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18.4.19

Defiendo el Derecho a ser distinta, sobre todo en la manera de vivir


¡QUÉ PERVERSA DECADENCIA!


¡¡Qué perversa decadencia!!” Así decía el robot hedonista de la serie Futurama (con permiso del robot demonio, mi personaje secundario preferido) para, a continuación, completar la expresión con algún retorcido placer robótico que su hedonismo le dictara en ese momento (desde pedir que le rociaran con chocolate caliente a que le lijaran los pezones con una lija de metales…). Pero la perversa decadencia a la que me quería referir no es la de esos pequeños placeres personalesque no hacen daño a nadie o, en el peor de los casos, sólo a quien los disfruta. Quería referirme a una decadencia más extendida (o sistémica, que es una palabra de más nivel). Se trata de una decadencia que, a medida que los seres humanos tenemos más influencia en nuestro entorno, se vuelve más (auto)destructiva, y que muestra sus efectos en la creciente desigualdad entre las personas, la destrucción de nuestros recursos naturales, la cronificación de problemas como la pobreza o muchos conflictos armados, el surgimiento de movimientos extremistas de todo tipo o el recrudecimiento de la xenofobia. Una de esas decadencias de manual.

Si excavamos un poco en todo este lodo de problemas se pueden adivinar varios pilares. Esos pilares descansan en el modelo de extractivismo global exacerbado, que tiene un claro sesgo de poder hacia una serie de élites (élites que son en mayor medida originarias de una serie de países, aunque no exclusivamente). Me gustaría detenerme en tres pilares que creo que reflejan especialmente bien esta decadencia y que, si se actuase sobre ellos, quizás fuera viable otro mundo con menos sufrimiento.