17/12/13

Esperemos que nadie haya de dar su vida por la libertad. De momento los hay que están dando su tiempo y corriendo ciertos riesgos por los derechos y libertades de todos

ESTAMOS ENFADADOS, PERO NO LO BASTANTE
La gente está más atemorizada que enfadada. Las malas noticias nos tienen amedrentados y somos capaces de sacrificar nuestra libertad por la ilusión de la seguridad aunque apenas quede nada que proteger. Además, las formas de participación política más costosas vienen sufriendo el desgaste del miedo. Y los gobiernos, lo saben. 

Iba a titular: ¿Qué tiene que pasar para que “el nivel de discrepancia en España” deje de parecerle a Wert y al gobierno en general “una fiesta de cumpleaños”? pero he preferido versionar a los Ilegales porque solo voy a tratar una modesta hipótesis sobre por qué no arde la pólvora en nuestras calles: porque la gente está más atemorizada que enfadada. 
La teoría de la inteligencia afectiva de MacKuen y Marcus trata sobre el razonamiento emotivo y destaca la importancia de las emociones en nuestra manera de procesar información y producir juicios políticos. Ciertas emociones, principalmente negativas, y sobre todo la ansiedad, activan el sistema de vigilancia. Éste hace que el individuo busque más información sobre un tema y reflexione al respecto. El sistema de disposición, en cambio, activado por emociones como el entusiasmo, nos llevaría a actuar y no a  rumiar sobre lo que desencadena la emoción. Desarrollos posteriores señalan que no todas las emociones negativas pertenecen al sistema de vigilancia. La ira, por ejemplo, desencadena reacciones propias del sistema de disposición, de manera que se ha encontrado relación entre el enfado y la participación política.  También Stéphane Hassel lo vio claro sin tanta teoría: la indignación, prima hermana del cabreo, es un importante motor de cambio político. Parálisis o acción. Miedo o ira. Entre estos dos sentimientos nos debatimos en medio de noticias sobre desahucios, recortes, corrupción, privatizaciones y nuevas leyes demenciales.
¿Cómo andamos de ira los españoles? Regular. La evolución entre 1989 y 2012 de la mención de la irritación y la indiferencia entre los dos principales sentimientos que los españoles asocian a la política. En torno a un 20% de los españoles sentían irritación hace unos 20 años. Desde el 2002, y sobre todo desde 2007, esta proporción crece hasta el 40%. La serie sigue una evolución inversa a la indiferencia, especialmente desde la crisis. Más irritados y menos indiferentes, bien. Pero la creciente irritación no llega a afectar ni al 50% de la población española, frente al 71% que lo que principalmente siente ante la idea de “política” es desconfianza. 
Pasemos al miedo. No tenemos muchos datos sobre el nivel de ansiedad de los españoles con respecto a la actualidad política, pero sí algunas pistas. A finales de 2010 el CIS preguntaba por los sentimientos que albergábamos respecto al año próximo. Un 38% respondió que afrontaba 2011 temeroso, casi un 69% que preocupado, que viene a ser lo mismo. ¿Qué nos preocupa? El trabajo o la falta de él. El barómetro de mayo de 2011 preguntó por qué situaciones daban más miedo; un 32% de los encuestados respondió que quedarse en paro ellos mismos o un familiar directo, y un 35% que quedarse sin el dinero necesario para atender sus necesidades básicas. 
En esa misma encuesta, por cierto, se dio a elegir a los participantes entre el máximo de libertad a costa de algo de seguridad o el máximo de seguridad a costa de algo de libertad. El 63% eligió sacrificar la libertad por la seguridad. No estamos hablando de abuelos temerosos por la escasa iluminación de su calle, sino de efectos predichos por La doctrina del Shock de Naomi Klein. El bombardeo de malas noticias nos tiene amedrentados, y somos capaces de sacrificar nuestra libertad por la ilusión de la seguridad aunque apenas quede nada que proteger. Barber también lo advirtió en El Imperio del Miedo: el gobierno que consigue inocular miedo en su población tiene carta blanca para cometer todo tipo de tropelías por mor de la seguridad. Nuestro gobierno, que lo sabe, prepara una secuencia de leyes que atacan derechos fundamentales y aumentarán brutalmente los costes de movilización.    
Pese a nuestro indudable gusto por manifestarnos –como apuntaba recientemente Aina Gallego en un blog de esta casa-, algunas formas de participación política más costosas ya vienen sufriendo el desgaste del miedo. Preguntados por el CIS si participaron o participarían en una huelga, la proporción de españoles que afirman que ni lo han hecho ni lo harían nunca pasó del 19 % en 2007 al 27% en 2013. Un cuarto de los españoles son esquiroles potenciales en una hipotética huelga general, caso de que todos tengan empleo ese día. Imagino que, aparte de por la antipatía que les despiertan partidos y sindicatos, por el terror a perder lo poco que les queda. Con este panorama, imaginen lo poco probable que es una puesta en escena como la que pide Wert a gritos, con músculo. 
A este respecto, la evolución de las respuestas a esta pregunta del CIS: al margen de su familia “¿hay algo por lo que Ud. considere que merece la pena sacrificarse, arriesgando incluso su vida?” Aproximadamente la mitad de los españoles responden que sí. Cuando se les pregunta más concretamente por los motivos, el más impopular son las ideas políticas, y el más popular es salvar la vida de otra persona, seguidas por la paz y la libertad, por este orden, que ya es revelador. Desde que entramos en crisis, la sola idea de dar la vida por algo o alguien ha perdido apoyos, pero especialmente darla por la paz y la libertad, que han perdido un 10% de adeptos.  Esto es, si algún día nuestra libertad se viera amenazada –no digamos ya la justicia o la “patria”-, y asumiendo que no han exagerado un poco en sus respuestas, sólo un 34% de españoles la defenderían con su vida. Y bajando. 
Esperemos que nadie haya de dar su vida por la libertad, por supuesto. De momento  los hay que están dando su tiempo y corriendo ciertos riesgos por los derechos y  libertades de todos, en las mareas y otros movimientos sociales. A algunos no les parece suficiente, y sueñan con escenas sacadas de Germinal. Pero estamos programados genéticamente para tener miedo, y éste es cuidadosamente cultivado desde la publicidad y otras instituciones para que nuestro comportamiento sea predecible y dócil. No lo vamos a perder en masa de la noche a la mañana. En el mejor de los casos podemos esperar una pérdida gradual del temor por los procesos que han llevado a los miembros de la PAH o a los yayoflautas a la política, más lentamente que la velocidad a la que nos están arrebatando derechos. Lo que sí está aumentando a ojos vista es el enfado de la población. Pero no sabemos cuál es la masa crítica para la fiesta de cumpleaños “gore” o cuáles son los posibles efectos de una mayoría de la población “enfadada” con la política. Tampoco sabemos si entre el próximo paquete de medidas que prepara el gobierno habrá alguna destinada a aterrorizar a los que ya se empezaban a pasar al bando de los enfadados o creían que  el miedo podía cambiar de bando. 



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