TRANSICIÓN VERSUS COLAPSO: Realimentaciones
Los movimientos en Transición (en el futuro se llamarán quizás en Adaptación o Evolución)
suelen manejar más variables que las poblaciones que quieren transformar
Al 15M le
preocupa la desigualdad, la corrupción y la falta de democracia, e incluso está
abierto en ocasiones a cuestiones como el pico del petróleo.
Las Ciudades en Transición tienen claras las consecuencias
simultáneas del pico del petróleo y del cambio climático, incluso algunas
conocen la idea del peak everything
No conozco movimientos sociales que incorporen “ontológicamente”
además otras variables como el pico de los suelos, o del agua o, sobre todo, la
6ª Gran Extinción (que sería también la nuestra de completarse). Y menos que
traten de relacionar las múltiples realimentaciones que aparecen:
Hay razones de peso para que esto sea así:
1.
El modelo mental
requerido es muy complejo. En mi caso, llevo más de 25 años trabajando sobre él
y, aunque mi cerebro siempre ha sido hábil para hacer “conexiones”, no soy
capaz de “atrapar” el conjunto. En mi caso partí de las variables desigualdad y
pérdida de biodiversidad para moverme hacia las cuestiones del clima y los
picos de la energía y materiales. En los últimos 15 años, al buscar activamente
el conjunto, soy consciente que el peso del recuadrito “Valores y mitos” no
solo es enorme, sino que es la causa fundamental de la inevitabilidad del
colapso y de su muy probable profundidad. Es decir, el pico del petróleo y las
demás fuerzas nos llevan al colapso, pero es la imposibilidad de nuestra
cultura de percibir, tomar conciencia y reaccionar ante el hecho lo que lo hace
inevitable y que termine siendo profundo, siendo finalmente la causa principal
del propio colapso. En analogía con el Titánic, no es la presencia del iceberg
y la trayectoria del barco la única razón de porqué se hundió, fueron las
decisiones previas (“culturales”) las que hicieron del mismo que fuera
inevitable. Una vez producido el choque la cuestión ya no fue salvar el barco
(la Civilización). En nuestro caso, aún falta que seamos conscientes de que ya
no se puede salvar el barco, pero nuestra “cultura” nos lo impide (es como si
en el barco muchas personas estuvieran profundamente dormidas, incluida toda la
tripulación).
2.
El colapso
civilizatorio que viene como consecuencia obvia de ese modelo mental (aunque
sea parcial) tiende a desmotivar: los movimientos sociales o son de pura
defensa reactiva (“Hitler nos ha invadido”) o son “positivos” si quieren ser
proactivos; no hay movimientos proactivos “pesimistas” en el análisis, nadie
dice: “Hitler nos va a invadir seguro: vamos a prepararnos con ilusión”; a lo
sumo: “El Titánic ha chocado: organicémonos en vez de seguir dormidos, chillar
despavoridos o seguir bailando”. Pretender ir a los botes con optimismo e
ilusión, “disfrutando”, es difícil mientras el Titánic se hunde. La mayoría de
los movimientos sociales, quizás por incidir en uno o dos aspectos del
problema, no ven obvio que el Titánic ya se está hundiendo, creen estar en el
momento (¡llevamos décadas en ese momento!) de que se acaba de divisar el
iceberg. Caen quizás en una trampa: “si el análisis desmotiva, suavicémoslo
diciendo que es posible cambiar el rumbo del Titánic con alegría, para motivar,
aunque eso pueda traer consigo una desmotivación posterior por el autoengaño”
(como si eso fuera a evitar el temido pánico/caos). La historia está plagada de
ejemplos de caer en esa trampa, creo que muchos más que en la trampa contraria:
“decir que el Titánic se hunde lleva a la gente al pánico o al baile,
estrategias que no valen para ir a los botes salvavidas” y la razón es obvia,
la gente prefiere ignorar incluso la existencia de icebergs.
3.
No estamos
culturalmente preparados (es la cultura la que lleva al colapso así que era
esperable) para una lógica circular, holista: si pensamos en el caos climático
tendemos a hacerlo suponiendo que todo lo demás es igual, aun cuando sabemos
que no es así, en parte porque así es más fácil encontrar soluciones
(nucleares, renovables, geoingeniería…), en especial tecnológicas (otro mito
cultural). Nos asusta no reducir el sistema a problemas resolubles, nos asusta
que no exista solución a un problema que ya no es tal: el problema no es evitar
el hundimiento, el problema es posterior: como salvar al mayor número de gente,
aunque sepamos también que no hay botes para todos. Es más, forma parte del
problema —otro sesgo cultural— negarse a que no exista solución para el
hundimiento.
En mi opinión necesitamos también movimientos sociales colapsistas (pero pacifistas,
feministas, ecologistas, libertarios…). Y para ellos vendría bien una ciencia del colapso y una ética, sociología y cultura del
colapso. Mientras tanto, es interesante apuntarse activamente a los movimientos
sociales de transición, porque de ellos surgirán la diversidad, resiliencia y
formas para los movimientos colapsistas o lo que vaya a surgir; son los
movimientos que quieren ir a los botes salvavidas del Titánic aunque no estén
seguros de que se vaya a hundir o no quieran saber que no hay botes para todos.
Los movimientos colapsistas no serían movimientos
“preparacionistas” (preppers), porque estos no son sociales —son antisociales y egoístas y por
tanto condenados al fracaso a largo plazo, son los “sálvese quien pueda del Titánic”—.
Los movimientos sociales colapsistas no trabajarían solo para una
transformación ecosocial del presente (no hay tiempo para
modificar/arreglar/transformar el Titánic, es la diferencia básica con los
“transicionistas”), si no que trabajarían para adaptarse al colapso a duras
penas, tratando de que no cunda el pánico pero conscientes del desastre, y
también trabajarían para poner las bases (culturales, éticas) de una transformación ecosocial de las siguientes civilizaciones humanas.
La idea de adaptación al colapso es poco motivadora (reactiva),
mientras que la idea de trabajar para el futuro sería motivadora si nuestra
empatía y fe en el ser humano la hacemos crecer de verdad hacia las
generaciones del futuro; más allá de las que vamos incluso a conocer, pensando,
sintiendo y emocionándose con los bisnietos de nuestros bisnietos, algo que no
es imposible, pero que exige un gran salto cualitativo cultural y ético.
Por supuesto que reconozco que el tema es muy delicado, porque
cuando Arne Naess escribió
que: “El desarrollo de la vida humana y de su cultura es compatible con un
sustancial decrecimiento de la población humana actual. El desarrollo libre de
la vida no-humana requiere necesariamente ese decrecimiento”, es decir, que
1000 millones de personas bastaban y era mejor que 6000 millones, se le acusó
de antihumanista (con mucha dureza desde parte de la ecología social, en
especial de Murray Bookchin) y eso a pesar de que Naess practicaba
la no violencia (seguidor de las ideas de Gandhi). Ese conflicto
filosófico-ético es resuelto desde la filosofía, en mi opinión, por John Clark, y desde la ciencia, por mi teoría Gaia
orgánica (aunque me falta desarrollar la conexión ciencia-filosofía).
Aunque ese debate entre la ecología social y la ecología profunda
era necesario en los años 80 del siglo pasado, hoy carece del mismo sentido que
tenía entonces cuando ya sabes que el Titánic/Civilización se va a hundir
(entonces no se sabía con certeza).
Sin el enorme flujo energético que sustenta esta civilización y con el deterioro causado en los ecosistemas soporte, la población humana actual ya no es posible biofísicamente de mantener por mucho más tiempo, así que el problema moral se disipa en este punto y va más dirigido a una elección de qué tipo de 1000 o 2000 millones vamos a terminar siendo si evitamos la catástrofe mayor (las cavernas o “barbarie” de unas decenas o unas pocas centenas de millones).
En el Titánic fueron casi a las cavernas porque se organizaron tan mal que hubo
asesinatos y quedaron finalmente muchos botes salvavidas vacíos o semivacíos.
En el Titánic se tomaron decisiones conscientes para hacer que las élites de
primera clase se salvaran en mucha mayor proporción que los pasajeros de
tercera clase. En el Titánic, si se hubiera creído enseguida por parte de todo
el mundo al ingeniero que vio que ya no había solución para evitar el
hundimiento, quizás no se habría perdido tiempo y esfuerzos en salvarlo y se
habrían dedicado a las personas en vez de al barco. En el Titánic, el temor al
pánico indujo a que no se avisara a la gente del desastre y fue, quizás, una de
las causas de que se salvara un 30 en vez de un 50% de las personas (después de
todo, la conciencia y el posible pánico de lo que estaba pasando llegó antes
del hundimiento).
Así que la ecología profunda puede volver a ser rescatada sin
demasiados “rasgarse las vestiduras”. (Fíjese que no hablo de control
poblacional por parte de alguien ni de nada que suene a ese tipo de
ecofascismos, hablo de un imperativo amoral: vamos a ser menos población con
menos cosas materiales en promedio; lo moral está ahora en otro plano: cómo
comportarnos durante y tras ese hecho).
Otra cuestión delicada surge de esta tesis. Si bien se resisten al
cambio y lo retrasan durante un tiempo, las élites van a terminar aumentando la
profundidad del colapso. Han sido las élites, durante el pasado histórico de
los últimos 6000 años (no en todas las culturas, pero sí en todas las que han
dado lugar a “imperios” o grandes estados), las que han generado las causas principales
de que las distintas civilizaciones que las han sufrido hayan tendido al
colapso y las que hacen también inevitable también el nuestro; por supuesto,
las clases medias y el crecimiento explosivo de la población humana tienen su
parte de culpabilidad en la crisis actual, en unas relaciones causa-efecto
complejas y realimentadas: si las élites han empobrecido a buena parte de la
humanidad y si ha sido con el visto bueno —inconsciente en el mejor de los
casos— de las clases medias occidentales y si el pobre ha respondido con muchos
hijos a ese empobrecimiento y vendiendo madera, ecosistemas y minerales a bajo
costo a las clases medias…
En fin, para el cambio de mitos profundos que “salvarían” nuestra
clase de civilización, surge la intuitiva idea de ir a la raíz de los problemas
tras el colapso.
Siempre he defendido la cooperación y el amor —lo seguiré haciendo—
como estrategia de largo plazo, pero ahora ya no lo tengo tan claro en el corto
plazo porque el dejar hacer a las élites mientras los demás nos tratamos de
adaptar —sin resistirnos violentamente a ellos o tratando de esquivarles— puede
llevarnos al colapso rápido que necesitamos para salvarnos. Pero las élites
pueden hacer que este colapso sea demasiado profundo, es decir, apliquemos la
no violencia también frente a las élites pero tampoco la paz absoluta hacia
ellas. Sin el amor y la cooperación —¿inevitables? no se habría mantenido la
“Modernidad” (y su capitalismo inequitativo, su patriarcado, su “esclavismo”,
su voluntad de poder y de dominio sobre el otro, incluida Gaia) ni un siglo.
El
bien local (el amor al próximo), con lógica local, puede darse de bruces con el
bien global a largo plazo (¿una especie de Tragedia de los comunes del amor?).
Asimov se lo plantea precisamente cuando el robot Daniel termina rompiendo la
primera regla de la robótica (no harás daño a un humano por acción u omisión) y
reconstruye la
regla cero (no harás
daño a la Humanidad por acción u omisión). El problema es que juega a ser dios
y ya hemos explicado que el sistema es impredecible.
El principio de precaución pues nos
hablaría de un equilibrio entre ambos principios y reglas (amar, pero hacerlo
menos o de otra forma si el amor parchea un sistema lacerante y ayuda
indirectamente a mantenerlo un rato más). En el tema de la cooperación
internacional desde el Norte lo “he vivido” durante décadas así: sin el 0,7%,
las ONGDs, y todas las buenas voluntades de gente buena, quizás hace tiempo que
los empobrecidos del mundo se habrían desconectado de un sistema que les
esclavizó y aún lo hace. Es una duda moral muy fuerte y difícil de resolver.
Además, a la inversa, las élites van a defenderse tratando de hacer descender la población humana y querrán tergiversar estos argumentos.
La forma de resolver esta “trampa ética” en la que me he metido
(pero nos vamos a meter, queramos o no, la humanidad en su conjunto), es
ampliar lo local. Y eso se inicia ampliando la empatía, no solo más allá del
próximo, no solo más allá del lejano (en otro continente), no solo más allá de
las personas del futuro (la siguiente generación, la séptima a partir de ti),
no sólo más allá del animal capaz de dolor, no solo más allá de todos los seres
vivos. Hay que llegar a empatizar con los ecosistemas y la propia Gaia (también
la del futuro), por mucho que le cueste a una “célula epitelial” empatizar con
el cuerpo que la acoge.
Una ecología profunda o mejor, una Gaia
profunda, nos habilitaría para saltar ese abismo ético.
Pero eso requerirá milenios. Aunque tenemos que empezar ya,
“deprisa”.
Al igual que un cambio de hábitos producido por el control del
fuego y el cocinado de los alimentos produjo cambios sociales e incluso
biológicos profundos en el Homo sapiens (en
miles o decenas de miles de años, parte de los cuales quizás nos hizo menos
agresivos), el cambio de hábitos que generaría una ética
gaiana humanista terminaría
generando una evolución, incluso biológica, en el Homo.
El Homo Colossus dará
paso a un Homo sapiens integrado en Gaia, porque si no, creo, no
habrá futuro humano.
Es posible que la empatía con Gaia necesite de su sacralización. No
necesariamente al estilo de hacer de ella una diosa griega, si no quizás al
estilo de cómo hemos sacralizado la vida humana, o, al menos, a cómo hemos
llegado a sacralizar conceptos vacíos como la patria (“Todo por la patria”). La
biosfera/Gaia son reales y llenas de contenido, una “Gaiarquía” (con “gaiarquistas”) tendría más
sentido (otra tarea pendiente por desarrollar), además de que nos alejaría de
la extinción. Lo sagrado no debe asustarnos, lo que nos debe asustar es que
alguien se arrogue el poder de exigir sacrificios por lo sagrado.
Todo se seguirá realimentando.
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