5/11/18

Una reflexión sobre cómo organizar igualitariamente la vida en el planeta


¿VUELVE EL FIN DEL TRABAJO?

I

La vida de la población trabajadora está periódicamente amenazada por una pesadilla recurrente: la del fin del trabajo provocado por el cambio tecnológico. No es que la gente esté ansiosa por deslomarse trabajando, o por vivir a las órdenes de un superior. Es que temen que la contrapartida sea el paro, la falta de ingresos, la marginación social.

El debate sobre tecnología y empleo es antiguo. La economía capitalista se caracteriza entre otras cosas por un cambio técnico constante, por desempleo recurrente y desigualdades obscenas. Por lo que sabemos de la historia del paro, los peores momentos, las crisis, tienen menos que ver con la tecnología y más con la organización de la economía y la sociedad. Pero nos dicen que ahora es distinto, porque la digitalización va a permitir no solo sustituir millones de empleos rutinarios, sino que reducirán también empleos “cualificados” porque la inteligencia artificial y la capacidad de cálculo de las máquinas resultará mucho más eficaz. O sea, que el paro no sólo es un peligro para la clase obrera tradicional, sino también para las clases medias educadas.

Los que defienden esta posición suelen ser altos empresarios o técnicos cualificados (ingenieros, científicos) en la materia. Sus opiniones reflejan tanto su percepción de los hechos como sus deseos ocultos (lo que yo llamo sus “sueños húmedos”). Para un empresario, un mundo sin obreros sería ideal. La gestión de personal es siempre una de las tareas más pesadas de cualquier actividad en general. En la empresa, donde los intereses de empresarios y trabajadores están en conflicto ―abierto o latente― esta gestión es aún más ardua. Una empresa sin trabajadores, funcionando automáticamente y dejando al propietario una renta recurrente, es el ideal que todo rentista desearía. También para los altos tecnócratas las personas son un estorbo.


Muchos tienden a pensar que son las chapuceras intervenciones humanas las que provocan fallos y problemas (sólo hay que ver que casi siempre que hay un desastre se alude al fallo humano, sin pensar que a lo mejor este estaba propiciado por la tecnología empleada). Eliminando empleados se reducen los problemas potenciales (Michel Piore, un importante economista laboral, lo descubrió en una investigación hace casi 50 años; los ingenieros entrevistados le comentaron que siempre que el coste fuera soportable, recomendaban la solución que incorporaba menos empleo). Hay un sesgo capitalista y un sesgo tecnocrático en la orientación del cambio tecnológico. No es casualidad que Frederick W. Taylor aunara en su persona el ser ingeniero profesional e hijo de empresario.

Pero esta introducción del cambio tecnológico no ha supuesto hasta ahora la
eliminación del trabajo por muchas y variadas razones. En primer lugar, la
eficacia de la tecnología nunca es completa ni se adapta por igual a todas las
actividades humanas. En segundo lugar, porque las mejoras tecnológicas han
ido asociadas a un aumento en la escala de la producción, a una
diversificación de los bienes y servicio. Y, en tercer lugar, porque las luchas
sociales han impuesto limitaciones al uso de la fuerza de trabajo y han
conseguido que en bastantes casos el aumento de productividad se tradujera
en una reducción de la jornada laboral. Este razonamiento se aplica
habitualmente al empleo mercantil. El reconocimiento de la importancia del
trabajo doméstico muestra además otras cuestiones interesantes. La primera
es que años de cambio técnico no han generado un movimiento de reducción
radical del tiempo de trabajo doméstico. La segunda es que algunas de las
innovaciones en bienes de consumo, más que eliminar el trabajo doméstico, lo
han transformado. Un estudio de hace veinte años de la jornada laboral de las
amas de casa a tiempo completo mostró que su jornada global era parecida.
Lo que había cambiado era su contenido. A principios del Siglo XX, la tarea
principal era la producción doméstica de pan, algo que había casi
desaparecido 80 años después. A finales del siglo pasado, lo que ocupaba más
tiempo era conducir, pues estas mujeres se encargaban de transportar al
resto de la familia y, dado el modelo urbano estadounidense, también debían
conducir para hacer compras, acudir a centros médicos etc. Y, la tercera, que
las propias necesidades familiares han cambiado con el tiempo (por ejemplo,
los procesos ligados al envejecimiento reclaman una enorme cantidad de
cuidados que generan “un segundo ciclo de actividad” posterior al generado
por el cuidado de la infancia). En suma, la tecnología es sólo uno de los
factores que influyen en la carga de trabajo, y sus efectos son a menudo
ambiguos, pues al mismo tiempo reducen y aumentan la carga de trabajo. Por
eso, en la revisión de estudios que ha realizado la Organización Internacional
de Trabajo, la previsión de lo que ocurrirá en el futuro es incierta. Depende de
muchas variables.

II

Las visiones unidireccionales sobre el impacto del cambio técnico olvidan
además cuestiones clave que se pasan por alto en las presentaciones más
repetidas. Se destacan cuando menos tres cuestiones habitualmente
omitidas.

En primer lugar, la introducción de cambios tecnológicos debe superar la
prueba del coste. En una economía capitalista, las empresas invierten para
ganar dinero, y por tanto las inversiones no se deciden sólo por cuestiones
tecnológicas, sino también por rentabilidad. Hay demasiados ejemplos de
tecnologías sofisticadas cuya introducción se ha realizado por parte del sector
público basándose en criterios ajeno a la rentabilidad (desde la energía
nuclear, pasando por el armamento sofisticado o los trenes de alta velocidad).
En segundo lugar, que la digitalización completa exige la creación de costosas
redes de comunicaciones, de pesadas infraestructuras cuyo coste sólo es
pensable por una masiva inversión pública que choca con la realidad de
muchos países y con las orientaciones de las políticas de austeridad. (Desde la
revolución industrial sabemos que el papel del sector público ha sido clave en
la construcción de las bases materiales del negocio privado: canales,
carreteras, internet…). Por último, y posiblemente más crucial: el desarrollo
de la digitalización supone un nuevo salto en el consumo energético global y
en el uso de unas materias primas básicas. Algo que parece imposible de
alcanzar con lo que conocemos como los límites materiales de la actividad
humana. Los defensores de la digitalización global suelen ignorar los
problemas que plantea la energía y el recurso a minerales específicos.

Por tanto, el discurso sobre el fin del trabajo suele ignorar muchas de las
cuestiones que son clave para determinar qué cantidad de trabajo se
desarrollará. O es ignorancia, o el discurso forma parte de una campaña
propagandística con otros fines.

III

Hablar del fin del trabajo en sociedades de empleo asalariado lo que pretende
es un efecto de disciplina social. Se le dice a la gente que su participación
social es redundante, que es prescindible, que la sociedad puede pasar sin él.
Un efecto disciplinante en lo individual: si el trabajo asalariado tiende a
desaparecer, es una especie de lotería mantener el empleo, hay que aceptar
lo que salga pues siempre es mejor que nada. Y también en lo colectivo: si la
clase obrera asalariada es un grupo social a extinguir, deja de tener una
verdadera capacidad de agencia colectiva, deja de representar la posibilidad
de alternativa social. Su destino es formar parte paulatinamente de un grupo
social subsidiario. No es un discurso nuevo, se puso activamente en
circulación por los “think tanks” neoliberales, cuando se repetía
insistentemente la tontería de que el trabajo “es un bien escaso” (la mayoría
de mujeres puede explicar con detalle que es una actividad abundante). Y se
ha repetido paulatinamente en los momentos de crisis. Ahora estamos en una
nueva versión de la misma familia de profecías que buscan “autocumplirse”.
Ahora se da otra vuelta de tuerca, se le dice además a la mayoría de
población, incluso a la educada, que sus conocimientos van a estar obsoletos,
qué sólo los muy preparados y muy competitivos tienen espacio.

Pretende además que la sociedad acepte acríticamente el modelo de
implantación de nuevas tecnologías. Y esto tiene un importante impacto
potencial para las políticas públicas, puesto que se trata de evitar que las
regulaciones reduzcan la rentabilidad de los negocios privados, seleccionen
las formas socialmente más interesantes de usar los conocimientos colectivos
o bloqueen actividades que pueden ser muy lucrativas para algunos a costa
de generar costes sociales insoportables. De esto también va el eslogan de
que el cambio técnico no se puede parar y hay que adaptarse. Esto es lo que
están planteando obscenamente los Uber, Amazon, Deliveroos, etc. Que
aceptemos como “naturales” la degradación de las condiciones laborales, la
desertización de las ciudades y el despilfarro ambiental como una derivada
inevitable de su modelo tecnológico y social.

IV

El futuro de la sociedad humana está siempre lleno de incertidumbre. Las
cuestiones ambientales cuestionan la viabilidad del crecimiento económico y
de los modelos de vida dominantes. Las desigualdades de género, de clase,
de nacionalidad y etnia son causa de grandes sufrimientos y conflictos. El
cambio tecnológico actual impacta sobre estructuras sociales y condiciones
ambientales. Pero no es, nunca lo ha sido, una dinámica natural. La mayor
parte de cambios técnicos se producen en la combinación de políticas públicas
y decisiones individuales, mayormente empresariales. Obedecen a criterios
casi siempre definidos por las élites que operan en interés propio o en
respuesta a sus propias visiones del mundo. Que su impacto sea más o menos
beneficioso para la gente depende a veces de objetivos no buscados, o de que
haya fuerzas sociales que lo orienten en una dirección adecuada. Por eso, el
debate de las tecnologías no puede dejarse en manos de los expertos, sino
que debe ser objeto de un verdadero debate social.

Los que sostienen que estamos ante el fin del trabajo ignoran además la carga
y la importancia social del trabajo no mercantil. Lo que realmente debe
preocupar sobre el trabajo es cómo se reparte toda la carga de trabajo social,
cómo se construyen reglas de juego donde cada persona contribuya
equitativamente a su realización. Si nos interesa la relación entre trabajo,
tecnologías y producción, lo que debemos determinar es qué modelos de
consumo, qué tipos de producción son compatibles con nuestros límites
naturales y con la garantía de condiciones de vida universales. Nos interesa
saber los impactos sociales y ambientales de cada tipo de desarrollo
tecnológico (algo que aclara el debate sobre la energía nuclear). Nos interesa,
en suma, una reflexión colectiva sobre cómo organizar igualitariamente la
vida en el planeta, como orientar, a la vez, las regulaciones institucionales y
los desarrollos tecnológicos más prometedores. Si queremos hablar del
trabajo no podemos reducirlo al empleo asalariado, sino al conjunto de la
actividad laboral.

Y para este debate sobran “gurús” y agoreros, sobran dogmatismos. Lo que se
requiere es una reflexión ordenada, que en lugar de pánicos y euforias genere
capacidad analítica y democracia deliberativa.

Cuaderno postcrisis: 11
Albert Recio Andreu

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