4/8/20

Todos nos engañamos continuamente, incluso algunas veces conscientemente


   VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD DE LA FALSIFICACIÓN

      IIMPOSTAMOS NUESTRA FELICIDAD

En “El Mundo Feliz: Una apología de la vida falsa” el siempre provocador ensayista Luisgé Martín afirma que querría no haber nacido. Radical en sus postulados, asegura que su vida no es una mierda, sino que la vida en sí es una mierda.
Dicen que el optimista siempre tiene un proyecto, y que el pesimista siempre tiene una excusa. El escritor con el que me reúno hoy desmonta esa teoría: él tiene proyectos e ideas que va disparando desde una posición tan pesimista como esperanzadora. Luisgé Martín (Madrid, 1962) es un tipo descreído y reflexivo, un autor absolutamente radical en sus postulados y, para qué negarlo, bastante provocador.
El ensayista sorprende con su nuevo libro El Mundo Feliz. Una apología de la vida falsa, editado por Anagrama, lanzando toda una declaración de intenciones. Martín asegura, como Cioran, que querría no haber nacido. Asumiendo que le toca lidiar con la existencia, asegura que querría vivir en una sociedad en la que todos podamos ser felices mediante la mentira y el fingimiento. Lo que plantea es incómodo porque resulta extraño, desagradable y próximo a nosotros. El futuro poshumano del que habla está, quizá, mucho más cerca de lo que cualquiera podría imaginar.
La vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo’. ¿No hay cierta provocación al comenzar un libro así? ¿Cuánta divergencia hay entre lo que piensas y lo que escribes? 

Todo surge con la relectura de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Entre los hilos que fui tejiendo apareció esa frase, que tiene mucho que ver con mi actitud ante la vida. Creo que la existencia de la muerte bastaría para justificar el arranque del libro, mi mirada hacia el sin sentido de la existencia. No recurro a una actitud impostada literariamente, es realmente como veo las cosas. No digo que mi vida sea una mierda, digo que la vida es una mierda. Basta con leer los periódicos a diario. El desastre, el dolor, el fascismo, el regreso de determinadas actitudes… todo eso demuestra que mi pesimismo está más que justificado. No es algo que haya inventado yo, toda la historia de la literatura y la filosofía habla del tema.


Hay muchísimas referencias en tu ensayo. ¿La búsqueda de la felicidad es una posibilidad o una utopía? 
Hay una frase de Camus que dice: “ninguna eternidad de gloria puede justificar un solo instante de dolor humano, y mucho menos si no crees en esa eternidad de gloria”. Yo creo que un instante de dolor humano no justifica toda la felicidad que se pueda vivir. Al final, la felicidad solo son destellos. Uno puede aislarse en determinados momentos, en pequeñas burbujas que nos permiten gozar algún tiempo, pero eso no es eterno.
Dices que todo el mundo llega a la infelicidad, pero que los más lúcidos llegan antes. ¿Asocias la felicidad a la estupidez?
Hay una reflexión muy famosa de John Stuart Mill, en la que dice: “¿por qué nos empeñamos los seres humanos en perseguir el conocimiento, cuando sabemos que el conocimiento nos hace más infelices?” Y terminaba diciendo esa frase: “yo prefiero ser un Sócrates infeliz que un cerdo feliz”. Yo defiendo lo contrario: preferiría ser un cerdo feliz que un Sócrates infeliz. Al margen de lo que yo prefiera, lo que resulta evidente es que la ignorancia y la falta de reflexión ayudan a no ser consciente de la crudeza de la vida. Es el relato biológico de la infancia: cuando somos niños no nos enteramos de nada y en la adolescencia eso termina.
Contraponiendo ambas posturas, recurres a Matrix. Aludes a la elección entre la pastilla roja, que representa vivir en la dolorosa verdad, o la pastilla azul, para vivir dichosos en la ignorancia. Abogando por la primera, ¿no estás renunciando al arte, a la poesía, a las letras? 
Recuerdo que, hace muchos años, en Bogotá, Juanjo Millás hablaba en una conferencia de la literatura y lo que representa, del motor para escribir y estas cosas. Él decía: “Escribo porque soy una persona infeliz, porque tengo fragilidades y dolor. Si fuera siempre feliz, no escribiría”. Escribir es el fruto de una brecha, de una ruptura que ha habido en algún momento en los que necesitamos crear para tapar nuestros parches. Yo renunciaría sin dudar a la escritura, renunciaría a la poesía y al arte por la felicidad. Sin pensarlo dos veces.
Y, sin embargo, te dedicas a la literatura. Comprenderás que tu postura resulta chocante. 
Claro, justamente por eso. Si yo pudiera elegir, elegiría no haber nacido, porque me parece que es un esfuerzo innecesario. Si uno no comparte esa premisa, normal que no entienda mi postura cuando digo que me da igual cargarme la literatura y el arte. Yo soy un desubicado desde muy niño, desde antes incluso de reconocer mis limitaciones. Desde antes de reconocer mi homosexualidad, mis imposibilidades afectivas. Ahí ya empecé a escribir. Ahí ya tenía una fractura.
No sé si tiene que ver con la genética, o con algo que aparece de pronto en nuestra cabeza, pero el caso es que todos los escritores somos tarados. Nos llaman desubicados cariñosamente, pero todos somos tarados. Algunos no lo disimulan nada y lo parecen, y otros nos esforzamos en disimularlo. Yo renunciaría encantado a la escritura en pro de la felicidad. Renunciaría a sentir dolor, a sentirme frágil, a tener la necesidad de escribir.
Renunciarías a una enorme parte de lo que ahora eres.
Lo digo sabiendo que todo eso me ha salvado. No dispongo de una realidad virtual para vivir otra vida, por tanto no me queda otra que seguir escribiendo novelas, sublimando y viviendo de la mitología.
Comprendo que tu concepto de felicidad es estar sedado, perder todo tipo de conciencia. No hay intensidad, no hay emoción. 
No necesariamente. El problema de la farmacología es que seda, y yo creo que hay otra farmacología que no va a sedar. Lo que yo concibo por felicidad es la ausencia de sufrimiento. Entiendo el sufrimiento no solo como el dolor causado por algo concreto, sino también como angustia vital. Yo abogo por despojar al ser humano de todo eso. En la felicidad puede haber mucha intensidad. Yo puedo estar en un determinado momento leyendo un libro y de pronto llorar porque me ha emocionado. Ahí hay intensidad, pero no sufro de desamor, ni resiento la carencia o la pérdida, la sensación de la muerte…. Todo eso desaparece.
¿Para ser feliz y valorar los buenos momentos, no debemos vivir el dolor en carne propia? 
No, para nada. Esa es una de las leyendas del humanismo que yo intento combatir. Hay una serie de mentiras que todos nos hemos contado, yo mismo las he contado en mis libros, y una de ellas es precisamente que necesitamos sufrir para disfrutar. Lo necesitamos para justificar el dolor, para entender por qué nos pasa todo eso. El valle de lágrimas del cristianismo ahora lo hemos pasado a la versión laica donde decimos cosas como ‘el dolor te hace fuerte’. ¿Quién prefiere ser fuerte a ser feliz? Yo no quiero ser fuerte. Me puedo morir débil perfectamente, solo quiero morir feliz.
¿Cuando no hay complicaciones ni desafío alguno, no estamos despojando de sentido a la existencia? Si ya de por sí resulta difícil encontrárselo, sin retos y ambición es imposible. 
Tendría el sentido del propio desarrollo de la vida, del propio disfrute. Mira, yo querría ser Orlando de Virginia Woolf. Atravesar la historia, tener todos los sexos, conocer distintas épocas y países, y a ser posible no sufrir ni tener muertes alrededor. Yo defiendo que hay modelos que no necesitan de esa épica de la pérdida, el fracaso y el dolor para dar sentido a la vida. Prefiero una felicidad falsa antes que una vida auténtica con épica. El heroísmo es como la autenticidad: son dos consuelos del ser humano.
Hablando de autenticidad, aseguras que ambas vidas son bastante falsas: la vida del estado lisérgico es tan falsa como la del estado consciente. 
Ahora mismo, y esto es fruto de nuestra época, vivimos en una sociedad de la falsificación. Impostamos nuestra felicidad, fingimos, colgamos las fotos buenas y ocultamos las malas. Lo que hacemos es dibujar un determinado perfil de nosotros que no corresponde a la realidad, y somos plenamente conscientes del engaño. Nosotros sabemos por qué colgamos esa foto, sabemos lo que hay en la trastienda. Incluso ponemos nuestras fotos guapos y felices, pero no lo disfrutamos porque comparamos todo con el otro. Nos parece que la vida del otro es mejor, sentimos envidia comparativa. A eso me refiero cuando comparo los dos modelos vitales como dos falsedades. De todos modos, no asocio la felicidad a ser auténtico. Mucha gente vive siendo fiel a sí misma, y no es feliz.
¿Para sobrevivir en el mundo es necesario el autoengaño? 
Sí, por supuesto. Todos nos engañamos continuamente, incluso algunas veces conscientemente. Yo creo todo lo que he escrito en el mundo feliz. Creo que la vida es una mierda, pero el 99% de mi tiempo vivo ignorando eso. Cuando me voy de vacaciones, cuando quedo con amigos, cuando me abro una botella de vino, cuando follo, no soy consciente de eso. Estoy embebido en otras tareas y no soy consciente, porque si lo fuera realmente pararía la máquina. No tendría sentido.
Contrapones dos modelos: el de Hobbes y el de Rousseau. ¿La sociedad tiene la culpa de nuestra coyuntura o somos nosotros los principales responsables? 
Me inclino completamente del lado de Hobbes. Estoy convencido de que el problema no está en la sociedad sino en el ser humano. Por muchísimos motivos, pero comenzando por un hecho evidente: en la historia de la humanidad ha habido muchísimos modelos y ninguno ha sido exitoso. Desde el siglo XVIII hasta antes de ayer hemos creído que la ilustración sí nos había rescatado, y eso no es verdad.
¿La educación, el conocimiento, la reflexión… no nos han hecho mejores?
Yo nací bastante después de la segunda guerra mundial y nací con absoluta confianza en la ilustración. Seguí creyendo que efectivamente este era un camino de progreso. Pero ahora es muy difícil seguir creyendo en eso, porque se está repitiendo exactamente todo lo que pasó en el período de entre guerras. No quiero sonar apocalíptico, pero se están repitiendo muchas cosas que demuestran que la cultura y la educación no cambian los parámetros generales de la sociedad. Al final uno tiene la sensación de que si alguien como Trump llega a ser presidente de los EE UU no es porque algo falle en el sistema, sino que hay un punto de egoísmo y maldad en el ser humano. No podemos pensar que lo malo que nos pasa es por el sistema en el que uno vive. No podemos echarle, como hacen algunos, toda la culpa al capitalismo.
El sistema influye, inevitablemente. Propicia la rabia, por ejemplo. 
Sí, claro, algo influye. Pero lo que vengo a decir es que la maldad es algo innato en el ser humano, desde su nacimiento. En la presentación de mi libro puse un vídeo de unos niños atropellando a sus hermanos con un coche de juguete. Basta con observar a un niño pequeño para descreer del ser humano. El niño deja de ser cruel cuando se le reprime.
A veces la crueldad tiene mucho que ver con la estupidez. ¿En nuestra época han proliferado los imbéciles o solo tienen más visibilidad?
Yo diría que hay menos, por pura lógica. La gente ahora tiene más acceso a la educación y prefiero evitar decir que todo tiempo pasado fue mejor. Todas las generaciones lo han ido diciendo pero no es verdad. Lo que sí creo es que se ha perdido la vergüenza por la ignorancia. Hay un gusto por exhibir la incultura, hay gente orgullosa de no leer. Me da la impresión que antes uno era más consciente de sus limitaciones. Uno sabía que no podía opinar tan alegremente de todo porque sabía que no había dedicado tiempo a investigar, no tenía conocimientos. Hoy en día todo el mundo opina de todo, y además opina públicamente.
Eso tiene mucho que ver con la era tecnológica.
Completamente. No es que haya más imbéciles, sino que a los imbéciles del siglo XXI les vemos todos por todas partes, y además ellos no son conscientes de que lo son. Eso tiene mucho que ver con las redes sociales. Ahora mismo los idiotas están aupados, se les aplaude. Como estamos todos en plaza pública, los estúpidos encuentran su corte. Tienen fans y se crecen. Esa es la dinámica terrible.
¿No hay cierto clasismo cultural o social en decir esto? Al fin y al cabo, esa plaza pública permite una mayor posibilidad de intercambio de ideas. Favorece cierta democratización de las opiniones.
Esto que planteas es el punto crítico de una discusión importante, que tiene que ver con preguntarnos si la democracia no intermediada —lo que en el 15M llamaban democracia real— es buena o mala. Mi opinión es que es mala, porque no tenemos el tiempo ni las ganas de conseguir la información. Eso facilita todo tipo de populismos, a cualquier lado del espectro. Yo creo que la democratización de la opinión es negativa. Ahora se crean jaurías humanas, gente que sigue a muchísimos idiotas y repite su discurso. La información se convierte en un teléfono atropellado que va degenerando cada vez más.
Algo que me interesa es cuando hablas del concepto de libertad. Contrapones la libertad dolorosa frente a la servidumbre feliz. ¿Asocias la felicidad a cierta sumisión?
Cuando hay una dominación directa es imposible. A mí me parece una sumisión el trabajo, tener que trabajar me impide ser feliz. Yo creo que la libertad exige que no haya una dependencia, que haya decisiones que uno toma libre y voluntariamente. Hay servidumbres voluntarias, que pueden tener que ver con el amor incluso. Esta idea de servir a alguien a quien amas, uno no lo considera servidumbre, lo considera elección propia. El ejercicio voluntario de algo que te ata, pero que te satisface, es libertad. Luego, hay otra libertad que le deja a uno completamente desnudo frente a algunas decisiones, que es dolorosa y no conduce a ningún lado.
También hay falsas libertades. Uno puede creer ser libre y ser todo lo contrario.
La libertad ha servido históricamente para justificar auténticos horrores. Esto lo comento en el ensayo: se llama ‘libertad de expresión’ a opinar que la homosexualidad es un trastorno psicológico, y se llama ‘libertad de conciencia’ el derecho a ofender por temas ideológicos. La libertad es un concepto que se usa muchas veces con demagogia, y se usa la palabra ‘libertad’ para nombrar servidumbres inducidas. Todos los fascismos han creado la ilusión de libertad en sus ciudadanos cuando realmente esa libertad no era real. A mí el capitalismo me parece un sistema perfecto en ese sentido, porque consigue vacunarnos siempre de cualquier duda que tengamos de nosotros mismos. Es decir, integra en el sistema cualquiera de las resistencias.
Hablas de un hombre nuevo, y de la constitución de un mundo donde la felicidad no sea un derecho sino una obligación. Planteas todo un mundo regido por la tecnología, resulta todo muy cuadriculado.
No necesariamente. Es verdad que todo está muy estructurado en el mundo feliz, pero el esquema estructural planteado deja todos los huecos abiertos para poder vivir lo mejor posible. Se trata de perseguir no solo la convivencia social, sino también la felicidad. La revolución científica y tecnológica puede permitir un nuevo contrato social, una nueva idea de sociedad mejorada. A mí me parece perfecto, es un poco como en el capítulo de san junípero en la serie Black Mirror. Esa idea de que, incluso muerto, estás conectado a un ordenador en el que tienes un espacio y una libertad para seguir viviendo… dentro de ese mecanismo, tú decides cuál es la vida que quieres vivir.
Abogas mucho por utilizar la ciencia para bloquear todo lo que se nos escapa racionalmente: la nostalgia, el desamor. Llegas a equiparar la cura de cosas tan diferentes como la leucemia y la melancolía.
Son cosas completamente diferentes porque nos hemos acostumbrado a pensar que son diferentes. ¿Por qué nos parece legítimo manipular el ADN para evitar enfermedades, pero no para corregir conductas violentas? Yo defiendo la posibilidad de que haya pastillas que logren hacer desaparecer sentimientos negativos como la envidia, el desamor o la melancolía; igual que hoy en día hay fármacos que curan las enfermedades como la leucemia. Los avances científicos y tecnológicos van a permitir construir un mundo completamente diferente al actual, estoy convencido.
Eres tremendamente pesimista, pero no pareces una persona triste. ¿Confundimos el pesimismo con la tristeza? 
Sí, por supuesto. Son dos cosas completamente distintas: la tristeza es algo emocional, y el pesimismo es algo racional. Hay gente que tiene vidas absolutamente exitosas y que, sin embargo, entran en barrena. El pesimismo, como el optimismo, es una posición intelectual. Se trata de una reflexión que no tiene nada que ver con la emoción. Uno puede argumentar con explicaciones racionales por qué es pesimista u optimista, pero no puede razonar su felicidad o tristeza. Ser pesimista puede ser en algunos momentos desolador, pero creo que cuanto más pesimista eres, es decir, cuanto más capaz eres de ver ese entorno hostil de la existencia, hay una especie de fortaleza que te hace disfrutar de la vida de otra manera y buscar la intensidad en esas cosas que realmente te hacen feliz.

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