SOCIEDAD
CASHLESS: El corralito monetario ya está aquí y tú con esos pelos
Al final de la
escapada: Futuro y fuga del dinero
Aunque
tentativamente damos un plazo de diez o quince años para el cierre definitivo
del sistema monetario sobre nuestras cabezas, en este mismo año veremos avances
significativos en esta dirección. Por un lado el fracaso manifiesto de la
expansión monetaria obliga a los estados a buscar refugio en “la solución
final”. Por otro lado vemos que, mientras aumenta la penetración y la carga
publicitaria del pago móvil, grandes bancos mundiales como Goldman Sachs se
animan a entrar en el mercado de las criptomonedas no sólo por ventajas obvias
de agilidad comercial sino para ganar “profundidad estratégica”.
La
perspectiva puede parecer ominosa, pero la aparición de monedas no estatales es
la reacción inevitable que ha de manifestarse justo cuando la concentración de
poder del sistema monetario imperante amenaza con hacerse absoluta. Pero tener
su propia criptomoneda con su encriptación y sus cadenas de bloques no es algo
que sólo puedan hacer los bancos. Si se les permite a los bancos, no se le
puede prohibir a ningún agente o comunidad, no importa lo pequeña que sea, si
es que puede desarrollarla. ¿Y si no se permite? Es casi imposible prohibir las
criptomonedas, ante ellas al estado sólo le caben dos alternativas: el ataque
informático, o la persecución policial de los usuarios como delincuentes.
Justo
cuando el círculo parece cerrarse surgen las bifurcaciones; éstas son
completamente inesperada y nada tienen que ver con pesados antagonismos
dialécticos.
En su libro “Un mundo radicalmente beneficioso: Tecnología,
automatización y creación de trabajo para todos” Charles Hugh Smith propone un
nuevo tipo de comunidades basadas en su propia creación del dinero, a las que
denomina abreviadamente CLIME, acrónimo en inglés para Community
Labor Integrated Money Economy, o Economía de comunidades de dinero
integrado en el trabajo [7]. Las comunidades CLIME quieren ser sistemas
distribuidos e igualitarios de pertenencia voluntaria creados para cubrir
necesidades concretas y cuyo trabajo es pagado con dinero creado por la misma
comunidad.
Esta
propuesta se deja incluir muy bien dentro de una corriente amplia y plural de
movimientos horizontales o desjerarquizados que asumen la descomposición del
actual sistema y lo ven como una oportunidad para construir algo nuevo desde
abajo y desde los intersticios que se abren. Aquí la horizontalidad se entiende
ante todo como un principio de democracia económica con un modelo práctico que
pueda sostenerse, prosperar y hacer un inmenso número de cosas que a los
grandes agentes del modelo actual no les interesa hacer. Tendemos a asumir que
el estado y las compañías buscando el máximo beneficio, en su degradada
simbiosis, forman la economía sin más. Pero la economía comunitaria es un
tercer sector irreductible a los anteriores por diversas razones:
1.
Permite
prioridades y metas fuera de la lógica del máximo beneficio, sin estar
financiadas por el estado.
2.
Se basa en la
propiedad y la operación local sin estar controlado por agencias ni jerarquías
externas, incluyendo la provisión de dinero.
3.
No puede
endilgar los riesgos de sus decisiones a otros, como ocurre continuamente con
grandes empresas y burocracias.
Pero
ya el primer punto es suficientemente amplio, pues por más que se nos quiera
hacer ver lo contrario, hay muchas más necesidades que no se rigen por la
lógica del máximo beneficio que las que se rigen por él. Para sacar provecho de
este hecho hay que crear una infraestructura que permita a la gente prosperar
trabajando y recibiendo servicios dentro de otra lógica impuesta por las
comunidades pero que no se encierre en ellas.
Las
comunidades CLIME aceptan el principio de competición y sus miembros tienen
libertad para entrar, salir y buscar otras comunidades, así como a pertenecer a
varias a la vez, o incluso estar trabajando simultáneamente fuera de la
economía CLIME. A lo que sí se comprometen es a aceptar siempre su moneda como
forma de pago.
La
economía CLIME es distribuida, descentralizada y por lo tanto escalable: se
puede extender de un centenar de grupos a cien mil o un millón con muy poco
costo central dado que cada grupo añade su propio servidor y contribuye con un
mínimo al mantenimiento del sistema global. CLIME emite su propio dinero y se
autofinancia después de que ha puesto a punto sus cinco motores de software:
1.
Para organizar
la comunidad.
2.
Para la
acreditación entre iguales y verificación del trabajo.
3.
Para la
distribución, administración y emisión de su criptomoneda.
4.
Para un
mercado global de bienes y servicios producidos por individuos y grupos de
comunidades.
5.
Una cámara de
compensación y transacción para la moneda CLIME.
Los
cinco motores están automatizados y de su software ya existen ejemplos con un
éxito probado:
1. ICANN o Linux para
la administración privada sin ánimo de lucro de sistemas globales; 2. Yelp para rankings privados;
3. Bitcoin para una moneda no estatal global;
4. Craiglist para un
mercado privado y compra-venta entre iguales.
El
quinto motor, para transacciones y compensaciones cuantitativas de moneda es
aún menos complejo y hay montones de alternativas disponibles. Todos estos
sistemas son de bajo coste y pueden extenderse indefinidamente; ya se usan a
diario por millones de personas, y sólo hace falta reorganizarlos con una nueva
finalidad. Se basan en el texto y requieren una memoria modesta para los
actuales estándares.
A
pesar del soporte informático las comunidades CLIME son en principio
comunidades locales reales, no virtuales, con necesidades muy concretas que
cubrir. Se dedica una porción importante del tiempo a la verificación del
trabajo ejecutado y a la prevención del fraude, lo que es indispensable para
que perdure el sistema. Pues si no se ejecuta el trabajo por el que se paga, la
moneda, que no tiene otro respaldo que el trabajo, pierde valor.
Así
pues, la moneda CLIME toma de Bitcoin la tecnología básica de la cadena de
bloques, pero no el sistema de minería para la asignación del valor. No es,
pues, una moneda basada en la escasez, como podría ser Bitcoin o el patrón oro,
que siempre se prestarán a la especulación por acumulación y a la concentración
de poder. El respaldo es el trabajo: a trabajo hecho, dinero hecho según la
valoración pertinente. Una moneda así es inmune a la inflación siempre que el
trabajo produzca algo que es valioso y escaso en la comunidad.
La
moneda CLIME, llámese como se llame, es aceptada con idéntico valor por
cualquier otro grupo CLIME en cualquier parte, aunque los costes de la vida
puedan ser muy diferentes. Corresponde a los grupos establecer la compensación
del trabajo en cada lugar. Por otro lado, la cámara de compensación puede
establecer los cambios con las monedas exteriores al sistema, las divisas
ordinarias de todos conocidas, o incluso otras criptomonedas privadas que vayan
emergiendo.
En
principio cabe ver esta economía como un gran mercado negro creciendo a la
sombra de la economía ordinaria y buscando su propio sol. ¿En qué es en lo
primero que uno piensa si le dicen que van a prohibir el uso de billetes o de
cualquier otra cosa? En el mercado negro, naturalmente.
Por otra parte, y junto
a otras propuestas parecidas, las comunidades CLIME pueden ser una excelente
idea, pero encuentra su mayor obstáculo en la masa crítica de usuarios
necesaria para que su moneda goce de aceptación y apreciación. Para superar
esta barrera se apela al efecto multiplicador de la red, en que el valor de una
utilidad depende del número de usuarios. Como es sabido, si sólo hay cien
teléfonos su utilidad es tanto menor que si hay cien millones, y lo mismo
ocurre con las monedas. Aquí este efecto red podría despegar más fácilmente
porque la red de redes y sus terminales ya están hechos, y sólo hace falta que
esta utilidad tenga una demanda suficiente.
Y
aquí es donde mejor puede apreciarse la complementariedad de los dos
movimientos, el del estado-imperio-corporativo por cerrar su campo de
concentración de siervos monetarios y el de las criptomonedas que intentan
salir de esta prisión. El primero con todo a su favor parece tener ganada la
partida, pero ahora le surge, medida por medida, una inopinada fuente de fugas.
El segundo, en comparación, parece tan débil, y sin embargo nada puede
fortalecerlo como la búsqueda de la exclusividad del primero. Hay empero un
denominador común: ahora mismo, el agravamiento de la crisis del sistema actual
favorece a ambos; más adelante, a medida que ambas propuestas cobren entidad,
ya se irá viendo cuál es el desarrollo.
Una
tentativa así de democracia económica con soberanía monetaria no pretende ni
ser antisistema ni ser una alternativa política. Ve al conjunto del sistema
actual como condenado e inviable, pero ve también que sin ser forzada por su
creciente deterioro la gente nunca hará acopio de determinación para buscar
otras cosas. Dado que esta caída no es un acontecimiento sino un largo proceso,
no carecerá de puntuación histórica. Y es en el ámbito de tales inflexiones
donde tal vez Hugh Smith se nos antoja menos previsor; pues para él, un sistema
como el CLIME debería ser tolerado e incluso bienvenido por gobernantes
inteligentes, en vista de su efecto amortiguador de la caída. Hugh Smith no se
ocupa de las fuerzas que pueda haber en acción para buscar una forzada
convergencia; los que están en la cumbre se resignarían sin más a ir perdiendo
el control de las cosas. Pero rara vez se ve resignación en el poder.
Algunas consideraciones
Un
plan como el de la economía CLIME no es una improvisación surgida al amparo de
las últimas tecnologías y algunas corrientes de moda, como la memoria selectiva
de algunos podría hacerles creer. Más bien es una propuesta que intenta
resolver con medios nuevos problemas que ya fueron correctamente identificados
por Proudhon y que siempre han estado en el punto de mira de las corrientes
mutualistas. El problema más grande de la economía, nos parece, es el de su
sistema monetario: quien controla el dinero controla todo lo demás. Y el
problema más grande de la sociedad, y de la sociología que estudia la sociedad,
es el de las oligarquías y los privilegios que determinan la estratificación
social.
Michels,
aquel sociólogo alemán que se unió al partido fascista italiano, habló de “la
ley de hierro de la oligarquía”, y si hasta ahora oligarquía y organización han
sido sinónimos, aún está por ver hasta dónde puede organizarse lo humano sin
estructurarse en niveles y jerarquías. Pero en el mundo moderno es indudable
que el problema del grifo del dinero y el de la oligarquía financiera son uno
sólo con dos aspectos diferentes. Proudhon ya lo había entendido antes de que
viniera Marx a enturbiar todo convirtiendo el tema concreto y sensible del
dinero en el oportunamente abstracto del “capital”, y el tema de privilegios no
menos concretos en la omnímoda “lucha de clases”.
La
explotación venía de lejos, pero es justo con la industrialización que el
crédito takes command como
motor inmóvil del nuevo orden. Los circunloquios y devaneos para conseguir no
hablar de esto, con la plusvalía y todo lo demás, son a menudo cómicos. Si a
esto añadimos que en el capítulo de la historia se decreta la derrota del
capital y el triunfo del proletariado como inevitables -la tesis más opiácea
sobre el devenir histórico que quepa concebir- uno puede comprender la utilidad
de sus análisis.
Pero
la época de las adhesiones masivas dirigidas por unos pocos pasó a mejor vida,
y lo que vemos ahora es una proliferación de tentativas de vocación horizontal
con una retahíla familiar -cooperativas, sistemas de comercio local o LETs,
barrios autiogestionados, producción y negocios entre iguales (P2P),
asociaciones de ayuda mutua, el procomún, tecnología a escala humana,
agricultura comunitaria, economías informales, determinadas organizaciones no
gubernamentales, y así sucesivamente. No se puede dar un juicio homogéneo sobre
proyectos tan dispares, pero está claro que la idea subyacente y la motivación
está en ir más allá de la burocracia estatal y la lógica corporativa
adueñándose de los espacios en que se revela su falta de pertinencia e
incompetencia.
Ciertamente
no faltan iniciativas de este tipo, y prosperarían incomparablemente más si se
acierta a encontrar una solución lo bastante general para su financiación.
Algunos dirán que no es necesaria ni deseable una solución universal, puesto
que puede haber infinitas maneras según las circunstancias de conseguir el
dinero o medios necesarios. Los LETs o sistemas de comercio local con su propio
crédito sin interés fueron tal vez la primera respuesta a esta necesidad, pero
como modelo no ha experimentado “el efecto red” y el interés se ha desplazado a
otras fórmulas, como las monedas de tiempo, que tampoco trascienden la
marginalidad.
Como
vemos, todas estas iniciativas nacen en la marginalidad, pero tienen nostalgia
de la universalidad -o al menos de sus ventajas. Es a lo que nos han
acostumbrado las grandes divisas cambiables en cualquier parte del mundo; pero
no sólo ellas, puesto que “el movimiento del espíritu”, como el del dinero,
toma ya como punto de partida lo global abstracto para dirigirse a continuación
a los particulares.
Dije
de pasada que contra las criptomonedas sólo se podría luchar por el ataque
informático o por la persecución policial de sus usuarios, ambos a menudo
combinados, por la ventaja estructural con que cuentan los estados en materias
de espionaje y vigilancia. Claro que hay una tercera posibilidad muy en el
flujo natural de este proceso, y que no excluye para nada las anteriores:
multiplicar las opciones de criptomonedas para dividir a los usuarios e impedir
que alcancen masa crítica, un poco como se neutraliza un partido nuevo con otro
nuevo más, aunque con una dinámica de proliferación más virulenta. Visto lo de
Goldman Sachs, algunas o muchas de las criptomonedas podrían reconducir el
vellón de los usuarios a la Criptarquía sin tan siquiera ellos saberlo. Ante
estos riesgos evidentes, no hace falta decir que uno debería juzgar siempre una
moneda por la trasparencia intrínseca de su funcionamiento; pero
simultáneamente nadie se hurta a la “fuerza” de la moneda en cuestión, al cómo
y a cuánto se cambia. En estas condiciones, una guerra de criptomonedas estaría
cantada.
Una
de las características peculiares del sistema CLIME de Hugh Smith es que no
tiene crédito. Se emite dinero, pero no se emite crédito. No hay banco, por lo
tanto. Esto es notable porque la mayoría de los modelos de los reformadores
monetarios quieren acabar con el endeudamiento, pero no juzgan necesario prescindir
del crédito -éste puede extenderse a unos intereses nulos o mínimos. En el
CLIME el dinero surge del trabajo y nada más. Esto lo hace mucho más
trasparente, aunque muchos juzgarán que el crédito es una institución demasiado
poderosa como para prescindir de ella. Si un usuario del CLIME necesita dinero
por adelantado, tendrá que buscarlo, o a nivel informal dentro de su comunidad,
o en otras instituciones fuera del sistema.
Hugh
Smith divide la riqueza en capital tangible, capital intangible, capital simbólico
y de infraestructura. El capital tangible lo integran el capital financiero
(dinero en efectivo, inversiones comercializables), el capital natural (toda la
naturaleza) y el capital fijo (maquinaria, herramientas, redes de
comunicación…). El capital intangible se desglosa en capital humano
(conocimiento y experiencia), capital social (relaciones que hacen posible el
comercio y la cooperación productiva) y capital cultural (las instituciones
sociales y políticas que hacen posibles los aumentos productivos)
El capital
simbólico comprende a las herramientas conceptuales que hacen posibles nuevas
formas de ser productivo (por ejemplo el concepto de crédito o el movimiento de
software libre). Finalmente el capital de infraestructura es el conjunto de todas
las otras formas de capital trabajando unidas y que es más que la suma de sus
partes (para ver la falta de infraestructura imaginemos a un potentado “hecho a
sí mismo” caído en un desierto sin ninguna forma de poder disponer de su
riqueza, sus conocimientos, sus habilidades).
Estas
diferentes riquezas englobadas bajo la expresión “capital” siempre serán algo
otro que una cuestión de dinero o capital acumulado, aunque se diría que el
espíritu del capitalismo, en última instancia, quiere reducirlo todo a dinero,
homogéneo, líquido y de disponibilidad ilimitada. El marxiano “todo lo sólido
se desvanece en el aire”sí que se revela visionario y alquímicamente cierto,
pues de lo que se trata siempre es de movilizar, y por tanto, de aumentar la
parte volátil a expensas de la fija.
Que
vivamos en una edad en que “todo es espíritu” lo prueba el que nada echamos
tanto de menos como aquellas pocas cosas que el espíritu, ahora como mera
inteligencia, no ha asimilado. Antaño el espíritu era lo vivificador, hoy es lo
que chupa la sangre; antaño era lo pacificador, hoy es lo que no deja nada
quieto. Antaño era la olímpica independencia, hoy no es nada si no tiene algo
que incordiar, aunque no deja de soñar en la Autocracia. La lista de contrastes
podría seguir, sepamos poco o
nada de lo que pueda ser el otro espíritu, todo lo que se presumía de él éste
otro lo pone del revés a las mil maravillas. ¿Pero no suena como el colmo de
las paradojas que los grandes bancos, los grandes atesoradores del capital y
donde se supone que se pudre el dinero, sean los que más se quejan de la falta
de liquidez? Claro que la liquidez no es dinero, sino, como nos explica
puntualmente Wikipedia “la cualidad de los activos para ser convertidos en
dinero efectivo de forma inmediata sin pérdida significativa de su valor”. Todo
lo que no es obligación, hasta las piedras, son “activos”, con lo que ya está
todo dicho. Y de los mismos pasivos u obligaciones ya se cuidan de hacerlos tan
activos como se pueda.
Somos
bien conscientes del gran excedente laboral para la demanda del sistema, pero
se ignora en mucha mayor medida que hoy también hay enormes excedentes de
capital -de capital financiero. Por eso el interés básico ronda el nivel cero y
amenaza con entrar en territorio negativo. Estos grandes excedentes sobrevuelan
apresurados nuestras cabezas pero no traen lluvia porque lo que buscan es
rendimientos altos que cada vez son más raros. Las causas de estos excedentes
de capital, que es un fenómeno relativo con respecto al rendimiento, pueden ser
opinables, pero el hecho es difícil de negar, y no han de quedar sin
consecuencias. Incluso con grandes derrumbes bursátiles y la depreciación de
sus valores, parece difícil de concebir la vuelta a un mundo con escasez de
capital.
La lectura más palmaria de estos excedentes es que vienen de los
excesos de emisión de dinero por parte de los bancos centrales, pero tal vez
seguirían dándose también sin tales excesos. Naturalmente, también tendría que
ver con cómo se hincha la base monetaria con el fermento del interés para sacar
dinero-deuda del aire, ese predominio creciente del volátil sobre el fijo que
está en el núcleo duro del sistema. Y por supuesto, está relacionado con el
interés mismo y las expectativas de rendimiento en la inversión. Pero,
mirándolo en su conjunto, creo que es algo inevitable y crónico que expresa
cómo el sistema fracasa a todas luces en asignar los recursos.
Lo
cierto es que la gran mayoría de la población trabajadora es incapaz de
aprovechar ese excedente del mismo modo en que el capital aprovecha el
excedente de trabajadores; la asimetría no puede ser más chocante. Y en esto no
hablamos de conseguir “créditos baratos”, lo que también se ha hecho poco menos
que imposible, sino en hacer fuerza de esa debilidad del capital. ¿Cómo?
Justamente, creando una moneda de trabajo para crear nuestro propio trabajo. Ni
que decir tiene, la asimetría viene de la estructura vertical contra la libre
circulación del dinero. Pero si sobran los trabajadores en el sentido ordinario
y sobra el capital financiero, ¿qué hay hoy que sea escaso, qué hay que no sólo
no pierda sino que aumente su valor? La respuesta de Hugh Smith es el
trabajo con sentido, esto es lo que se está haciendo cada vez más raro. Y
es difícil negarlo. Cada vez más, el significado, incluso en términos
económicos, es otra de las cosas que tienden a evaporarse dentro de las
coordenadas del estado corporativo. Es otro reflejo más del clamoroso fracaso
en la asignación de recursos, de que tanto se preciaba el viejo
capitalismo.
En
definitiva, el actual sistema encuentra una utilidad decreciente tanto en el
trabajo como en el capital, o una creciente inutilidad, a la espera de que
seamos nosotros quienes lo juzguemos prescindible.
Ya
vemos el peso que tiene la democracia política sin democracia económica; pero
hablar de democracia económica sin soberanía monetaria también son palabras
vacías. Y es que algunos de los que hablan de democracia económica parece que
sólo esperan un paraíso de las PyMEs. La moneda que propone Hugh Smith para una
economía CLIME es desde luego un concepto igualitario, lo que nadie puede
prever es cómo se las puede arreglar en un escenario de guerras de monedas,
choques económicos y tentativas del imperio para absolutizar su control
monetario-policial.
Algunos
siempre dirán que esta postura es economicista porque pretende reducir
complejos problemas sociales y políticos a la esfera económica. Desde luego,
aquí nadie está hablando de resolver todos los problemas, sino de que éste ha
sido un problema primordial, seguramente el más importante y con más
ramificaciones, y cuyo tratamiento en la política convencional brilla por su
ausencia. Nos hemos atrevido a decir que es el problema número uno en el
sistema económico y social, o al menos que lo ha sido desde la revolución del
crédito, también conocida como revolución industrial. Pero no sólo ocupa un
lugar primordial e insustituible en la estructura económico-social, sino que la política
monetaria es la piedra angular de toda la economía
política, cuando se asume la primacía de la política sobre la economía. Más
aún, cuando respondía a su carácter legal era el único atributo de la soberanía,
del poder indivisible, que ejerce una presión continua y uniforme (y tal vez
por esto se advierta menos). Y, por idéntica razón, ha sido el mecanismo más
insidioso y eficaz a la hora de vaciar la soberanía de los antiguos
estados-nación. Sin el dinero no hay soberanía y sin soberanía no hay sujeto
político. Entonces, ¿qué se pretende que sea la política cuando hablamos de
política? Sólo que, quién sabe si por mala suerte o por casualidad, entre las
diatribas de todos los partidos y corrientes del espectro no encontró su lugar
en el orden del día.
Las
condonaciones de deuda tampoco son la solución si luego todo vuelve por sus
fueros; es como aliviar al burro de su carga para no reventarlo y que aguante
todavía más. Por otro lado si se habla de nacionalizar la banca y no se
pretende terminar con el sistema de reserva fraccional de dinero-deuda, se
sigue amparando la misma estructura de privilegio aunque cambien en parte los
beneficiarios, persisten los mismos ciclos de burbujas y estallidos, la misma
alocada necesidad de crecimiento a cualquier precio: todo lo indisolublemente
asociado con el mal del capital.
En
Suiza, donde ciertamente el público está más al tanto de las cosas del dinero,
se ha logrado reunir las 100.000 firmas necesarias para llevar a referéndum la
abolición de la reserva fraccional. Las probabilidades de que tal medida se
lleve a cabo son algo mayores que cero, pero ahí queda eso.
Dentro
de poco hasta a los del plan B europeo los tendremos hablando de “alternativas
monetarias”. Demasiado tarde, porque para cuando ellos nos vengan con el cuento
y nos hablen de sus enormes ventajas y del relanzamiento del estado de
bienestar y de aliviar la desigualdad sólo serán los vendedores de lo que ya se
ha decidido en otras instancias. Nos hablarán de alternativa cuando ya no haya
otra alternativa… y los de más arriba y no pocos más creerán por un momento
tocar el punto de fuga aunque todos sabemos que un punto de fuga nunca se toca.
Charles Hugh Smith ofrece una propuesta práctica digna de ser atendida
y que podría beneficiar a miles de iniciativas que buscan salir de este sistema
y construir su independencia económica. Mejor que despotricar contra el sistema
y “caer en los placeres autodestructivos de la indignación” es votar con los
pies y dejar de usar su dinero. O depender de él cuanto menos
Rebelión ha publicado este
artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en
otras fuentes.
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