EN LA ECONOMÍA SOLIDARIA SE ES MÁS FELIZ
Joan Lluís Jornet es un
soñador, pero es lo contrario de un defensor de causas perdidas. De hecho,
muchas de sus causas las ganó. Es ejemplo de que se puede. Relacionado con los
movimientos cristianos de base, y acérrimo defensor de los trabajadores, ganaba
juicios en la corte, los perdía en casa. A los trece años su hijo le
dijo: “Papá, cuando sea mayor quiero ser empresario”, y sintió como si le
clavaran un sable en el pecho. Hoy, como jubilado, se divierte como voluntario
en el movimiento de economía social y solidaria; y recibe lecciones de economía
social... de su hijo.
Joan
Lluís Jornet es un abogado laboralista, hoy ya jubilado, cofundador del
Col·lectiu Ronda. El despacho pasó de ser un reducto de anticapitalistas en los
años setenta a convertirse en un bufete de renombre, que ayudó a plantar la
semilla de la economía social y solidaria española. El abogado ha llevado
muchos casos de empresas en quiebra recuperadas, durante más de treinta años.
En
esta entrevista, sentado a una mesa de la cooperativa Café del Mar de Mataró
(Barcelona), en un edificio antiguo frente al mar (robado por el franquismo y
recuperado para la ciudadanía por el movimiento de economía solidaria local),
se deja llevar por el recuerdo, y habla de su experiencia.
P:
¿Cómo fueron los comienzos del Col·lectiu Ronda?
R:
Ya había una generación de abogados laboralistas; y una sociedad que se estaba
despertando contra el franquismo. En ese contexto, el Col·lectiu nació con una
conciencia clara: ser un despacho al servicio de la clase trabajadora. El
capitalismo pone a los abogados a perpetuar la explotación y la dominación a
través de la ley. Nosotros nos colocamos en el punto opuesto; estar al servicio
de los explotados para defendernos de la ley que nos oprime. Esto, y la toma de
decisiones por asamblea, fueron asuntos muy claros desde el principio. En
cuanto hubo cierto número de personal administrativo, a principios de los años
setenta, ya se establecieron una asamblea de secretarias, una de abogados, y un
comité de enlace.
Mientras
crecíamos hubo mucha discusión sobre si debíamos hacernos grandes. La intención
era crecer desde fuera. La gente pasaba por el despacho y a los tres años
tenían que crear el suyo propio para, después, crear una estructura que nos
juntara. Eso no acabó de funcionar, porque el Col·lectiu ya era demasiado
grande. Había 20 personas, y dos o tres fuera. Así que la realidad se impuso.
P:
¿Siempre fueron cooperativa?
R:
Las cooperativas de abogados estaban prohibidas. Era un despacho colectivo, una
fórmula que el colegio de abogados aceptaba. Había bastantes, y estaban, en su
mayoría, vinculados a movimientos políticos o sindicales, y nosotros, a un
movimiento asambleario, anticapitalista. En esa época éramos anticooperativistas.
Creíamos que era una forma de explotación por parte del capital, que los
trabajadores se autoexplotaban. Pero pasaron dos cosas. Por un lado,
determinados colectivos de lucha muy fuertes, con quienes nos hicimos muy
amigos, terminaron en cooperativa; como con la gente de las empresas en quiebra
recuperadas por los trabajadores, Mol Matric, Bruguera, Gramagraf (véase la
entrevista a Salvador Bolancé). A ellos quisimos hasta expulsarlos como
clientes, porque a partir de entonces serían empresarios, cooperativistas o no.
P:
¡Eran muy duros!
R:
Cada vez que lo pienso, no me lo creo. Teníamos esa visión donde hay una línea
que divide a los buenos y los malos. Los buenos, los trabajadores; los malos,
los empresarios. Por otro lado, nuestra propia estructura era un drama. Si uno
tenía que firmar la seguridad social de los otros, se quejaba: “Que firme cada
año uno diferente”. Otro se quejaba porque era el titular de la cuenta bancaria
del Col·lectiu… impropio de un despacho de abogados. Nos dimos cuenta de que la
forma jurídica que se acomodaba a nuestra forma de trabajar era una
cooperativa. Ya había una asamblea, ya había un equipo técnico (el
consejo rector). Estuvimos un año discutiendo los estatutos. Lo hicimos aunque
estaba prohibido para abogados. Era 1979 y nadie se atrevió a decirnos nada.
P:
¿Cómo pasó a ser un despacho reconocido en toda España?
R:
Pasaron dos cosas. Una tiene que ver con los valores del cooperativismo, entre
los cuales está la colaboración y la complementariedad. Ahí donde yo fallo, hay
otro que es excelente. Allí donde mi compañero falla yo tengo una virtud. Eso
se vivió con mucha intensidad y de manera muy natural, y da un resultado
profesional excelente. Ahora que estoy jubilado puedo decir que todos éramos,
con algunas excepciones, abogados medianos tirando a malos. Te vas
perfeccionando y vas dando un servicio mejor. Lo segundo eran las relaciones
con otros. Habíamos estado en la coordinadora de abogados laboralistas del
Estado y en la de Barcelona. No existía la competencia, sino la colaboración
contra un enemigo común, el franquismo. Eso, la democracia y la libertad
sindical lo trincharon.
Hay
un tercer tema que para mí es fundamental: la amistad. Sin buscarlo, e
inicialmente de una manera inconsciente, fuimos cultivando un amor entre
nosotros. Ahora justo he encontrado un libro que se llama El error de Descartes,
escrito por el neurocientífico Antonio Damasio. Dice que el famoso “pienso,
luego existo” no es verdad. Sería “siento, luego pienso, luego existo”.
Nosotros, sin buscarlo, lo fuimos profundizando. De ahí vino la idea de Can
Fulló, la obra social del Col·lectiu. Can Fulló proviene del 10% de los
beneficios que la cooperativa está obligada a aportar a la obra social. Ibamos
guardando el dinero. Con una parte del dinero compramos una masía. Aquello fue
un espacio de convivencia, de fiesta, de asamblea, de los consejos rectores,
que eran muy tensos.
P:
¿Gritaban, se peleaban mucho?
R:
Sí, porque como sabías que la amistad lo iba a aguantar, si estabas convencido
de la idea, la defendías hasta el final. El hecho de que las reuniones fueran
en Can Fulló hizo que se suavizaran. Mi madre decía que era porque las hacíamos
debajo de un tilo precioso. Esto no sólo sirvió para el Col·lectiu, sino para
terceros. La gente del Hospital de Mataró una vez por mes iba a reunirse allí.
Y ahora sigue habiendo fiestas, gente reuniéndose. Deben tener una cierta
conexión con la transformación social, desde una perspectiva amplia: puede ser
la música, el arte, la poesía. Somos humanos, las relaciones y la amistad son
trascendentales, incluso en lo profesional.
P:
¿Recuerda los casos más importantes?
R:
Hubo tres o cuatro casos muy emblemáticos: la lucha de los portuarios fue
durísima, con mucho enfrentamiento, intervención de la guardia civil, etc. Dio
pie a una organización portuaria muy potente que después se extendió por todo
el país… y al final acabó en el mundo, con una asociación internacional de
trabajadores portuarios sin mafias y muy importante. Luego las luchas de las
empresas tomadas por sus trabajadores, Mol Matric, Gramagraf... Hubo una muy
significativa, la de la editorial Bruguera. Fue importante por su duración y
por la estupidez de la otra parte…
P:
¿Podría ampliarlo?
R:
Bruguera era una empresa de 2.000 trabajadores. De golpe, hicieron un
expediente de regulación y despidieron a todos. 800 capitalizaron el desempleo
para comprar la empresa. Ya gobernaban los socialistas y les apoyaron. El Banco
de Crédito Industrial avaló la operación, y dirigía la empresa. Fueron 2.000 millones
de pesetas (unos 12 millones de euros) para la nueva empresa. Pero
desaparecieron en nueve meses. Los economistas del Col·lectiu llevaban un
control. Nunca hemos sabido cómo ocurrió.
P:
Un fracaso total.
R:
Sí. Nosotros lo único que llevábamos era el control, no la gestión. Entonces
dijeron que todo el mundo tenía que ir al paro. Era agosto de 1986. 80
trabajadores dijeron que ni hablar, y se encadenaron. La lucha y los
enfrentamientos llevaban unos cuatro años. La empresa no quiso más líos, y aceptó
que estos 80 no entraran en el expediente. Eso abrió la puerta para ir a la
Magistratura a discutir con el juez si aquello era un despido o no. Y si era un
despido, ¿quién era el responsable?, ¿la empresa Bruguera, ya insolvente, o el
Banco de Crédito Industrial, que había metido mano hasta un punto en que los
trabajadores no podían decidir nada?
Era
un magistrado de derechas y siempre pensé que el juicio se perdería. Pero lo
intentamos, para que quedara registrado. ¡Oh sorpresa! El magistrado condenó al
banco, que estaba dirigido por un ex militante de Bandera Roja. No pudo
soportar que un juez le dijera que había despedido a 80 trabajadores.
P:
¿Qué hizo?
R:
Recurrir al Tribunal Supremo. Tuvo que pagar los salarios de tramitación
durante cuatro años. Cada mes el banco tuvo que aportar el equivalente a 54.000
euros. Nosotros repartíamos, pero guardábamos un pequeño fondo, que era el
importe de la seguridad social y el IRPF (que no se pagaba). El señor del banco
nos lo entregaba y aquello se hizo una montaña muy grande. De ello se hicieron
tres montañitas… Una para crear Coop57, otra para luchas de quienes habían sido
solidarios con Bruguera.. y otra, que todavía queda algo, para proyectos de
cooperación con América Latina.
P:
¿Qué ha pasado en todos estos años con los derechos de los trabajadores?
R:
Hubo un declive y una laminación de derechos desde principios de los años
ochenta, cuando se publicó el Estatuto de los Trabajadores. Excepto en
cuestiones de seguridad y de género, en todo lo demás han ido retrocediendo,
hasta llegar a 2012. Pese a que las normativas y directivas europeas hablan de
flexiseguridad, en la práctica es flexitodo y seguridad, ninguna.
Uno
de los puntos más nefastos es el de los salarios de tramitación. Hasta esta
reforma, cuando un trabajador era despedido, si ganaba el juicio, tenía derecho
a recibir el salario acumulado durante el tiempo que pasaba entre el despido y
la tramitación del juicio. Si el despido es injusto e improcedente, está bien
que así sea. Pues eso lo suprimieron. Si a esto le unes que además de bajar las
indemnizaciones, la gente prácticamente no tiene antigüedad, despedir con un
año, dos o tres, es baratísimo.
Solamente
ese pellizco de los salarios de tramitación daba una fuerza brutal. He llegado
a cobrar el equivalente a dos años de trabajo para un empleado que había estado
tres meses en una empresa. ¿Por qué? Porque perdimos el juicio, recurrimos al
Tribunal Supremo, el tribunal nos dio la razón dos años después, y le tuvieron
que pagar los dos años. Cuando pasaban sesenta días era el Estado el que
pagaba, con lo cual las empresas pagaban sólo sesenta días, y los magistrados
apretaban mucho para no pagar los sesenta días hábiles. Había una situación de
cierto equilibrio. El hecho de haberlo quitado facilita terriblemente el
despido y mina los derechos.
El
otro gran tema es la posibilidad que hay ahora de degradar las condiciones de
trabajo a través de los convenios de empresa. Todo esto se tiene que sumar al
hecho de que cada día hay menos trabajo… Y en el futuro habrá menos.
P:
¿Cómo se imagina que será?
R:
Han rodado un documental que se llama In the same
boat (‘En el mismo
barco’), con los economistas del decrecimiento y Zygmunt Bauman. La tesis es
que los trabajos desaparecen, los ordenadores lo hacen todo. No se irán de
vacaciones, nunca cogerán la baja ni harán huelga. Hay que afrontar esa nueva
realidad y prepararse. Es uno de los mayores retos que tiene la economía… y la
economía social y solidaria en específico. Si no, acabaremos todos medio locos.
Ahora resulta que todos tenemos que ser emprendedores… Ahora, que no hay nada
que emprender. Debemos encontrar fórmulas de repartir el poco trabajo que haya,
y la mucha riqueza.
P:
Usted está muy involucrado en el movimiento de economía social y solidaria.
Pero no deja de ser un reducto. ¿Por qué?
R:
La economía solidaria no es dinero. Es una forma de entender la vida con unos
valores, para que la manera de producir sirva para ahorrar, financiar… No es
solamente una cuestión de sumas y restas, hay unos valores que nos determinan.
P:
Se supone que es mejor para la gente, ¿por qué no se apropia de ello?
R:
Todo está en contra, es lo que mamas desde pequeño. Entre abogados hace dos
días estaban prohibidas las cooperativas. Ahora son aceptadas, pero es
relativamente nuevo. Hay un sistema implantado. Y por supuesto, culturalmente
lo tenemos todo en contra.
El
otro día escuché a Victoria Camps que decía que el amor y la amistad hacen
innecesaria la justicia. Es muy bonito. Creo que con este otro tipo de
economía, en la economía solidaria, uno llega a unos grados de felicidad mucho
mayores. Es un absurdo que acumulen riqueza y pongan el planeta en peligro. Ni
siquiera son felices.
P:
¿Y en la economía colaborativa?
R:
Creo que hay unas líneas rojas que se deben respetar. Básicamente son tres: de
quién es la empresa, cómo se gobierna, y quién se apropia de los beneficios. Si
estas tres respuestas son de la antigua economía, estamos dentro de la economía
capitalista, y no sirve de nada que un cliente pague menos que en un taxi o en
un hotel. Airbnb, Uber y éstas se hallan en la economía capitalista.
Si
en cambio Airbnb fuera una cooperativa, gobernada por un consejo rector, con
beneficios que se quedan en la propia cooperativa, esto estaría dentro de la
economía social y solidaria. Lo otro no. Está muy bien que lo hagan ecológico y
esas cosas, pero no tiene que ver con la economía social y solidaria.
P:
¿Ve futuro a las monedas sociales?
R:
Tiene que haber una masa crítica. Debería tener tres patas. Crecimiento desde
abajo, apoyo de la Administración y una entidad especializada de crédito que lo
administre. En Toulouse, en Bristol, en Nantes, donde se han hecho
experiencias, han sido con cooperativas como Crédit Cooperative.
Si
quieres recuperar tus euros porque te vas a otro lado, los cambias ahí y te dan
el dinero.
El
Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet hizo un estudio que dice que el 99% de
los nueve millones de euros mensuales que pasaban por el Ayuntamiento se iban
de la ciudad.
Tener
una moneda que haga que el 70% u 80% del dinero se quede ahí puede ayudar a la
economía local.
DEMOCRACIA
P:
¿Cómo crece una cooperativa sin perder la democracia?
R:
En 2003, habiendo crecido mucho, refundamos el Col·lectiu Ronda. Nos
ayudó Alfonso Vázquez, de la cooperativa vasca Hobest. Este hombre decía que
quienes hacen planes quinquenales son mentirosos y tontos, porque no se puede
saber cómo será el mundo dentro de cinco años. Nosotros trabajábamos con planes
quinquenales. Habíamos nombrado a un equipo de consejo rector. Y buscábamos un
consejero exterior para desarrollar el plan.
Hicimos
venir a Vázquez para que nos dijera en la cara que éramos tontos. Y lo éramos.
Hay que dotar a la empresa de estructuras propias ágiles, realistas y que
permitan conservar la democracia en la cooperativa.
P:
¿En qué consiste el sistema?
R:
Se trata de una estructura muy distinta. Respetando la asamblea como máximo
consejo rector, se diluye el poder y pasa a los grupos de trabajo. Los que
trabajan deciden qué compran, cuánto compran, cuántas agendas, cuántos
teléfonos móviles… y si contratan o no a una persona. Si tienen necesidades… A
fin de año cada grupo rinde cuentas a la asamblea, que en principio no tiene
por qué oponerse. Recuerdo haber estado en el consejo rector y decidir que a
una persona le subían el 10% porque había progresado, pero yo mismo no tenía ni
idea.
Algo
importante es que ahí es donde se deciden los incrementos salariales, aunque
haya una base que se debe mantener, que es la relación 1 a 2,5, que en el
despacho es la diferencia salarial entre una secretaria y un abogado. Pero cada
grupo, en lo pequeño, es el que realmente sabe cómo va cada persona.
GÉNERO
P:
Me habla de abogados y secretarias. ¿Cómo se llevó el asunto de género en el
Col·lectiu?
R:
(Se ríe, un poco avergonzado.) Pienso que en nuestra generación era uno de los
puntos que mejorar. Mi hijo me dice: “Sois una generación de privilegiados,
porque las mujeres mucho blablabla, pero a la hora de la verdad quien plancha y
limpia es mamá, y tú no haces nada”. Pienso que un poco sí nos pasó esto. Pero
ha habido cambios. Hoy, en la profesión ya la mayoría son mujeres. En el
Col·lectiu hay más mujeres abogadas que hombres. Vas a Magistratura y suele ser
muy habitual que quienes están en la mesa, la jueza, la secretaria, la abogada
de la empresa y la abogada del trabajador sean todas mujeres. Antes apenas
había, tal vez, una.
P:
Pero sigue habiendo gente que no lo acepta...
R:
El otro día un amigo me contó que fue a Magistratura y el magistrado le dijo:
“Está muy bien que tu mujer sea pediatra. Está con niños... eso sí. Pero, ¿tú
has visto cómo está la cosa? ¡Están entrando aquí, ¡al raciocinio!”. Mi amigo
se quedó de piedra, y pensó: no nos vamos a entender, ni en los juicios ni en
las sentencias… Sí, lamentablemente todavía pasa.
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