¡QUÉ PERVERSA DECADENCIA!
“¡¡Qué
perversa decadencia!!” Así decía el robot hedonista de la
serie Futurama (con
permiso del robot demonio, mi personaje secundario preferido) para, a
continuación, completar la expresión con algún retorcido placer
robótico que su hedonismo le dictara en ese momento (desde pedir que
le rociaran con chocolate caliente a que le lijaran los pezones con
una lija de metales…). Pero la perversa decadencia a la que me
quería referir no es la de esos pequeños
placeres personalesque
no hacen daño a nadie o, en el peor de los casos, sólo a quien los
disfruta. Quería referirme a una decadencia más extendida
(o sistémica,
que es una palabra de más nivel). Se trata de una decadencia que, a
medida que los seres humanos tenemos más influencia en nuestro
entorno, se vuelve más (auto)destructiva, y que muestra sus efectos
en la creciente desigualdad entre las personas, la destrucción de
nuestros recursos naturales, la cronificación de problemas como la
pobreza o muchos conflictos armados, el surgimiento de movimientos
extremistas de todo tipo o el recrudecimiento de la xenofobia. Una de
esas decadencias de manual.
Si excavamos un
poco en todo este lodo de problemas se pueden adivinar varios
pilares. Esos pilares descansan en el modelo de extractivismo global
exacerbado, que tiene un claro sesgo de poder hacia una serie de
élites (élites que son en mayor medida originarias de una serie de
países, aunque no exclusivamente). Me gustaría detenerme en tres
pilares que creo que reflejan especialmente bien esta decadencia y
que, si se actuase sobre ellos, quizás fuera viable otro mundo con
menos sufrimiento.