21/3/11

Sentir-nos solitaris, ajuda a sentir-nos solidaris

SABER ESTAR SOL               (Texto en castellano a continuación)

La persona té dos pols que es componen d’un tú i un jo.Si només em preocupa trobar l’altre perquè em faci companyia en la meva vida de solitud, vaig per mal camí. Hem de saber viure de les pròpies reserves. 

La dificultat de saber estar sol, ve de lluny. Trobaríem les seves arrels en la nostra infantesa. La mare que vol satisfer totes les demandes del seu infant,va per mal camí. L’Infant ha d’anar aprenent poc a poc a estar sol: A trobar-se amb ell mateix; a fer-se amic d’ell. Si la mare acut a la més mínima senyal, el farà totalment dependent. La mare ha de treballar aquests dos valors: La pertinença i l’autonomia. Acudir a ell quan ho necessita, i deixar-lo quan no ho necessita. Aquí hi trobem les arrels de l’autoestima.

Cada persona no és una meitat, sinó un enter. Una parella no està feta de dues meitats, sinó de dos enters. Estem poc entrenats per viure sols, que no vol dir desemparats, sinó aprendre a viure amb nosaltres mateixos. Si jo estic bé amb mi mateix, sabré estar bé amb els altres.


Sentir la fiblada de la solitud en algun moment, no és cap desgràcia. Al contrari, ens obre una finestra al món, connectant amb aquells que se senten sols de veritat, perquè no tenen res, a ningú. Sentir-nos solitaris, ajuda a sentir-nos solidaris.

Però per arribar aquí hem de dedicar-hi temps. Hem de tenir el nostre raconet: Entrar en la nostra cambra interior, i allí encendre el foc de cada dia. Cultivar el nostre oasi. Pot ser un llibre, o contemplar, no pensar.

Que aquest exercici de lectura i silenci és temps perdut, que no condueix a res? Doncs mirem la desfilada de gent que va anar i va cap a Orient en busca d’una espiritualitat senzilla i austera.
Tenim a mà el silenci, la contemplació, l’oració. També tècniques com el Ioga i el Tai-Xí, perquè buscar a fora el que tenim ja dintre? Som una mina. Només cal que l’explotem.

Joan Escales
Ermità al Pallars Sobirà

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SABER ESTAR SOLO

La persona tiene dos polos que se componen de un tú y un yo. Si sólo me preocupa encontrar el otro para que 
me haga compañía en mi vida de soledad, voy por mal camino. Tenemos que saber vivir de las propias reservas.

La dificultad de saber estar solo, viene de lejos. Encontraríamos sus raíces en nuestra infancia. La madre que quiere satisfacer todas las demandas de su niño, va por mal camino. El niño debe ir aprendiendo poco a poco a estar solo: A encontrarse con él mismo, a hacerse amigo de él. Si la madre acude a la más mínima señal, lo hará totalmente dependiente. La madre tiene que trabajar estos dos valores: La pertenencia y la autonomía. Acudir a él cuando lo necesita, y dejarlo cuando no lo necesita. Aquí encontramos las raíces de la autoestima.

Cada persona no es una mitad, sino un entero. Una pareja no está hecha de dos mitades, sino de dos enteros. Estamos poco entrenados para vivir solos, que no quiere decir desamparados, sino aprender a vivir con nosotros mismos. Si yo estoy bien conmigo mismo, sabré estar bien con los demás.
 

Sentir la punzada de la soledad en algún momento, no es ninguna desgracia. Por el contrario, nos abre una ventana al mundo, conectando con aquellos que se sienten solos de verdad, porque no tienen nada, a nadie. Sentirnos solitarios, ayuda a sentirnos solidarios.

Pero para llegar aquí hemos de dedicar tiempo. Debemos tener nuestro rinconcito: Entrar en nuestra cámara interior, y allí encender el fuego de cada día. Cultivar nuestro oasis. Puede ser un libro, o contemplar, no pensar.

Que este ejercicio de lectura y silencio es tiempo perdido, que no conduce a nada? 

Pues observemos el desfile de gente que fue y va hacia Oriente en busca de una espiritualidad sencilla y austera. Tenemos a mano el silencio, la contemplación, la oración. También técnicas como el Yoga y el Tai-XI, ¿Por qué buscar fuera lo que tenemos ya dentro? Somos una mina. Sólo es necesario que la explotemos.

Joan Escales
Ermitaño en el Pallars Sobirà


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ENTRADA RELACIONADA:

Aprender de la soledad

"Nuestra relación con la soledad es un buen indicativo de nuestra salud emocional. Cuando sabemos estar solos, estamos bien con nosotros mismos y con el mundo. Y, una vez más, la clave está en el equilibrio porque la cuestión de la soledad va asociada a la de su opuesto, 1a compañía. Saber estar solo es saber estar acompañado y viceversa, ni huir de la soledad ni convertirla en refugio para no afrontar la vida. La solución está en establecer un círculo de vínculos gratificantes, los cimientos para una vida más plena."

Pocas perspectivas nos atemorizan más que la de la soledad. La imagen de encontrarnos completamente solos, incomunicados y separados de otro nos da terror: ser los únicos habitantes de una gran ciudad o estar extraviados en un páramo desolado...
Y es que, de forma natural, carecer de vínculos afectivos o la ausencia de otros con quienes compartir nuestra intimidad nos llena de desasosiego.
Pero, ¿qué es lo que hace que la soledad sea tan difícil de soportar? ¿Por qué nos produce esa profunda angustia, difícil de explicar, para la que muchas veces no encontramos consuelo? La respuesta es que la soledad, en un nivel básico, es percibida como una amenaza para nuestra supervivencia.

Carencia de contacto

Para los humanos de culturas arcaicas, la soledad era un estado peligroso y temible para todos. El grupo era indispensable para satisfacer las necesidades vitales de alimento, refugio y protección. Por lo tanto, el que un individuo se separase del grupo era tanto un peligro para sí mismo como una actitud que debía ser sancionada por el resto. De ahí que muchos tabúes y ritos "primitivos" apuntaran a fortalecer los vínculos con los otros y a disuadir a cualquiera que pudiese debilitarlos.

Y en el mundo de hoy -donde podría plantearse que la relación con el otro no es indispensable para la supervivencia- la soledad sigue inquietándonos por un aspecto tan indispensable como el alimento: el contacto con otros, el ser tocado, llamado y estimulado. Todo eso es necesario para un adecuado crecimiento y desarrollo, como lo prueban los casos de hospitalismo, niños que por ausencia de sus madres son criados por el personal hospitalario y a pesar de ser alimentados y cuidados adecuadamente, no aumentan de peso como debieran, no tienen un adecuado nivel de defensas y se desarrollan con mayor dificultad. En algún momento, los profesionales de la salud se dieron cuenta que de lo que carecían estos niños era de contacto.

La necesidad de vínculos no termina, sin embargo, con la adultez. Nuestra identidad se construye en relación a los demás, nuestra vida está organizada en tomo a las relaciones interpersonales. Ya Aristóteles escribió que aquél que puede vivir fuera de la sociedad es un dios o una bestia. Nietzsche, en su filosofía del superhombre, retomaba esta frase para decir: "Pues entonces seamos dioses, cortemos los lazos de dependencia que nos debilitan". Pero lo cierto es que no somos dioses. Somos humanos que necesitamos de los vínculos con los otros porque está en nuestra naturaleza.

Dos caras de una misma cosa
Sin embargo, todos nos hemos sentido solos en algún momento de nuestra vida. Es más, todos estamos, en algún punto, irremediablemente solos. Esta soledad es consecuencia inevitable de la conciencia de uno mismo, pues esa conciencia nos enfrenta también con un mundo externo del que estamos dolorosamente separados.

Recuerdo que un día, siendo yo niño, me encontraba en mi habitación sin saber qué hacer. Nos habíamos mudado poco tiempo atrás y aún no había hecho amigos. Me acerqué entonces a mi padre y le dije: -Papá, estoy aburrido. -Hijo, tienes que aprender a estar solo -me respondió con gran aplomo.
Tiempo después, una tarde, mi padre entró en mi habitación y me encontró jugando solo. Debía ser algo frecuente en ese tiempo y esto le preocupó. Me preguntó: -Hijo, ¿no crees que sería bueno que hicieras más amigos?
-Tú me dijiste que tenía que aprender a estar solo... Pues ya aprendí -le repliqué con cierto tono de reproche.
Y él, tras detenerse a pensar unos segundos, concluyó:
-Bueno, ahora tienes que aprender a estar acompañado y ya lo tendrás todo.

Experiencias inevitables

En aquel momento no pude sino enfadarme, pero con los años el episodio fue tomando otro significado. Lo que mi padre me transmitía entonces era que para vivir bien es tan necesario poder transitar momentos de soledad como poder relacionarse con otros.
Ambas son experiencias ineludibles en nuestra vida y si, en función de evitar esa angustia, apartamos cualquiera de ellas, nuestra vida se limitará demasiado.
La soledad es un problema tanto para aquéllos que se sienten aislados de los demás como para los que deben correr de una compañía a otra para no encontrarse ni por un segundo con el malestar que les produce estar solos. El objetivo no es, entonces, eliminar la soledad ni prescindir de los otros, sino poder pasar con fluidez de una situación a otra. El pensador suizo Benjamín Cons-tant escribió una vez que la vida consiste en salir de las cosas; yo añadiría que consiste tanto en entrar como en salir.

Un equilibrio necesario
Así, la soledad presenta una doble naturaleza. Por un lado, nos permite contactar con nosotros mismos, nos brinda tranquilidad, paz y un espacio para la reflexión y la creación y, por otro, despierta sentimientos de tristeza y dolor que nos empujan a contactar con otros, a salir de nosotros mismos.

Cada uno de estos aspectos expresa un deseo que se contrapone con el otro y que intentamos equilibrar. Por un lado, deseo de individuación, de establecer límites, de diferenciamos; por otro, deseo de relajar esos límites, de disolvernos en el otro y de ser uno con el mundo. Por lo tanto, estamos condenados a nuestra soledad y, en la misma medida, empujados a trascenderla.

En todos los grandes mitos o historias de héroes y profetas, se advierte un período de soledad, una retirada del mundo de los hombres, para volver luego a actuar entre ellos bajo una nueva forma. La desaparición de Jesús en el desierto, la iluminación de Buda bajo el árbol Bodhi, el largo viaje de Ulises. Como si esa soledad hubiese sido necesaria para producirla transformación de un hombre en alguien capaz de modificar su entorno. En nuestras vidas, más modestas, también existen momentos en los que nos replegamos sobre nosotros mismos para poder continuar luego nuestra vida hecha de encuentros con otros. Aceptar estos períodos como parte de un proceso puede ser una primera manera de perder el temor al fantasma de la soledad.

Estar solo o sentirse solo

Ocurre, en ocasiones, que este "estar solo" se eterniza, deja de ser un momento y uno pasa a sentirse encerrado, atrapado en un círculo del que se tiene la sensación de que es imposible salir. Aparece entonces la sensación de la soledad. Y digo sensación porque la soledad es una apreciación subjetiva: me siento solo. Por ello no importa si estoy efectivamente solo o si hay personas alrededor: lo que produce ese desasosiego es la carencia de relaciones significativas, la falta de posibilidades de intimar.

Efectivamente, para que alguien se sienta en soledad no es necesario que esté aislado. El prestigioso psicólogo estadounidense Allan Fromme decía que no hay lugar más solitario que la ciudad de Nueva York en hora punta, rodeado de miles de personas que también se sienten solas.

Muchas veces, soledad y aislamiento se entrelazan, pero en ocasiones una persona que todavía mantiene vínculos con los otros puede encontrarse a sí misma sintiéndose sola. Es más, los mismos vínculos que una vez fueron significativos y enriquece-dores pueden, de no ser alimentados, estancarse, "petrificarse" y dejar de ser un rico lugar de encuentro.

El antídoto para la soledad
Así, no cualquier "otro" es un antídoto contra la soledad. En general, para que eso sea posible, ese alguien debe ser percibido como proveedor de cierta seguridad, accesible y con buena capacidad de escuchar. En mi opinión, el principal rasgo que diferencia a alguien significativo -cuya presencia puede aliviarme el sentimiento de soledad- de otras presencias, es la sensación de que a esa persona yo le intereso.

Cuando siento que a otro le intereso -aunque eso no signifique necesariamente que le gusto ni que me quiere- comienzo de alguna manera a sentirme acompañado. Por ello, si bien no cualquiera puede aliviar por sí solo la soledad de alguien, muchos pueden "convertirse" en compañeros que contribuirán a empequeñecerla. No se trata, por lo tanto, de encontrar a alguien que nos rescate de nuestra soledad, sino de construir vínculos que comiencen a abrir ese círculo en apariencia intraspasable.

Creo que la idea de construcción puede sacarnos del lugar de la impotencia en el que, muchas veces, nos encontramos al sentirnos solos. Entender la naturaleza esencial de nuestra soledad, entender que es un lugar por donde todos debemos pasar y que existen muchos modos de relacionarnos con los demás para satisfacer nuestra necesidad de contacto, hará posible fundar esos cimientos que nos permitirán crear o restaurar los lazos con los otros.
Fuentes:  Por Demián Bucay - Revista "Mente Sana" Nº8

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