10/10/23

La fuerza común no puede aplicarse para destruir la persona, la libertad o la propiedad

EL DERECHO A RESISTIR                    

Las constituciones establecen el marco de las instituciones formales e informales de la democracia. Los partidos políticos, que forman el gobierno y los que se quedan en la oposición, consiguen y conservan el monopolio de la representación democrática formal.

Así todo el gobierno, la justicia, la legislación y el poder proceden de las instituciones formales.

Pero ¿qué sucede cuando la rebeldía, en forma de derecho de resistencia, está justificada en el marco del derecho positivo y de las mismas instituciones formales?

¿Cómo el ejercicio del derecho de resistencia se convierte en una obligación moral y cívica para resistir la misma ley injusta a través de las formas constitucionalizadas del siempre posible totalitarismo político?

Este trabajo, desde un enfoque epistemológico interdisciplinario entre el derecho constitucional y la ciencia política, se plantea el derecho de resistencia como un derecho-garantía, anterior y superior al Estado constitucional, por su origen en el derecho natural, pero que se habilita en una circunstancia extrema, cuando los pilares del Estado moderno se han derrumbado y se encuentra en una situación límite del derecho positivo.

El trabajo tiene tres partes: la primera define el marco conceptual sobre el actual debate de la materia; la segunda parte discute sobre los elementos estructurales del poder y del derecho; y la tercera parte sobre los límites conceptuales en la tipicidad jurídica de la acción de resistencia. 

Henry David Thoreau: Desobediencia civil y otros textos

Las cosas que más acaparan la atención de los hombres, como la política y la rutina diaria son realmente funciones vitales para la sociedad humana, pero deberían realizarse inconscientemente como sucede con las correspondientes funciones del cuerpo físico.

Son infrahumanas, una especie de vegetación.

A veces me despierto en una semiconsciencia y las noto funcionar del mismo modo que alguien puede sentirse consciente de algunos procesos de digestión en un estado mórbido y llegara así a lo que llaman la dispepsia.

Es como si un pensador se sometiera a ser digerido por la gran molleja de la creación.

La política es, por así decirlo, la molleja de la sociedad, está llena de arena y grava y los dos partidos políticos son sus dos mitades enfrentadas.

A veces se dividen en cuatro y entonces se restriegan unas contra otras.

No sólo los individuos sino también los Estados han confirmado de este modo su dispepsia, lo cual se manifiesta por una inusitada sonoridad que podéis imaginar.

Nuestra vida no es únicamente un olvidar, sino también, en gran medida, un recordar aquello de lo que nunca debimos ser conscientes, al menos no en nuestras horas de vigilia.

¿Por qué no nos reunimos alguna vez, no como dispépticos, para contarnos nuestros malos sueños, sino como eupépticos, para congratularnos mutuamente por el glorioso amanecer de cada día? No pido nada exorbitante, os lo aseguro.

La autoridad del gobierno, aun aquella a la que estoy dispuesto a someterme –pues obedeceré a los que saben y pueden hacer las cosas mejor que yo, y en ciertos casos, hasta a los que ni saben ni pueden– es todavía muy impura.

Para ser estrictamente justa habrá de contar con la aprobación y consenso de los gobernados.

No puede ejercer más derecho sobre mi persona y propiedad que aquel al que yo se la conceda. El progreso desde una monarquía absoluta a otra limitada en su poder, y desde esta última hasta una democracia, es un progreso hacia el verdadero respeto por el individuo.

Incluso el filósofo chino fue lo suficientemente sabio como para considerar que el individuo es la base del imperio.

¿Una democracia, tal como la entendemos, es el último logro posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso adelante tendente a reconocer y organizar los derechos del hombre?

Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad y le trate en consecuencia.

Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo.

Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, tan sólo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo.

Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso aún, el cual también imagino a veces, pero todavía no he vislumbrado por ninguna parte.

No voy a rendirme tan rápidamente ante el mundo, opondré resistencia a la esclavitud, a la cobardía y a la falta de principios de los hombres del Norte.

Ella nos sugiere cuáles son las leyes que han prevalecido más tiempo y en más países y aún prevalecen, de tal modo que llegará el tiempo en que los actos del hombre despedirán la misma fragancia. Así es el olor de esta planta.

Si la naturaleza aún puede crear esa fragancia cada año, yo creo que todavía es joven y está llena de vigor, que su integridad y su fuerza creadora no tienen par y que hay virtud incluso en el hombre, porque es capaz de percibirla y amarla.

Así sucede que el olor de vuestros actos puede realzar la frescura general del ambiente, que cuando contemplamos u olemos una flor, podemos no darnos cuenta de lo inconsistente de nuestros actos en relación con ella, porque todos los olores no son sino una forma de anunciar una cualidad moral, y si no se hubieran realizado buenas acciones, el nenúfar no olería tan bien.

El fétido légamo representa la pereza y el vicio del hombre, la decadencia de la humanidad; la fragante flor que crece de él representa la pureza y la valentía, que son inmortales.

La esclavitud y el servilismo no han dado lugar cada año a flores de suave fragancia para hechizar los sentidos de los hombres, porque no tienen una vida real; son tan sólo decadencia y muerte, ofensivos para todos los olfatos sanos. No nos quejamos de que existan sino de que no los entierren; incluso ellos son buenos como abono.

La ley por Frédéric Bastiat

La ley, ¡pervertida! La ley y tras ella todas las fuerzas colectivas de la nación, ha sido no solamente apartada de su finalidad, sino que aplicada para contrariar su objetivo lógico. ¡La ley, convertida en instrumento de todos los apetitos inmoderados, en lugar de servir como freno!

¡La ley, realizando ella misma la iniquidad de cuyo castigo estaba encargada! Ciertamente se trata de un hecho grave, como pocos existen y sobre el cual debe serme permitido llamar la atención de mis conciudadanos.

¿Qué es, pues, la ley? Es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa.

Cada uno de nosotros ha recibido ciertamente de la naturaleza, de Dios, el derecho de defender su personalidad, su libertad y su propiedad ya que son esos los tres elementos esenciales requeridos para conservar la vida, elementos que se complementan el uno al otro, sin que pueda concebirse uno sin el otro. Porque, ¿qué son nuestras facultades, sino una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de nuestras facultades?

Si cada hombre tiene el derecho de defender, aun por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen el Derecho de concertarse, de entenderse, de organizar una fuerza común para encargarse regularmente de aquella defensa.

El derecho colectivo, tiene pues, su principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho Individual; y la fuerza común, racionalmente, no puede tener otra finalidad, otra misión, que la que corresponde a las fuerzas aisladas a las cuales substituye.

Así como la fuerza de un individuo no puede legítimamente atentar contra la persona, la libertad o la propiedad de otro individuo, por la misma razón la fuerza común no puede aplicarse legítimamente para destruir la persona, la libertad o la propiedad de individuos o de clases.

Porque la perversión de la fuerza estaría, en uno como en otro caso, en contradicción con nuestras premisas.

¿Quién se atrevería a afirmar que la fuerza nos ha sido dada, no para defender nuestros derechos sino para aniquilar los derechos idénticos de nuestros hermanos?

Y no siendo eso cierto con respecto a cada fuerza individual, procediendo aisladamente ¿cómo podría ser cierto en cuanto a la fuerza colectiva, que no es otra cosa que la unión organizada de las fuerzas aisladas?

Si ello es cierto, nada es más evidente que esto: la ley es la organización del derecho natural de legítima defensa: es la sustitución de la fuerza colectiva a las fuerzas individuales, para actuar en el campo restringido en que éstas tienen el derecho de hacerlo, para garantizar a las personas, sus libertades, sus propiedades y para mantener a cada uno en su derecho, para hacer reinar para todos la JUSTICIA.

Por desgracia, es mucho lo que falta para que la ley esté encuadrada dentro de su papel. Ni siquiera cuando se ha apartado de su misión, lo ha hecho solamente con fines inocuos y defendibles.

Ha hecho algo aún peor: ha procedido en forma contraria a su propia finalidad; ha destruido su propia meta; se ha aplicado a aniquilar aquella justicia que debía hacer reinar, a anular, entre los derechos, aquellos límites que era su misión hacer respetar; ha puesto la fuerza colectiva al servicio de quienes quieran explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad o la propiedad ajenas; ha convertido la expoliación, para protegerla, en derecho y la legítima defensa en crimen, para castigarla.

¿Cómo se ha llevado a cabo semejante perversión de la ley? ¿Cuáles son sus consecuencias?

La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy diferentes: el egoísmo carente de inteligencia y la falsa filantropía.

https://www.scabelum.com/post/ius-resistendi-tres-lecturas-para-el-fin-de-semana  

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