CARTAS DESDE LA SOCIEDAD DEL CARBÓN
Querida María:
Me he acordado esta tarde de ti porque estaba
haciendo limpieza en casa y he encontrado tus antiguos artículos
sobre el decrecimiento y el pico del petróleo. Me parece que tú y
tus amigos agoreros del peak oil os equivocasteis de lleno:
estamos en 2040 y la escasez de petróleo todavía no ha llegado.
Igual que el petróleo convencional fue sustituido a principios de
siglo por el de fractura hidráulica, ahora el fracking ha
sido sustituido por los modernos combustibles sintéticos del carbón.
Como bien dicen los expertos, la tecnología se las arregla para
superar cualquier escasez.
No ha habido un colapso ni una gran caída como
predecíais, la tecnología ha seguido avanzando y el crecimiento
económico sigue consolidándose en las Sociedades Globales. Dices
que los marginados de la Sociedad y los países con estados fallidos
ya no aparecen en las estadísticas y son más del 40%; tienes razón
que no aparecen, pero no creo que sean tantos. Y lo mejor que nos ha
podido suceder, digas lo que digas, ha sido la llegada al poder de
los partidos nacionales en toda Europa. Ellos han sido los que han
puesto orden y han apostado por las nuevas tecnologías del carbón
líquido, abandonando los espejismos renovables de la época Merkel y
los compromisos del Acuerdo de Paris.
Las minas de Centroeuropa
permiten que nuestra economía compita con la norteamericana, que fue
la primera en apostar por los combustibles sintéticos en la época
Trump. ¡Hasta las minas de carbón españolas han vuelto a abrirse!
El otro día estaba tu madre muy preocupada
diciendo que la ciudad está muy extraña, que parece una ciudad
provinciana porque siempre ve las mismas caras en las cafeterías,
que hay poca gente en la calle y sólo se ven robots repartidores y
drones. Creo que la pobre todavía no sabe que hace diez años se
construyeron los muros. No me atrevo a contarle que los barrios de
desempleados quedaron fuera y los arrabaleros sólo pueden entrar en
la ciudad con permiso de empleo. Mamá no es consciente de la suerte
que tiene de pertenecer a la Sociedad, ella todavía tiene esa vieja
mentalidad democrática del siglo XX, y si le cuento lo de los muros
me temo que se le vaya la olla, empiece a soltar sus peroratas sobre
los derechos humanos y nos meta en algún lio.
También dice que los
inviernos han desaparecido, que el centro de España ahora es como
antes era el sur y el norte es como el centro, que nos está tragando
el Sahara. La verdad, yo no me acuerdo cómo era el paisaje cuando
era niña, ni tampoco sé bien cómo es ahora fuera de las ciudades,
no suelo mirar por la ventanilla del coche autoguiado, me duermo en
los viajes.
Tu sobrina nos ha dado un disgusto enorme. Se ha
marchado a las montañas con esos desarrapados de la guerrilla como
te fuiste tú hace años. Decía que estaba enferma, que sus dolores
de cabeza y sus alergias se debían a todas las radiaciones de los
vehículos guiados, los drones de reparto y el internet de las cosas;
además decía que se ahogaba con el smog. El doctor le aseguraba que
su enfermedad es genética y está demostrado científicamente que
las radiaciones no tienen efecto sobre la salud, pero ya sabes que
era aficionada a esas supersticiones de la medicina natural. Mamá
está muy preocupada porque no sabe cómo mandarle sus medicinas ni
cómo sobrevivirá sin ellas. ¿Cómo vivís en esos campos donde no
hay nada más que polvo y robots tractores? Igual te la encuentras
algún día en una de vuestras comunas hippies, quizá robando
gasóleo de un robot ganadero o algún otro atentado terrorista de
esos que gustan a tus amigos.
No sé cómo estáis tan locas de intentar
sobrevivir en ese mundo salvaje, sin robots ni realidad virtual,
trabajando la tierra a mano. Pero tu sobrina es como tú, le metiste
el virus antisistema en la cabeza con esas cosas de la educación
libre, la música y los libros. A los 16 andaba con una panda de
guarros que se dedicaban a jaquear y poner zancadillas a los
robots repartidores porque decían que destruían el empleo del
comercio. Menos mal que cuando llegó el ejército a poner orden no
la relacionaron con ellos.
Me alegro de que tú estés bien y hayas
encontrado la paz en esas historias tuyas. También te agradezco que
te tomes tantas precauciones para escribirme y hacerme llegar estas
cartas en papel, aunque la verdad es que me cuesta horrores escribir
a mano para no dejar huellas digitales en la impresora (ya sabes que
ahora todo está conectado).
De todas formas no entiendo eso que dices en tu
carta: “esa sociedad tuya es capaz de conectar el chip de tu nevera
con los millones de chips de las neveras, coches y aires
acondicionados de todo el mundo, pero incapaz de conectaros con
vuestro cuerpo, con las personas que están a vuestro alrededor y con
la naturaleza que os alimenta. Tampoco os deja conectar dos ideas
seguidas en vuestra cabeza que os permitan ver que el planeta es
limitado y vuestra forma de vida es absurda”…
No sé, María, no soy capaz de reflexionar tan
profundo. Cuando hablas de conectar con la naturaleza, el cuerpo o
las personas no sé a qué te refieres. No me suele hacer falta
hablar mucho con nadie ni pensar en mi cuerpo: si me encuentro mal me
voy a la realidad virtual y me tomo una pastilla de soma, que me deja
como nueva. La verdad es que eres la única persona que me sigue
preguntando por mis cosas y a la que cuento algo. Me ha costado mucho
conseguir pertenecer a la Sociedad y esconder lo tuyo. Esta forma de
vida es muy cómoda y no sé si mi vida es absurda porque nunca tengo
tiempo para pensar. Ahora mismo tengo que limpiar los cristales
porque ayer vino el aire desde la refinería de carbón y se han
puesto negros… aunque quizá mejor lo dejo para otro día: el robot
limpiaventanas me ha avisado de que mañana va a haber tormenta de
arena.
Cuídate y mira a ver si puedes darnos alguna
noticia de tu sobrina. Vuelve a escribirme por medio del chatarrero,
pero dile que tenga cuidado de venir las semanas que no pasa el robot
del reciclado para no despertar sospechas; otra vez estamos en alerta
antiterrorista y, aunque seguimos estando bien situadas, no es
cuestión de arriesgar.
Un fuerte abrazo. Marta.
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