS:
El que tiene más que ver con los retos de escala de los mismos
proyectos empresariales u organizativos. Una cosa más práctica:
¿cómo conseguimos que nuestros proyectos de ESS puedan ser
alternativas mayoritarias para llegar al gran público sin que eso
implique una pérdida de valores en el camino? Cuando seamos capaces
de crear estructuras de gran alcance sin que la plataforma deje de
ser democrática. Som Energia demuestra que es posible, aunque no sea
un camino fácil.
MM: ¿Hay tensión
entre la creación de grandes estructuras y la gestión interna
democrática?
RS:
Sí. De hecho también pasa en las iniciativas empresariales, en un
partido político o en otros ámbitos organizativos.
MM: El tercer reto que
describes está relacionado con la expansión.
RS:
Las barreras socioeconómicas y socioculturales provocan que
impulsemos iniciativas que sirven para retroalimentar los mismos
estratos sociales donde nos encontramos pero no nos permiten llegar a
las capas de población que más lo necesita.
MM: ¿Qué pasa con los
que no conocen este ámbito transformador? ¿Hasta qué punto las
iniciativas de base involucran capas más desfavorecidas de la
población?
RS:
El reto está en que se identifiquen con el cooperativismo y lo vean
como una posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Alencop, una
cooperativa de recogida de chatarra, que dignifica un trabajo para
personas en situación de vulnerabilidad, puede ser un ejemplo de
ello. A pesar de que desde varias cooperativas se les hace un
acompañamiento, el objetivo es empoderar a los trabajadores parar
que puedan gestionar la cooperativa ellos mismos.
MM: ¿Qué margen tiene
la administración pública para favorecer estas economías?
RS:
Hay mucho margen pero hay que aprender a hacerlo. Existe una parte de
promoción que está muy clara: introducir los valores de la ESS en
el emprendimiento, en la creación de empresa o la creación de
ocupación, dentro de las agencias de promoción económica de los
ayuntamientos. En este tipo de políticas hay margen para realizar
formaciones sobre emprendimiento colectivo, por ejemplo. El
Ayuntamiento de Barcelona lo está haciendo. A través de la Red de
Municipios por la Economía Social y Solidaria se está llevando a
cabo este intercambio de conocimientos.
La Comunificadora es un programa para
acompañar al emprendimiento de proyectos de economía colaborativa
procomún, como Som Movilitat. O modelos de negocio de economía
digital basados en el procomún, licencias libres, políticas de
conocimiento abierto, etc. La promoción está clara. También
hay otra parte que tiene más que ver con la gestión de servicios
públicos y la externalización de muchos servicios.
MM: ¿Cómo se tienen
que gestionar los bienes comunes desde la administración?
RS:
Existe una pulsión de “esto tiene que ser público”, entendiendo
público como la gestión directa des del entramado de la
administración pública. Pero hay un espacio intermedio que concibe
lo público des de una visión de lo común, y que entienden que hay
formas híbridas como la gestión publicocooperativa
comunitaria. En algunos ámbitos, la titularidad tiene que ser
pública, pero hay determinados recursos públicos y equipamientos
que se gestionan mejor desde la comunidad, que no con la
burocratización que implica la administración. Es un reto muy
importante porque implica cambiar la cultura de la Administración de
cómo se toman las decisiones, cómo se gestiona y cómo se controla.
Y esto pasa por poner a las personas que están involucradas a
decidir qué se hace con ese bien compartido. Estos procesos de
codecisión son difíciles.
MM: Pon un ejemplo de
remunicipalización que haya dado estos pasos.
RS: Más
que un ejemplo de remunicipacización propiamente, pondré el
ejemplo de un caso y las soluciones que se encontraron para
resolverlo. El Ayuntamiento de Barberà quería remunicipalizar la
atención domiciliaria de la gente mayor (hacer visitas al hospital,
acompañarlos…) porque creían que este servicio tenía que ser
público. Entonces aquí toparon con trabas administrativas y legales
(vinculadas al marco estatal y europeo). Al final optaron por la
contratación pública social e incluyeron unas cláusulas dentro del
contrato público: las personas que trabajaran con aquel contrato
tenían que tener un incremento del 3% de su sueldo, la empresa tenía
que tener políticas de conciliación muy claras… También se creó
un espacio de cogestión entre el Ayuntamiento, la empresa y los
usuarios.
Pusieron estas cláusulas para
aproximar el servicio a los usuarios y mejorar las condiciones de
quienes trabajan. El concurso lo ganó la misma empresa que
años anteriores, una empresa privada. Pero se vio obligada a adaptar
su servicio a los nuevos requerimientos.
MM: ¿El plan A sería
la municipalización y el plan B la inclusión de cláusulas sociales
en el contrato?
RS:
El plan A es la municipalización de algunos servicios básicos –como
la atención domiciliaria o los servicios energéticos–, porque da
más cobertura legal, seguridad y estabilidad. Pero están las
cláusulas sociales, el plan B, que también puede servir para que
las empresas mejoren las condiciones en las que actúan, pero siempre
adecuando la respuesta al sector o recurso específico a gestionar.
Para mi, un espacio de barrio siempre será mejor que lo gestione el
mismo barrio que la administración.
MM: ¿Cómo se lucha
contra la apropiación del discurso transformador por parte del
capitalismo?
RS: Hay procesos de
mercantilización que son inevitables. Nos puede encender la sangre,
pero que
aparezca una Casa Ametller
posiblemente es inevitable. Es una empresa que ve un nicho de mercado
y decide invertir en él. Eso no quiere decir que no luchemos en
contra, pero si pensamos que es inevitable nos lo tomaremos mejor. La
clave es relegar estos oportunistas a la marginalidad, y por ésto es
muy importante que el gran mediador de los significados, la
administración pública, haga volcar los significantes hacia nuestro
lado.
Por ejemplo, si en un momento se
tiene que hacer una política pública desde la Generalitat de
fomento de la empresa social, haría falta que en la definición de
empresa social se presione para que el contenido sea cercano a la
economía social y solidaria. Se tiene que acotar muy bien el
significado de empresa social porque, según cómo se defina, acaba
siendo la entrada del capitalismo con unos toques de responsabilidad
social corporativa.
MM: ¿Qué criterios
debe tener la empresa social?
RS:
Criterios de democracia interna muy estrechos, de cooperativización
del trabajo. Cosas que al final te empujan hacia la definición de
ESS de los movimientos sociales. Si la Generalitat regula la empresa
social de este modo, habrá decantado la balanza hacia las empresas
sociales de verdad. Tiene mucho que ver con las instituciones y las
estructuras de poder. Si consigues que en estos espacios se
deslegitimen las versiones instrumentalizadas de las economías
transformadoras y se potencie lo que es realmente transformador,
podremos cambiar las cosas.
MM: ¿Qué es la XES?
RS:
Es una organización representativa de la economía social y
solidaria catalana que aglutina empresas, entidades y personas. Nació
en 2002 y hoy en día tiene 200 organizaciones socias y unas 100
individuales.
Tiene dos grandes funciones. La
primera es conseguir incidencia política para que el proyecto
político de la ESS gane terreno en la esfera pública y las
estructuras. Con las elecciones municipales del 2015, entregamos a
todos los partidos políticos 14 medidas para democratizar la
economía a escala municipal. Cuando ganan los partidos afines a
estos 14 principios, se empiezan a promover planes de impulso de la
ESS inspirados en estas 14 medidas. La segunda función es generar
herramientas de activación económica o articulación
socioempresarial. Aquí es donde está la Feria de Economía
Solidaria, que busca activar el mercado social, potenciar las ventas
de las usuarias.
MM: ¿Cómo funciona el
balance social de la XES? ¿Hay una valoración independiente o
externa?
RS:
El balance es una herramienta de diagnóstico interno que sirve a las
organizaciones para reportar información en seis ámbitos:
democracia, igualdad, medio ambiente, compromiso social, calidad
laboral y calidad profesional. Para estos bloques se desgranan unos
indicadores determinados. La empresa rellena unos documentos con
ítems fácilmente objetivables (sueldos más altos y más bajos, por
ejemplo). También incluye campos más cualitativos.
Además de la información que
facilita la organización, existe una evaluación externa: los
cuestionarios de calidad que se envían a trabajadoras, clientes o
usuarios. El más importante es el de calidad laboral, porque es
obligatorio para poder cerrar el balance.
Ejerce dos funciones. La primera es
en clave interna, porque ayuda a emprender procesos de mejora dentro
de la organización. Al hacer un autodiagnóstico, corroboras cosas
que intuías que no funcionaban y detectas retos nuevos. También
incluye una parte más de cara hacia “afuera”, de
“diferenciación”. Porque cuando haces el balance te dan un sello
y apareces en el catálogo de mercado social de la XES. Ganas
visibilidad.
Después se encuentra una parte más
en clave de sector que es el análisis agregado de los datos. Como es
un cuestionario estandarizado, tenemos una contabilidad de la ESS en
base a criterios. Podemos saber las cooperativas de la ESS, cuántas
empresas participan en la toma de decisiones, las diferencias
salariales…
MM: ¿Cuántas empresas
lo hacen cada año?
RS: Este año 150 organizaciones y
144 lo han aprobado. Tenemos un sistema de evaluación que vamos
mejorando. De los 20 indicadores básicos que creemos fundamentales
miramos si están por encima o por debajo de la media del sector.
Por ejemplo, puede ser que apruebes
con muy buena nota lo relacionado con los criterios medioambientales
pero que tengas un patronato en el que son todo hombres o que
haya diferencias salariales muy importantes. Eso es lo que identifica
la comisión de balance social.
MM: ¿Todo el mundo
puede hacer el balance social?
RS:
Sí. Pero no todo el mundo obtiene el sello. Intentamos ser muy
pedagógicos explicando por qué no han aprobado, insistiendo que es
también un paso hacia la mejora y la integración de la empresa a la
ESS.
MM: ¿Cómo se puede
afrontar la entrada al sector ecológico de grandes capitales
atraídos por el crecimiento del mercado?
RS:
Los productos ecológicos no desaparecerán de los supermercados.
También se puede leer como el síntoma de una victoria: el discurso
del movimiento social a favor de la producción ecológica ha
penetrado en el imaginario colectivo y por eso hay productos eco en
los súpers.
MM: Victoria relativa
porque no se cuestiona el modelo sino que se cambia un producto por
otro
RS:
Insisto en la parte de síntoma positivo de cambio de cultura
colectiva.
MM: ¿Qué limitaciones
tienen las cooperativas de consumo para competir con esas ofertas?
RS:
Algunos productores comparten la dificultad de hacer viable un modelo
de negocio basado en este sistema de distribución, por la
complicación de distribuir a tantos puntos diferentes.
También hemos visto que muchos
consumidores, incluso los más sensibilizados, se han acabado
desvinculando de los grupos de consumo porque exigen un alto grado de
implicación. En mi caso, ya no formo parte de una cooperativa de
consumo porque si quiero comer ecológico prefiero ir al payés,
coger la cesta y volver a casa.
MM: Incluso con estas
limitaciones, ¿las cooperativas de consumo también tienen virtudes?
RS:
Son escuelas de micropolítica cotidiana porque la gente se forma
allí al participar en asambleas y a discutir sobre los criterios de
consumo. Te encuentras con discusiones sobre, por ejemplo, qué es
proximidad y qué no, qué es kilómetro cero y qué no lo es. Esa es
una de las grandes virtudes del grupo de consumo y por eso tendrían
que seguir existiendo en convivencia con modelos más funcionales.
MM: ¿Qué es el
consumo consciente para ti?
RS:
Creo que es el cambio de cultura colectiva hacia otras formas de
vivir. Eso puede ir desde las microprácticas cotidianas hasta
fórmulas más complejas de organización para vivir de otro modo.
Creo que acotarlo al consumo a mí se me queda pequeño. Yo prefiero
hablar de estilos de vida porque al final es eso lo que nos define.
Obsesionarte con tus actos de compra
cotidiana no tiene sentido. Lo importante es que estés satisfecho
con la manera como vives.
Si tengo que ir al supermercado a
comprar algo, voy con toda la tranquilidad del mundo. Porque sé
que mi día a día es el que yo quiero. Me muevo en bici, tengo mi
huerto y sobre todo trabajo en Opcions y en la XES. Las pequeñas
contradicciones cotidianas las llevo muy bien.
MM: Eso es desde un
punto de vista individual, pero… ¿y el escenario colectivo?
RS:
Es mucho más fácil ser un consumidor consciente si tienes un
entorno que te refuerza en positivo. Por eso las cooperativas de
consumo son tan interesantes. Es muy importante que haya
espacios sociales que refuercen tu proceso de cambio y las
cooperativas de consumo lo han hecho. Pero también en tu entorno de
trabajo puedes generar una cultura favorable. Hay espacios de
cotrabajo que son muy interesantes en este sentido, porque entonces
no tienes que ir a contracorriente.
MM: ¿Y qué pasa con
las barreras socioeconómicas que hacen difíciles los cambios de
estilo de vida?
RS:
Creo que es imposible pensar que todo el mundo cambiará
voluntariamente sus formas de vida porque ha llegado a una concepción
muy clara de los problemas del mundo y quiere hacerlo. Pienso que hay
un núcleo irradiador de gente, de prácticas de empresas que están
empujando este cambio y que van intentando incidir sobre las
estructuras dominantes. Y las estructuras dominantes pueden ser desde
los ámbitos educativos, como los comedores escolares ecológicos,
que afectan a toda la comunidad, o la administración, con las
políticas de compra pública.
En el momento en que se prohíben las
bolsas de plástico, ya no depende de la gente que cambie
voluntariamente su forma de consumo y uso de bolsas. Ha habido un
núcleo irradiador que ha potenciado que la gente deje de consumir
bolsas de plástico y gracias a esta generación de cultura de fondo
ya no se ve mal que se prohíban las bolsas. Es esta dialéctica
entre prácticas que ejemplifican espacios donde se incide sobre las
estructuras dominantes y regulaciones que favorecen cambios más
amplios gracias a la legitimación que les dan las prácticas y
espacios de incidencia. Si conseguimos desbloquear políticas
públicas que generan cambios desde arriba hacia abajo con los
estilos de vida gracias a la ejemplificación de abajo a arriba
podemos hacer cambios más profundo en las estructuras. Es un círculo
que se va retroalimentando.
MM: ¿Qué piensas de
las monedas sociales?
RS:
Soy escéptico con las monedas sociales. Intentar generar sistemas
económicos alternativos desde la moneda es empezar la casa desde el
tejado. Primero construye un espacio como el mercado social de
intercambio de bienes y servicios dentro de la economía social y
solidaria. Entonces, cuando tienes una red muy densa, puedes empezar
a introducir la moneda social para cerrar el circuito y que el dinero
circule para satisfacer necesidades desde dentro.
Creo que la moneda social tiene
sentido cuando es para satisfacer una necesidad más comunitaria,
como en los bancos del tiempo o incluso como sistema de fidelidad de
comercio local. Pero la moneda social no es, en el estadio actual de
la construcción de alternativas económicas, una estrategia
prioritaria.
MM: ¿El 15M fue
también un punto de inflexión del cambio en temas de consumo y
otras economías?
RS:
El mes de marzo del 2011 estábamos acabando el informe “Cambio
Global España 2020/2050 sobre consumo y estilos de vida” e hicimos
unos talleres de escenarios futuros. Nos preguntábamos cómo
estaríamos en el Estado español en 2020-2050: cuáles serían los
vectores de cambio que coincidirían en estos estilos de vida que
reivindicamos. Reunimos a una treintena de personas de diferentes
ámbitos: movimientos sociales, administraciones, mundo empresarial…
e hicimos dinámicas interesantes. De estos talleres salió que los
dos principales vectores de cambio que incidirían sobre el cambio en
el consumo y los estilos de vida eran la disponibilidad de recursos
naturales y la regeneración democrática.
Y al cabo de dos meses estalló el
15M y con el equipo de Altekio, que nos ayudó a dinamizarlo,
decíamos “¡está pasando, ¡está pasando!”. Estaba habiendo
una explosión de regeneración democrática dos meses después que
diagnosticásemos que esto era una condición necesaria para avanzar
en cambios más profundos en el consumo y en los estilos de vida. No
nos lo esperábamos para nada.
MM: A la primera
edición de la FESC, en 2011, ¿se notó mucho la llegada de gente
del 15M?
RS: El
15M se ha notado en el ámbito de la ESS, especialmente en temas de
finanzas éticas, pero también en otros ámbitos. Sí, fue un punto
muy grande de potenciación. Sin el 15M tampoco se explicaría el
camino municipalista que hubo en Madrid o Barcelona. Hay una relación
directa entre la explosión de regeneración democrática, el cambio
institucional y la emergencia de las propuestas de base por una nueva
cultura colectiva.
MM: Este es el sexto
año de la FESC. ¿Cuál es tu balance?
RS: La feria ha reforzado su
espacio referencial en economía social y solidaria y en opciones de
consumo responsable. Primero queríamos poner sobre la mesa las
alternativas y ahora ya está más consolidado. Ahora hemos reforzado
la hibridación de la economía social y solidaria y el acceso a
otros ámbitos de la economía, como el procomún
digital y los espacios urbanos de
gestión comunitaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario