20/7/17

Se observa que no estamos avanzando nada desde mediados de los 70

NUESTRO CRECIMIENTO NOS EMPOBRECE


No se deje engañar por la retórica vacía de los dirigentes, los costes del crecimiento superan en la actualidad a sus beneficios.

Continuamente nos bombardean con titulares sobre el crecimiento: de la economía española, de la facturación de Inditex o tal o cual compañía. Que algo pueda crecer cada vez más sin ocasionar graves perjuicios sólo puede ser sostenido si se mantiene al menos una de estas creencias:
a) Aquello que crece no está contenido por nada (por ejemplo el universo).
b) Lo que crece puede desvincularse por completo del mundo físico, siendo una entidad puramente mental (por ejemplo, nuestra fe en Dios puede ser cada vez mayor).

En varias ocasiones hemos señalado como en el caso de la economía se puede demostrar que ambas creencias son falsas, pero conviene recordar de vez en cuando el corolario de todo ello: crecer nos hace más pobres.

En efecto, si algo no puede crecer hasta el infinito debe necesariamente tener una escala óptima. Claro que cuando crece la facturación de Inditex sus accionistas seguramente estén muy contentos, pero la contrapartida de ello es que hemos dedicado más tiempo a comprar ropa, y por tanto lo hemos restado de contemplar un atardecer, besar a nuestros amados o mantener una conversación estimulante. También, el incremento de prendas de ropa, de las que ya tenemos en abundancia, tiene su contrapartida en emisiones de CO2,
ya que las máquinas de confección se mueven con electricidad, cuya generación emite este gas de efecto invernadero, por no hablar del agua, petróleo, y resto de insumos consumidos para generar y dar color a las fibras sintéticas o naturales que componen la prenda. También será necesario abrir nuevos vertederos, cada vez más rápido, cuando los que están en funcionamiento se vayan saturando con el aumento de basura generada que va asociado a un mayor nivel de consumo. Se puede reciclar claro, aunque es costoso y requiere como poco trabajo y energía.


Es evidente que alcanzado cierto nivel de producción, los inconvenientes superarán a las ventajas de producir una unidad adicional. Los economistas dicen que los beneficios y los costes marginales se igualan.

Esto nos permitiría conocer la escala óptima de la economía, si computásemos los costes, claro, porque no lo hacemos.

En los años 70, después de años de fuerte crecimiento económico en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, el estado de los recursos hídricos en los países desarrollados era lamentable

Como ya descubrieran los romanos, las grandes urbes y la pujante industria encontraron un medio sencillo de deshacerse de los residuos que generaba su actividad. El agua que fluye hacia el mar era un vertedero ideal, que arrastraba esos residuos lejos. Pero, como ya señalara el gran John Kenneth Galbraith en los años cincuenta, el crecimiento de la riqueza privada debe ir en paralelo con un incremento en el suministro de bienes públicos, en este caso agua limpia. El pésimo estado de las aguas continentales suponía un grave perjuicio para la higiene y la salud de las familias, así como para la producción de alimentos. En consecuencia se desarrollaron programas de depuración a gran escala.

Como sabe cualquiera que viva en un pueblo pequeño pero que necesite depuradora, la depuración es un coste importante. Estos pequeños municipios no tienen flexibilidad en sus ingresos, y no pueden aprovechar las economías de escala como lo hacen las grandes urbes. En cualquier caso, los ayuntamientos deben sufragar el funcionamiento de las depuradoras con los impuestos del contribuyente. Para cualquier ciudadano eso es un coste, pero los economistas ven que se realiza una actividad, el dinero cambia de manos, y por tanto el PIB sube. Lo único que estamos haciendo es restaurar una condición anterior al proceso de crecimiento con el objeto de suministrar un bien público indispensable, agua dulce en condiciones sanitarias adecuados para su uso, pero al hacerlo, y aunque supone un coste para el contribuyente, lo contabilizamos en positivo y la economía crece.

Es evidente como este proceso tiene mucho que ver con el estancamiento en las condiciones de vida del conjunto de la población a lo largo de las últimas décadas, las cuatro o cinco últimas décadas en los países punteros y las tres o cuatro últimas en países como España, que se subieron tarde al carro de las “décadas gloriosas” de la segunda mitad del siglo XX. La renta disponible ha aumentado, pero a costa de perder más tiempo en el transporte, de vivir más hacinado, de disfrutar de peor calidad del agua y del aire, de disfrutar de peores alimentos, de necesitar de dos sueldos para mantener un nivel de vida digno, de sufrir trabajos inseguros y precarios, de dedicar más porcentaje de su renta a la vivienda, de disfrutar menos de los productos de consumo ya que sufren una obsolescencia cultural y programada más rápida, de sufrir mayor disconfort térmico y mayores daños por fenómenos naturales, de disfrutar de una naturaleza menos diversa y por tanto menos rica, etc. La lista podría ser casi infinita, añada usted, querido lector, lo que considere oportuno.

En esa lista de daños no hemos incluido uno muy importante, la menor disponibilidad futura de recursos naturales no renovables: petróleo, gas, cobre, litio, etc. Esa menor disponibilidad todavía no ejerce un efecto directo negativo en nuestras vidas, salvo quizás el petróleo, que ha multiplicado su precio. Todavía no se nota, pero hemos consumido esos recursos no renovables, y debemos tenerlo también en cuenta.

Siguiendo este razonamiento algunos economistas han creado indicadores alternativos al PIB, como el Índice de Progreso Real o Genuino (GPI), que mide el gasto de las familias, lo ajusta en función de la desigualdad, con buen criterio contabiliza como un coste el gasto en bienes de consumo duradero y como un beneficio los servicios que prestan esos bienes, descuenta un coste por desempleo y suma o resta la inversión neta en relación al resto del mundo. Posteriormente resta los daños al medioambiente, y suma o resta beneficios o costes sociales.

Se observa que no estamos avanzando nada desde mediados de los 70. Así que cuando oiga al ministro de economía o tecnócrata europeo de turno sacar pecho por nuestro “vigoroso crecimiento”, no se deje engañar, el crecimiento nos hace más pobres, no más ricos, porque es antieconómico.


No hay comentarios: