UTOPÍA
2.0
Dice Cornelius Castoriadis que todas las
sociedades crean sus instituciones, aunque la mayoría disimulen esta
creación detrás de un velo religioso o sobrenatural, y les dan
sentido. El sentido, según nuestra Real Academia de la Lengua es la
razón de ser o finalidad. El sentido es, según este razonamiento,
subjetivo y fundamentalmente social; así, se puede pensar que el
sentido de las catedrales es ayudar a la gente a alcanzar la vida
eterna o, contrariamente, ayudar a un cierto grupo a mantener
privilegios sociales. Lo mismo puede decirse de la administración de
justicia, las prisiones, el sistema educativo, etc. Este imaginario
colectivo es el principal mecanismo del orden social, incluso por
encima de la coacción y la ley.
Castoriadis
lo expresó de forma muy clara: En
la cima del monopolio de la violencia legítima, encontramos el
monopolio de la palabra legítima; y éste está, a su vez, ordenado
por el monopolio de la significación válida. El Amo de la
significación sienta cátedra por encima del Amo de la violencia.
Sólo mediante el fracaso que supone el derrumbe del edificio de
significaciones instituidas puede empezar a hacerse oír la voz de
las armas. Y para que la violencia pueda intervenir es necesario que
la palabra -el imperativo del poder existente- asiente su poder en
los "grupos de hombres armados". La cuarta compañía del
regimiento Pavlovsky, la guardia de corps de Su Majestad, y el
regimiento Semenovsky, son los más sólidos sostenes del trono del
Zar -hasta las jornadas del 26 y 27 de febrero de 1917, cuando
confraternizan con las masas y voltean las armas contra sus propios
oficiales-. El ejército más poderoso del mundo no puede proteger
nunca "si no" es fiel -y el fundamento último de su
fidelidad es su creencia imaginaria en la legitimidad imaginaria-.
Lo que nos muestra el imaginario de nuestra
sociedad es que percibimos que es rígida, inmutable, inalterable. En
la actualidad son comunes las distopías, narrativas que nos muestran
un futuro indeseable, pero que muchos entienden será el producto
ineludible de nuestra resistencia o incapacidad de enderezar el
rumbo. Las distopías nos interpelan de forma puramente negativa, nos
invitan a cambiar pero no en una dirección determinada. No apelan al
deseo sino al miedo, y al no recrear una idea de hacia dónde
queremos ir, pueden resultar paralizantes.
La parálisis es sin duda el efecto buscado por
lo que Zygmun Bauman denomina el folklore intelectualoide de los
profetas del fin de la historia. Según esta visión, promovida por
los neoconservadores norteamericanos, la caída de la URSS habría
sido el último de los grandes acontecimientos históricos, la razón
humana ha resultado ser mucho más limitada de lo que habíamos
imaginado, y nuestras instituciones son las mejores que podemos
darnos. Las luces de la ilustración conducen hasta un centro
comercial. Mejor no soñar, parece decirnos Francis Fukuyama, nos
podemos hacer daño. Es evidente el enfoque de esta visión hacia la
clausura del sentido, la reducción del imaginario a la lucha entre
dos opciones únicas y excluyentes, capitalismo contra socialismo, la
lucha del siglo XX. La cuestión de la propiedad, una de tantas
reformas que se pueden discutir, se presenta como la única que es
capaz de lograr un cambio significativo.
Pocos
reivindican hoy la bondad de la utopía, con
la reciente excepción de la socióloga española Olivia Muñoz-Rojas.
Para Olivia, la utopía permite contrastar las propuestas del
presente con una imagen a más largo plazo, y en consecuencia tomar
decisiones más congruentes con ese destino utópico. La prueba de la
bondad del pensamiento utópico sería su innegable éxito: “La
historia demuestra que los sueños de hoy pueden ser las realidades
de mañana”, afirma la socióloga española.
Si aceptamos que es necesario o conveniente un
cambio, resulta innegable la utilidad de imaginar, de forma realista,
el mejor destino al que deberíamos aspirar, de forma que ese
imaginario colectivo sea tanto parte del mapa que nos guía hacia
nuestro destino, como la zanahoria que nos invita a iniciar la
marcha.
El
adjetivo “realista” es aquí sin duda determinante. Tal y como
explica Olivia Muñoz-Rojas, las utopías son sobre todo realistas,
en el sentido que debemos pensar, como siempre lo ha hecho el
pensamiento utópico, una sociedad buena, incluso perfecta,
“partiendo de las realidades psicológicas, sociales y
tecnológicas existentes”.
Lewis Mumford lo expresó de forma similar en su Historia
de las Utopías, al
referirse a las potencialidades que toda comunidad posee, además de
sus instituciones vigentes. El término potencialidad apunta hacia
posibilidades no realizadas, que se truncarán o darán lugar a
futuros desarrollos, pero que al menos pueden ser una consecuencia
lógica de las instituciones, hábitos e imaginario existente. Por lo
tanto una utopía debe ser al tiempo realista y muy positiva, tener
un objetivo exigente quizás nos ayude a conseguir al menos algo de
lo imaginado, y eso es mejor que nada.
Mumford también destacó una virtud esencial
de las utopías: se centraban en la totalidad o en gran parte de las
actividades comunitarias, sin cerrarse en el estrecho marco de la
política y la economía.
En
palabras del propio Mumford: De
haber sido de alguna utilidad, nuestro viaje por las utopías debería
habernos enseñado lo patética que es la idea de que la clave de una
sociedad buena se halla sencillamente en la propiedad y el control de
la estructura industrial de la comunidad. [...] Si bien muchas de
estas propuestas sostenían que la maquinaria industrial, bajo el
socialismo, el corporativismo o el cooperativismo, debía servir al
bienestar común, lo que les faltaba era una idea compartida de lo
que es dicho bienestar común.
Sin
embargo, los críticos con la iglesia del crecimiento económico
ilimitado habrán mostrado cierto escepticismo inicial con la sola
mención del término utopía ¿De cuanta energía dispondremos en
esa sociedad utópica del futuro? El debate sobre la cuestión, en
foros y blogs de internet, libros y artículos académicos, es
inabarcable, y seguramente se podrían llenar ya varias bibliotecas
enteras solamente con lo que se ha escrito desde 1998, el año en el
que Colin Campbell y Jean Laherrere publicaron “El fin del petróleo
barato”. Sin salir del ámbito de los peakoilers,
o de forma más general, los críticos con el crecimiento económico,
tenemos visiones más optimistas, como
la de Antonio García-Olivares,
que (eso sí, a duras penas y con muchísimo esfuerzo) cree posible
mantener un nivel energético similar al actual mediante energías
renovables, o visiones más pesimistas, como la de Gail Tverberg, que
predicen un brusco descenso energético en un plazo muy breve.
Otros, como los economistas, creen posible un crecimiento continuo a
medio plazo de la energía final disponible para fines sociales. Lo
que deberían exigir los ciudadanos de una democracia vigorosa y
saludable es un debate público honesto y transparente en torno a la
cuestión, dada su vital importancia; sin embargo, no es a nuestro
juicio lo que se está produciendo.
En cualquier caso, es posible abstraernos hasta
cierto punto de este debate. Podemos imaginar una sociedad buena,
deseable, atractiva, y que al mismo tiempo nos ayude a transitar el
camino hacia la sostenibilidad. Al fin y al cabo, las medidas que hay
que tomar para adaptarse a un descenso energético del 40% son las
mismas (relocalizar la producción, reducir el flujo de bienes de
consumo maximizando el capital y el bienestar, reordenar la
distribución de renta y trabajo, etc) que hay que tomar para
adaptarse a uno de mayor envergadura, lo único que varía es el
grado. Comenzar a caminar por la senda adecuada nos colocará en
mejor situación que una sociedad que no haya recorrido ese camino.
Si aceptamos estas premisas, debemos reconocer que una utopía nos
será útil; si no estás de acuerdo en ellas, es posible que no te
merezca la pena leer el resto del artículo.
Pero
antes de describir nuestro ideal de vida buena en común conviene
realizar una precisión más, en relación con los riesgos y
problemas de estos imaginarios, que también señaló Lewis Mumford
en su Historia de las
Utopías.
El problema de toda utopía es que inevitablemente deja fuera los
deseos, anhelos y utopías de muchas personas. Hablamos, claro, sólo
de la vida en común, pero incluso dentro de este límite existirán
múltiples visiones minoritarias. Por eso, y aunque nuestro ideal
particular deja más espacio para la libertad individual que la
sociedad actual, queremos considerar nuestra utopía más un espacio
de confluencia, un espacio abierto donde debatir y deliberar sobre
distintos ideales utópicos, antes que un camino cerrado y definido,
con un punto de partida y destino. Es por esa razón que añadimos el
adjetivo modesta a
nuestra Utopía.
Un ideal abierto de vida buena, en algún
momento del futuro
La
sociedad del mañana se diferenciará de la actual en sus valores
predominantes. Habrá un desplazamiento desde el tener actual
hacía el ser y
el hacer. En
una sociedad más basada en el uso que en la posesión, y con mayor
tiempo de trabajo dedicado a uno mismo y a su entorno, la mayor
fuente de placer y orgullo será lo que uno hace, y no lo que posee.
La fabricación propia de diversos bienes, su personalización o
reciclaje, actividades artísticas individuales o colectivas, la
participación en la asamblea, en otros foros de debate público y en
la gestión de los bienes comunes, será lo que más se valore en uno
mismo y en los demás.
También se valorará de forma muy
significativa el estar, o saber estar, sea haciendo o no haciendo. La
calma, la reflexión, la felicidad, la escucha, la paciencia, la
generosidad, la autenticidad en lo que se hace, ya sea en la
fabricación de diversos bienes, la contribución a la comunidad, la
participación en la asamblea..... será valorado de forma muy
positiva.
Se
reconocerá que el dinero no es un valor en sí mismo sino que debe
ser una mera herramienta al servicio del bien social, y por tanto
siempre será necesaria una deliberación pública previa que
determine cuál es ese bien social. Es decir, los propios valores
compartidos deben nacer de una compleja actividad humana, del ser y
del hacer colectivos,
en lugar de someternos a un único valor cuantificable y
predeterminado como el incremento de la riqueza.
En el futuro la vida será bastante más
austera. La cantidad de bienes disponibles para el consumo
discrecional, no relacionado con las necesidades básicas para el
sostenimiento de la vida (alimento, refugio, cuidados), será mucho
menor, y la renta disponible para adquirirlos irá en proporción. La
adaptación a esto no será especialmente traumática, de hecho,
mirando hacia atrás, se percibirán los tiempos pasados de forma
negativa, por el derroche absurdo de recursos. Para paliar los
efectos de un menor consumo se priorizará el acceso a los bienes, en
lugar de la posesión. Se pensará en poder desplazarse y no en tener
un coche, en lavar la ropa y no en tener una lavadora, etc.
La vida útil de los objetos será mucho mayor,
se diseñarán para durar, y serán sencillos de reparar. No habrá
modas, ni obsolescencia programada, de tipo técnico o cultural, y
sin embargo, la variedad en los atuendos y en los objetos personales
será mayor que nunca, merced al florecimiento de la personalización.
Será común añadir uno mismo o con la ayuda de artesanos
semi-profesionales de la familia o la vecindad, pequeños y grandes
detalles a la ropa, calzado, mobiliario, decoración, etc. Se le dará
una gran importancia al "hazlo tú mismo", que será fuente
de orgullo, y pieza esencial de la identidad personal.
La
publicidad prácticamente habrá desaparecido. Los bienes de
producción industrial, mucho más escasos, que se continúen
comercializando, lo harán en función de características como la
durabilidad, consumo de recursos en su fabricación, posibilidad de
reciclaje, en definitiva, en función de su ciclo de vida. El precio
del producto vendrá determinado en gran parte por su impacto en el
medio ambiente, dado que el sistema de precios intentará corregir
todas las externalidades. Así, a un producto que dure dos años se
le impondrá un impuesto dos veces mayor que a uno que dure cuatro,
porque consume el doble de recursos, aunque situaciones de ese estilo
ya no existirán, habrá poca variedad de un mismo producto, y las
calidades y precios variarán poco.
Para
adquirir y utilizar los grandes bienes (herramientas, furgonetas,
máquinas) existirán cooperativas de consumo. Cada ciudad tendrá su
forma de organización particular, algunas por amistad, aunque
finalmente se generalizará más la organización geográfica, por
barrios, por manzanas, calles. Generalmente se cobrará un precio por
el uso de un bien, y mensualmente se distribuirán los ingresos entre
los cooperativistas
No
todo el mundo pertenecerá a una cooperativa, algunos serán simples
usuarios, pagando cada vez que hagan uso. Aunque se viajará mucho
menos, una persona que se desplace, para cambiar de residencia, o por
un trabajo eventual, tendrá desde el primer momento la posibilidad
de usar todos estos bienes de alguna cooperativa, pagando el precio
correspondiente. No habrá igualdad de rentas, por el distinto gusto
por el trabajo de cada cual, y sus distintas habilidades, así que
algunos decidirán no ahorrar lo necesario para entrar, y otros no
querrán, pero será habitual que un hombre o mujer ahorre durante su
juventud, y posteriormente, en algunos casos incluso con la ayuda de
un pequeño crédito, compre una participación en una cooperativa de
consumo. Aunque variará según las ciudades, generalmente la entrada
en las cooperativas de consumo, así como el pago por el uso de los
bienes (se sea miembro o no) se hará en moneda nacional, para el
resto de la vida económica se utilizará la moneda local, de
carácter oxidativo.
El desarrollo colectivo de la cultura libre,
una forma de creación y difusión cultural voluntaria, participativa
y compartida al margen del mercado, permitirá una gran independencia
respecto a la industria cultural, (que será muy minoritaria). Para
apoyar esto, y en la medida en que los recursos energéticos y
materiales lo hagan posible, los gobiernos y sus confederaciones
velarán por el mantenimiento de una red informática de
comunicaciones de libre acceso para todas las personas. Con ello se
facilitará la ampliación de posibilidades humanas y el desarrollo
de aspiraciones personales ajenas al productivismo, superando a la
vez las limitaciones propias de cada cultura local.
Esta autonomía en las comunicaciones también
mejora la convivencia en libertad, algo muy asociado al acceso a la
información y al conocimiento. En conjunto este esquema aportará
una autonomía no individualista, o una individualidad no solipsista,
no basada en la desvinculación sino en la posibilidad de controlar
las relaciones propias.
Probablemente tanto la empresa como la familia
perderán peso en favor de las comunidades, pero la relocalización
de la vida dejará abierta la posibilidad de crear y mantener
relaciones al margen del entorno cercano mediante las comunicaciones
telemáticas, facilitando los vínculos en función de afinidades
personales o el asociacionismo distante, muy útil para
posicionamientos y talentos minoritarios.
La vida laboral de una persona corriente, se
desarrollará alrededor de cuatro espacios diferenciados. Un primer
espacio de trabajo autónomo para el autoconsumo, un segundo espacio
de trabajo comunitario, un tercer espacio público y un cuarto
privado. Lo normal será pasar de uno a otro a lo largo de la vida,
manteniendo siempre cierta actividad en los espacios autónomo y
comunitario, en función de la intensidad dedicada a los otros dos.
El trabajo autónomo para el autoconsumo
consistirá en la producción propia de alimentos en el huerto
casero, el cuidado de los hijos y los mayores, la reparación de
objetos y herramientas, el intercambio de servicios con los vecinos,
la personalización de objetos y la reutilización de chatarra,
cambiando incluso la función del objeto.
El espacio comunitario consistirá en el
trabajo en el huerto-jardín, o en otro tipo de huertos comunitarios,
en la cooperativa de producción de energía y en las cooperativas de
manufacturas. Estas últimas producirán ciertos bienes, de pequeña
complejidad, con tecnologías no sometidas a economías de escala, y
con maquinaria cuya propiedad se compartirá entre los socios
cooperativistas. También se dedicarán a la reparación y
reutilización de objetos y equipamiento, lo cual vendrá facilitado
por el diseño de los productos, que se construirán dentro de lo
posible con elementos comunes e intercambiables. Se mantendrá una
infraestructura informática a través de la cual se compartirá
información tecnológica, diseños libres, instrucciones para la
fabricación, cultivo, reparación, etc.
El trabajo público será organizado
generalmente por la ciudad, por asociaciones de ciudades, o por el
estado nacional. Consistirá como ahora en obras de infraestructura
común, y de mejora del capital natural. Aunque irá perdiendo
importancia, se mantendrá como empleo de último recurso, al que
poder recurrir en caso de necesidad de mejorar la renta.
Por último, estarán las fábricas y
explotaciones agrícolas. Utilizando tecnologías que dan lugar a
economías de escala serán muy eficientes, empleando a muy poco
personal para su nivel de producción. Serán pocas, pero de un alto
nivel tecnológico y eficientes energéticamente.
Los
trabajos más pesados, sea física o psíquicamente (cuidado de
enfermos graves, limpieza de zonas muy olorosas,...) se harán por
rotación mediante sorteo para evitar saturación y estrés. La
realización de estos y otros trabajos como los cuidados de mayores o
discapacitados, se considerará una parte importante de la educación
del ciudadano.
Lo
habitual para una persona será comenzar en las fábricas o en el
trabajo público, y ahorrar para renovar su vivienda y entrar en las
cooperativas de consumo y producción El trabajo será una actividad
flexible dentro de la vida, con épocas dedicadas al estudio, al
descanso, y otras al trabajo más intenso. Se cuidará mucho evitar
el miedo a la desposesión, garantizando a todos el acceso al
trabajo, gracias al trabajo público.
Veamos con más detalle cómo se organizarán
cada una de estas esferas.
La esfera de trabajo autónomo será potenciada
gracias a las monedas locales, la moneda de la ciudad, de carácter
oxidativo. Será fácil intercambiar un corte de pelo por un arreglo
en la ropa, unas clases particulares o una reparación de las
instalaciones caseras. El dinero no acumulable, que perderá su valor
de forma regular, incentivará los intercambios. Las personas no se
especializarán de forma tan marcada como en la actualidad, sino que
tendrán despiertas un mayor cúmulo de habilidades. Seremos más
generalistas y menos especialistas, en cierto grado.
Gran parte de lo que he llamado trabajo
autónomo será lo que hoy llamamos actividades voluntarias. No
existirá el concepto de ocio como disfrute pasivo, sino como un
espacio que hay que construir, en parte de forma individual, pintando
un cuadro, por poner un ejemplo, y en parte de forma colectiva, por
ejemplo participando en una obra de teatro. La diferencia fundamental
con la sociedad actual es que se habrá producido una
desmercantilización profunda de esta esfera tan importante para la
reproducción social, incluso aunque se pueda intercambiar parte de
ella con la comunidad (tú cuidas de mi padre, yo doy clases a tu
hijo, por ejemplo), será siempre dentro de relaciones personales, de
cercanía.
El trabajo comunitario se organizará de forma
democrática. Periódicamente se adjudicarán a las familias ciertas
parcelas dentro del huerto-jardín, o cierto volumen de encargos a
satisfacer por las cooperativas de manufacturas. La entrada en la
cooperativa será similar a la entrada en las cooperativas de
consumo. También se fomentará la entrada en cooperativas de
producción de energía, con elementos integrados en los propios
edificios, o bien en las proximidades.
El
trabajo público se gestionará de la misma forma, aunque a un nivel
superior, con participación de toda la ciudad, ya sean los trabajos
a realizar promovidos por la propia ciudad o por la nación. En este
último caso, la ciudad se encargará de la dotación del personal
necesario, dependiendo la dirección de los trabajos del nivel
superior. Se dará prioridad en el acceso a este trabajo a las
personas con mayor dificultad a la hora de alcanzar una renta digna.
No habrá una única forma de organizar la
producción en las fábricas o explotaciones agrícolas. En cuanto a
la propiedad, en algunos países se habrá decidido que éstas sean
de titularidad pública, en otros serán cooperativas, con una
participación fuerte del sector público, y en otros serán
enteramente privadas. Lo que tendrán en común todos ellos,
independientemente de la propiedad, es que tendrán muy en cuenta a
todas las partes interesadas: trabajadores, consumidores, gobierno,
según un modelo similar a la Economía del Bien Común.
La fabricación distribuida y a demanda de todo
lo básico, con medios a disposición de las comunidades y de las
cooperativas de consumo, facilitará la independencia respecto a la
gran industria y su necesidad de renovar continuamente la
rentabilidad. En este contexto no acumulativo será más interesante
producir sólo lo necesario y minimizar así el flujo de recursos
materiales y energéticos. El desarrollo de los diseños libres
compartidos para la fabricación a pequeña escala favorecerá esta
autonomía económica esencial.
La producción de energía se adaptará a las
necesidades locales. Así, las fábricas de mayor consumo se
instalarán en lugares donde haya disponibilidad energética. La
interconexión entre redes eléctricas locales existirá, pero será
reducida, para minimizar costes de gestión. La disponibilidad “a
demanda” de energía será reducida, y el consumo tendrá que
adaptarse a la producción, es decir, en las horas de menor
producción la disponibilidad energética será limitada. Se
favorecerá la independencia colectiva respecto a la disponibilidad
energética, mediante las cooperativas de producción de energías
renovables: solar, eólica, biomasa, etc.
En cuanto a la construcción, su labor
principal será mantener el capital, más que acrecentarlo. Con una
población estabilizada, y en algunos casos disminuyendo ligeramente,
el objetivo será la mejora a nivel energético y ecológico, por lo
que se evitará seguir construyendo viviendas.
La
forma de asignar las viviendas variará entre las distintas ciudades,
regiones y culturas, pero dado que no serán necesarios grandes
desplazamientos para realizar las labores cotidianas, ni existirán
diferencias significativas entre las infraestructuras de las
barriadas o la renta media de sus habitantes, la tierra tendrá un
valor homogéneo, lo que favorecerá que el principal criterio de
asentamiento sea a cercanía con familia. Esto propiciará un cierto
retorno a la cultura de la familia extensa, aunque más flexible. No
será necesario ahorrar para adquirir la vivienda, ya que lo habitual
será que los padres cedan la de los abuelos. Mientras se produce esa
cesión en algunos casos se recurrirá a un alquiler.
El sistema monetario de mayor implantación
romperá el vínculo entre la inversión y el intercambio. En la
base, a nivel municipal, existirán monedas locales, cuyo sentido
será favorecer la producción y el intercambio de los productos de
la ciudad o la región. Para ello se aprovechará el carácter local
de la moneda: al no poder intercambiarse la moneda fuera del ámbito
de proximidad se favorecerán los intercambios de servicios
semi-profesionales entre vecinos, así como de bienes producidos
localmente, como alimentos, artesanía, muebles, etc. Su carácter
local y en algunos casos oxidativo, favorecerá que no se acumule,
sin por ello provocar un exceso de consumo, dado que no será
canjeable por bienes intensivos en capital natural. La gestión de la
moneda será delegada en uno o varios vecinos, que rendirán cuentas
ante la asamblea, pudiendo ser revocados.
Paralelamente, se utilizará una moneda “dura”,
para los intercambios entre ciudades, o a nivel internacional. Será
una moneda emitida de forma pública, libre de interés, que se
inyectará (cuando sea necesario) en la economía pagando salarios
para obras públicas, o mediante otro tipo de gasto de los gobiernos
centrales. La emisión y retirada de dinero, será potestad de la
nación, y estará prohibida la emisión de dinero privado mediante
crédito. El circulante, por lo tanto, será independiente del
crédito, y por tanto independiente de la creación de más activos
monetizables en el futuro. El poder monetario, encargado del control
de la moneda, rendirá cuentas ante la ciudadanía, y su mandato será
revocable.
Habrá una conciencia social de que la técnica
no es la solución a todos los problemas, y de que tiene tanto
consecuencias positivas como negativas. No se buscará la mejora
técnica por sí misma, sino condicionada a su finalidad (el para
qué). La investigación y el desarrollo técnico se enfocarán
principalmente hacia tecnologías que no den lugar a economías de
escala y que se puedan usar de forma distribuida.
En cuanto al urbanismo, se aprovechará el
diseño de las ciudades ya existentes, pero poco a poco se irá
modificando, en la búsqueda de un patrón, ideal, que si bien no se
podrá ver en estado puro en ningún sitio, sí podemos abstraer
juntando algunos elementos que se repetirán de forma periódica en
diferentes ciudades.
Los pueblos y ciudades serán compactos, con
escasa dispersión de la población. La ciudad se organizará en
barriadas de unas 250 familias. Cada barriada dispondrá de forma
típica de algunos elementos comunes. En su centro habrá una plaza,
que se utilizará para el mercadillo de fin de semana, así como para
las asambleas. Las ciudades de tamaño medio o grande incluirán
elementos de recreo en su interior o en su periferia, normalmente un
huerto-jardín, espacio innovador que intentará unificar la
producción agrícola con el espacio para la contemplación, y el
contacto con la naturaleza dentro de la ciudad. Incluirá especies
frutales que también proporcionen abundante sombra, como el nogal o
el castaño, junto con huertos, fuentes, senderos y bancos. Otro
espacio característico será el taller polifuncional, que integrará
salas para dar charlas, cursillos, etc, junto con talleres donde se
llevará a cabo la producción comunitaria.
En las propias viviendas se dispondrá de
balcones y jardineras donde se cultivarán alimentos y los edificios
también integrarán instalaciones de producción de energía como
paneles fotovoltaicos, y en donde sea apropiado cubiertas verdes.
La relación entre las barriadas y el centro de
la ciudad será radial. En el centro de las poblaciones que incluyan
varias barriadas habrá un jardín o zona verde, con un teatro, que
se utilizará tanto para la representación de espectáculos como
para las grandes asambleas. Alrededor de este jardín se ubicará el
ayuntamiento y una zona de tiendas similares a las que existen en la
actualidad. En ciudades pequeñas habrá una sola tienda, que será
el centro de distribución de la producción externa a la ciudad,
fundamentalmente de los centros fabriles.
El nuevo paradigma científico asumirá la
interrelación de todo lo que existe como punto de partida, (un punto
de vista demasiado descuidado en la época de la extralimitación).
En consecuencia tendrán una mayor relevancia los enfoques
interdisciplinares, y ganarán presencia las investigaciones que
pongan en relación los diversos saberes y sus interacciones, al modo
en que la dinámica de sistemas relaciona sus fenómenos de estudio.
Se dará mayor importancia a la incertidumbre
conocida sobre cualquier variable en todos los campos del saber. Así
por ejemplo, en caso de duda, el principio de precaución en la
innovación y en el uso de nuevos materiales y compuestos químicos
prevalecerá sobre los beneficios potenciales.
La
orientación de la investigación quedará subordinada a los
objetivos y medios decididos políticamente entre todos, y por tanto
tendrá una mayor relevancia lo que se suele englobar en las
llamadas humanidades,
el conocimiento que nos permite reflexionar y dialogar en el ámbito
de los valores.
El conocimiento privativo como estímulo a la
innovación, (patentes, copyright, etc), estará muy limitado. El
reconocimiento a los nuevos descubrimientos podrá ser público,
incluyendo premios y honores democráticamente decididos, o mediante
donativos voluntarios, pero no estará centrado en rentabilizar la
privacidad de los diseños y de las creaciones, que siempre beben del
acervo cultural común. De este modo se multiplicarán las
posibilidades de un aprovechamiento masivo de las aportaciones y de
un desarrollo ulterior por parte de otros creadores.
La educación dejará de ser nacional para ser
local/global, es decir, se incidirá mucho en las particularidades
locales en cuanto a recursos, geografía, clima, cultura, etc, y por
otro lado en conocimientos universales como las ciencias naturales y
matemáticas. También se favorecerá la educación en valores,
valores que favorecerán el desarrollo de individuos y comunidades
autónomas. El compartir, la frugalidad, el cuidado amoroso de lo que
se tiene o usa frente al usar y tirar, el respeto al prójimo y sus
diferencias, la libertad entendida como responsabilidad o no
dominación, el autocontrol de los deseos y pasiones para que esta
libertad sea real o la resolución no violenta de conflictos, entre
otras. Esto no se quedará en teorías sino que se favorecerá el que
niños y adolescentes realicen visitas a centros de discapacitados,
hospitales, residencias o pisos donde vivan ancianos necesitados de
ayuda, entre otros. Colaborarán y ayudarán a individuos y
colectivos más necesitados de apoyo, comprensión y cariño.
En
la educación se hará mucho hincapié en el conocimiento de las
necesidades humanas, según lo estudian psicólogos como Abraham
Maslow, o
economistas como Manfred Max-Neef.
Se
realizará una educación cívica, democrática o paidea.
Para que esta educación democrática sea posible la formación
reglada necesitará de una serie de cambios que la alejen en parte de
lo que es hoy. Aunque el aprendizaje memorístico tendrá que tener
un papel, deberá fomentarse en la escuela el amor al conocimiento, y
para esto debe favorecerse el desarrollo del pensamiento creativo,
libre y crítico. Para impulsar esto habrá que favorecer la lectura,
los trabajos individuales y en equipo sobre temáticas que interesen
a los niños y los adolescentes y jóvenes, desde temas que toquen
problemáticas sociales, morales, familiares, de amistad, amorosas,
filosóficas, espirituales y también de la muerte, que no deberá
ocultarse. Por otro lado las escuelas deberán ser el centro de la
vida de los barrios, serán abiertas a las diversas actividades del
vecindario, actividades culturales, deportivas e incluso laborales.
De esta manera la implicación en la educación de la ciudadanía
será más extensa. El concepto de educación será más amplio que
ahora. No se limitará a la educación reglada, sino que impulsará
la educación libre y popular, favoreciendo la creación de ateneos,
centros culturales, grupos de debates, estudio y reflexión. Con esto
podrá aprenderse a cualquier edad.
Se
enseñará a los ciudadanos a respetar las leyes y el funcionamiento
de los mecanismos diseñados por el pueblo para revocarlas o
modificarlas de forma ágil y democrática (en caso de que las leyes
vigentes se tornasen inservibles por cualquier motivo), y a sancionar
a quién no las respete, llegando en casos extremos a activar
protocolos para reducir a individuos que por cualquier circunstancia
desarrollen comportamientos gravemente antisociales.
En cuanto a la metodología educativa, tendrá
mayor importancia la autoorientación, aunque se vele por los
conocimientos básicos mencionados, y la autoorganización, que no
implica abandono a su suerte al estudiante puesto que habrá que
cuidar el entorno de aprendizaje, el acceso a los materiales y la
respuesta a las dudas y a las necesidades personalizadas. Con ello se
cultivará la iniciativa, la capacidad de observación, el sentido
crítico y la expresión genuina.
Habrá sistemas sanitarios a nivel regional,
que integren atención primaria local, con un centro más
especializado en la capital de la región. El conocimiento
distribuido y abierto reducirá los costes de los tratamientos,
compensando en parte la menor disponibilidad de energía. La sociedad
será mucho más saludable, y la esperanza de vida se mantendrá o
incluso mejorará, a pesar de que el sistema de salud disminuirá,
porque prevalecerá el enfoque hacia la prevención, la salud
integral y la plenitud frente al modelo de la actual sanidad,
meramente defensiva, limitada a la cura y la medicación, y confiada
a la industria farmacéutica.
El corazón del gobierno y de la vida
democrática será la ciudad. Los barrios y las ciudades serán los
encargados de gestionar el trabajo comunitario y el trabajo público,
así como las obras de infraestructura y mejora necesarias, a veces
en colaboración con otras ciudades. La gestión se realizará por
asambleas directas, a veces con elección de representantes para
funciones limitadas, y siempre revocables.
Una de las funciones de la asamblea general de
la ciudad será gestionar o designar a los gestores de la moneda
local. Su carácter oxidativo favorecerá la no-acumulación de
bienes y servicios, y la circulación a través del conjunto de la
comunidad.
Sin embargo, continuará existiendo un gobierno
central, con algunas funciones reducidas, pero importantes. Entre
ellas estarán los impuestos al consumo, que se fijarán en función
del uso de capital natural de cada producto, ya sea producido en la
comunidad, en las fábricas, o sea importado. En algunos casos, se
fijarán límites máximos de consumo, asignándose un permiso a cada
usuario, que podrá transferirlo si no precisa hacer uso del recurso
físico, favoreciendo la austeridad en un recurso más escaso, a
cambio de una compensación en forma de renta para gastar en un
recurso menos limitado.
La función de monitorizar el estado del
planeta Tierra, sus ecosistemas y sus recursos, la llevará a cabo
una organización científica independiente de los gobiernos. La
formarán activistas y científicos por todo el globo, que formarán
una red donde se llevará a cabo un intenso debate. Los gobiernos,
por su bien, respetarán el consenso que emane de esta red, dado que
el incumplimiento les acarreará tanto sanciones externas, en la
forma de restricciones a las importaciones y exportaciones, como
internas, por el posible revocatorio de sus ciudadanos.
Existirá también una asamblea de pueblos y
regiones, en sustitución de la actual asamblea de naciones, que
reforzará el equilibrio natural entre ellas y permitirá dirimir
cuestiones difíciles como las cuotas pesqueras, ejerciendo también
de mediadora y pacificadora en conflictos entre comunidades para
intentar reducir las guerras y evitar matanzas o genocidios, con la
consiguiente huida de cientos de miles de personas, como podemos
observar actualmente. Sin embargo, no será el factor determinante,
ya que la paradoja de Jevons no tiene sentido fuera de un marco de
crecimiento. En un mundo que mantendrá cierta interdependencia no
tendrá sentido gastar lo que otro ahorra, cuando ello te puede
acarrear perder el acceso a otros recursos o que tus productos
carezcan de mercado. Las sociedades intentarán desarrollar al máximo
los recursos locales, y maximizar la eficiencia en el uso de los
recursos naturales, ya que eso es lo que les permitirá el acceso a
los recursos que no poseen en su territorio.
El gobierno también se ocupará de planificar,
y ejecutar junto a ciudades cercanas, la mejora y desarrollo de
infraestructuras como vías de comunicación interregional, centrales
de energía, centros de almacenamiento de datos, etc, que se
mantendrán en menor número que los actuales, siendo su aplicación
mucho más eficiente.
Otra de las funciones del gobierno serán las
relaciones internacionales, que en general consistirán en
transferencias de tecnología y capital, desde los países
desarrollados hacia los menos desarrollados, en pago a la deuda
ecológica contraída. Se formarán fondos de dinero, que se
prestarán a muy bajo interés o interés cero, a cambio de ser
empleado en proyectos de desarrollo con un limitado impacto
ambiental.
En el período de transición hacia la utopía,
bajo la presión de posibles confrontaciones por los recursos, los
ejércitos permanentes y profesionales irán siendo sustituidos por
milicias voluntarias, ciudadanas, democráticas, de carácter
rotativo, con el objeto de defenderse de posibles agresiones
externas. A nivel global las distintas regiones podrán federarse o
confederarse para intervenir en casos de conflictos graves entre
comunidades que puedan llevar a genocidios. El conjunto de la
población será adiestrada de forma adecuada para garantizar la
seguridad de su entorno. El carácter sobrio y responsable del
ciudadano hará que estas milicias sean efectivas. Con el paso del
tiempo y según se vaya imponiendo el equilibrio pacífico entre
regiones, y la nueva mentalidad entre la población, la necesidad de
prepararse para la defensa irá decayendo.
Una vez llegados a una situación utópica
desaparecerán los ejércitos. En su lugar habrá organizaciones de
seguridad más relacionadas conceptualmente con una labor policial
que con un ejército, es decir, no centradas en la defensa de un
territorio y de sus intereses sino en el cumplimiento de la legalidad
internacional y especialmente de los derechos humanos, (los acordados
por todas las naciones y que pueden evolucionar). Estas
organizaciones de seguridad trascenderán la mera lucha contra las
consecuencias de los conflictos, (la violencia ya manifiesta), y como
en el caso de la sanidad, estarán más enfocadas a la prevención y
a la alerta temprana para una respuesta cívica previa. Tratarían de
responder a preguntas como estas: ¿por qué y en qué ámbitos
surgen grupos violentos?; ¿qué tipo de ideas o qué condiciones de
vida llevan a eso?; ¿qué clase de relaciones entre pueblos aumentan
la probabilidad de conflictos futuros?; ¿dónde está ocurriendo
algo así?
La asamblea de pueblos y regiones, (que ahora
sería verdaderamente representativa de la población y el
territorio, y no se basaría en un consejo de seguridad minoritario,
parcial y elitista como el actual), sería el foro adecuado para
compartir la información y el conocimiento en esta materia así como
para prever protocolos de actuación transnacional. Sin embargo, el
mayor peso en la prevención, al igual que en el caso de vigilancia
de los parámetros de importancia medioambiental, recaerá en una
organización voluntaria internacional, formada por ciudadanos con
intereses y formación específica en estas cuestiones.
Por otro lado la policía profesional irá
desapareciendo para crear cuerpos de seguridad ciudadana, bajo
control de la comunidad, cuyos miembros lo serán por un tiempo
determinado -carácter rotativo- para que no surjan grupos de poder
separados de la sociedad.
Haciendo camino al andar
Estas y otras no mencionadas pueden ser esas
pinceladas de ese cuadro sobre una utopía futura para el bienvivir.
Al observar un cuadro impresionista, la distancia lejana nos permite
verlo con cierta perfección, belleza e integridad, sin embargo al
acercarnos hacia él nos sorprendemos de la incalculable cantidad de
puntos y trazos que lo componen. Es una inmensa complejidad de
elementos los que apoyan esa imagen, más bien nítida, que
anteriormente habíamos apreciado a la distancia.
En este punto, nosotros y cualquier lector se
preguntará cómo llegar hasta esa utopía. Aunque describir el
¿cómo? no es el objetivo de este artículo, bien merece al menos
unos breves párrafos, que asienten algunas ideas clave. Galeano
tenía claro cómo hacerlo, caminando. Tenemos diversos caminos y
sendas con sus consecuentes bifurcaciones y retrocesos que nos llevan
hasta allí pero todos ellos requieren de acción, de un pequeño
paso aquí y otro allí. Sin la acción y participación de cada uno,
como si fuéramos los pequeños puntos que componen esa obra de arte
impresionista, será difícil componer esa utopía. Einstein quizás
dijo esta misma idea con otras palabras: “El mundo no será
destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que los miran
sin hacer nada para impedirlo”. Ponernos de acuerdo en hacia dónde
queremos ir es el paso fundamental, el cómo, los medios, pese a su
importancia, no deja de ser secundario, siempre podemos actuar por
ensayo y error, lo importante es comenzar a caminar. En este punto
conviene recordar que la sociedad actual no surgió del diseño
maestro de Adam Smith o Jeremy Bentham, ni de un orden espontaneo,
sino de un proceso de reforma paulatino en respuesta a problemas
concretos, sin un objetivo predeterminado.
Quizás
no sepamos los caminos exactos que nos llevan hasta la utopía, sin
embargo estamos seguros de los que nos llevan a la distopía, lo cual
ya es ahorrarnos quizás la mitad de las energías. En cuanto a los
caminos que sí llevan hacia la utopía, probablemente con ciertas
bifurcaciones e incluso algún retroceso, podemos seguir e
involucrarnos implícita o explícitamente en algunos de ellos tanto
a nivel local como a nivel global. Aunque no están todos, nosotros
planteamos algunas de ellas en nuestra
página web y
en nuestro Programa
para una Gran Transformación. En
ambos casos se trata de una visión política, o de arriba hacia
abajo. En nuestro blog también hemos escrito sobre otros enfoques,
de abajo hacia arriba, a
nivel individual y colectivo.
Otras medidas pueden ser sugeridas por vosotros mismos. En el fondo
muchas de las soluciones ya han sido planteadas, lo que es necesario
es visibilizarlas y descartar aquellas que no sirven. En última
instancia, es la conexión de todas esas alternativas lo que produce
la emergencia y la sinergia del cuadro de nuestra utopía.
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