Reseña de la serie «El Colapso» —L’Effondrement—
Un supermercado con problemas de abastecimiento. Una
gasolinera donde solo se admite comida a cambio del combustible. El despertar
de un hombre adinerado en su mansión y su desesperación por llegar a tiempo al
avión que le llevará a un lugar privilegiado. Una ecoaldea rota por la
aparición súbita de demandantes de asilo. Una central nuclear que explota
(otra) al quedarse sin electricidad. Una residencia de ancianos en la que su
único cuidador se pregunta qué hacer cuando descubre que le han robado la poca
comida que les quedaba. Las dificultades para llegar a una isla-refugio
contratada como seguro en caso de colapso. Y por fin, un flashback para
conocer al científico que días antes había advertido de lo que iba a pasar.
Estas son las ocho estampas, los ocho episodios del
colapso que la serie francesa L’Effondrement nos presenta, de
manera descarnada, sin demasiado contexto, sin mayores detalles, en formato de
plano secuencia y agitada cámara en mano. Estrenada a finales de 2019 en Canal+ Francia, L’Effondrement es la obra de tres jóvenes
cineastas, Jérémy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, salidos de
la escuela de cine Eicar en Saint-Denis.
Por sus
declaraciones, no parecen haber escogido la temática del colapso
civilizatorio por una mera cuestión de modas: “creemos que el colapso es
inevitable, las personas que se ríen de esto no están suficientemente
informadas sobre las realidades ambientales, sobre el estado de los mares, los
bosques, las tierras, el permafrost; prever el colapso no es ser pesimista, es
ver las cosas como son, una situación ecológica cada vez más grave que ya no
responde ninguna acción a gran escala”.
El cine o la literatura distópica no son nada nuevos.
Desde los años 70 y gracias a la popularización del movimiento ecologista y las
primeras crisis del petróleo, la distopía en la ficción nos ha
acompañado: Cuando el destino nos alcance (1973), La
fuga de Logan (1976), El último hombre vivo (1971) fueron
títulos pioneros. Muchas obras posteriores han incidido en las mismas
temáticas: Mad Max (1979), Blade Runner (1982), El
cuento de la criada (1990, recientemente recreada
como serie con gran éxito), Waterworld (1995), Gattaca (1997), La
Isla (2005), Hijos de los hombres (2006), La
carretera (2009), Los juegos del hambre (2012) son
algunos de los títulos más conocidos.
¿Por qué ahora esta serie televisiva de bajo presupuesto
ha creado tanto impacto? Podríamos decir que porque hemos entrado en la segunda
década del siglo XXI acompañados de un variado catálogo de señales alarmantes.
Gobierna un loco populista y narcisista en la Casa Blanca, un oportunista
sinvergüenza en Downing Street y un ex agente del KGB de fuertes inclinaciones
autoritarias en el Kremlin, mientras que asistimos a un auge del neofascismo y
el populismo de extrema derecha por todo el mundo. En lo medioambiental la cosa
no es mucho mejor, los efectos del cambio climático ya no aparecen en los
informes, sino en las portadas de los medios: incendios forestales de nueva
generación que crean su propia meteorología, aumento de fenómenos
meteorológicos extremos, inundaciones, sequías, olas de calor mortíferas, etc.
Y de postre, una pandemia mundial fruto de los desequilibrios ecológicos,
exacerbada por el turbocapitalismo y la hiperglobalización.
Es de suponer que la pandemia, con sus escenas, esta vez
reales, aunque temporales, de estanterías vacías de productos de primera
necesidad en los supermercados y de calles desiertas por los confinamientos
obligatorios (y el estado policial que los acompaña), han contribuido a
debilitar ese cuarto muro simbólico que separaba lo que pasaba en nuestras
pantallas de nuestra realidad. Nos hemos acercado, un poco tan solo, a algo
parecido a un colapso. ¿Explica eso el éxito de L’Effondrement?
No creo que sea así. Muy a pesar de sus autores, creo que
han pesado más las virtudes formales de la serie, su ritmo frenético, sus
escenas angustiosas, su composición a base de un collage de
escenas. Sin duda a los activistas nos ha impresionado de manera diferente.
¿Cuántas veces hemos pensado en qué pasaría con las centrales nucleares en un
escenario de colapso civilizatorio? ¿Acaso no hemos sentido desasosiego frente
a las soluciones privadas, como la de la ecoaldea que aparece en la serie,
frente a un escenario de caos? ¿No tenemos pruebas de que los ricos del mundo
están ya diseñando sus propios botes salvavidas (la isla fortaleza de la
serie)?
En el último episodio, L’Effondrement descubre
sus cartas. Es un flashback en la que acompañamos a un grupo
de activistas que irrumpen en una tertulia televisiva en directo. Su objetivo
es que Jacques Montbla, ingeniero agrónomo y exmiembro de un consejo
gubernamental sobre acción climática, pueda exponer ante la audiencia un
programa de 30 puntos para hacer frente a la inminente crisis. Frente a él, la
ministra francesa de ecología. Finalmente, entre las burlas del presentador y
los tertulianos, y el desdén de la ministra (“es la encarnación del
pesimismo”), el ingeniero consigue hacer llegar parte de su mensaje. Me permito
transcribir la escena en su totalidad, para que los lectores constaten que los
autores del texto no han escatimado ni una coma en su mensaje:
“Lo siento, pero es una irresponsable. Lo que está diciendo… sabe tan bien
como yo que el crecimiento verde no existe. Es una ilusión total. Un engaño.
Bueno, entiendo que tenga que mentir, porque es su trabajo. Y, por otra
parte, es un poco prisionera de un sistema, es completamente prisionera de un
sistema, que no está al servicio del hombre, del ser humano, que no está al
servicio del interés general ni de la vida. Verá, trabaja usted para un sistema
mortífero cuyo único objetivo es preservar los intereses y privilegios de una
casta, y digo casta, no clase, una casta dominante que solo busca su beneficio.
Listo, ya está.
Y no sigo con esto, porque luego me tacha de extremista.
Señora ministra. Las energías verdes de las que habla necesitan materiales
no renovables. Y las energías verdes, perdón, no son suficiente. Así que
olvídelo, por favor. Olvídese del cuento del crecimiento infinito en un planeta
de recursos finitos.
Estamos en un callejón sin salida, pero la señora ministra no se lo va a
decir. Porque tiene que mentir, porque no puede decir la verdad. ¿Por qué?
Porque si seguimos con este crecimiento colapsamos, y si detenemos este
crecimiento, colapsamos.
Vamos a vivir el colapso de nuestra civilización. Y ninguna institución, en
ningún país, está preparada para lo que va a suceder. Esto se lo llevamos
diciendo ya 50 años, desde los años 70, desde el informe Meadows en el 72,
acuérdese. Y todos los años se encarga de recordárselo el IPCC. Pero como no
pasa nada, no hacen nada por cambiar el proceso. Así que yo he venido aquí hoy
a hacer un llamamiento.
Exijo al poder público, al gobierno, una inversión millonaria en un
esfuerzo de guerra histórico, para crear una sociedad sostenible. Y si los
políticos no asumen su responsabilidad habrá que imponérsela, aunque sea por la
fuerza, como hoy, porque estamos hartos ya de ver cómo esta gente juega con
nuestras vidas.
Y les doy un consejo: anticípense a lo que va a pasar. Porque la catástrofe
es inminente y las consecuencias serán desastrosas.
A ver, ¿qué les pido que hagan? Intenten reorganizarse. Intenten crear
equipos, redes de ayuda, en las ciudades. En los pueblos, en los barrios.
Necesitamos urgentemente… necesitamos ganar en autonomía. Tenemos que salir, sí
o sí, del sistema que conocemos. Y tiene que ser hoy, no mañana. Podemos evitar
las hambrunas, la sequía, podemos evitar millones de muertes. Podemos evitar
los éxodos. Podemos evitarlo. Depende de nosotros. No vamos a evitar el
colapso, pero podemos sobrevivir”.
Seguro que los activistas por el decrecimiento, por la
transición a una sociedad más justa y menos autodestructiva sentirán algo
parecido a lo que yo sentí al ver esta escena: alegría por ver este mensaje tan
claramente expresado en una obra de consumo audiovisual para las masas y al
mismo tiempo desazón al entender que L’Effondrement no va a
cambiar las cosas, entre otras cosas porque ya es demasiado tarde, el colapso
es inevitable.
Por otra parte, después de 50 años de advertencias y de
paralizantes miradas al abismo, ¿no es hora de dejar de asomarnos a la
catástrofe y pedirles a los creadores que nos enseñen ese otro mundo casi
imposible, antes de que deje de ser posible del todo? Recursos intelectuales no
faltan. Si este mundo está condenado a desaparecer, que la colapsología sea un
caldero de ideas para hacer posible otro fin del mundo.
Y es que parafraseando la
canción de Gil Scott-Heron, “el colapso no será televisado”, pero sí podemos anticipar y soñar, lo que queremos que venga después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario