15/12/17

La supervivencia de las personas no puede depender de su acceso a un empleo

UNA DEFENSA VISCERAL DE LA RENTA BÁSICA UNIVERSAL


Es una certeza visceral e innegociable, una de las pocas que poseo: la supervivencia de las personas no puede depender de su acceso a un empleo.

Has oído hablar de ella. Aparece en las páginas de algunos periódicos. A veces se asoma tímidamente por los programas de ciertos partidos. Sabrás que hay gente muy a favor, y gente muy en contra, y gente que ni fu ni fa, y gente que anda confusa. Suizos que la vetan en referéndums, finlandeses que llevan unos meses experimentándola. Algunas personas elevan sus ojos al cielo cuando oyen por primera vez la loca idea de que la gente ingrese una cantidad suficiente para sobrevivir, solo por el hecho de existir. Hay quien sospecha. Hay quien no da crédito. Por la forma en la que fruncen el ceño casi puedes interpretar lo que piensan: "¡Ciencia ficción!", descartan algunos; "¡una paga para vagos y vividores!", concluyen otras; "¡bonita utopía!", te miran condescendientes; "¡eso ahora no toca!", alertan los jerarquizadores de urgencias.

Yo hoy vengo a hablar de la renta básica desde las vísceras. Vengo a sortear el debate de lo técnico y lo fáctico. A desentenderme si es de la renta básica universal de Daniel Raventós y compañía de la que hablamos, o de la Renta Básica de las Iguales que defienden Baladre y otras.

Vengo a pelear a manos desnudas por la idea primigenia, y si eso ya hablaremos de detalles cuando consensuemos lo básico. Vengo a gritar algo que he sabido desde que era niña, que me ha latido, ahí, en las vísceras, desde que vi por primera vez a niñas como yo, padeciendo la pobreza de sus madres. Desde que en primer año de carrera nos aclararon que éramos demasiados periodistas, desde que abrí por vez primera el Segunda Mano en busca de un trabajo que parecía siempre esquivo, desde que hice mi primera cola del paro, desde que miré por primera vez a los ojos a un mendigo.


Es una certeza visceral e innegociable, una de las pocas que poseo: la supervivencia de las personas no puede depender de su acceso a un empleo. No es solo una premisa, es una constatación: trabajar no le alcanza a tanta gente para ganarse el derecho a una vida digna. Becarios perpetuos. Mujeres que se echan a la espalda el trabajo reproductivo. Comerciales a comisión. Jornaleros. Camareras de piso. Trabajar no basta para sobrevivir. Y tantos viven la gran vida dejando que su capital trabaje por ellos.

Hace ya muchos años, antes de la crisis, y de la burbuja, antes de que hubiera escuchado la palabra precariado, leí sobre la renta básica incondicional y sentí alivio. Pues es más o menos esto: un ingreso mínimo suficiente para cubrir las necesidades básicas que se da, sin condiciones, a todo ciudadano para que no se hunda en la deriva. Un piso suficiente para que la angustia no te coma por dentro. Para que tus derechos sociales y económicos no sean una declaración voluntarista que adorna las constituciones, un privilegio ligado al trabajo, al tuyo, al de tus mayores, o al de tu cónyuge.

Yo no sé si es la mejor medida o la más factible. Pero descartarla sin más implica que aceptas un axioma: que no nos merecemos sobrevivir si no tenemos las capacidades necesarias para ser empleables, que nuestro valor no radica en nuestro ser, si no en lo que aportemos al mercado de trabajo. Que si no tenemos capital, herencia, nuestra libertad debe ser patrocinada por las cifras de las nóminas y los subsidios.

¿Y qué es un subsidio? Una paga que nos separa. Que te grita que has fallado, algo que debes ganarte a cambio de un fracaso con encaje burocrático. Algo que combina mal con este mercado laboral tan de migajas, tan de externalizar la incertidumbre. Algo que —para no perderlo— te lleva a hacer trampas menos glamurosas que desviar millones a Panamá o amañar contratos públicos, y que tiene consecuencias: la informalidad, las multas, las sanciones. Éstas no te llevan a la cárcel, pero quizás sí a la pobreza que es una cárcel sin muros, pero también sin techo, una condena para la que cada vez hay menos indultos.

Pero la renta básica es de derechas, te dirán algunos compañeros. Otros sostienen que el trabajo dignifica. Dignifica hacer cosas que sumen y ayuden, con valor social, que se dice. Algunas son pagadas, muchas otras no, muchas no alcanzamos a hacerlas porque nos dejamos la vida en empleos que no sirven para nada. Otros plantean que por qué conformarnos con esa paguita que nos quiere dar el capitalismo para que sigamos consumiendo. Está muy bien el anticonsumismo, pero quizás lo que la genta anhela no es tanto hacerse con un iphone como llenar la puta nevera.

Por último hay quienes alertan de que una renta básica inhibiría a la gente de buscar trabajo, las mujeres las primeras. Y es que desde Silicon Valley y la cocina del Foro de Davos estarían apoyando la renta básica como un caballo de troya por el que colarnos el desmantelamiento del Estado de bienestar y el apocalipsis de los derechos laborales. Como si el capitalismo necesitara caballos de troya, como si no llevara décadas saqueándolo todo a plena luz del día.

Yo no vengo a darte monsergas técnicas, datos estadísticos sobre fiscalidad. No soy economista pero no creo que repensar la vida, la distribución de la riqueza, sea una tarea de economistas. Yo no voy a darte todo eso porque estoy escribiendo este artículo desde las vísceras. Así que sal a la calle, pregúntale a las personas que pasan el día en el Retiro disfrazados de Peppa Pig y de la perrita de la patrulla canina si piensan que el trabajo dignifica. Que te diga la muchacha que hace horario comercial en Zara y araña el tiempo que puede para ir a una asamblea feminista si de tener una renta básica se volvería individualista y funcional al sistema.

Pregunta a la larga cola de personas sin hogar frente al comedor social si tener un ingreso seguro a final de mes les convirtiría en consumistas. Dile a las mujeres empobrecidas que tienen que pedirle dinero a sus maridos para hacer la compra, que tienen que pelearle la pensión a un ex díscolo o precario, que un ingreso propio al mes las harán más dependientes. Qué pensarán los señores de 50 años, con sus 400 euros mensuales incompatibles con cualquier trabajillo, de cobrar 100, 200 más al mes, no como un subsidio por sobrarle al mercado de trabajo después de haberle dado décadas de su vida, si no como un derecho innegable.

Ve y pregúntale a toda esa gente, pregúntate a ti misma con tus precariedades y tus incertidumbres, con tus vértigos a fin de mes, si tener un ingreso garantizado independiente del trabajo es apuntalar el capitalismo. Pero no alcanza, no alcanza, te gritarán los más movilizados, los más sedientos de cambios totales, de colectivizar los medios de producción. Seguramente no alcance, pero sería un cambio de paradigma necesario para abonar otros futuros posibles, pero sobretodo, sobretodo, para vadear cenagosos presentes en los que tantas personas se ahogan.

Yo hoy he venido a hablarle a tus vísceras que sé que duelen cuando miras afuera en las calles, y ves a tanta gente sin paz. A tus vísceras, que sé que se agitan cuando en el periódico encuentras el parte de los últimos que se quedaron afuera. A tus vísceras, que se agarrotan cuando ves en la pantalla tu propia cuenta corriente, famélica, o revisas un currículum vitae al que no le alcanzan los versos para rimar con un futuro laboral viable. A tus vísceras que saben, que una renta básica no lo cambiaría todo, pero sería un gran inicio.


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