30/9/14

La difícil tarea que tenemos por delante es encontrar fórmulas para cambiar el mundo sin expandir las estructuras obsoletas que nos han conducido a su propia ruina.

PENSANDO LA CRISIS CON IVAN ILLICH

Ahora que una nueva crisis azota a nuestra sociedad, conviene contar con la ayuda de autores que –como Illich– supieron ver debajo de la crisis en otras crisis. Porque buena parte de los dioses-conceptos que pusieron en solfa siguen constituyendo los cimientos del edificio que hoy se derrumba.

Entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, un puñado de autores de diversas disciplinas, procedencias y enfoques ayudaron a forjar una mirada corrosiva sobre un mundo aparentemente expansivo y triunfante. Uno de esos pensadores fue Iván Illich (Viena, 1926 - Bremen, 2002), inclasificable filósofo, teólogo, historiador, conversador, orador y activista político que falleció hace algo más de diez años, devorado por un cáncer que no quiso tratarse con los métodos que le ofrecía la tecnología médica deshumanizada, en escalofriante coherencia con su pensamiento sobre el sistema médico.

De Illich y de otros autores contemporáneos como Barry Commoner, André Gorz, Lewis Mumdford o E.F.Schumacher bebió, en esos años, el naciente movimiento ecologista para construir una perspectiva incrédula de los conceptos-mitos que constituían la verdad del sistema: desarrollo, crecimiento económico, crisis, necesidades, progreso, participación política, innovación tecnológica, pobreza, riqueza, etc.

Iván Illich fue precisamente el encargado de desmenuzar el concepto de necesidades y la conversión de los humanos en seres necesitados en el Diccionario del desarrollo, reflejo maduro de una visión crítica del sistema económico y social que, en los años noventa, encontró otros referentes como Vandana Shiva y Serge Latouche, también colaboradores del diccionario.

En 1973, cuando estalla la primera crisis del petróleo y se tambalean los cimientos de la arcadia teóricamente feliz que estábamos construyendo, Illich se encuentra en un periodo prolífico de producción de ideas en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), que impulsaba en Cuernavaca (México). El CIDOC era un singular espacio de debate y aprendizaje mutuo que marcaría la reflexión posterior de numerosas personas y, además, una máquina bien engrasada de publicación de libros y documentos de gran trascendencia. Allí escribió Illich lo que luego llamaría “sus panfletos”; obras que dinamitan creencias y mitos que habían sostenido el pensamiento de los movimientos sociales y políticos progresistas durante más de un siglo.

Ahora que una nueva crisis azota a nuestra sociedad, cuando buena parte de la población maltratada y de nuestros propios cerebros sigue anhelando volver a las promesas antiguas sin cuestionarlas ni intuir que son el origen de los males presentes, conviene contar con la ayuda de autores que supieron ver debajo de la crisis en otras crisis. Porque buena parte de los dioses-conceptos que pusieron en solfa siguen constituyendo los cimientos del edificio que hoy se derrumba.

Leer hoy a Iván Illich sugiere aprovechar la crisis como oportunidad, como momento de cambio en el que es más fácil dejar los caminos trillados y encontrar territorios desconocidos. Hay que advertir que adentrarse en su pensamiento remueve, agita las creencias propias. Si el lector se permite abrir sus defensas ideológicas y leer con el mínimo de prejuicios posible, yo recomendaría para empezar la lectura de tres de los panfletos de Illich de la época del CIDOC:

La sociedad desescolarizada

Illich cuestiona aquí los mitos que rodean la escuela como institución, desvelando que su propósito inicial ilustrado, la generalización del conocimiento y la igualdad de oportunidades se ha desvanecido. El concepto actual de escolarización, por el contrario, tiende a monopolizar el aprendizaje y a conformar valores acríticos con el sistema social y económico.

El monopolio de la escuela sobre el aprendizaje se ha construido sobrevalorando sus aportaciones y desvalorizando los caminos para aprender que son ajenos a ella. Cuando se confunden “enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia” se alimenta la idea de que solo con la escuela nos podemos preparar para la vida adulta y que lo no enseñado en la escuela carece de valor. La escuela se reafirma con una argumentación circular: “A los niños les corresponde estar en la escuela. Los niños aprenden en la escuela. A los niños puede enseñárseles solamente en la escuela”.

La conversión de la escuela en un monopolio niega así las capacidades autónomas de aprender y los mil caminos no necesariamente reglados y formalizados del aprendizaje entre humanos. Paradójicamente, el proceso de monopolización tiene unas consecuencias dramáticas no solo para la sociedad en su conjunto, sino para la propia escuela, a la que se transfiere una carga de responsabilidad que excede sus capacidades.

La solución de la mayor parte de los problemas sociales se atribuye mágicamente a una mejora de la educación en las escuelas: a que las personas pasen cada vez más tiempo en ellas, a que dispongan de todos los medios y tecnologías posibles para incentivar al alumnado. Desde la seguridad vial, hasta la inteligencia emocional, pasando por la informática y la danza, varios idiomas, música y oratoria, cualquier materia declarada de interés es menester que se enseñe y fomente en estos templos del saber, los cuales estallan así por exceso de responsabilidades que deberían ser compartidas con otras estructuras sociales.

Illich desvela además la existencia de un “currículum oculto” de las escuelas, más allá de los buenos propósitos e ideas de los maestros y de las buenas intenciones de los legisladores. Un “currículum oculto” que sirve de ritual iniciático a una sociedad de consumo dirigida al crecimiento. “La escuela vende currículum –un atado de mercancías hecho siguiendo el mismo proceso y que posee la misma estructura que cualquier otra mercancía”.

Némesis médica. La expropiación de la salud

En este libro la tesis principal es que la medicalización de nuestra vida y nuestra muerte nos expropia las capacidades autónomas de sanación. Pasados ciertos umbrales de dominio tecnológico e institucional de la medicina, emerge la plaga de las enfermedades iatrogénicas, las que tienen una génesis en la propia medicina (iatros, médico en griego).

De nuevo es un monopolio de servicio lo que desata la pérdida de nuestra autonomía personal. “Durante las últimas generaciones el monopolio médico sobre la asistencia a la salud se ha expandido sin freno y ha coartado nuestra libertad respecto a nuestro propio cuerpo. La sociedad ha transferido a los médicos el derecho exclusivo de determinar qué constituye la enfermedad, quién está enfermo o podría enfermarse, y qué cosa se hará a estas personas”.

Con la medicalización se produce también un proceso de transferencia de las responsabilidades semejante a la que se ha descrito para la escolarización. El sistema médico-tecnológico monopoliza la atención a la salud y, con ello, se carga con un exceso de responsabilidades que no es capaz de canalizar. Al rebasar unos límites críticos, un sistema social medicalizado tiende a ocultar las condiciones ambientales y sociales insalubres que son la fuente principal de la enfermedad. Se espera que el sistema médico-tecnológico nos cure de las enfermedades ambientales causadas por el sistema económico y de explotación del planeta; y de enfermedades sociales causadas por la construcción de modelos de sociedad en la que las tareas de atención entre unos y otros, los cuidados, han sido desprestigiadas.

Por tanto, la crítica a la medicalización es, sobre todo, de carácter político; desborda el debate técnico sobre la sanidad pública y las formas de gestión para adentrarse en el fondo de la conformación del poder y los objetivos en las sociedades actuales.

Energía y equidad

Es quizás la obra de Illich más leída por los ecologistas, la que conduce más directamente a comprender las relaciones entre la destrucción ambiental y el deterioro social que provoca el sistema industrial cuando se permite que supere ciertos límites. El propio título ya apunta esa idea; cuando se habla de crisis energética no se trata solo de destrucción del medio, cambio climático o limitaciones en los recursos naturales, sino de la destrucción de la equidad, de las oportunidades de reparto equitativo de los recursos. Hace falta superar la ilusión de que más energía es mejor y encontrar unos umbrales de aprovechamiento energético adecuados para el despliegue de modelos sociales justos y no destructivos del entorno.

El libro aprovecha el ejemplo del transporte para desarrollar la crítica al incremento infinito de las necesidades de energía y plantear cuáles deben ser los umbrales de justicia energética. A partir de un determinado nivel de uso de la energía, que se traduce en un nivel de velocidad, los desplazamientos no se pueden repartir equitativamente. A mayor velocidad de desplazamiento, un sistema de transporte exige dedicar demasiado tiempo y recursos, lo que solo puede producirse si existe un reparto desigual en la sociedad.

Además, Illich desvela la paradoja central de la velocidad: su capacidad chupatiempos; para incrementar la velocidad de los medios de transporte es necesario dedicar mucho tiempo en construir los vehículos y las infraestructuras, así como organizar el sistema para que se pueda circular. Plantea así lo que hoy se conoce como el ciclo de vida de un producto. No basta con saber cuánto tiempo y recursos empleamos en un desplazamiento en un medio de transporte, sino cuánto tiempo y recursos hacen falta para que ese medio de transporte funcione. Descubre así que el estadounidense medio dedica a su automóvil una sorprendente cantidad de dinero, traducible a tiempo de trabajo, para poder comprarlo, llenar su depósito, pagar las reparaciones, los impuestos, las carreteras y los aparcamientos; y una sorprendente cantidad de tiempo en conducirlo, limpiarlo, gestionarlo o curarse de los accidentes en los que se ve involucrado. Sumando esas dos cifras, el tiempo directo dedicado al automóvil y el tiempo indirecto dedicado a trabajar para el automóvil, y comparándolas con el desplazamiento anual, se comprueba que la velocidad (tiempo/km recorridos) es poco más alta que la de una persona que camina (véase la cita en recuadro aparte).

Además, la aceleración de unos perturba las posibilidades de desplazamiento de otros; los vehículos motorizados veloces exigen apartar y segregar a los que no lo son, a los van a pie y a los ciclistas. Perturba también las condiciones de habitabilidad y comunicación en el espacio público.

Otra paradoja que se pone de manifiesto en el libro es la capacidad que tienen los sistemas de desplazamiento motorizados para generar simultáneamente cercanía y lejanía. Para acercar puntos del territorio y alejar los usos del mismo. Gracias a la motorización, que aproxima un lugar a otro, se produce el alejamiento de los usos, las viviendas se pueden situar lejos de los lugares de trabajo y de estudio, de los centros de compra y de recreo.

Se acaba así conformando otro monopolio, semejante al de la escuela y la medicina: el monopolio del transporte motorizado, de la motorización, expresado de modo extremo con el dominio del automóvil sobre la vida de todos, con independencia de que quieran o puedan conducirlo. El motor establece unas reglas de juego, una concepción del tiempo y del espacio que todos deben acatar.

Alternativas en la crisis actual 

A través de las obras mencionadas, así como de otras que se citan más abajo en las notas bibliográficas, se pueden encontrar numerosas ideas que pueden ayudarnos a crear y creer en alternativas a la presente crisis.

Una de las principales puede ser el reequilibrio del poder y la responsabilidad entre los ámbitos del Estado y sus instituciones, por un lado, y los ámbitos colectivos, de relaciones de vecindad, interés mutuo y familiares en sentido amplio, por otro. Frente a las concepciones liberales que pretenden deshacer el Estado traspasando la responsabilidad a los individuos, la opción illichiana es fortalecer los conocimientos, responsabilidades y bienes colectivos. Los debates actuales sobre la recuperación de los bienes comunes entroncan perfectamente con ese hilo argumental, en la medida en que evitan reducir la crítica a las dicotomías Estado-Mercado o Público-Privado.

Para Ilich el poder de las instituciones de servicio como la escuela, la medicina o el transporte ha superado los umbrales de utilidad y las ha convertido en herramientas contraproductivas que limitan el aprendizaje, enferman y paralizan. No basta con conocer la titularidad o quién controla y se beneficia de esas instituciones, sino cuál es el papel que queremos darles en nuestras sociedades.

De ese modo, defender la escuela pública hoy no debería estar reñido con repensar sus fundamentos y sus formatos actuales dirigidos, por su currículo oculto, a convertir a los alumnos en buenos consumidores.

Es también necesario revisar la función principal de la escuela (pública o privada) como expendedora de títulos (y correspondientemente de fracasos). En el medio siglo transcurridos desde que Illich y otros autores como Paul Goodman propusieron recortar el poder normalizador de la institución escolar, la escuela ha reforzado su poder monopolístico, hasta el punto estar actualmente fagocitando incluso el denominado aprendizaje informal que, por ejemplo, la Unión Europa quiere homologar y titulizar [1].

Y para hacer todavía más difícil la tarea, desescolarizar en el sentido illichiano, es decir, restar poder normalizador a la institución escolar, tampoco encaja en algunas corrientes pedagógicas que preconizan salidas individualizadas como la escuela en casa, en el seno de la familia; educación alternativa que termina reforzando una idea individualista de aprendizaje.

Igualmente, defender la sanidad pública hoy es una oportunidad para revisar la medicalización de la vida, denunciada en la actualidad por una parte de los propios profesionales de la salud. El debate es ahora imprescindible, cuando el triángulo formado por el sistema médico, la industria médica tecnológica y farmacéutica y la ciudadanía hemos generado una espiral de crecimiento sin límites de las necesidades relacionadas con la salud, el dolor y la muerte.

En los últimos cuarenta años se da la paradoja de que se ha aceptado institucionalmente que existe iatrogenia, es decir, enfermedades vinculadas al propio sistema médico, pero al mismo tiempo se ha seguido ampliando el ámbito de lo patológico, el ámbito en el que dicho sistema manda en nuestras vidas.

Así, mientras las instituciones contabilizan oficialmente el número de enfermos generados en el paso por los hospitales [2], cada vez una parte más importante del sistema médico se dirige a inventar enfermedades y tratarlas, a considerar como patológicas situaciones que son fruto de la diversidad humana o de los propios ciclos de la vida (por ejemplo los reproductivos). Casos como el denominado trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la menopausia, la reacción de duelo, la bipolaridad, la osteoporosis o las llamadas disfunciones sexuales son claros excesos de un proceso de expansión que parece no tener límites.

Por ello, para alcanzar un sistema de salud pública equitativo parece imprescindible acotar la medicalización y el gasto correspondiente, rescatando del sistema médico los espacios sociales que no le pertenecen: los problemas laborales, sociales, escolares, familiares y relacionales.

Por último, la defensa del transporte público no debería ser ciega a sus consecuencias ambientales y sociales, a los excesos en infraestructuras y servicios aunque sean de uso y titularidad públicos; ni tampoco deberías ser acrítica con el modelo urbano o económico vigente que genera lejanía y necesidades de desplazamientos motorizados y al que puede contribuir también el transporte colectivo.

En el ámbito urbano, por ejemplo, se trata no solo de sustituir automóviles por autobuses, tranvías o metros en aquellos ámbitos en los que cada modo de transporte público sea idóneo, sino de reducir al mismo tiempo la dependencia respecto al motor, incrementando la proximidad entre las diferentes actividades y usos de la ciudad; y recuperando el espacio público para los que se desplazan a pie o en bicicleta.

Modificar el dominio del automóvil mediante una oferta perfecta (y gratuita) de transporte público alternativo, es una ilusión que puede resultar demasiado cara ambiental, económica y socialmente. La fantasía del transporte público perfecto se apoya en la idea de que basta con ofrecer alternativas al coche para que este deje de ejercer su dominio, cuando la experiencia indica que para que se produzcan cambios sustanciales en la movilidad hace falta al mismo tiempo restringir el uso del automóvil. El transporte público perfecto, capaz de satisfacer cualquier demanda particular, es insaciable en recursos sociales y del Estado y no tiene por sí mismo ninguna garantía de éxito en el objetivo de rescatarnos del dominio del automóvil.

En el imaginario colectivo los recortes en las prestaciones sociales pueden reforzar la idea de que la única salvación para la crisis consistirá en un Estado más potente, capaz de ofrecer más años en instituciones educativas, más hospitales y tecnología médica, más infraestructuras para el transporte motorizado, más velocidad, más energía (renovable, eso sí) y recursos para todos. Sin embargo, tal y como Illich vislumbró, la difícil tarea que tenemos por delante es encontrar fórmulas para cambiar el mundo sin expandir los monopolios institucionales y las estructuras obsoletas que nos han conducido a su propia ruina.

La escuela que embota la capacidad de aprender  
    
“Otra gran ilusión en la que se apoya el sistema escolar es aquella de que la mayor parte del saber es el resultado de la enseñanza. La enseñanza puede, en verdad, contribuir a ciertos tipos de aprendizaje en ciertas circunstancias. Pero la mayoría de las personas adquieren la mayor parte de su conocimiento fuera de la escuela”.

“La escuela inicia a los jóvenes en un mundo en el que todo puede medirse, incluso sus imaginaciones y hasta el hombre mismo. Pero el desarrollo personal no es una entidad mensurable”. (La sociedad desescolarizada).   
  
El automóvil que paraliza      

“El americano típico consagra más de 1.500 horas por año a su automóvil: sentado dentro de él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, las llantas, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos para las carreteras federales y los estacionamientos comunales. Le consagra cuatro horas al día en las que se sirve de él, se ocupa de él o trabaja para él. Aquí no se han tomado en cuenta todas sus actividades orientadas por el transporte: el tiempo que consume en el hospital, en el tribunal y en el taller mecánico; el tiempo pasado ante la televisión viendo publicidad automovilística, el tiempo invertido en ganar dinero para viajar en avión o en tren. Sin duda, con estas actividades hace marchar la economía, procura trabajo a sus compañeros, ingresos a los jeques de Arabia y justificación a Nixon para su guerra en Asia. Pero si nos preguntamos de qué manera estas 1.500 horas, que son una estimación mínima, contribuyen a su circulación, la situación se ve diferente. Estas 1.500 horas le sirven para hacer unos 10.000 km de camino, o sea 6 km en una hora. Es exactamente lo mismo que alcanzan los hombres en los países que no tienen industria del transporte. Pero, mientras el norteamericano consagra a la circulación una cuarta parte del tiempo social disponible, en las sociedades no motorizadas se destina a este fin entre el 3 y 8 por ciento del tiempo social. Lo que diferencia la circulación en un país rico y en un país pobre no es una mayor eficacia, sino la obligación de consumir en dosis altas las energías condicionadas por la industria del transporte”. (Energía y equidad).   
  
La medicina que enferma       

“Al rebasar sus límites críticos, un sistema de asistencia a la salud basado en médicos y otros profesionales resulta patógeno por tres motivos: inevitablemente produce daños clínicos que superan sus posibles beneficios; no puede sino resaltar, en el acto mismo de oscurecerlas, las condiciones políticas que hacen insalubre la sociedad, y tiende a mistificar y a expropiar el poder del individuo para sanarse a sí mismo y modelar su ambiente”. (Némesis médica).     



Alfonso Sanz Alduán.  El Ecologista nº 78.

Referencias bibliográficas:

 - Obras reunidas. Editado por Fondo de Cultura Económica (México, 2006).
 - La sociedad desescolarizada. Barral Editores, Barcelona, 1974.
 - La convivencialidad, Barral Editores. Barcelona, 1974.
 - Energía y equidad. Barral Editores. Barcelona, 1974.
 - Alternativas (1974). Cuadernos de Joaquín Mortiz. México.
 - Némesis médica. La expropiación de la salud, Barral Editores. Barcelona, 1975.
 - Profesiones inhabilitantes. H. Blume Ediciones (Madrid, 1981).
 - H2O y las aguas del olvido. Editorial Cátedra. Madrid, 1989.
 - Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder. Pratec (Lima,1996).
 - El género vernáculo. Editorial Joaquín Mortiz/Planeta. México, 1990.
 - Repensar el mundo con Iván Illich, coordinado por Gustavo Esteva (Taller Editorial La Casa del Mago. Guadalajara, México, diciembre de 2012).
  
Se puede acceder a parte de su obra a través de Internet, en páginas como http://www.ivanillich.org.mx  (en español) 

El Boletín Ciudades para un Futuro más sostenible (CF+S) ha dedicado alguno de sus números a Ilich e incluye también una extensa bibliografía en http://habitat.aq.upm.es/boletin/n2 .

Notas

[1] El Consejo de la Comisión Europea aprobó en 2012 la Recomendación del Consejo sobre la validación del aprendizaje no formal e informal http://ec.europa.eu/education/lifel en la que pide a los Estados miembros que, antes de 2018, tengan implantados sistemas que permitan la validación tanto del aprendizaje no formal como del aprendizaje informal.

[2] Estudio Nacional sobre los Efectos Adversos ligados a la Hospitalización. ENEAS 2005. Ministerio de Sanidad y Consumo. Madrid, 2006.


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