El
secreto genera poder.
“Nada
hay ignominioso si redunda en beneficio de la Patria”.
Este
lema atribuido a Nicolás Maquivelo (1469-1527) ilustra la fórmula a
la que los Estados suelen acogerse para justificar las transgresiones
de la Moral y de la Ley en las que sus prácticas acostumbran
incurrir. Si echamos la vista atrás, la magnitud de la estela de
muerte y sufrimiento que la aplicación de aquel lema dejó a su paso
por la Historia universal nos lleva a preguntarnos cómo pudo surgir
tan atroz horror.
Tan
solo dos ejemplos. Pensemos en los 20 millones de víctimas causadas
por el enfrentamiento de cuatro años entre las patrias, francesa y
alemana, durante la Primera Guerra Mundial. O en Hiroshima y
Nagasaki, entre la patria del Sol Naciente y la del Tío Sam: 150.000
muertes instantáneas en apenas dos tardes de agosto de 1945. Pues
bien. Todo aquel horror fue posible gracias a un conjunto de factores
entre los que, por sobre otros, destaca el secreto. Concretamente, al
secreto de Estado.