2/5/24

Las paguitas institucionalizan una disuasión para trabajar y la descomposición social

DÍA DEL SIN TRABAJO                          

Diálogo extremeño, (real como la vida misma):

Estoy buscando trabajadores para mi empresa, como estás en paro supongo que te interesará porque las condiciones creo que son buenas.

Bien, depende. Me interesa el empleo si cobro en negro y sin papeles.

No, no, yo quiero que mis empleados estén legales, a cubierto de eventualidades y dados de alta en la Seguridad Social desde el primer momento.

Entonces, no me interesa, que pierdo la paga que ya tengo.

También necesito para limpieza y otras actividades, ¿a tu mujer, no le interesaría trabajar en la empresa?

Pues no, lo mismo digo, que a mi mujer la tengo cobrando la paga de maltratada. 

Este diálogo no es imaginario sino muy real y más frecuente de lo que cabría suponer en paraísos socialistas donde el paro es endémico y mucha gente se ha acostumbrado a no dar un palo al agua y vivir de la sopa boba.

El Uno de mayo era una fiesta del Trabajo, propia de las organizaciones sindicales cuando estaba vigente el marxismo clásico de la lucha de clases antes del posmoderno neomarxismo cultural a lo Gramsci, escuela de Frankfurt o Alinsky, dedicado a la destrucción de la cultura, la intelectualidad, y las instituciones naturales como la familia. La demolición de esas bases de la sociedad tiene consecuencias sobre la actividad económica básica, la que sirve para satisfacer necesidades sociales y como consecuencia sabotea la creación de empleo. 

En esa época, hoy periclitada, los sindicatos solían ser verdaderas agrupaciones de trabajadores mantenidas por éstos y no brazos o tentáculos del Estado financiados por los presupuestos y protegidos en falsa bandera por el poder plutocrático más o menos oculto.  Y eso cuando no producen directamente desfalcos tremendos como el famoso de la PSV, quebrada cooperativa de vivienda de la UGT. Un escándalo de unos 13.000 millones de pesetas de los que se libró de pagar el sindicato socialista.

Aunque el tema del sabotaje del trabajo mediante la instauración de paguitas de sopa boba  daría para varias tesis doctorales creo que se puede intentar explicar su razón de ser y utilidad para el Poder de modo muy sumario.

Las paguitas institucionalizan un factor disuasorio para el trabajo y por tanto de descomposición social. Distorsionan o impiden la actividad económica tradicional, sobre todo de la clase media y de la pequeña y mediana empresa. Favorecen la invasión de inmigrantes con ese pretexto que también buscan la manera de acceder lo antes posible a otra paguita, vivir del cuento, y favorecen el Plan Kalergi de sustitución de la población autóctona, de raza blanca y sociológicamente cristiana.

Desde el punto de vista político crean y mantienen redes clientelares de voto cautivo para los partidos títeres del Gran capital plutocrático que se aseguran así la obediencia al poder mercenario o vicario que ha instalado gracias al poder mediático también bajo su dominio, un poder político de falsa bandera pues está en contra de los verdaderos legítimos intereses de los trabajadores.

Las paguitas hay que financiarlas y desde luego así se hace. Primero con impuestos abusivos soportados por los que aún mantienen una decreciente y cada vez más precaria actividad como los autónomos o los empleados de empresas que sobreviven. Y también por deuda creciente. Deuda que genera intereses, cuyos montantes se distraen de la parte de presupuestos dedicada a cuestiones importantes pero que generan cuantiosos intereses cautivos o ingresos a beneficio de la plutocracia financiera globalitaria que ha instalado a los partidos políticos mercenarios en el poder, para que les sirvan. Y para colmo, la inflación.

Este círculo infernal pudiera intentar superarse mediante el auto empleo o el recurso a sociedades para favorecer la pequeña y mediana empresa.  Existen lo que en Teoría económica se llaman recursos ociosos, conocimientos y necesidades sociales que satisfacer pero la economía de mercado no funciona por el exceso de impuestos y de normativa restrictiva o limitante que la obstaculizan o la impiden. Por ejemplo, ahora hay muchos locales vacíos en las ciudades o fincas rústicas sin trabajar y gentes con alguna capacidad emprendedora pero a la que en las actuales circunstancias no le salen las cuentas.

Pues aquí nos encontramos con otra piedra canallesca en el engranaje disuasorio.  En Teoría de la Organización es bien conocido que el problema de las estructuras organizativas o administrativas sobredimensionadas no es solo de aumento innecesario de costes en perjuicio del usuario o consumidor final o bien de la cuenta de resultados cuando la hubiera, sino del aumento artificial y contraproducente de los procedimientos de relación asociados.  Procedimientos farragosos, costosos o inútiles pero que dan poder casi omnímodo por su dificultad o arbitrariedad en su aplicación a las burocracias que los administran. Burocracias que no aportan ningún valor añadido o utilidad cierta o razonable pero que parasitan inmisericordes a los decrecientes agentes económicos que aún mantienen actividad. 

Son clases  extractivas, parásitas que además de vivir a costa del contribuyente y contribuir a mantener el despotismo político o burocrático dificultan y retrasan la actividad económica verdadera en manos de la ciudadanía común. En cierto modo quizás sería menos perjudicial mandarles el sueldo a casa pero que no intervinieran en los procesos socioeconómicos ni hicieran nada. En España hemos pasado de unos 800.000 funcionarios al final del régimen anterior cuando aún no había informática a ya varios millones y creciendo en los diferentes escalones administrativos de la actual lamentable y ruinosa organización del Estado.

Con los pretextos más peregrinos o sacados astutamente de contexto se perpetran normativas incoherentes, farragosas o demenciales que dificultan o incluso impiden  la actividad de la pequeña y mediana empresa y el desarrollo económico. Tal proceso extractivo de las burocracias se ha convertido en una auténtica plaga para la economía de mercado y en hacer la vida más difícil a los ciudadanos que lo padecen. En efecto, hay que considerar el coste total y no solo el sueldo percibido, de proporcionar un empleo. Cuando ese coste es bajo, el empleo aumenta y también lo hace el nivel de base de la economía, ya que hay muchos empleos y, por lo tanto, más gente que tiene dinero para gastar en bienes y servicios.

Cuando ese costo es alto, las bases socioeconómicas se marchitan, pero los plutócratas se vuelven más ricos, porque pueden obligar a quienes sí tienen dinero a gastarlo en los negocios que ellos poseen, cada vez más en régimen de monopolio, en parte gracias a esas regulaciones abusivas. Debido a que este factor ha sido obviado en la economía convencional, la captura corporativa de las burocracias gubernamentales se ha convertido en una plaga para la verdadera economía de mercado. Los insaciables «regulacionistas» de la izquierda falsaria son cómplices necesarios del gran Capital monopolístico en este sometimiento y descomposición social.

Para terminar, en Occidente desgraciadamente se están abandonando las actividades primarias y secundarias a favor de la comercialización bajo etiqueta falsa y de un determinado sector «servicios», engordado artificialmente como hemos indicado. Si no hay actividad en los sectores primario y secundario tampoco el de los servicios va a prosperar. Y más cuando el proceso de globalización tendería a eliminar sedes sociales y directivos de los países subordinados. 

De donde no hay no se puede sacar y la capacidad impositiva para mantener el tenderete se resiente o termina resultando insostenible. La fragilidad del modelo se ha comprobado dramáticamente con los últimos tristes acontecimientos que nos han mostrado nuestra dependencia estratégica de la producción asiática y de las ocurrencias de determinadas organizaciones internacionales que actúan contra los legítimos intereses nacionales, incluidos los del fomento del trabajo y del empleo.

https://eldiestro.info/2024/05/dia-del-sin-trabajo/   

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