EL FUTURO ES DECRECIMIENTO
¿Un libro en el que
se explore el decrecimiento desde una perspectiva explícitamente crítica del
capitalismo y que, al mismo tiempo, vea en los sistemas de dominación el
problema más acuciante al que nos enfrentamos?
Ese es, precisamente, el libro que pretenden Matthias
Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan, con el
texto que tenemos entre manos: The Future is Degrowth. A Guide to a
World beyond Capitalism (Verso 2022).
Y es cierto que lo han logrado. En un recorrido que parte de un detenido análisis de lo que significa crecimiento –porque “necesitamos definir y tener muy claro lo que queremos decir con la palabra ‘crecimiento’ antes de que podamos empezar a hablar de decrecimiento”— y que termina con la afirmación de que “el decrecimiento nos da las herramientas para doblar los barrotes de la economía capitalista y poder liberarnos”, los autores, al asumir su propio reto, producen un texto profundo, en ocasiones reiterativo, en cualquier caso imprescindible, para quienes quieran ahondar en la teoría y la praxis decrecentista.
No en vano, la lectura del texto induce a preguntar y a
preguntarnos por el alcance de las investigaciones, las experiencias y los
sentires, pasados y futuros, del universo decrecentista; y también, a responder
y respondernos sobre el contenido de los muchos debates por cerrar, de las
múltiples propuestas de transformación formuladas, de los riesgos, ocultos y no
ocultos, que conllevan, y de todos aquellos territorios aún pendientes de
explorar para llegar, finalmente, a ese futuro de decrecimiento que el título
del libro nos anuncia.
Un futuro que ni es monolítico ni es singular. Muy al
contrario, una sociedad del decrecimiento comporta, tal como se pone de
manifiesto de forma continuada en el libro que comentamos, una diversidad de
enfoques que lejos de ser excluyentes, se enriquecen y complementan mutuamente.
«Multivalente», dicen los autores, como corresponde a lo que también es
un proyecto político.
Ahora bien, ese proyecto político, ¿es deseable?, ¿es
viable?, y, sobre todo, ¿es alcanzable? Coincidimos con
los autores que es fácil contestar a estas tres preguntas. Vayamos, pues, por
partes.
La crítica al crecimiento
Tal como ya hemos comentado, Schmelzer, Vetter y Vansintjan
empiezan concretando qué entienden por crecimiento: una idea hegemónica tras la que prevalece “la creencia de que el
crecimiento es natural, necesario y bueno, y está ligado, en la medida en que
incrementa la producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, al
progreso y la emancipación”. Pero a esta dimensión económica añaden otras dos,
no menos importantes y que nos llevan a las raíces mismas del crecimiento. La
primera, el crecimiento como proceso social, permite dar cuenta de
la dinámica de estabilización social, “un rasgo esencial de
las sociedades modernas del crecimiento, las cuales, para mantener estables sus
estructuras sociales y reproducirlas, necesitan de una continua expansión
económica, innovación y escalamiento tecnológicos, y aceleración sociocultural”.
La segunda, el proceso material del crecimiento, dimensión que
centra su atención en “cómo el crecimiento, en tanto que proceso biofísico, se
muestra en el mundo material, y cómo su naturaleza expansiva produce contradicciones
socio-ecológicas”.
A partir de estas tres dimensiones, siempre presentes en su
análisis, los autores formulan a lo largo de las más de 100 páginas del tercer
capítulo –un tercio del libro– una amplia crítica al crecimiento como sistema
de dominación, remarcando las diferencias que mantiene con respecto a otras
críticas realizadas desde un enfoque conservador y reaccionario.
Pero la crítica no es una, sino diversa. Los autores
identifican hasta siete formas distintas de crítica, aunque todas ellas tienen
una base común: la deconstrucción de la idea de que el crecimiento económico
es, de por sí, una cosa buena. “Todas las críticas –escriben los autores del
libro– apuntan al hecho de que los seres vivos, humanos y no-humanos, forman
parte de una compleja red de relaciones de interdependencia que no puede
capturar de forma adecuada una mera descripción económica que, en lugar de
explicar la verdadera lógica que hay detrás de las relaciones sociales y
socio-ecológicas, las oculta”. Por este motivo, concluyen los autores, el decrecimiento
critica tanto la “universalización de la racionalidad económica, orientada
ideológicamente hacia el crecimiento como la sustitución de las
complejas redes relacionales por un número, el PIB, que todo lo determina”.
Las siete formas de crítica referidas son:
- la crítica
ecológica, según la cual el crecimiento económico, incapaz de
transformarse hacia un crecimiento sostenible, destruye y seguirá
destruyendo de mantenerse, las bases ecológicas de la vida humana;
- la crítica
socio-económica, que centra su atención en la forma en que se valora
nuestras vidas, interponiéndose el crecimiento económico al bienestar y a
la equidad de todos;
- la crítica
cultural, en la medida en que el crecimiento económico produce modos
alienantes de trabajar, de vivir y de relacionarnos con los otros seres,
humanos y no humanos;
- la crítica
al capitalismo, en tanto que la explotación y acumulación capitalistas
están en la base del crecimiento;
- la crítica
feminista, que centra su atención en cómo el crecimiento económico se
basa en la sobreexplotación de género y cómo devalúa la reproducción en su
más amplio sentido;
- la crítica
del industrialismo, o de cómo el crecimiento económico da lugar a
fuerzas productivas y técnicas antidemocráticas;
- la crítica
Norte-Sur, en la que se analizan las relaciones de dominio y explotación
entre el centro capitalista y la periferia.
Según las van desglosando, los autores van introduciendo una
gran variedad de conceptos –estabilización dinámica, metabolismo
social, bienes posicionales, efecto de los ingresos
relativos, hedonismo alternativo, alienación, modo
imperial de vida, etc.– que sirven de apoyo a sus reflexiones. Reflexiones
que cuentan, así mismo, con el respaldo de un elevado número de referencias a
estudios y trabajos académicos y no académicos en los más variados ámbitos del
conocimiento científico.
Pero si bien cada forma de crítica al crecimiento tiene
sentido en la transformación hacia la sociedad del decrecimiento, aceptarlas de
forma acrítica encierra graves peligros de los que hay que
saberse resguardar.
Es por ello que los autores terminan este tercer capítulo
introduciendo lo que ellos mismos llaman “crítica del crecimiento fuera del
debate del decrecimiento”. Nos encontramos entonces con una rápida descripción
de la crítica al crecimiento formulada desde la esfera conservadora; desde los
movimientos del fascismo verde en sus múltiples versiones –ecofascismo, apartheid
climático, nacionalismo verde–; por quienes, como los antimodernistas,
piensan que es la civilización misma la que debe ser destruida, o por los que
defienden un medioambientalismo de y para los ricos. Todos ellos son
conscientes de que la economía no actúa de forma independiente y que, en
consecuencia, el cálculo económico no puede ser la base principal para la toma
de decisiones.
Algunos, incluso, reconocen que el crecimiento infinito es
imposible y que el desacoplamiento entre impactos medioambientales y
crecimiento es altamente improbable. Pero, tal como apuntan los autores del
libro, ninguno de ellos incorpora en su ideario la justicia social y ecológica,
ni se manifiestan contrarios a cualquier clase de explotación y de jerarquías,
ni se definen como movimientos solidarios, ni aceptan la deliberación como medio
para “sopesar nuestros valores y necesidades en conflicto”. En eso se
diferencian, de forma indiscutible, de lo que pretende la transformación social
del decrecimiento. Algo que nunca se debe olvidar.
Sobre qué es el decrecimiento y los caminos que conducen
a él
La importancia de los capítulos 2 y 3 hasta ahora
comentados, radica en que, con independencia de las muchas aportaciones que
tienen de por sí, fundamentan las visiones de un futuro decrecentista. A
describir tales visiones, a las que desde un principio se les concede su
naturaleza plural, pues “se entiende que la diversidad de perspectivas y
representaciones es una característica central de un futuro deseable”, se dedica el cuarto capítulo del libro.
Se identifican hasta cinco imaginarios –las corrientes
decrecentistas– diferentes, a saber:
- la
corriente orientada a la institución;
- la orientada
hacia la suficiencia;
- la de
los comunes, de una economía alternativa;
- la feminista –de
la que dicen que “está desatendida en muchos relatos, en gran parte porque
los argumentos feministas han tenido que luchar para ser reconocidos en el
discurso del decrecimiento” a pesar de que “los más prominentes conceptos
decrecentistas ya fueron anticipados al menos desde los años 1970 por la
teoría crítica y económica feminista”
- la post-capitalista y crítica
a la globalización.
No vamos a detenernos en describir cada una de estas
corrientes de pensamiento. Lo que nos interesa aquí es
encontrar las respuestas a las preguntas que planteábamos más arriba: ¿es el
decrecimiento deseable?, ¿viable?, ¿alcanzable? Para responderlas, los autores,
a la vista de las diferentes corrientes existentes, aún se ven en la necesidad
de contestar antes a otra pregunta: ¿qué es decrecimiento?
La propuesta de Schmelzer, Vetter y Vansintjan es el resultado de replantear las definiciones que hicieran en su momento autores como Schneider, Demaria, Kallis, Paech, D’Alisa o Parrique, entre otros, y de compilar las conclusiones a las que llegan a la luz del análisis hasta aquí realizado. La presentan bajo la forma de Principios comunes del decrecimiento para una utopía concreta:
“Una sociedad del decrecimiento, es una que, en un proceso
democrático de transformación:
- posibilita
la justicia ecológica global – transforma y reduce el
metabolismo material, y por lo tanto, también la producción y el consumo,
de tal manera que los modos de vida son ecológicamente sostenibles en el
largo plazo y globalmente justos;
- refuerza
la justicia social y la autodeterminación y
aspira a una buena vida para todos dentro de las
condiciones marcadas por este cambio de metabolismo,
- rediseña
sus instituciones e infraestructuras de forma que no dependen ni
del crecimiento ni de la expansión continua para su
funcionamiento”.
Y ahora sí. Tras comentar brevemente cada uno de los tres
vectores de los que se compone la anterior propuesta; tras matizarla y
reforzarla en aquellos puntos que consideran preciso,
los autores ya responden a la primera de las preguntas planteadas: “la sociedad
del decrecimiento, tal como se describe en los tres principios centrales que,
como hemos argumentado constituyen el decrecimiento, y que incorporan las
críticas al crecimiento en una visión integral de la sociedad futura”, es
deseable.
Y ¿qué en cuanto a su viabilidad?
El capítulo 5 del libro se centra en demostrar que el
decrecimiento no es una entelequia, y que, contrariamente a lo que muchos
pudieran pensar, “se amontonan las evidencias de que realmente podría
funcionar”.
En efecto, partiendo del hecho de que no hay una visión
única de la utopía y que, por consiguiente, no hay un único camino para llegar
a ella y que queda espacio para la experimentación, los autores describen seis
vías, o mejor dicho, seis categorías de transformación social que, “en su
conjunto constituyen el eje central típico de las políticas del decrecimiento:
son ‘reformas no-reformistas’ (André Gorz), o propuestas para una ‘Realpolitik
revolucionaria’ (Rosa Luxemburg), que incrementan el poder popular y provocan
una desestabilización y reorientación de las estructuras orientadas al
crecimiento”.
Así, mientras que la primera categoría –a la que
llaman democratización, economía solidaria, y los
comunes– invita a transformar la economía haciendo ver que las
decisiones económicas son problemas políticos y que, como tales, las decisiones
que se adopten deben ser el resultado de la deliberación y participación
ciudadana; la segunda –seguridad social, redistribución y techo
de ingresos y riqueza– centra su atención en la adopción de políticas que
permitan una reapropiación de la riqueza, ya sea poniendo un
límite al volumen de ingresos, ya mediante la implementación de una renta
universal básica, ya desvinculando del mercado los bienes y servicios
(vivienda, alimentación, agua, energía, educación, cuidado de la salud, etc.),
que sean necesarios para garantizar a todos una buena vida.
Otras políticas, como la restructuración de la base
técnico-material de la sociedad; el emplazamiento de la fuerza de
reproducción como foco central de atención social; la democratización
del metabolismo social; o la asunción de un verdadero pluriverso de
alternativas al desarrollo; son el tema central de las otras cuatro categorías
que describen los itinerarios del decrecimiento.
Una vez descritas y comentadas las políticas mencionadas, Schmelzer,
Vetter y Vansintjan plantean su conclusión: “Incluso si están incompletas y en
un estado de incertidumbre y deben desarrollarse y experimentarse aún más las
políticas son clave para hacer del decrecimiento una ‘utopía concreta’.
Siguiendo a Erik Olin Wright, estas políticas indican que el decrecimiento no
sólo es deseable, sino también viable, entendiendo por tal que una sociedad del
decrecimiento podría realmente funcionar”.
Hacia un decrecimiento real
Que el decrecimiento sea deseable, e incluso viable, no
significa que sea realizable. Tal como apuntan los autores del libro, para
hacer que el decrecimiento suceda son necesarios cambios materiales,
económicos, sociales y mentales, los cuales, además de ser complejos, se
solapan en el tiempo y el espacio. “Desde un punto de vista histórico, las
transformaciones sociales profundas siempre han ido de la mano de fuertes
controversias, disputas públicas y, hasta ahora, de (violentos) conflictos. La
escalada del conflicto es altamente probable cuando los cambios propuestos son
directamente opuestos al interés de los poderosos.
Además, la transformación debe surgir de unas condiciones
marcadas por un capitalismo que nunca ha sido tan amplio y global como lo es
hoy, en un planeta que agoniza en medio de una crisis climática y una extinción
en masa crecientes”. Y a pesar de todo, la transformación, de producirse, ha de
ser consciente, radicalmente democrática y pensada
para facilitar una buena vida para todos. “Dada esta inmensa escala
de retos la discusión sobre la transformación del decrecimiento está sólo en su
infancia”, terminan diciendo los autores.
Pero no por eso debe entenderse irrealizable la
transformación de la sociedad hacia el decrecimiento. Schmelzer, Vetter y Vansintjan
dedican el sexto capítulo del libro —a mi modo de entender, imprescindible para
quienes piensen en decrecimiento—, a proponer mecanismos sobre los que apoyar
esa transformación. Y en concreto lo hacen sugiriendo como vía la combinación
de dos estrategias frecuentemente desligadas, e incluso enfrentadas entre sí:
por un lado, las estrategias intersticiales –propias de un
enfoque de acción de abajo a arriba, en las que prevalece la construcción
de nowtopias, de las utopías materializadas en el aquí y ahora–;
por el otro lado, las estrategias simbióticas –en las que,
desde un enfoque de arriba a abajo, se llegan a promover, a través del acuerdo
entre diferentes fuerzas sociales, reformas legales con las que avanzar hacia
el imaginario decrecentista.
Pero, conscientes de las limitaciones que pueden tener estas
dos estrategias, aun dando por descontado que se desarrollan de forma conjunta,
los autores proponen ampliar la acción mediante el uso de estrategias
rupturistas, de modo tal que, desde posiciones de confrontación y
desobediencia civil, se amplíe el debate público y
así, lleguen a construirse corrientes contra-hegemónicas con las que
realimentar y reforzar los logros y avances conseguidos del despliegue de las
otras dos.
¿Cómo organizarse entonces? Los autores proponen lo que,
siguiendo a Lenin, llaman “poder dual”, entendido como “el esfuerzo de
construir movimientos y organizaciones que tienen la capacidad de exigir al
Estado pero que no descansan en el Estado para funcionar”. Tres serían las
componentes de tal poder dual. En primer lugar, la construcción de alianzas más
fuertes y próximas entre los diferentes movimientos sociales; la organización y
construcción de movimientos capaces de bloquear y exigir al capital y al
Estado, por ejemplo mediante acciones de protesta y desobediencia civil, en
segundo lugar; por último, el disponer de fuentes propias de poder, como pudieran
ser los sistemas de economía colaborativa, y el establecimiento de estructuras
democráticas en y entre los mismos movimientos, incluyendo las constitución de
asambleas ciudadanas, consejos y federaciones.
Y aun contando con todo esto, se deberán afrontar enormes
retos y obstáculos a lo largo del camino: “Esta transformación no sólo es
diametralmente opuesta a los intereses de las empresas capitalistas y de los
individuos y grupos más ricos —advierten los autores— sino también al capital
fósil y a los movimientos fascistas que lo defienden y a los intereses de los
gobiernos nacionales. No sólo el monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza,
en manos del Estado, es un enorme reto; las potenciales revueltas en las
relaciones geopolíticas también representan un serio problema.
Si el decrecimiento fuera a implementarse en un único país,
muy probablemente se producirían fugas de capitales, huelgas de dinero,
tensiones geopolíticas y, posiblemente, hasta conflictos armados”. Pero una de
dos, o avanzamos por esta senda y contamos con una organización y movilización
intencionadas y a gran escala para lograr los cambios que necesitamos, o “la
alternativa será que se intensifiquen las crisis sociales y medioambientales y
la cada vez más brutal defensa del modo imperial de vida; en otras palabras, un
eco-apartheid”.
¿Es, pues, posible una sociedad del decrecimiento? “Para
empezar ese viaje —terminan por responderse los autores del libro— necesitamos
un amplio pero unificado ‘movimiento de movimientos’ por la vida y contra el
crecimiento capitalista para dar confiadamente los primeros pasos por este
camino de transformación”. Y añaden: “No tienes que llamarlo ‘decrecimiento’,
pero esperamos que las preocupaciones centrales, tanto de la crítica al
crecimiento como de la propuesta del decrecimiento, se integren cada vez más en
la lucha y las prácticas transformativas. Hay infinidad de formas para avanzar
por este camino. Sea cual sea el que tú elijas, que sepas que nuestras
trayectorias están alineadas”.
Lo que falta
Resolver en un libro, por extenso que sea, todo lo que en
torno al decrecimiento puede decirse es tarea imposible.
Siempre quedarán controversias no resueltas, vacíos por llenar y asuntos que
necesitan de mayor consideración de la hasta ahora concedida. En el último
capítulo del libro se ponen de manifiesto algunas de esas carencias,
sugiriéndose cuatro áreas en las que, a juicio de los autores, aún es preciso
detener la atención. En concreto, quedan planteados estos cuatro temas con la
esperanza de que sirvan para “estimular una más profunda discusión”:
- la
incorporación de los conceptos de clase y raza, frecuentemente olvidados,
en la discusión sobre decrecimiento;
- la
valoración de las ramificaciones geopolíticas que podrían derivarse en el
proceso de transformación social;
- las
tecnologías de la información y el papel que podrían tener en beneficio de
esa transformación;
- la
democratización del proceso mismo, es decir, los modos de participación
que han de adoptarse para garantizar que las decisiones para abordar esa
transición son, en el corto y en el largo plazo, el resultado de una
deliberación abierta e informada del conjunto de la ciudadanía.
Como decía al principio de esta reseña, Schmelzer, Vetter y Vansintjan,
han escrito un libro que considero imprescindible para quienes quieran ahondar
en la teoría y la praxis decrecentista. Espero que así lo vean también quienes
lean estas notas al tiempo que expreso mi deseo por ver el libro pronto
traducido al castellano para facilitar así su difusión y lectura en los países
hispano hablantes. Después de todo, el decrecimiento, tal como se afirma en el
último párrafo del libro comentado, es una guía imprescindible hacia un mundo
más allá del capitalismo, pero “necesitaremos más gente de su lado”.
Solo me queda por decir, parafraseando a los autores, que siendo la transformación hacia una sociedad del decrecimiento algo deseable, viable y alcanzable, romperemos los barrotes que nos atan al capitalismo.
Vamos
a por ello.
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