La posibilidad de tener 2 medios
de pago, uno para usar en todo el país y otro para el barrio o nuestra ciudad
fortalece las economías ante las crisis y favorece la estabilidad.
¿Qué pasaría si alguien le propusiera a
usted, junto con los vecinos del barrio, crear una moneda que les permitiera
comprar y vender los alimentos de la comunidad? Muy probablemente diría que es
una locura, que no son el Banco Central para emitir o autorizar monedas, o por
último que nada de eso ocurriría porque la economía de nuestro país está
dolarizada.
Pues bien, déjenos decirle que sí es
posible y que esa opción se llama moneda social o complementaria. Este tipo de
moneda es fruto del trabajo de grupos que establecen acuerdos para usarla para
el intercambio de bienes y servicios. Esto ya sucede en comunidades de varios
países europeos que, sin renunciar al Euro, usan monedas alternativas. Es como
tener 2 monedas al mismo tiempo: una para usar en todo el país y otra para usar
en la comunidad, el barrio o en determinada ciudad.
Existe todo un debate sobre la fecha
histórica en la que la moneda sustituyó al trueque como medio de intercambio.
Algunos estudiosos afirman que eso sucedió 700 años antes de Cristo. En
cualquier caso, la moneda empezó a usarse en la medida que las sociedades
complejizaron sus relaciones económicas. Ya no se podía simplemente
intercambiar maíz por cacao, se necesitaba un medio de canje ágil, que todos
pudieran llevar y aceptar. De esta forma, la moneda se fue consolidando a
partir de un acuerdo voluntario para utilizarse como medio de pago. La moneda
se convirtió de esta manera en un instrumento de pago, como unidad de cuenta y
como un medio de depósito con determinado valor.
Desde hace algunas décadas, diferentes
comunidades de Europa afectadas por la crisis económica, decidieron crear sus
propias monedas para dinamizar la economía local. En estas comunidades se
establecieron acuerdos para crearlas, con nombres que varían dependiendo del
país: Galeuro (España), Bristol Pound (Inglaterra) o Wir (Suiza). Todas estas
representan una alternativa para el pago de alimentos, productos y servicios.
Algunas monedas complementarias existen
desde hace 9 décadas y aún perduran. Por ejemplo, la moneda Wir (que significa
“círculo económico” o “nosotros”), es usada en Suiza desde 1934 y sirve a las
pequeñas y medianas empresas para la compra y venta de productos al por menor y
la contratación de servicios profesionales. Esta moneda surgió después de la II
Guerra Mundial, como un medio alternativo para generar transacciones en medio
de la crisis. Al 2015, se estimaba que el Wir contaba con más de 50 mil
miembros y su intercambio representaba el 2% del PIB de Suiza.
Otra moneda emblemática es el Bristol
Pound (o Libra de Bristol). Existe desde el año 2012 en la ciudad inglesa del
mismo nombre y fue creada para dinamizar la económica local de la ciudad (cada
Bristol equivale a una libra esterlina). La confianza de la comunidad en la
moneda ha sido fundamental para su éxito. Según datos de la Bristol Pound, al
2015 existían 700 mil en circulación y más de 800 negocios aceptaban la moneda.
Esta moneda se usa de manera impresa (billetes) y electrónica.
No solo en Europa existen experiencias
con monedas de este tipo. Se han identificado casos en países latinoamericanos
como México, Colombia, El Salvador e incluso Ecuador. Según un estudio
realizado por la Caja Rural Cajamar de España, titulado ‘Las monedas sociales’
y publicado en 2008, existían al menos 2 mil sistemas de monedas
complementarias en todo el mundo en ese año.
En Ecuador, en el año 2011 se trató de
impulsar las Unidades de Intercambio Solidario (UDIS) en la parroquia Sinincay,
en Cuenca, como un sistema complementario de pago. Luego de una serie de
debates, sus actividades fueron suspendidas. Sin embargo, con la aprobación de
la nueva Ley de Economía Popular y Solidaria, específicamente en el artículo
132, se permite legalmente la implementación de sistemas complementarios de
pago.
Las monedas sociales o complementarias
son más probables de ser usadas a nivel local, es decir en la tienda del
barrio, panadería o frutería, que en las grandes cadenas de supermercados. Esto
sucede porque el respaldo lo brinda la propia comunidad, como una medida para
enfrentar la falta de medios de pago (moneda nacional u oficial) o porque las
tasas de interés son elevadas y prácticamente impiden que las personas puedan
tener acceso a un crédito.
Por las razones antes expuestas se
llaman monedas sociales o complementarias. Sociales porque se basan en el uso y
apoyo de la comunidad; complementarias porque no sustituyen la moneda oficial,
sino que su utilización es adicional y complementa a la moneda oficial, y se
usa únicamente en determinados territorios.
En la medida que la gente observa que
la moneda sí funciona y es usada sin problemas para intercambiar bienes o
servicios entre los vecinos, el sistema gana confianza y aumentan los usuarios.
Las monedas sociales han demostrado que pueden funcionar, sobre todo en momentos
de aprietos económicos. En este tipo de situaciones lo que ocurre es que la
moneda circulante escasea, es decir, no hay suficiente para suplir a la
demanda.
El estadounidense James Stodder, doctor
en economía, mediante una investigación demostró que monedas complementarias
como el Wir (Suiza) crean un “sistema anticíclico”, es decir, favorece la
estabilidad en períodos de crisis, debido a que permiten utilizar la moneda
alternativa en momentos de poca liquidez.
Hablar sobre las monedas complementarias
es un asunto importante. El sistema económico global genera y enfrenta, cada
cierto tiempo, periodos de crisis en los grandes centros económicos, lo que
provoca graves repercusiones en las economías más débiles. La oportunidad de
tener monedas alternativas puede permitir, a una economía local, resistir estos
embates.
Las monedas sociales solo pueden
existir, en la medida que las comunidades se ponen de acuerdo adjudicándole un
valor determinado. Por ejemplo, si decidiéramos crear en nuestra comunidad una
moneda llamada ‘Rumiñahui’, y le asignáramos un valor de cambio de una por un
dólar, podríamos comprar e intercambiar bienes y servicios en los locales que
decidieran aceptarla. Debe haber un comité que coordine su uso y, como se
señaló anteriormente, para que funcione, la confianza de los potenciales
usuarios es fundamental.
La moneda en sí no crea riqueza, sino
todos los intercambios que ella facilita. Se crea riqueza y se dinamiza la
economía por la cantidad de transacciones que se generan. Entre más bienes y
servicios se están intercambiando, una economía se fortalece porque son más
personas produciendo, vendiendo y adquiriendo. Eso es lo que hace una moneda
social o complementaria: fomenta el consumo de bienes y servicios locales,
movilizando y priorizando la economía local.
Una moneda social tiene otros aspectos
positivos como la salvación de quehaceres y alimentos locales —que quizás son
valorados únicamente en una comunidad determinada—, y el reforzamiento de los
lazos de solidaridad con sectores o grupos de la comunidad que requieren apoyo,
quienes tal vez no cuentan con efectivo en la moneda oficialmente reconocida.
Dicho de manera directa, fomenta las dinámicas económicas y los lazos de
confianza entre las personas de una comunidad, vecinos, productores,
compradores y consumidores de los productos locales, reafirmando la identidad
grupal al sentirse parte de un mismo proceso.
Pero esta moneda tiene otra importante
característica, es casi imposible especular con la misma. Un usurero (o chulquero)
difícilmente podría hacer prestamos con altos intereses, porque la moneda
social solo tiene valor cuando se utiliza para intercambiar bienes y servicios
en una comunidad que la reconoce como tal.
Atesorar una gran suma de moneda local
serviría de poco, puesto que su valor real no viene de su acumulación, sino de
su capacidad para realizar transacciones cotidianas. Así, un vecino pagará por
el pan, el queso, la reparación del zapato, o cualquier otro servicio dentro de
su comunidad.
Si bien el uso de este tipo de monedas
no es mayoritario, sí se puede afirmar que existe un número creciente de
comunidades que quieren experimentar su uso. Es una oportunidad que se viene
construyendo desde abajo, desde la comunidad.
Discutir sobre la posibilidad de contar
con varias monedas es un asunto que podría permitir dinamizar economías
locales, pero sobre todo rescatar y fortalecer la identidad y las relaciones de
la comunidad. No se trata solo de comprar y vender, sino saber quién es el
panadero, la vecina de la tienda, el zapatero o la señora de la carnicería. La
posibilidad de comprar alimentos a una cooperativa agrícola local, en vez de a
una gran compañía, implica la posibilidad de enriquecer a nuestra comunidad y
no a los grandes capitales.
LUGAR DE LA
NOTICIA: Quito - Ecuador
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