Encontrando Nuestro Lugar:
Una Comprensión Nueva (y Antigua) de Quiénes Somos
¿Qué hay detrás de las tendencias? Una transformación tan grande como la Revolución Copernicana.
Por fuera respondí “Sí, estoy segura de que pueden.” Pero en mi interior, me pregunté por qué podría alguien imaginar que los gatos pudieran no pensar. La pregunta saltó sobre un abismo de cultura y tiempo. Me recordó cuán arduamente nosotros los humanos, en particular (pero no exclusivamente) aquellos de descendencia europea, habíamos trabajado para desconectarnos a nosotros mismos del mundo natural en nuestra cruzada para sentirnos valorados.
A través de los siglos, hemos pretendido ser la única especie que posee un lenguaje, que utiliza herramientas, que puede razonar, y que experimenta emociones. Habiéndonos separados a nosotros mismos de otras especies, continuamos esta tendencia hasta separarnos de otros seres humanos — proclamando que aquellos que son diferentes de nosotros, son primitivos, salvajes, e incluso carentes de alma.
Pero ahora, tras décadas de rigurosa observación, hemos comprobado que muchas otras especies han elaborado medios de comunicación, experimentan un rango de emociones, y llevan a cabo razonamientos complejos. Existen primates que utilizan herramientas, pájaros que crean hasta 2.000 canciones, delfines que se comprometen en comportamientos altruistas. Nosotros los humanos no somos tan distintos como habíamos pensado alguna vez. En cuanto a nuestra conexión con otros seres humanos — y hablo como una persona de herencia europea — estamos descubriendo que los pueblos que alguna vez habíamos descartado como salvajes poseen sabias tradiciones que tienen mucho que enseñarnos.
Estos desplazamientos de la comprensión fuerzan un cambio de la perspectiva tan grande como el provocado por la revolución Copernicana, cuando el mundo occidental tuvo que ajustarse — con gritos, patadas y ejecuciones a lo largo de todo el camino — a la realidad de que la Tierra no era el centro del universo. Ahora estamos en camino — otra vez con muchos gritos y patadas — de aceptar que nosotros los humanos no somos los habitantes centrales de la Tierra. Y a medida que llegamos a conocernos mejor el uno al otro a lo largo del globo, nos damos cuenta de que ninguna cultura es el centro de todas las culturas. No hay ningún planeta, o especie, o cultura dominante; en cambio hay una red de partes distintas, y aún así mutuamente dependientes e interrelacionadas. Negar que sólo somos una parte de esta gran red de seres no cambia este hecho. Sólo nos lleva a evaluaciones peligrosamente erróneas de cómo debemos vivir.
Podemos ver esta verdad como humillante, o liberadora, o como ambas cosas. Personalmente, me siento sobrecogida ante el tamaño del cosmos del cual mi planeta es sólo una parte diminuta. Estoy conmovida por las revelaciones de que los gatos, los bonobos, e incluso el moho del cieno pueden pensar y comunicarse. Amo vivir en un mundo de culturas y pueblos diversos de los cuales pueda aprender. Me alegra sentirme profundamente conectada con el mundo en el cual habito, en vez de separada de él.
Las tendencias que han destacado los editores de YES! como los más esperanzadores de la última década, son manifestaciones de este desplazamiento desde una visión de nosotros mismos como seres separados, a otra en la que podamos encontrar nuestras conexiones. Estamos luchando con una nueva comprensión de una antigua sabiduría acerca de nuestro lugar en el mundo.
El ajuste puede ser doloroso si pensamos que para ser valorados debemos estar en el centro, dominando a otros pueblos y animales, a la Tierra, y a los cielos. Pero si abrazamos estas nuevas comprensiones (que son antiguas a la vez), podríamos descubrir una vida más rica — una vida basada en la búsqueda de nuestro lugar en la diversa red interdependiente, y en evolución, de seres vivientes.
Mientras re-descubrimos las conexiones que nuestra cultura ha roto, aceleramos las tendencias que transformarán a nuestro mundo.
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