10/4/21

Buscar hueco en un perpetuo aforo completo, esperando el momento, haciendo tiempo

¿JUVENTUD RESIGNADA? Llamamiento a la acción

Me conformo con que se hable de nosotros, con que no dejemos de quejarnos y de reivindicar que no aceptamos lo que viene, que no se trata de adaptarse o “currárselo”, y que con ese discurso solo seguimos perdiendo.

“Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad. Cuando lo digo en alto siempre hay quien pone cara de extrañeza y me responde cosas como que a mi edad mis padres habían viajado la mitad que yo o que a ellos envidia ninguna, que tienen que hacer muchas cosas antes de asentarse”. 

Así comienza Feria, escrito por Ana Iris Simón y publicado por Círculo de Tiza en octubre de 2020. Y yo, mientras leo las primeras páginas, no puedo dejar de preguntarme si esta reflexión es algo más que eso, y se trata de un llamamiento a la acción. Si de pronto, añorar la estabilidad y certidumbre que acompaña la vida adulta que no tendremos es un ejercicio de rebeldía e implica cuestionar el statu quo. 

Durante años hemos renegado fehacientemente de esa estabilidad que se vislumbraba como la antítesis de nuestros sueños. Yo y otros tantos de mi generación, o de diez años más o de cinco menos. Si hay algo que sabíamos, es que no tendríamos, ni queríamos la vida de nuestros padres. Había algo mejor esperándonos. Algo más, tenía que haber algo más. Puestos de trabajo estimulantes, viajes, experiencias, cambios constantes. Un incesante círculo de experiencias nuevas. Siempre in crescendo.

La estabilidad se nos ha presentado como una suerte de amenaza a nuestra felicidad, mientras la capacidad de elegir pilotaba nuestro desarrollo. Hemos crecido a crédito de las promesas hechas en años boyantes, cuando todo escenario presentaba un crecimiento infinito. Pero ahora, ya en la meta, en la culminación de ese proceso de acumulación, ya no elegimos.

No hacemos “cohousing”, compartimos piso hasta los 35 años porque el alquiler se lleva el 70% de nuestro no-sueldo. No somos parte de la “movilidad exterior” que proclamaba Báñez en 2013, nos vamos, porque quedarse no es una opción. No “hacemos prácticas” para completar nuestra formación académica, cubrimos puestos de trabajo sin recibir ninguna remuneración. No nos engañemos, esto tiene poco que ver con la elección, y mucho menos con la meritocracia. Esto es una rueda que no deja de girar, y o te subes a esta carrera de fondo, o ya has perdido. Trabajar gratis, trabajar y seguir siendo pobre. ¿Es esto lo que nos prometieron? 

En cierto modo, me incomoda hablar en nombre de mi generación. ¿Quiénes somos? Supongo que aglutina a gente tan dispar, que ese intento homogenizador resulta algo absurdo. En general, hablar desde la tribuna de “pertenecer a cierta generación”, implica una condescendencia que me genera rechazo. Como si se tratase de una conquista pertenecer a una época y no una consecuencia irremediable de la propia existencia. Y como si además nos otorgase legitimidad para dar lecciones a los que no están dentro de esa categoría que nosotros sí habitamos. Pero esto no va de dar lecciones, sino de todo lo contrario. Hablar de nuestra generación, de nuestros retos y dificultades, verbalizar nuestros miedos y rabia, manifestar la frustración es un ejercicio de testimonio colectivo al que no podemos renunciar. 

Somos esa “generación prometida”. Nacidos en auge, y muy pronto, demasiado pronto, criados en “crisis”. Recuerdo perfectamente el momento en que esa palabra entra en nuestras vidas, y de pronto tambalea todo. Recuerdo los cambios y las conversaciones, y como esa sombra de repente genera un frío que abarca a la gente que conoces, y desdibuja la ciudad y lo que hacías y a lo que aspirabas. Crisis, crisis, retumbaba hasta aturdirnos. Lo que no imaginábamos entonces es que no era una fase, y que sería el adjetivo que calificaría nuestros contextos presentes y futuros. Hijas e hijos de padres humildes, convencidos de que las vidas de sus hijos serían mejores que las suyas. Pero ya nadie se atreve a hacer esa afirmación, porque somos la primera generación que vivirá peor que sus padres. La generación mejor preparada: carreras, másteres, idiomas, Erasmus, voluntariados, prácticas. Este pergamino kilométrico que recoge todo lo que tenemos y lo que no somos, no deja de crecer mientras el resto permanece estático. Y en ese choque de trenes no hacemos más que preguntarnos qué más nos hace falta. Porque si algo tengo claro es que siempre falta algo. 

El paro juvenil en España asciende a un 38% y me pregunto si lo revolucionario en estos tiempos de crisis y más crisis, de pandemia y deuda, de un futuro incierto, es asentarse. Propondría un arrepentimiento en masa y un canto a la estabilidad, sino fuese porque esa oferta ya ha expirado. Ahora estamos dentro de la rueda y toca girar. Y eso estamos haciendo, ¿no?

Contemplo perpleja la resignación que nos dibuja. La bajada drástica de expectativas que hemos interiorizado y con la que convivimos. Los consuelos mutuos, las alegrías socializadas. Las inmersiones colectivas en Infojobs, los formularios disuasorios para solicitar becas. Regístrate en 24 portales de empleo y escribir consecuentemente 24 veces tus estudios y tu experiencia, que no es poca, pero siempre insuficiente.

Aceptar el rechazo constante y continuo. Celebrar derechos laborales desde la excepcionalidad. Buscar listados de oposiciones mientras me convenzo de que no podría hacerlo. ¿Y si estudio otro máster? Tráfico de ofertas laborales en los grupos de whatsapp. “Estaría encantada de completar mi formación y poder realizar prácticas con vosotros”. “Lo siento, pero su candidatura no ha pasado el proceso de selección”. Cartas de motivación para trabajar en Inditex. Acogedor estudio en Malasaña. No está mal para un primer trabajo. Matricularse en sociología por la UNED. “No me pagan pero estoy aprendiendo mucho”. ¿Conformarse? ¿Resignarse? Yo creo que estamos sobreviviendo. 

Ahora somos protagonistas del freno en seco que compete al presente. Nos han encomendado la tarea de revertir el despilfarro de décadas pasadas mientras nos conformamos con las sobras. Y ahí estamos, veinteañeros y treintañeros, yendo a mercados locales con bolsas de tela mientras aceptamos la idea de que vamos perdiendo la partida. No quiero hablar de resiliencia, me parece un insulto. No somos seres humanos aunando esfuerzos para sobrevivir a una catástrofe natural que ha destrozado sin previo aviso nuestra sociedad. Somos receptores de estructuras podridas. Los que respiramos con mascarilla los gases que emiten décadas de políticas neoliberales de precarización del empleo.

No somos ni héroes ni luchadores. Somos gente buscando hueco en un perpetuo aforo completo, esperando el momento, haciendo tiempo. Entretanto me conformo con que se hable de nosotros, con que hablemos y hablemos, y no dejemos de quejarnos y de reivindicar que no aceptamos lo que viene, que no se trata de adaptarse o “currárselo”, y que con ese discurso solo seguimos perdiendo. Que queremos poder elegir y decir no, y que la estabilidad vuelva a ser una opción. No somos coyunturales, y sí, tenemos mucho que ofrecer, pero aún más que reivindicar. 

Supongo que esto sí es un inexorable llamamiento a la acción. 

Helena González González - @Helenagonzalez8

VISTO EN: https://www.elsaltodiario.com/sub25/juventud-resignada-un-llamamiento-a-la-accion  

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