23/9/16

Debemos compartir lo que tenemos en lugar de competir

EL ESPACIO ENTRE LO MISMO DE SIEMPRE Y EL APOCALIPSIS

No sabemos exactamente cómo será una economía industrial postfósil hasta que no estemos ocupados resolviendo una lista de preguntas. (He aquí solo tres: ¿Cuánta inversión de capital vamos a querer y ser capaces de reunir para este propósito? ¿Puede seguir la economía funcionando ante costes mucho más altos de los procesos industriales? ¿Qué le pasa al sistema financiero si el crecimiento del PIB ya no es posible?). 
Nunca lo descubriremos si rechazamos movernos de donde ahora estamos. De hecho, si no hacemos el esfuerzo de impulsar la transición rápidamente, simplemente no habrá una economía postfósil. La sociedad sufrirá sacudidas y se tambaleará hasta que caiga en ruinas.

Dado que los aeropuertos, centros comerciales, rascacielos y barcos contenedores tienen una cada vez menor probabilidad de seguir siendo útiles o replicables durante mucho más tiempo, lo que deberíamos estar haciendo es explorar estructuras que sean sostenibles —y eso implica identificar formas más sencillas de cubrir las necesidades humanas básicas—. Dado que mantener y adaptar los actuales niveles de transporte será un gran reto, probablemente insuperable, podríamos empezar por ponernos como objetivo hacer más cortas las cadenas de suministro y localizar las economías.

La innovación social probablemente interpretará un papel más importante en este proceso adaptativo y transformador que la invención de nuevas máquinas. Sí, necesitamos investigación y desarrollo en cientos de áreas técnicas, como formas de construir y mantener carreteras sin asfalto o cemento; formas de producir productos farmacéuticos esenciales sin combustibles fósiles; y formas de construir paneles solares y turbinas eólicas con un mínimo de combustibles y materiales raros y exóticos.
Pero de hecho ya tenemos formas de baja tecnología de resolver muchos problemas. Sabemos cómo construir barcos a vela de madera; sabemos cómo construir casas muy eficientes energéticamente usando materiales locales, naturales; sabemos como cultivar alimentos sin insumos fósiles y cómo distribuirlos localmente. ¿Por qué no usamos más estos métodos? Porque no son tan rápidos o convenientes, no pueden operar a la misma escala, no dan tantos beneficios, y no se adaptan a nuestra visión del “progreso”.
Aquí es donde entra la innovación social. Para que se produzca la transición lo más suavemente posible, debemos cambiar nuestras expectativas sobre velocidad, comodidad, accesibilidad y derecho. Debemos compartir lo que tenemos en lugar de competir por recursos cada vez más escasos. Necesitamos conservar, reutilizar y reparar. No habrá espacio para la obsolescencia programada, o para disparidades crecientes entre ricos y pobres. La cooperación será nuestra salvación. Así, también, se reconocerá que hay límites —tanto de capacidad del planeta para mantener nuestro número y actividades como del rol de la tecnología para “solucionar” estas crisis—. Pero solo porque ya no podamos seguir aumentando la población, el consumo y la complejidad no significa que no puedan aumentar la felicidad, el bienestar o la prosperidad.
No obstante, estaremos haciendo estos cambios de conducta y de actitud en el contexto de profundas perturbaciones periódicas en nuestra economía y medio ambiente. Por eso una gran parte de nuestro trabajo para cerrar el hueco consistirá en construir resiliencia comunitaria. Esa palabra, resiliencia, es invocada ahora con frecuencia por grandes fundaciones filantrópicas y planificadores militares que ven perturbaciones climáticas en el horizonte. Pero a menudo estas visiones de resiliencia parecen consistir básicamente en construir muros para proteger los distritos de negocios en las ciudades costeras de las subidas del mar, o diseñar equipos de combate para soportar un clima más duro.

Para la mayoría de las comunidades, sin embargo, los esfuerzos importantes para construir resiliencia probablemente se darán más al nivel de base y serán menos burocráticos. Mejorar la resiliencia consistirá en evaluar vulnerabilidades específicas y luego construir amortiguadores (como depósitos de suministros esenciales), aumentar barreras (por ejemplo, creando más resistencia frente a las inundaciones mediante la restauración de humedales), o aumentar las redundancias (diversificando las fuentes de alimentos locales mediante el apoyo a jóvenes campesinos). También implicará fortalecer la cohesión y la confianza sociales animando a la participación en organizaciones comunitarias y acontecimientos culturales.

En el Post Carbon Institute hemos estado investigando cómo construir resiliencia comunitaria desde hace varios años. Hemos publicado una colección de libros sobre el fortalecimiento de los sistemas alimentarios locales, sobre cómo empezar proyectos de energía renovable locales y cómo mantener capital de inversión en circulación dentro de las comunidades en lugar de dejarlo fluir hacia centros financieros distantes. También albergamos un sitio web robusto, actualizado diariamente, www.resilience.org, que proporciona a los lectores ensayos meditados y descripciones de buenas prácticas seleccionadas de proyectos de cierre de hueco de todo el mundo.

Hay otros proyectos en marcha, como una serie de vídeos para estudiantes universitarios sobre sostenibilidad y resiliencia, y un Community Resilience Reader  (Lector de Resiliencia Comunitaria). Nos gustaría hacer mucho más, pero hemos descubierto que financiar la exploración o el cierre de hueco es relativamente poco convincente comparado con lo disponible para proyectos como: ¿Quieres construir una autopista para trabajadores de los suburbios que viajan al centro?, ¿Una terminal para la exportación de GNL?, ¿Un nuevo complejo residencial formado por estructuras pensadas para durar solo unos 50 años?, ¿Usando cantidades desorbitadas de energía para calentar y enfriar, y emplear materiales de construcción que tienen las cantidades más altas posibles de energía embebida? ¡No hay problema! ¿Cuántos millones necesitas? 

Pero para un centro distribuidor de comida local, un intento de Ciudades en Transición, un mercado para productos locales, una incubadora de empresas cooperativas, una biblioteca de herramientas, hay, como mucho, calderilla.

Incluso algunos donantes a organizaciones sin ánimo de lucro, gente por otra parte inteligente e informada, huyen del trabajo de cerrar hueco en favor de un apoyo continuado a grandes organizaciones medioambientales convencionales que intentan frenar la marea de destrucción medioambiental o prometen un futuro energético limpio que no requerirá de cambios profundos en cómo vivimos. Estas se consideran evidentemente una apuesta más segura, aunque sus esfuerzos notorios para batallar con los combustibles fósiles y socavar intereses pueden ofrecer poca ayuda tangible a la gente común a medida que la transición energética se acelera debido al hundimiento termodinámico de la industria petrolera mundial.
Los miles de personas que trabajan para cerrar el hueco y crear resiliencia merecen más atención y apoyo, y no solo porque sean individuos prácticos y solidarios —como son la mayoría de ellos—. Proporcionan a la sociedad, después de todo, el equivalente a un seguro anti-incendios y cinturones de seguridad en un momento en el que es seguro que los fuegos metafóricos y literales y los choques van a ser más frecuentes y graves. Es la cantidad y calidad del trabajo que se pueda llevar a cabo dentro del hueco lo que determinará quién sobrevive y cuántos sobreviven, cuando el boom estalle.

Cuando se trata de pronosticar el futuro, contadme entre los pesimistas. Estoy convencido que las consecuencias de décadas de obsesión con el mantenimiento del BAU serán catastróficas. Y esas consecuencias podrían estar sobre nosotros más pronto de lo que incluso algunos de mis compañeros pesimistas suponen.
Sin embargo no voy a dejar que este pesimismo (o ¿es realismo?) me impida hacer lo que todavía se puede hacer en hogares y comunidades para evitar la completa fatalidad. Y, aunque décadas de fracasos en imaginación e inversiones han desahuciado multitud de opciones, creo que todavía hay algunas alternativas posibles al BAU que proporcionarían en realidad mejoras significativas en la experiencia diaria de vida de la mayor parte de la gente. El hueco se halla donde está la acción. Todo lo demás —ya sea fantasía o pesadilla— es una distracción.
(Traducción de Carlos Valmaseda del artículo “Exploring the Gap Between Business-as-Usual and Utter Doom”  publicado en el web del Post Carbon Institute.)

Extracto del artículo. Ver texto completo en:




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