17/8/23

Si el grupo tiene hasta cuatro personas, es probable que haya una sola conversación

LOS LÍMITES DE LA CONVERSACIÓN

Prefiero las charlas en ‘petit comité’

La recursividad es frecuente cuando hablamos con los demás y puede alcanzar construcciones difíciles de entender si se leen de corrido, del tipo: yo «pienso» que tú «crees» que me «pregunto» por qué «supones» que «pretendo» hacer lo contrario de lo que «quieres» que haga.

Cada una de estas recursividades, seis en total, están indicadas con un verbo que sugiere un estado mental diferente, es decir, un intento de saber qué pienso o qué piensa el otro. Este es uno de los motivos por los que nuestras relaciones pueden ser tan embrolladas. A la vez que es muy fácil que se originen malentendidos en cada uno de los grados de recursividad.

Lo raro, de hecho, es que nos entendamos. Y todo se complica exponencialmente si, además, la interacción no se produce entre dos personas, sino entre media docena.

El lenguaje, en ese sentido, es una herramienta que se pretende bisturí en estas lides, cuando en el fondo, en demasiadas ocasiones, obra como un martillo neumático.

Sutilezas del lenguaje

El lenguaje humano es una herramienta formidable que nos permite comunicar ideas, compartir emociones y construir relaciones. Sin embargo, a pesar de su poder casi taumatúrgico, resulta sorprendente cuán limitado puede llegar a ser. No solo parece ser un medio insuficiente a la hora transmitir la profundidad y la complejidad de nuestros sentimientos, sino que también presenta limitaciones en nuestra capacidad para interactuar simultáneamente con un gran número de personas.

En realidad, no se trata de que no seamos capaces de dirigirnos a multitudes, pues los discursos, las conferencias y las presentaciones son claros ejemplos de comunicación unidireccional a grupos numerosos. La verdadera limitación aparece cuando se establece una interacción bidireccional, es decir, una conversación.

Cuando se estudian cómo tienen lugar las conversaciones en diferentes países del mundo, a pesar de las diferencias culturales y ambientales, parece aflorar un patrón común: rara vez perduran las conversaciones que involucran a más de cuatro personas.

Parece que existe un límite casi natural de cuatro participantes para mantener una conversación sostenida y coherente. Cuando una quinta persona intenta unirse a la conversación, la dinámica del grupo cambia de manera significativa, usualmente resultando en la división de la conversación original en dos grupos diferenciados.

En su libro Amigos, el antropólogo, psicólogo y biólogo evolucionista británico Robin Dunbar  refiere un estudio realizado por él mismo en el que se observó el tamaño del grupo social (es decir, el número de personas sentadas alrededor de una mesa en un bar) y el número de personas que realmente participaban en una conversación independiente.

A partir de estos datos, advirtió que los grupos sociales tienden a generar una nueva conversación cada vez que su tamaño alcanza un múltiplo de cuatro. Si el grupo tiene hasta cuatro personas, es probable que haya una sola conversación. Si hay más de cinco, se formarán dos conversaciones; con más de ocho habrá tres, y con más de doce, habrá cuatro.

Esto no significa que uno esté obligado a permanecer en la misma conversación cuando el grupo se divide. Las conversaciones son entidades dinámicas; las personas suelen moverse de un subgrupo a otro, o incluso iniciar conversaciones individuales, especialmente cuando el tema principal ya no les resulta interesante.

Límites cognitivos, líderes y alborotadores

La existencia de este límite de cuatro personas para las conversaciones podría estar arraigada en nuestra biología o en la dinámica social, pero sin duda es un elemento fundamental para entender la forma en que nos comunicamos.

Así pues, según Dunbar, la única forma de evitar que una conversación que involucra a más de cuatro personas se divida en pequeños círculos es transformándola en una conferencia. En ese caso, se instauran normas socialmente aceptadas que obligan a los participantes a mantener un silencio respetuoso para no interrumpir al orador principal. Si se elimina esta regla o se retira al conferenciante, pronto se desatará el caos, como sucede, por ejemplo, cuando un agitador comienza a interrumpir al orador y se niega a sentarse.

Parte del problema es que, si se busca la equidad en el turno de palabra, cada nuevo participante que se incorpora a la conversación disminuye el tiempo de intervención de los demás. En una conversación con diez participantes, solo tendrás la oportunidad de hablar durante un minuto de cada diez (si se distribuye el tiempo equitativamente), por lo que te verás obligado a escuchar a los demás hasta que llegue tu turno.

Esto se debe a una regla psicológica inmutable que estipula que solo una persona puede hablar a la vez. Si se rompe esta norma, se generará confusión cuando varias personas intenten hablar simultáneamente.

Por lo tanto, algunas personas optan por relegarse a sí mismas al papel de oyentes. Algunos estudios sugieren que suelen ser las mujeres, quizás porque su tono de voz suave es más difícil de escucharse entre el ruido) o se separan para formar su propio grupo (lo que puede dar lugar a conversaciones segregadas por género). En mi caso, suelo ser este tipo de persona. La que habla poco o nada.

Mentalización

Sin embargo, la mayor limitación en cuanto al número de personas que pueden participar en una conversación probablemente radica en nuestra capacidad limitada para mentalizar.

Para mantener una conversación fluida, debemos observar a cada participante y considerar su disposición para hablar, para saber cuándo es nuestro turno y cuándo deberíamos ceder el turno a alguien más, así como lo que es apropiado decir y lo que no. La autorregulación es crucial en este contexto: el delicado equilibrio en la toma de turnos solo se mantendrá si somos capaces de contener nuestra inclinación a acaparar la conversación.

El valor de la mentalización fue claramente destacado en un estudio llevado a cabo por Jaimie Krems, de la Universidad de Oklahoma. Krems estudió varios grupos de conversación en un campus estadounidense, contabilizó la cantidad de personas que los integraban y luego tuvo la perspicacia de preguntarles sobre qué o quién habían estado discutiendo.

Se encontró que si la conversación se centraba en el estado mental de una persona ausente, nunca había más de tres personas en la conversación. Si la conversación se centraba en el estado mental de un miembro del grupo, o en un tema trivial (dónde comerían ese día), el límite estaba en cuatro personas.

Es decir, que parece que ajustamos la cantidad de estados mentales que debemos manejar en la conversación a lo que queremos discutir.

Ficción

Todas estas conclusiones también quedan reflejadas en la ficción. Jamie Stiller y Jaimie Krems  realizaron un análisis exhaustivo de las obras de Shakespeare y el cine contemporáneo, utilizando para ello el número de personajes que aparecían simultáneamente en escena como indicador del tamaño del grupo de conversación.

Descubrieron, así, un límite estricto de cuatro personajes tanto en las obras de Shakespeare como en las películas de Hollywood. Los investigadores, incluso, analizaron dos géneros cinematográficos muy diferentes: películas que atraen a las mujeres (como Orgullo y prejuicioEl club de las primeras esposasEllas dan el golpe) y películas mixtas (Crash y Babel), donde se intenta superar las limitaciones de la interacción cotidiana, permitiendo a diversas personas de diferentes partes del mundo, o del mismo lugar en diferentes épocas, interactuar.

Los dramaturgos, al parecer, están limitados por el hecho de que los espectadores solo pueden prestar atención a cuatro personas en una conversación. De este modo, se observó que en las obras de Shakespeare, cuando los personajes hablan del estado mental de alguien que no está presente, generalmente hay un máximo de tres personas en escena. Pero si hablan del estado mental de uno de los interlocutores o de un evento que ocurrió en otro lugar, puede haber hasta cuatro personajes.

Es decir, algo similar a lo que ocurre en las conversaciones de la vida real.

Porque nuestras limitaciones naturales a la hora de conversar no solo determinan el tamaño de los grupos, sino cómo se escriben las obras de teatro o las películas. Incluso el tamaño de las mesas de los bares y cafeterías.

Cuatro personas es perfecto porque pueden tener una única conversación. Seis u ocho está bien porque aportan más puntos de vista. Y en una única mesa pueden mantenerse dos o incluso tres conversaciones separadas, porque la mesa es lo suficientemente pequeña para que la gente pueda saltar de una conversación a otra según lo desee.

Sin embargo, con más personas la mesa tiene que ser tan grande que las conversaciones se vuelven imposibles (no puedes oír lo que dice la persona en el extremo opuesto) y terminas hablando solo con las personas a tu lado. Además, es muy fácil que alguien quede atrapado entre dos conversaciones y termine sin poder hablar con nadie.

¿Entonces?, ¿por qué las mesas de una boda son tan grandes, a veces para diez o doce personas? Exacto. Porque el propósito de esa reunión no es tanto que hables con los demás como que escuches atentamente los discursos que se sucederán a los largo de la velada.

En los demás casos, recuerda: mucho mejor el petit comité.

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