14/6/24

Cumplir con nuestras necesidades y tener en cuenta también las de los demás

NECESIDADES ANTE LA CRISIS ECOSOCIAL           

PENSAR LA VIDA BUENA EN EL ANTROPOCENO

Los problemas que giran en torno a la crisis ecosocial y al cambio climático han ido calando en la conciencia colectiva de una sociedad que se pregunta si el modelo de vida en vigor en los países que llamamos desarrollados y su correspondiente impacto en el planeta donde vivimos es sostenible o si se deben tomar medidas urgentes para evitar el manifiesto deterioro medioambiental.

La epidemia del coronavirus, y también la guerra de Ucrania y el ataque israelí contra Gaza, han sido una dura llamada de atención que nos ha recordado que somos seres vulnerables: vivimos en cuerpos y entornos que pueden ser dañados, y en ciertas condiciones un problema o desequilibrio que surja en cualquier parte del mundo puede tener consecuencias planetarias.

Esa atención a la fragilidad humana, y los problemas de insostenibilidad medioambiental, definen la pregunta con la que arranca el libro de Carmen Madorrán (1989): «¿Qué necesitamos los humanos para vivir bien?». La autora es doctora en Filosofía y especialista en bioética a través del Máster de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona. Actualmente está coordinando el Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas (GHECO) en la Universidad Autónoma de Madrid, donde también es docente en el Departamento de Filosofía. Centra sus principales líneas de investigación en la reflexión política y moral contemporánea en el contexto de la crisis ecosocial. 

Hay algo que desde el principio queda claro en su libro: hoy en día ya no es posible plantear la pregunta por la vida buena de manera abstracta. El desafío que la realidad de la crisis ecosocial impone a la ética ya no es soslayable. Esto quiere decir que ya no podemos aspirar a una vida buena en tiempos del Antropoceno si no pensamos las necesidades humanas en relación con los límites planetarios y nuestra inserción en la red de la vida, desprendiéndonos del velo de la autosuficiencia y una idea exagerada de autonomía. Por todo ello, la profesora Madorrán parte de un presupuesto que guiará todo el desarrollo del libro, a saber, que la pregunta por la vida buena ya no puede hacerse de forma independiente a la comunidad en que se vive e ignorando las condiciones biofísicas del planeta que la contiene, de modo que la pregunta por la vida buena ya no será solo una cuestión ética, sino también política y ecológica.

En pos de responder a esa pregunta principal por la vida buena, la escritora divide el libro en dos partes generales: la primera tiene como objetivo situar la pregunta en el contexto de la crisis ecosocial, mientras que la segunda pretende utilizar la noción de necesidades humanas como vía para esbozar las condiciones de posibilidad de cualquier vida buena. De este modo, inicia su escrito en la primera parte analizando cuál es el origen de la situación actual, es decir, de dónde venimos. La preocupación por la crisis ecológica no es algo nuevo, sino que desde mediados del siglo XX ha inquietado a científicos, académicos y pensadores. El informe que en 1972 publicó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) a petición del Club de Roma, The Limits to Growth, y que relacionaba cinco variables (el crecimiento de la población, la producción de alimentos, la industrialización, el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación), dejó claro que el crecimiento esperado para los países del mundo no era sostenible.

Si los países industrializados continuaban con sus pautas de desarrollo, era esperable un colapso a lo largo del siglo XXI. Pese al impacto que dicho estudio tuvo sobre la opinión pública y la concienciación inicial que alentó, todo ello quedó olvidado con la implantación de políticas neoliberales a partir de los años 1980. Desde aquel decenio, la huella ecológica de la humanidad ha superado cada año la capacidad de absorción y regeneración del planeta. Dentro del marco de una deuda ecológica que va en aumento, la autora enumera los desafíos que plantea esta crisis para preguntarse si cabe aspirar a una vida buena en el siglo XXI.

La incesante pregunta por la vida buena, que no puede ser otra cosa que una pregunta poliética (apelando aquí a la elaboración de Fernández Buey), impregna un segundo capítulo donde Madorrán pretende exponer los diferentes tipos de aproximaciones que han guiado las reflexiones sobre esta cuestión. En este sentido, la autora justifica su propia aproximación, una «indagación sobre las condiciones de posibilidad de la vida buena (aproximación negativa)» a partir de las necesidades, evitando el riesgo de una noción restringida y homogénea de «vida buena» y aceptando su no univocidad. A continuación, se concluye la primera parte del libro desarrollando una cuestión clave y de principio para la tesis general del libro, a saber, la pregunta por la comunidad moral: «¿quién es el sujeto de esa vida buena cuyas condiciones de posibilidad nos preocupan?»

Si la gran dificultad a la hora de reflexionar sobre la comunidad moral, dice Madorrán citando al profesor Riechmann, está en ese transitar de una moral de proximidad a una moral de larga distancia y tal paso implica el darnos cuenta de que nada humano nos puede ser ajeno, entonces asumir nuestra responsabilidad en nuestras acciones implica buscar una forma de aproximarnos a la vida buena que no estrangule las posibilidades de una vida buena también para las siguientes generaciones humanas (ni que se lleve por delante las vidas de los demás seres vivos). Por lo tanto, el tercer capítulo ofrece un argumento imprescindible sobre por qué debemos «acostumbrarnos a atender también las obligaciones morales de vivir en una comunidad moral ampliada: global, intergeneracional e interespecies».

Con este último argumento crucial, que constituye el paso final para situar debidamente la pregunta por la vida buena en la era del Antropoceno, la autora prepara las bases para, ahora sí, comenzar su reflexión sobre las necesidades humanas. La segunda parte del libro arranca esbozando un breve recorrido por la reflexión multidisciplinar que se ha realizado acerca de las necesidades, para luego explorar mejor las aproximaciones marxianas al concepto de necesidad y detenerse concretamente en la concepción de necesidades radicales que, partiendo de la obra de Marx, realiza Agnes Heller. Tal recurso permitiría entender las necesidades no solo como  carencia sino también como proyecto, «como un motor capaz de dinamizar la acción y la transformación social». El quinto capítulo del libro reúne un conjunto de ideas bajo las cuales la autora considera que se puede pensar mejor, y evitar equívocos habituales, sobre las necesidades en busca de esa incesable pregunta por la vida buena. 

Así, es preciso entender que las necesidades humanas son fundamentalmente biopsicosociales, pues el tipo de animales interdependientes que somos hace que tanto para la supervivencia humana como para la posibilidad de aspirar a una vida buena el sustento haya de ser tanto fisiológico como social. A su vez, conviene distinguir propiamente entre las necesidades, que serían universales, y los satisfactores, que serían los medios culturalmente determinados de satisfacción de esas necesidades. En este sentido, puede resultar a veces útil distinguir entre necesidades y deseos, interpretando a estos últimos en cercanía a la noción de satisfactores.

Lo que diferencia a la necesidad del deseo, nos dice la autora acostándose a la reflexión de Joaquim Sempere, «es que la primera está ligada a la autorreproducción (física o moral) del sujeto, mientras que el deseo es más ocasional, no está ligado a la autorreproducción y tiene un grado superior de libertad». La última idea que contiene este capítulo 5 sería la ya mencionada  doble polaridad del concepto de necesidad, teniendo una vertiente negativa (como carencia) y otra positiva (como potencia o proyecto). 

El conjunto de reflexiones en torno al concepto de necesidad, que muy agudamente realiza en el libro la profesora Madorrán, son aplicadas en el capítulo final, donde trata de pensar «cuáles son esas condiciones necesarias para que cualquier persona pueda aspirar a su concreción de la vida buena». El planteamiento de la autora, en deuda con las elaboraciones de Sempere (L’explosió de les necessitats, 1992, y Mejor con menos, 2009) y de la Teoría de las necesidades humanas de Doyal y Gough (1994), considera imprescindible tener en cuenta la importancia del contexto social, histórico y ecológico en el que se da tanto la esfera de las necesidades como la de los satisfactores, considerando precisamente que no se puede entender una de esas esferas sin la otra.

Es así como Carmen Madorrán plantea y desarrolla su decálogo de diez necesidades básicas, a saber: (1) alimentos y agua potable, (2) salud y seguridad física, (3) afecto y cuidados, (4) reconocimiento, (5) autonomía compartida, (6) equidad, (7) educación, (8) participación, (9) actividades autotélicas y (10) trabajo. Estos son los elementos sin los cuales sería imposible alcanzar cualquier concepción de la vida buena, y la autora los expone realizando una aclaración importante: los ecosistemas en los que vivimos son un elemento transversal e imprescindible para el cumplimiento satisfactorio de todas ellos.

Con todo lo anteriormente expuesto, la autora extrae tres conclusiones distintas en las que se recogen las ideas e intenciones principales latentes en cada uno de los capítulos. La primera conclusión es que las necesidades humanas deben tener prioridad ante los deseos humanos, debido a que no satisfacer las primeras de forma adecuada puede generar un gran daño en nuestro entorno. La segunda es que la moral no puede desconocer el sufrimiento humano, lo que implica que estamos obligados no únicamente a cumplir con nuestras propias necesidades sino a también tener en cuenta las necesidades de los demás. Sin embargo, cabe mencionar la tensión misma que existe, dentro del libro, entre esta centralidad que la autora le da al sufrimiento humano, llegando a citar a Adorno, y una noción de responsabilidad para con una comunidad moral interespecies que parece ir más allá del daño que se le puede producir al ser humano. La última conclusión guarda relación con la situación actual en torno al empleo de recursos: debido a la combinación de la técnica moderna y el uso desaforado de combustibles fósiles los impactos que se pueden generar a nivel medioambiental son enormes.

Esto implica que las consecuencias con relación a las necesidades básicas sean en gran medida más perjudiciales, lo que se traduce en una llamada más urgente para actuar a favor de la sostenibilidad. Una llamada que, como bien concluye la profesora Madorrán, no puede quedarse solo en el plano de una responsabilidad individual, sino que debe ascender a una consideración socioeconómica sobre el capitalismo: en tanto cuestión política, recae también sobre las instituciones políticas y la sociedad civil la tarea de responsabilizarnos para con una comunidad moral ampliada. En este sentido hay que entender las palabras finales del libro: «Podríamos empezar por interiorizar una máxima poliética sencilla para afrontar las difíciles décadas que nos esperan: del planeta según su capacidad, a cada cual según su necesidad».

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