19/9/14

El viaje del que hablo no es al paraíso, se trata de democratizar el proceso y crear algo sostenible

"EL CAPITALISMO TAL Y COMO LO CONOCEMOS VA A DESAPARECER"

Entrevista a Jeremy Rifkin 

Un viejo chiste atribuido a Winston Churchill dice que si juntas cinco minutos en una habitación a dos economistas saldrán dos opiniones, salvo que uno de ellos fuera John Maynard Keynes, en cuyo caso habría tres opiniones diferentes. Si hoy se le pregunta a dos personas diferentes qué opinan de Jeremy Rifkin ocurre algo muy parecido, salvo que las probabilidades de que sean tres visiones muy extremas es altísima.


Rifkin (EEUU, 1943) es una de las voces más influyentes a nivel mundial. Escribe en los principales medios de comunicación, sus libros se venden como rosquillas, llena auditorios y los líderes políticos de tres continentes se pelean por invitarlo a su mesa. Durante años, fue asesor de Zapatero, y todavía hoy, a pesar del tiempo transcurrido, arremete sin necesidad de que se le pregunte contra Mariano Rajoy por frenar la inversión en renovables.

Economista y teórico social, da conferencias por medio mundo hablando de La Tercera Revolución Industrial y de La sociedad de coste marginal cero (Paidós), la obra que ha venido a presentar a Madrid invitado por la Fundación Rafael del Pino. Un mundo donde fabricar es cada vez más barato y donde las impresoras 3D convertirán a cientos de millones de personas en prosumidores, una mezcla de consumidores y productores inédita en la Historia.

En 2007, Angela Merkel lo llamó a consultas. François Hollande, también. Y el apoyo del premier chino, Li Keqiang, le ha llevado a vender medio millón de ejemplares de una apasionada defensa de un mundo poscarbono. Pero las grandes empresas lo aborrecen por sus feroces críticas a los combustibles fósiles y entre sus pares, los economistas, las críticas son muy duras.


Gana millones como consultor, pero sus textos, largos, llenos de ideas, nombres, referencias e hipótesis, desbordan confusión. «Vende motos, pero las vende muy bien», dicen. Una mezcla de Paul Krugman y Paulo Coelho que llega directamente a los núcleos de poder y entra en vena a los que mandan.

Rifkin cree que el capitalismo, tal y como lo conocemos, no es que vaya a desaparecer, sino que ya lo está haciendo. Que en 2050, menos de dos generaciones, será algo mucho más próximo a la economía colaborativa que a la búsqueda de interés propio. Que el viejo paradigma de Adam Smith ha sido desmontado y será reemplazado cuando lleguen al poder, económico, político y cultural, la generación que se ha criado después de Napster, acostumbrada a compartirlo todo por internet.

El mundo del futuro, asegura, será mejor y más sostenible porque colaboraremos en busca del bien común no para combatir la escasez, sino para generar prosperidad. Dice no ser un utópico y señala que compartir y colaborar no arreglará todos los problemas. Jura y perjura que vive en el mundo real, pero el siglo XXI que Rifkin dibuja en su obra es de color de rosa. Siempre y cuando se le haga caso al pie de la letra.

ENTREVISTA
Dentro de tres décadas no reconoceremos el sistema económico mundial. O el mundo en sí.
En efecto, La economía colaborativa, de la que hablo en el libro, es un nuevo sistema, todavía en una fase casi embrionaria, muy joven, pero es el primero que emerge con fuerza, desde el capitalismo y el socialismo en el siglo XIX. No sabemos qué será de él, pero ha llegado con fuerza.

No es precisamente el primero en anticipar el fin del capitalismo.
El capitalismo tal y como lo hemos conocido va a desaparecer. Ya está pasando en sectores e industrias clave. En 2050, en apenas 35 años, tendremos una nueva economía híbrida colaborativa. El capitalismo no desaparecerá, pero se transformará completamente. Ya ocurre pero no somos capaces de verlo.

¿Sin que nadie lo haya derrotado? Al mundo le ha ido bastante bien con el capitalismo si se compara con las alternativas.
Hay una paradoja dentro del sistema, una que antes ni podíamos imaginar. El fin del capitalismo actual no viene de la mano de enemigos o rivales, sino de su propio éxito.

Eso sí que no había pasado nunca antes.
Los grandes cambios de paradigma en la historia, en el sentido original de Thomas Kuhn, han sido muy pocos, pero todos tienen un denominador común: primero aparecen nuevas tecnologías de comunicación que permite organizar la actividad económica, pero también la vida en general, de forma más eficiente. En segundo lugar, un cambio tecnológico en la energía. Y en tercer lugar, un cambio en el transporte. Cuando las tres cosas pasan al tiempo, cambian nuestra forma de entender el espacio y el tiempo.

Ponga un ejemplo.
Pasó con la Revolución Industrial del XIX, donde se pasó de la impresión manual a la mecánica. Los costes fijos eran muy altos, pero el coste de una impresión concreta pasó a ser muy bajo. Por eso se podía imprimir en masa. Luego llegó el telégrafo, a la vez que un carbón barato. Y eso se suma al tren. La combinación creó una plataforma totalmente diferente. Un modelo que necesitaba mucho capital, y por eso se multiplicaron las empresas con accionistas. En el siglo XX llega la electricidad centralizada, los medios de comunicación como la televisión, petróleo barato y los coches y camiones en el transporte de mercancías. Y ahora internet, el Internet de las Cosas, que los engloba todos y va a poner en contacto a cientos de millones de personas en tiempo real.

Hoy estamos en una encrucijada. Tenemos políticas fiscales duras por un lado y las propuestas de apostar por tecnologías nuevas, y extremadamente caras al inicio, como las que usted quiere en energía.
Se habla mucho de austeridad en el mundo. Y está bien, me gusta la austeridad. Se habla de reformas del mercado laboral y cambios fiscales, y me gustan también, son necesarias. Pero eso ya no basta. Lo que estamos empezando a ver en Alemania o Dinamarca o en los últimos 12 meses en China son los efectos de la Tercera Revolución Industrial. Tenemos internet que en realidad son tres en uno, es el Internet de las Cosas que lo conecta todo. Energía, transporte y comunicación. Las grandes compañías lo saben, le ponen sensores a cada parte de sus procesos para controlarlo todo. Hoy hay 13.000 millones de sensores que serán 100 billones, con b, en unas décadas. Conectando cada aparato, gadget, objeto con cada ser humano. Es excitante porque podemos disfrutar de un mundo global en tiempo real.

Y al mismo tiempo es un mundo un tanto inquietante.
Mucho. ¿Qué pasará con la privacidad, la intimidad, la seguridad? ¿Qué pasará si esta información, estos datos, los monopolizan las grandes compañías de telecomunicaciones o Google o Facebook? A mí me preocupa mucho. Deberíamos estarlo todos. Es un gran regalo, pero no podemos ignorar las consecuencias.

¿Usaría la palabra regalo para los cambios de paradigma previos?
Regalo porque este tipo de sistema que está naciendo democratiza. Nos pone a todos como iguales, nadie queda atrás. El acceso a los servicios está ahí. El 40% de los humanos está conectado hoy a internet, pero en pocos años, 10 ó 15, casi todo el mundo lo estará. En China se hacen smartphones por 25 dólares. Aunque ganes dos dólares al día, dentro de nada estarás conectado a internet. Y en un mundo transparente todos tendremos acceso a los datos, desde un teléfono o un ordenador, cualquiera. No seremos productores o consumidores, sino que seremos, ya somos, prosumidores.

Es una visión un tanto naíf.
Muchos me dicen que es lalalandia, un mundo de ciencia ficción. No se dan cuenta de la revolución en marcha, lo que ha ocurrido en apenas 15 años. Desde Napster [el primer programa popular para el intercambio de archivos musicales por internet de forma gratuita]. Usted y yo que estamos en el mundo editorial y de los medios lo sabemos bien. Primero fue la música. Hoy, cientos de millones de jóvenes suben cada día vídeos con copyleft a internet. Lo mismo con blogs, redes sociales y contenidos. Primero se dejó de lado a las compañías musicales, después a los periódicos, también a la radio y la televisión, a los libros, la educación superior. Es así, nos guste o no.

¿Imparable?
Hay gente, ingenua, a la que le gusta pensar, le reconforta pensar, que hay un cortafuegos entre estos sectores, asociados ahora a internet, y el resto de la economía. Que el coste marginal cero no cruzará del mundo virtual de los bits al mundo físico de los átomos. Pero no es así, el muro se ha roto, no hay ninguna industria a salvo.

Cambiarán la economía, pero ¿cómo cambiarán el mundo las impresoras en tres dimensiones?
Es algo increíble, tremendo, disruptivo. ¿Ha visto estos días en Chicago el primer coche impreso? A finales de año habrá producción industrial. En breve tendremos cientos de miles de pequeñas impresoras 3D en los hogares, a niños creciendo con ellas como si fueran juguetes. Reciclando objetos de plástico y papel, con costes muy bajos de producción. Y en 10 años, esos coches impresos no necesitarán conductor. El mundo ahora funciona con propietarios, trabajadores, intermediarios, proveedores. La economía colaborativa ha reventado todo ello. Cualquiera puede ser prosumidor y emprendedor social contribuyendo de forma voluntaria y gratuita a la economía de los comunes. Adam Smith pensaba que cada ser humano nacía para ser un agente autónomo. Pero hoy, gracias a la biología, sabemos que no es así. Somos criaturas sociales.

Pero, ¿eso cambia también las mentalidades?
Piense en juguetes. Tradicionalmente, le comprabas un juguete y le decías a tu hijo: es tuyo, no de tu hermano, sino tuyo, es importante que cuides de él. Pueden usarlo tus amigos, pero es y siempre será tuyo. Eso le da al niño la idea de propiedad, de protección. Pero ahora no. En EEUU tenemos ya páginas web dedicadas a compartir e intercambiar juguetes. Lo compras, se lo das a un niño y le dices: es algo para ti, queremos que lo cuides para que otro niño como tú, en el futuro, lo disfrute tanto como vas a hacer tú ahora. No es posesión, es la experiencia lo que tiene el niño. Desde luego, también la responsabilidad, porque si lo rompe ya no se puede devolver. El mensaje es claro para los niños del futuro. Imagine el impacto en unos años para compartir coche, casa, cualquier cosa.

Pero es algo más profundo que un juguete. La propiedad privada está en la base filosófica de nuestro sistema legal, está en los fundamentos de la democracia liberal. Es uno de los pilares de la sociedad tal y como la conocemos. Y uno de los más importantes para explicar cómo hemos llegado hasta aquí, quiénes somos.
Es algo muy profundo desde un punto de vista filosófico, antropológico. Mucha gente se centra en los aspectos tecnológicos, pero hay una parte histórica que hay que conocer. La propiedad privada no es algo que siempre haya estado ahí. En absoluto. No podemos decir que forme parte de la naturaleza, no es cierto. Hay una parte enorme de nuestra historia, que ignoramos desde la Ilustración, en la que las cosas funcionaban de otra manera. Somos las criaturas más sociales, con el neocórtex más grande, los más empáticos. En el pasado, la gente generalmente compartía la vida económica, voluntariamente o no. Piense en el trabajo de Ostrom, la única mujer Nobel de Economía, sobre los comunes. Ella descubrió que en el pasado, en diferentes partes del mundo que no tenían conocimientos las unas de las otras, acabaron organizando su vida económica de forma similar. Por más de mil años, la gente volcaba sus recursos, de todo tipo, los compartía, y así se sostenía el bienestar.

Pero hoy hablamos la tragedia de los comunes. Y nos va mejor.
Cierto, está asociado, pero cuando Garrett Hardin habló de tragedia en los años 60 en realidad no había comprendido en absoluto los comunes. Él pensaba que si todo el mundo compartía, los gorrones se aprovecharían. Lo que no entendía es la institución en sí. Había normas claras y principios democráticos para su correcto funcionamiento y cómo castigar a los aprovechados. Si incumplías estabas fuera, solo. Muchos colegas me preguntan cómo se puede gestionar así una economía, porque sólo ven un paradigma posible, en el que toma las decisiones el mercado, el Estado o ambos en algún equilibrio. Pero no es así, vemos cada día ejemplos de bienes o servicios producidos por comunes porque ni el Estado ni el mercado responden. Mire las cooperativas, que en España son un ejemplo muy conocido.

Conocido y en apuros.
Hay mucha gente en cooperativas en todo el mundo, en muchas modalidades diferentes.

Siempre bajo el paraguas del mercado. Sólo hacen una parte de su actividad en cooperativa, pero el resto de sus vidas es mercado o Estado.
No sé si este modelo resistirá. Está aquí, es joven pero puede ser destruido. Parece que va a ser el siguiente paradigma porque tiene sentido. ¿Serán capaces de frenar el impacto? Yo lo dudo.

Asumamos que lleva usted razón. Que en 2050 hay dos sistemas y el capitalismo conocido ha desaparecido. ¿Estaremos mejor?
Sí. Por dos razones: más empleo y el medio ambiente. En las próximas generaciones, 40 años, nuestra única oportunidad es levantar un sistema mejor, más inteligente.

Al capitalismo no se le piden sólo resultados económicos. Se le exige igualdad, distribución de recursos, felicidad, bienestar, etc. ¿Puede traer todo eso, y mejor que ahora, el mundo colaborativo?
No soy un utópico. En absoluto. No quiero transmitir una falsa idea de que se promete el paraíso. Vivo en el mundo real, donde la vida es finita, dura, precaria. Donde cada momento es irrepetible. El viaje del que hablo no es al paraíso, se trata de democratizar el proceso y crear algo sostenible. No resolverá todos los problemas del mundo ni mejorará la vida de todos. Pero es necesario. El cambio climático, que es una parte importante, fundamental, de este discurso, está ahí. Está afectando nuestra capacidad, como especie, de sobrevivir.

¿El compartir será más fuerte que el capitalismo?
Es muy fuerte y lo será porque a los niños les gusta. Las nuevas generaciones creen que compartir mola y están creciendo en internet, donde comparten con naturalidad.

Comparten lo conseguido por el mercado, por sus padres. No algo que hayan tenido que sudar para conseguir.
Importa la percepción, lo que piensan y cómo han crecido. El coste de lo que cuesta producir ha cambiado, seguramente para siempre. Creo que es la métrica adecuada para un mundo sostenible. Es, además, la única forma que conozco para que las nuevas generaciones logren parar la cuenta atrás del cambio climático.

FUENTE :  El Mundo



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