NUEVO IMPERATIVO CULTURAL GLOBALIZADO: GOZAR
La cultura del
disfrute. Sentirse en consonancia con los valores culturales que reinan en
una sociedad en un momento dado puede generar sensaciones agradables en los
individuos. Pero a veces ocurre que prácticas anteriores, muy arraigadas, van
siendo reemplazadas velozmente por otras. Entonces, mucha gente que durante
décadas se había estructurado en los antiguos valores de pronto comprueba que
cambiaron en pocos años. Esas personas quedan expuestas a la nueva cultura sin
poder adaptarse plenamente, como desearían.
Por ejemplo, antes,
en la Argentina —tal vez como herencia de la enorme inmigración europea
producida entre las grandes guerras— estaba muy valorado el trabajar duro para
crecer económicamente, aunque eso obligaba a disfrutar poco de la vida y a
sacrificarse. En realidad, el disfrute existía, solo que bajo la forma de
una experiencia personal de satisfacción: por regla general, quien cumple con
los preceptos culturales es apreciado en su familia y en su comunidad, y
esto eleva su autoestima.
Mediante este
sencillo mecanismo psico-cultural, mucha gente se vio impulsada a
trabajar duro, y como consecuencia obtuvo riqueza y ascendió en la escala
social. No está de más decir que ese gran esfuerzo de millones de nativos e
inmigrantes llevó a este país a ubicarse entre las naciones más prósperas del
planeta, en la primera mitad del siglo pasado. Luego, por cuestiones políticas,
esa cultura del trabajo y del ahorro, que se fue desgastando poco a poco a
través de las generaciones, sufrió un duro revés en las últimas dos décadas. Es
así como llegamos a nuestros días con un potente imperativo cultural
globalizado que ordena lo contrario: gozar.
Entonces, numerosos
afectados de la cultura del esfuerzo comprueban diariamente cómo otros,
trabajando mucho menos de lo que ellos trabajaron, disfrutan más. A partir de
esto, pueden llegar a sentir que están malogrando sus vidas. Ya no
valoran esa posición que sostuvieron durante tantos años, pero no pueden
abandonarla fácilmente, porque forma parte de su estructura mental. Además, las
apariencias los han alcanzado: muchos de sus semejantes fingen, mediante
consumos específicos, un importante nivel de ingresos. Hay incluso un gran
negocio en torno a aparentar ser lo que no se es. Y esto, claro está, funciona
como un desaliento para los que se esfuerzan en llegar a ser genuinamente lo
que ambicionan.
Tal vez es un hecho
inédito que una cultura establezca el disfrutar como condición básica para sus
miembros. La función de toda cultura siempre fue estimular lo que la gente por
sí no haría —como esforzarse—, y desalentar lo placentero, para compensar
nuestras propias tendencias instintivas —que tienden a ello—.
El sistema económico neoliberal, surgido y
diseminado por el mundo en los años ochenta, se encargó de trastocar la
tradición cultural que acompañó a la humanidad desde su origen. Esa perversa
modificación también posee su razón de ser: era necesario que gran parte de los
ciudadanos del mundo se transformaran en consumidores para que a las empresas
multinacionales les cuadraran los proyectos y los números.
El trastoque cultural afín al neoliberalismo es desorientador,
porque promueve en la gente una acción gozosa, que deviene en un
mandamiento. Habría que ver las consecuencias de este cambio. Algo ya se puede
apreciar: en los consultorios psicológicos, cada vez llegan más pacientes que
se sienten culpables o angustiados porque no pueden disfrutar como los otros.
Hasta se compite para ver quién se satisface más… Todo un síntoma de la época.
Jorge Ballario (Psicólogo)
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